Ya que se va a hablar de la oración, lo lógico es que estas palabras vayan dirigidas solamente a aquellos que oran. Quien no sienta en su interior el deseo de orar puede tranquilamente abstenerse de ello, ya que, de hacerlo, sus palabras o sus pensamientos habrían de deshacerse en la nada. Si una oración no es sentida a fondo, carecerá de valor y, por tanto, también de resultados. Un momento de súbita sensación de gratitud producto de una gran alegría, como también el sentir intuitivo del más profundo dolor en el sufrimiento, proporciona la mejor base para una oración que puede esperar resultados. En momentos así la persona está penetrada de un sentir intuitivo específico que eclipsa todo lo demás en su interior. De esa manera, se hace posible que el deseo principal de la oración –ya se trate de gratitud o de una petición– reciba fuerza inalterada.
Muchas veces la gente se hace en realidad una idea errónea de lo que es la oración, de su gestación y su desarrollo ulterior. No toda oración llega hasta el Excelso Guía de los mundos. Al contrario, son muy raras las veces en que una plegaria consigue por una vez llegar de verdad a las gradas del Trono. Aquí también la fuerza de atracción de las especies afines juega el papel más importante, como ley fundamental que es.
Una oración seria y profundamente sentida ejerce un efecto atrayente sobre especies afines y resulta asimismo atraída por éstas, entrando así en contacto con un lugar de congregación de fuerzas de la misma naturaleza de la que el contenido principal de la oración está permeado. A estos lugares de congregación de fuerzas se les puede igualmente llamar subdivisiones de esferas o alguna otra cosa; en el fondo, todo viene siendo lo mismo. El efecto recíproco arroja entonces lo que haya sido el deseo principal en la oración. Puede ser sosiego, fuerza, reposición, planes que súbitamente surgen en el interior de la persona, soluciones a cuestiones difíciles u otras cosas. Siempre algo bueno saldrá de ello, así sea tan solo una mayor calma y concentración para la persona en cuestión, lo cual a su vez conduce a una solución, a una salida del apuro.
Es posible también que estas oraciones, al ser emitidas, se vean reforzadas por el efecto recíproco de los lugares de congregación de fuerzas de naturaleza afín y encuentren un camino etéreo a alguna persona que, estimulada por ello, aporte ayuda de alguna manera, trayendo así el cumplimiento de la oración. Todos estos sucesos son fáciles de entender cuando se observa la vida etérea. También aquí la justicia radica, una vez más, en el hecho de que lo decisivo en la oración es, y siempre será, la condición interior del que ora, la cual, en dependencia de la concentración de aquél, determina la fuerza de la oración, o sea, la vitalidad y la efectividad de ésta.
En el gran acontecer etéreo del Universo, todo tipo de sentir intuitivo encuentra la especie afín que le corresponde, toda vez que no sólo no puede ser atraído por otras, sino que incluso sería repelido por ellas. Sólo cuando aparece una especie afín, tiene lugar una ligazón y, con ello, un reforzamiento. Una oración que contenga diferentes sentimientos intuitivos y que, pese a su carácter desmembrado, encierre cierta fuerza, gracias a la gran concentración del que ora, habrá, por tanto, de atraer cosas diversas y de aportar cosas igualmente diversas en el efecto recíproco. El que en ello pueda entonces haber un cumplimiento de esta oración dependerá enteramente de la naturaleza de los elementos individuales, los cuales pueden ejercer un efecto promotor o obstaculizador los unos sobre los otros. Mas, en cualquier caso, es mejor que al orar se emita como sentir intuitivo un solo pensamiento, para que no surja ninguna confusión.
Así, Cristo no pretendía en modo alguno que el «Padrenuestro» fuera obligadamente rezado en su integridad, sino que con ello no hizo más que darnos compendiado todo aquello que la persona imbuida de una volición seria puede pedir en primer lugar con la seguridad de que se le va a cumplir.
En dichas peticiones están contenidas las bases de todo lo que el hombre necesita para su bienestar físico y su ascensión espiritual. Pero las mismas ofrecen más todavía. Las peticiones en cuestión muestran al mismo tiempo las pautas para la aspiración que el hombre ha de abrigar durante su vida terrenal. Su composición es toda una obra maestra. El «Padrenuestro» puede ya de por sí serlo todo para la persona que busca si ésta se adentra en Él y lo entiende correctamente. Entonces no necesitaría más que el «Padrenuestro». Éste le muestra el evangelio entero de forma concentrada. El «Padrenuestro» constituye la llave de las cumbres luminosas para aquel que lo sepa vivir debidamente. Para toda persona puede ser al mismo tiempo faro y guía en su marcha hacia adelante y en pos de las alturas. Así de inconmensurable es lo que contiene13.
Semejante riqueza muestra ya de por sí el verdadero propósito del «Padrenuestro». Con el «Padrenuestro», Jesús le dio a la humanidad la llave del Reino de Dios; le dio la quintaesencia de Su mensaje. Mas Él no pretendía dar a entender que Aquél fuera rezado tal como está.
La persona solo necesita poner atención cuando haya orado, y por sí sola se dará cuenta de cuánto se distrajo y cuánto vio debilitarse su sentir intuitivo al seguir la secuencia de las diferentes peticiones contenidas en la oración, por muy familiares que éstas le sean.
Igualmente le es imposible pasar de una petición a otra por su orden con el profundo fervor que es necesario para orar correctamente. Y, sin embargo, Jesús, con esa manera de ser propia de Él, le puso todo fácil a la humanidad. La expresión correcta es «fácil como un juego de niños». Y Él hizo referencia expresa a ello: «¡Sed como los niños!». O sea, pensad de forma tan simple como ellos, sin complicaros tanto. Jesús jamás hubiera esperado de la humanidad algo tan imposible como lo es el rezar el «Padrenuestro» de manera tan sentida como Éste lo exige. Esto ha de convencer a la humanidad de que Él buscaba otra cosa con ello, algo más grande. Jesús nos dio la llave del Reino de Dios, y no una simple oración.
La variedad siempre le restará fuerza a una oración. Un niño tampoco se acerca a su padre con siete peticiones a la vez, sino solo con aquello que más le oprime el corazón en ese momento, ya se trate de una aflicción o de un deseo.
Así también es como una persona llevada por la necesidad debe dirigirse a su Dios en sus súplicas: con aquello que la oprime. Y, en la mayoría de los casos, siempre se tratará de un asunto en particular, y no de muchas cosas a la vez. No debe pedir por algo que no lo oprime justo en ese momento. Como semejante petición no puede ser sentida en el interior del suplicante con la suficiente vitalidad, deviene en una forma vacía y, por ley natural, debilita alguna otra petición que puede que sea verdaderamente necesaria.
Por eso siempre se debe orar solamente por aquello que es verdaderamente necesario. Eso sí, nada de formas vacías, que están obligadas a deshacerse y que, con el tiempo, fomentan la hipocresía.
La oración exige la más profunda seriedad. Uno ora en tranquilidad e imbuido de pureza, para que, gracias a esta tranquilidad, aumente la fuerza del sentir intuitivo, la cual, debido a la pureza, cobra entonces esa ligereza que es capaz de elevar a la oración hasta las alturas de todo lo luminoso y todo lo puro. Y entonces se producirá el cumplimiento que más provecho le traiga al suplicante y que verdaderamente lo lleve adelante en su existencia entera.
No es la intensidad de la oración lo que es capaz de lanzarla a las alturas o de impulsarla a lo alto, sino únicamente la pureza, con su correspondiente ligereza. Ahora, toda persona puede alcanzar la pureza en la oración –si bien no en todas sus oraciones– tan pronto el impulso a orar cobre vida en su interior. Para ello no es necesario que ya se encuentre en armonía con la pureza en todos los aspectos de su vida. Ello no le impide que, al menos una que otra vez, se eleve en oración durante algunos segundos gracias a la pureza de su sentir intuitivo.
Mas no solo la tranquilidad del retiro y la consiguiente concentración profunda que ello permite contribuyen a la fuerza de la oración, sino también toda intensa alteración del ánimo, como lo son el miedo, el desasosiego o el regocijo.
Dicho esto, hay que aclarar que el cumplimiento de una oración no siempre se va a corresponder de forma absoluta con ideas y deseos de carácter terrenal ni va a estar en sintonía con éstos. Para bien, el cumplimiento va mucho más allá, conduciendo a lo que es mejor para el todo, y no sólo para el momento terrenal. De ahí que a menudo un aparente no cumplimiento haya de ser visto más adelante como el mejor cumplimiento que pudo darse y el único correcto, y la persona se alegra de que las cosas no hayan salido como había deseado en el momento de su petición.
Ahora pasemos a la oración intercesora. El oyente se pregunta a menudo cómo el efecto recíproco que dimana de una oración intercesora, o sea, de la petición de otra persona, puede ir a parar a alguien que en sí no ha orado, cuando dicho efecto retroactivo debería tomar el mismo camino y retornar a la persona que oró.
En este caso tampoco hay desviación alguna de las leyes firmemente establecidas. El que ora por otra persona lo hace pensando tan intensamente en ella que, de esa manera, su deseo primero se ancla o se anuda en esa persona y de ahí emprende entonces su camino hacia lo alto. Es por ello por lo que también puede retornar a dicha persona por la que, en todo caso, los intensos deseos del que ora ya han cobrado vida, rodeándola. Mas aquí es requisito imprescindible que el suelo interior de la persona por la que se ora también esté apto para recibir y, gracias a su naturaleza afín, sea idóneo para el anclaje y no le presente obstáculos al mismo.
Si el suelo no está apto para recibir, o sea, si resulta indigno, entonces el que la oración intercesora no encuentre asidero en la persona se debe una vez más a la maravillosa justicia de las leyes divinas, las cuales no pueden permitir que la ayuda por medio de otra persona caiga en suelo completamente estéril. El hecho de que este anclaje de la oración intercesora rebote o resbale de la persona por quien se oraba, y quien, debido a su condición interior, resulta indigna, trae consigo que se haga imposible prestarle ayuda. En este acontecer automático y lógico se pone de manifiesto también tal perfección que el hombre queda admirado ante lo que dicho proceso evidencia como la justa y exacta repartición de los frutos de todo lo que uno mismo ha querido.
Si esto no tuviera lugar de manera tan inexorable, ello equivaldría a un defecto en el engranaje de la Creación que permitiría la posibilidad de injusticias contra semejantes individuos indignos que no pueden tener una oración intercesora, pese a que, por otro lado, las oraciones intercesoras sólo surgen por razón del efecto recíproco de amistades previamente existentes o de cosas similares.
Las oraciones intercesoras por parte de personas que lo hacen sin ese impulso interior e indispensable que es propio de los sentimientos intuitivos verdaderos carecen de valor y también de resultados. No son más que paja huera.
La auténtica oración intercesora tiene otro tipo de efecto más: el de señalizador. La oración se eleva directamente a lo alto y señala a la persona necesitada de ayuda. Si, tomando en cuenta el camino señalado, se envía entonces un emisario espiritual a fin de que brinde auxilio, la posibilidad de ayuda estará sujeta a las mismas leyes de mérito o demérito, o sea, dependerá de si la persona es capaz de recibirla o de si la repele. Si la persona necesitada de ayuda está interiormente inclinada a lo oscuro, ese emisario que, a raíz de la plegaria intercesora, pretende socorrerla no podrá establecer ningún contacto y no conseguirá ejercer influencia alguna, teniendo que marcharse sin haber logrado nada. De modo que la oración intercesora no puede cumplirse, ya que la vitalidad de las leyes no lo permitió. Ahora, en caso de que esté presente el suelo idóneo, la oración de intercesión verdadera es de un valor inestimable. O bien trae auxilio, así la persona en absoluto sepa que se ha orado por ella, o bien se une al deseo o la oración de la misma persona necesitada, dándole así una gran intensidad.