En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


26. El derecho de los hijos respecto de los padres

Muchos hijos viven en una nefasta creencia con respecto a sus padres, creencia esta que los perjudica en sumo grado: aquéllos creen poder achacarles a los padres el motivo de su propia existencia. Muchas veces uno oye: «Por supuesto que mis padres tienen que mantenerme; a fin de cuentas, fueron ellos quienes me trajeron al mundo. Yo no tengo la culpa de estar aquí».

No se podría decir cosa más estúpida. Todo el mundo está aquí en la Tierra por petición propia, o por su culpa. Los padres no hacen sino ofrecer la oportunidad de encarnarse, nada más. Y toda alma encarnada debe estar agradecida por que se le haya dado la oportunidad al efecto.

El alma de un niño no es otra cosa que un huésped en el hogar de los padres. En este solo hecho hay, ya de por sí, suficiente aclaración como para saber que el niño en realidad no puede hacer valer derechos de ningún tipo ante los padres. Lo que se dice derechos espirituales respecto de sus padres no tiene ninguno. Los derechos terrenales, empero, han dimanado meramente del orden puramente terrenal y social que el Estado ha proyectado a fin de no tener que asumir obligación alguna.

Desde el punto de vista espiritual, el niño es una personalidad individual. Aparte del cuerpo físico, el cual es necesario como instrumento para poder actuar en esta Tierra físico-material, no ha recibido de los padres más nada. O sea, solo una morada de la cual esa alma hasta entonces independiente puede servirse.

Ahora, por razón de la procreación, los padres contraen la obligación de cuidar y de mantener en buen estado esa morada que han creado mediante la referida procreación, hasta que el alma que ha tomado posesión de ella sea capaz de encargarse de este mantenimiento por sí misma. El momento para ello lo muestra el natural desarrollo del cuerpo. Lo que se haga extra por parte de los padres constituye un regalo.

Por eso los hijos deberían de una vez dejar de contar con los padres y ponerse mejor a pensar en hacerse independientes lo más pronto posible. Por supuesto que aquí da igual si trabajan en el hogar paterno o fuera de éste. Pero tiene que tratarse de un trabajo, el cual no puede consistir en diversiones o en el cumplimiento de los llamados deberes sociales, sino en el cumplimiento específico, auténtico y provechoso de deberes de tal naturaleza que, de no poder el hijo seguir desempeñando este trabajo, requerirían del empleo de otra persona con este solo fin. Sólo así es posible hablar de una existencia útil en la Tierra, de una existencia que trae consigo la madurez del espíritu. Ahora, si un hijo desempeña en el hogar paterno semejante tarea, da igual si es del sexo masculino o femenino, éste entonces ha de recibir de los padres el mismo salario que se le habría de dar a un extraño empleado específicamente con este fin. Con otras palabras: El hijo, al cumplir con sus obligaciones, debe entonces ser considerado como una persona verdaderamente independiente y tratado como tal. Si hijos y padres están unidos por especiales lazos de amor, de confianza y de amistad, tanto más bello resulta para ambas partes; ya que en ese caso se trata de una relación voluntaria, por convicción interior, y, por ende, tanto más valiosa, puesto que es auténtica y se mantiene incluso en el más allá, para ayuda y alegría mutuas. Ahora, una vez que los hijos han alcanzado cierta edad, las imposiciones y costumbres familiares son malsanas y reprochables.

Como es lógico, tampoco tienen razón de ser los llamados derechos de parentesco, de los que tías, tíos, primas, primos y todo tipo de familiares tratan de sacar provecho y en los que éstos a menudo se apoyan. Justo esos derechos de parentesco constituyen un reprobable abuso que siempre habrá de resultarle repulsivo a una persona con individualidad interior.

Al pasarse de generación en generación, ello, por desgracia, se ha hecho costumbre a tal punto que normalmente uno ni remotamente trata de pensar de otra forma y se aviene sin chistar, si bien con aversión. Ahora, a aquel que por una vez se atreva a dar el pequeño paso de reflexionar libremente al respecto le parecerá, desde lo más hondo de su alma, tan ridículo y tan repulsivo todo eso que, indignado, se apartará de las presunciones que ello ha originado.

¡Hay que acabar de una vez y por todas con esas cosas tan contranaturales! En el momento en que despierte interiormente una especie humana más vigorosa y sana, semejantes abusos dejarán de ser tolerados, toda vez que estos van en contra de todo sano sentido. Y es que de esas artificiosas distorsiones de la vida natural no podía salir nada verdaderamente grandioso, puesto que con ello los hombres quedaban demasiado constreñidos en su libertad. Cuestiones como esas, aparentemente secundarias, traen tremendas ataduras. Aquí la libertad debe hacer su entrada, y la vía al efecto es que el individuo se separe de esa indigna costumbre. La verdadera libertad radica únicamente en reconocer correctamente cuál es el deber de uno, lo cual va ligado al voluntario cumplimiento de ese deber. El cumplimiento del deber es lo único que otorga derechos. Esto es válido también para los hijos, quienes igualmente pueden recibir derechos solo a partir del más fiel cumplimiento del deber. –

Ahora bien, hay toda una lista de deberes de la más estricta naturaleza que todos los padres tienen y que no guardan relación con los derechos de los hijos.

Todo adulto tiene que estar consciente de lo que realmente implica la procreación. A fin de cuentas, la frivolidad que ha primado hasta ahora en este sentido, el descuido en ello y también los erróneos conceptos se han vengado de manera tremendamente aciaga.

Meteos en la cabeza que en las regiones más próximas del más allá hay una gran cantidad de almas que se encuentran listas y a la espera tan solo de una posibilidad para reencarnar en la Tierra. La mayoría de ellas son almas que, al verse retenidas por hilos de karma, andan detrás de algún tipo de redención por medio de una nueva vida terrenal.

Tan pronto como se les presenta dichas almas una oportunidad al efecto, se pegan a los lugares donde ha tenido lugar una procreación con el objeto de aguardar y seguir el desarrollo de este nuevo cuerpo humano al que ven como posible morada. Durante dicha espera, se tejen hilos etéreos que van del cuerpecito a esa alma que persistentemente se mantiene lo más cerca posible de la madre en gestación, y viceversa, y, una vez alcanzada una determinada madurez, estos hilos hacen entonces las veces de puente que le permite la entrada en el cuerpecito a esa alma extraña del más allá, la cual inmediatamente toma posesión de aquél. Un huésped ajeno ha hecho así su entrada en el hogar, un huésped que con su karma puede traerles muchas preocupaciones a sus educadores. ¡Un huésped ajeno! ¡Qué idea más inquietante! Toda persona debe tener esto siempre bien presente y no debe olvidar jamás que le es posible participar en la selección del alma a encarnar entre esas almas que aguardan, siempre y cuando no desperdicie frívolamente el tiempo al efecto. Por supuesto que la encarnación está sujeta a la ley de atracción de las especies afines. Mas no es absolutamente necesario para ello que la especie afín de uno de los educadores sirva de polo, sino que muchas veces lo hace la especie afín de alguna persona que pasa mucho tiempo cerca de la madre en gestación. ¡¿Cuánto infortunio no se podría evitar una vez que la persona conoce cabalmente todo el proceso y lo examina con conocimiento de causa?! Pero no, lo que hace es pasar ese tiempo en la frívola coquetería, concurriendo a juegos y bailes, dando tertulias, y sin preocuparse mucho por eso tan importante que se está gestando durante ese tiempo para más adelante hacer irrupción en su vida entera de manera poderosa.

Con conocimiento de causa, deberían darse a esa oración que siempre tiene como base el ferviente deseo de encaminar muchas cosas en el referido proceso, de debilitar lo malo y reforzar lo bueno. Y entonces ese huésped ajeno que hace entrada en su hogar sería de tal naturaleza que resultaría bienvenido en todos los sentidos. La gente desvaría mucho sobre educación prenatal, en su habitual comprensión a medias, o falta de comprensión, de muchos efectos que se hacen perceptibles a los sentidos externos.

Pero, como ocurre a menudo, también aquí las conclusiones humanas deducidas de las observaciones son erróneas. No existe en modo alguno posibilidad de una educación prenatal, pero lo que sí hay es una posibilidad de influenciar la atracción, siempre y cuando se haga en el momento adecuado y con la debida seriedad. Eso es algo diferente, y su repercusión va más allá que lo que una educación prenatal jamás podría conseguir.

Aquel que ya esté claro al respecto y, no obstante, siga entrando en uniones sentimentales irreflexiva y frívolamente lo único que se merece es que en su círculo se introduzca un espíritu humano que le pueda traer preocupaciones y, probablemente, hasta desgracias.

Para una persona espiritualmente libre, la procreación no debe ser otra cosa que la prueba de estar dispuesto a acoger en la familia, como huésped permanente, a un espíritu extraño y darle así oportunidad a redimirse aquí en la Tierra y madurar. Sólo allí donde ambas partes alberguen el entrañable deseo de semejante propósito debe darse ocasión a una procreación. Contemplad por una vez a los padres y a los hijos partiendo de estos hechos, y muchas cosas van a cambiar por sí solas. El trato mutuo, la crianza, todo adquiere otras bases, bases más serias que lo acostumbrado hasta ahora en muchas familias. Entonces habrá más consideración y respeto mutuo. La conciencia de independencia y el afán por asumir responsabilidad se harán palpables, y estos traen consigo la ascensión natural y social en el pueblo. Los hijos, empero, no tardarán en perder la costumbre de querer arrogarse derechos que jamás han existido. –

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