En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


28. El Padre Nuestro

Son pocas las personas que tratan de tomar conciencia de qué quieren realmente cuando dicen el «Padrenuestro». Mucho menor es el número de las que verdaderamente saben cuál es el significado de esas frases que dicen de carrerilla. «Decir de carrerilla» es probablemente la única designación correcta para ese proceso que en este caso el hombre llama orar.

Aquel que se someta a sí mismo a un análisis despiadado no podrá menos que admitir esto; de lo contrario, estará dando prueba de que está viviendo su vida de la misma manera... superficialmente, y de que no es capaz de tener un pensamiento profundo, ni nunca lo ha sido. De esos hay muchos en esta Tierra que seguramente se toman a sí mismos en serio, pero que no pueden ser tomados en serio por los demás, por mucho que uno quiera.

Ya el comienzo mismo de la oración en cuestión ha sido desde un inicio percibido intuitivamente de manera errónea. Las personas que tratan de acometer esta plegaria con seriedad, o sea, aquellas que la emprenden con cierta buena voluntad, experimentan que, tras las primeras palabras, o mientras éstas son dichas, en su interior surge una cierta sensación de estar protegidas, una sensación de sosiego psíquico. Y esta sensación prevalece en ellas hasta unos segundos después de la oración.

Esto demuestra dos cosas: Primero, que el que ora sólo pudo mantener su seriedad en las primeras palabras, con lo cual éstas han suscitado la referida sensación; y segundo, que justo el despertar de semejante sensación demuestra cuán lejos él está de entender lo que ha dicho con esas palabras.

Claramente pone en evidencia su incapacidad aquí para mantener una profunda concentración, o también su superficialidad; ya que, de lo contrario, con las palabras siguientes debería surgir de inmediato una sensación diferente, de conformidad con el contenido también diferente de las palabras, si es que éstas verdaderamente han cobrado vida en su interior.

De modo que en él perdura sólo lo que las primeras palabras han despertado. Ahora, si él hubiera entendido el sentido correcto y el verdadero significado de las palabras, estás deberían haber suscitado en su interior un sentir intuitivo muy diferente a la cómoda sensación de estar protegido.

Las personas más presuntuosas, por su parte, ven en la palabra «Padre» la confirmación de que descienden directamente de Dios y de que, con la evolución adecuada, acabarán, por ende, volviéndose divinas, pero que, por el momento, ya tienen, con toda seguridad, algo de divinidad en su interior. Y así hay muchos más errores aún entre la gente con respecto a esta frase. La mayoría, empero, la considera simplemente la alocución en la oración, la invocación. Así se evitan lo más posible el tener que pensar. Y, por consiguiente, las palabras son dichas también sin pensar, pese a que es precisamente en la invocación a Dios donde debe haber el mayor fervor del que un alma humana puede ser capaz.

Mas esa primera frase no quiere decir, ni es, nada de eso, sino que, con las palabras que escogió, el Hijo de Dios dio al mismo tiempo la aclaración o la indicación sobre la manera en que un alma humana ha de acometer la oración, cómo es que debe y tiene que comparecer ante su Dios, si su oración ha de ser oída. Él dijo con exactitud qué disposición debe tener el hombre en ese momento, cuál tiene que ser la condición de la pura intuición si aquél pretende depositar su petición en las gradas del Trono de Dios.

Así, la oración entera se divide en tres partes. La primera parte es el acercamiento y la entrega sin reservas por parte del alma para con su Dios. Aquélla se despliega, –figurativamente hablando– ante Él antes de venir con una petición, dando fe de la pureza de su facultad volitiva. El Hijo de Dios quería así dejar en claro cuál es el único sentir intuitivo que puede servir de base para un acercamiento a Dios. Por eso es como una gran promesa sagrada cuando en el comienzo dice: «Padrenuestro que estás en los cielos». Tened presente que oración no es sinónimo de petición. De lo contrario, no existiera oración de acción de gracias, que no contiene petición alguna. Orar no es pedir. Ya en este punto el «Padrenuestro» ha sido incomprendido desde siempre, producto de esa mala costumbre del hombre de no comparecer ante Dios si no es esperando algo de Él, o incluso exigiéndolo. Puesto que al albergar expectativas se está exigiendo algo. Y la verdad es que el hombre siempre espera algo al orar, eso no lo puede negar, así se trate –hablando a grandes rasgos– de una difusa sensación de algún día obtener un lugar en el Paraíso. La jubilosa gratitud a través del alegre disfrute de esa existencia consciente que se le ha concedido, gratitud que se pone de manifiesto en esa colaboración que Dios desea, o, con razón, exige de él en la gran Creación, con miras al bienestar del entorno que le rodea, eso no es algo que el hombre conozca. Ni siquiera imagina que es precisamente eso y solo eso lo que de veras entraña su propio bienestar, su progreso y su ascensión.

Mas es sobre esta base deseada por Dios que en verdad se erige la oración del «Padrenuestro». El Hijo de Dios no podría haberla dado de otra forma, Él, que sólo quería el bienestar de los hombres, el cual estriba únicamente en el debido acatamiento y cumplimiento de la voluntad divina.

La oración dada por Él es cualquier cosa menos una oración petitoria. Con ella el hombre pone a los pies de su Dios una gran promesa que todo lo engloba. Jesús se las dio a Sus discípulos, quienes en aquel entonces estaban dispuestos a vivir en la pura adoración de Dios y a servirLe con sus vidas en la Creación, honrando Su santa voluntad con este servicio.

El hombre debería pensárselo bien a fondo a ver si puede tomarse la osadía de usar esta oración y de decirla, debería examinarse a sí mismo seriamente para ver si al usarla no está tratando de mentirLe a su Dios.

Las frases introductorias constituyen una advertencia bastante clara de que toda persona debe examinarse a sí misma para ver si verdaderamente es como dice ser en la oración; para ver si, al atreverse a comparecer ante el Trono de Dios, lo hace sin falsedad alguna.

Ahora, si estas tres primeras frases de la oración cobran vida en vuestro interior, os habrán de conducir ante las gradas del Trono de Dios. Las mismas son el camino que lleva allí cuando cobran vida en un alma. Ningún otro camino conduce allí, pero éste con toda seguridad. Mas, en caso de no vivir estas frases, ninguna de vuestras peticiones llegará allí.

Cuando oséis decir «Padrenuestro que estás en los cielos», debe tratarse de una exclamación llena de entrega, pero, a la vez, rebosante de júbilo.

En esta exclamación reside vuestra sincera aseveración: «Te doy, oh, Dios, todos los derechos paternos sobre mí, derechos a los cuales estoy dispuesto a someterme candorosamente. Con ello reconozco Tu omnisciencia, Dios, que se evidencia en cada uno de Tus decretos, y Te ruego que dispongas de mí tal como un padre ha de disponer de sus hijos. ¡Señor, aquí me tienes, dispuesto a escucharte y a obedecerte candorosamente!».

La segunda frase es: «santificado sea Tu nombre». Esta constituye la aseveración del alma en adoración de cuánta seriedad pone en todo cuanto se atreve a decirle a Dios, la aseveración de que está poniendo todo su sentir intuitivo en cada una de sus palabras y sus pensamientos y de que no está profanando el nombre de Dios por superficialidad. ¡Ya que el nombre de Dios es demasiado sagrado para ello! Vosotros los que oráis, ¡tened presente lo que estáis prometiendo con ello! ¡Si sois bien sinceros con vosotros mismos, habréis de confesar que justo con estas frases habéis venido mintiéndole a Dios impúdicamente!; ¡puesto que jamás habéis dicho esta oración con esa seriedad que el Hijo de Dios dejó reflejada en estas palabras a manera de requisito previo!

La tercera frase «venga a nosotros Tu Reino» no es tampoco una petición, sino solo otra promesa más. Se trata de la declaración del empeño del alma humana de que la situación en la Tierra llegue a ser tal como lo es en el Reino de Dios. De ahí la frase: «venga a nosotros Tu Reino». Esto quiere decir: nosotros los hombres vamos a trabajar por que las condiciones aquí en la Tierra lleguen a tal punto que Tu Reino perfecto se pueda extender hasta aquí. El suelo habrá de ser preparado por nosotros de forma que todo únicamente viva en armonía con Tu santa voluntad, o sea, que todo cumpla cabalmente Tus santas leyes en la Creación, a fin de que aquí sea tal como es en Tu Reino, el Reino Espiritual, donde moran los espíritus maduros y libres de toda culpa y todo lastre, los cuales solo viven en el servicio de la voluntad divina, ya que únicamente mediante el absoluto cumplimiento de esta voluntad puede surgir lo bueno, gracias a la perfección inherente a ella. Por consiguiente, ello constituye la garantía de querer llegar a ser de tal forma que, gracias al alma humana, también la Tierra se convierta en un reino del cumplimiento de la voluntad divina.

Esta solemne aseveración es reforzada con la frase siguiente: «hágase Tu voluntad en la Tierra como en el cielo». Ello no solo constituye la declaración de estar dispuesto a amoldarse enteramente a la voluntad divina, sino que encierra también la promesa de interesarse por esta voluntad, de poner todo su empeño en comprenderla. Y es que el amoldamiento a dicha voluntad tiene inevitablemente que estar precedido de este empeño, ya que, mientras el hombre no la conozca cabalmente, no podrá ajustar a ella su sentir, su pensar, sus palabras y sus acciones. ¡Qué tremenda frivolidad criminal la de todo hombre al darle a su Dios estas garantías una y otra vez, cuando en realidad no se interesa en lo absoluto por saber cómo es esta voluntad divina, la cual se encuentra firmemente anclada en la Creación! ¡Y es que el hombre miente con todas y cada una de estas palabras cada vez que se atreve a decirlas! ¡Y así se presenta ante su Dios como un hipócrita y un embustero! Sobre sus culpas anteriores echa otras nuevas, para entonces terminar sintiéndose digno de lástima cuando, en el mundo etéreo, tenga que colapsar etéreamente bajo el peso de esta carga. Y oportunidades de comprender debidamente la voluntad de Dios se le ha dado ya en tres ocasiones. La primera, con Moisés, quien fue inspirado14 al efecto; la segunda, con el mismísimo Hijo de Dios, Jesús, Quien llevaba la Verdad consigo como parte indisociable de Su ser; y ahora la tercera y última vez, con el Mensaje del Grial, Que, por Su parte, ha sido extraído directamente de la Verdad. –

Solo cuando un alma haya cumplido de verdad estas frases como requisito previo, podrá entonces pasar a decir: «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy». Esto equivale a decir: «Cuando haya cumplido lo que prometí ser, deja que Tu bendición repose sobre mi actividad terrenal, a fin de que, habiendo atendido ya mis necesidades físicomateriales, disponga siempre de tiempo para poder vivir de acuerdo a Tu Voluntad».

«Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Esta frase manifiesta el conocimiento del incorruptible y justo efecto recíproco de las leyes espirituales, las cuales reflejan la voluntad de Dios. Al mismo tiempo, constituye la expresión de una confianza total en dichas leyes; ya que la petición del perdón, o sea, de la redención de la culpa, se basa en el cumplimiento de la condición de que antes el alma humana haya perdonado toda injusticia que sus semejantes hayan perpetrado contra ella.Ahora, quien sea capaz de ello, quien ya le haya perdonado a sus semejantes todo, estará tan purificado interiormente que jamás cometerá una injusticia de manera deliberada. Con ello, empero, queda asimismo libre de toda culpa ante Dios, ya que para el Señor solo cuenta como injusticia aquello que se hace con mala intención. Solo así viene a convertirse en algo mal hecho. En este aspecto, es grande la diferencia que hay en relación con todas las leyes humanas y las opiniones terrenales que existen en la actualidad.

De modo que esta frase también contiene como fundamento una promesa más a su Dios de toda alma aspirante a la Luz, una declaración de su verdadera voluntad, para cuyo cumplimiento espera recibir fuerza en la oración, al concentrarse y tomar conciencia de sí misma. Y esta fuerza le será dada a través del efecto recíproco, si guarda la actitud debida.

«Y no nos metas en tentación». Aquel que, a raíz de estas palabras, presuma que Dios lo puede tentar está cometiendo un error de concepto. ¡Dios no tienta a nadie! En este caso, no estamos más que ante una reproducción dudosa, en la cual se optó desacertadamente por la palabra «tentación». Interpretada correctamente, la frase en cuestión se puede incluir en la categoría de conceptos como descarriarse, extraviarse, o lo que es lo mismo, tomar el camino equivocado, perder el rumbo en el camino que conduce a la Luz. Ello equivale a decir algo así como: «No nos dejes tomar caminos equivocados ni perder el rumbo; no nos permitas tentar el tiempo, desperdiciarlo, desaprovecharlo. Antes bien, de ser necesario, impídenoslo por la fuerza, aunque ello nos haya de causar dolor y sufrimiento». Ese significado ya tiene que hacérsele evidente al hombre en la misma locución siguiente, la que, de hecho, por su contenido, forma parte de la frase que nos ocupa: «sino líbranos del mal». El «sino» demuestra de forma bastante clara la estrecha relación que hay entre las dos frases. Su significado viene siendo: «¡Haz que reconozcamos el mal, cueste lo que nos cueste, así sea al precio del sufrimiento! Facilítanoslo cada vez que fallemos, por medio de tus efectos recíprocos.». En ese reconocimiento está también la redención para quienes disponen de una buena voluntad a tal efecto.

Ahí termina la segunda parte, el diálogo con Dios. La tercera parte constituye el cierre: «¡Porque Tuyos son el Reino, la Fuerza y la Gloria por toda la eternidad! ¡Amén!».

Se trata de una jubilosa confesión del alma de saberse protegida por la omnipotencia de Dios una vez que cumpla con todo lo que Le ha prometido en la oración que ha puesto a Sus Pies. –

De modo que esta oración dada por el Hijo de Dios consta de dos partes: el preludio del acercamiento y el diálogo. Por último, está la añadidura por parte de Lutero de la jubilosa confesión de la certeza de recibir ayuda para todo cuanto está contenido en la oración y de obtener la fuerza para el cumplimiento de aquello que el alma Le ha prometido a su Dios. Y dicho cumplimiento habrá entonces de encumbrar al alma al Reino de Dios, al país de la alegría eterna y de la Luz. Así, el Padrenuestro, cuando se vive de verdad, se convierte en faro y báculo para la ascensión al Reino Espiritual.

El hombre no debe olvidar que, en realidad, con la oración sólo ha de sacar la fuerza que le facilita realizar por sí mismo lo que pide. ¡Así es como debe orar! ¡Y ese es el sentido de la oración que el Hijo de Dios les dio a los discípulos!

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