En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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51. Espíritu

La palabra «espíritu» es usada con mucha frecuencia y sin que quien la dice esté consciente de qué cosa es espíritu en realidad. Está el que, sin más ni más, llama espíritu a la vida interior del hombre; está el otro que usa alma y espíritu indistintamente; también se dan a menudo los casos en que se habla de personas de espíritu ingenioso, con lo que no se está haciendo referencia a otra cosa que al mero trabajo cerebral. La gente habla de chispa o perspicacia de ingenio y de muchas otras cosas más. Pero nadie trata por una vez de definir correctamente qué cosa es espíritu. Lo más excelso que la gente hasta ahora ha entendido por espíritu está reflejado en la expresión: «¡Dios es espíritu!». De ahí deducen todo. Con la ayuda de esta aseveración, han tratado incluso de entender al propio Dios y de encontrar una definición para Él.

Ello, empero, no podía menos que desviarlo a uno de la realidad y, por ende, traer consigo errores; ya que es incorrecto decir: «Dios es espíritu».

¡Dios es divino, y no espiritual! Ahí está la aclaración. Uno no puede calificar lo divino de espiritual. Sólo lo espiritual es espíritu. Ese error de parecer que ha existido hasta ahora tiene su explicación: el hombre proviene de lo espiritual y, por consiguiente, no es capaz de pensar más allá de lo espiritual, con lo cual lo espiritual es, para él, lo más alto. Por eso es lógico que él quiera considerar lo más puro y perfecto de lo espiritual como el origen de la Creación entera, o sea, como Dios. Así, uno puede asumir que ese error de concepto no sólo dimana de la necesidad de imaginarse a su Dios como algo de su misma especie, si bien perfecto en todo respecto, a fin de sentirse más estrechamente ligado a Él, sino que se debe fundamentalmente a la incapacidad del hombre de entender la verdadera magnitud de Dios.

Dios es divino; sólo Su voluntad es espíritu. Y es de esta voluntad viva que surgió Su entorno espiritual inmediato, el Paraíso con sus moradores. Ahora, de este Paraíso, o sea, de la voluntad divina hecha forma, es que vino el hombre como simiente espiritual a fin de emprender su periplo por el resto de la Creación, en cuanto brizna de la voluntad divina. De modo que el hombre en realidad es portador de la voluntad divina y, por ende, portador del espíritu en toda la Creación material. Por esa razón, él está asimismo atado en sus acciones a la pura voluntad primordial de Dios y está obligado a asumir toda la responsabilidad en caso de que, por causa de influencias exteriores de la materia, permita que este espíritu se cubra de impurezas y, bajo ciertas circunstancias, quede en ocasiones totalmente sepultado.

Ese es el tesoro o caudal que en su mano había de rendir intereses e interés compuesto. De ese falso supuesto de que Dios es espíritu, o sea, de que Dios es de la misma naturaleza que la esfera donde el hombre tiene su origen, se desprende claramente que el hombre nunca podía formarse una idea correcta de la Divinidad. No debe imaginárseLa meramente como lo más perfecto de aquello que tiene su misma naturaleza, sino que tiene que ir mucho más allá de su propia especie, hasta una especie que siempre habrá de resultarle incomprensible, dado que, con su naturaleza espiritual, él jamás será capaz de entenderla.

De modo que espíritu es la voluntad de Dios, el elíxir de vida de la Creación entera, la cual tiene que estar permeada de este espíritu para poder subsistir. El hombre es en parte el portador de este espíritu que, tomando conciencia de sí mismo, ha de contribuir al encumbramiento y al ulterior desarrollo de la Creación entera. Para ello, empero, hace falta que él aprenda a emplear correctamente las fuerzas naturales y que se sirva de todas ellas en aras del desarrollo.

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