Esta pregunta se debe responder con un «no» rotundo. La formación en las ciencias ocultas, que generalmente comprende los ejercicios para alcanzar la clarividencia, la clariaudiencia, etc., constituye un obstáculo para el libre desarrollo interior y el verdadero progreso espiritual. Lo que se puede llegar a ser mediante el cultivo de semejantes prácticas es lo que desde tiempos prehistóricos se conoce con el nombre de mago, siempre y cuando dicha formación haya sido exitosa en cierta medida.
Se trata de un tantear unilateral que va de abajo hacia arriba y en el cual jamás se puede ir más allá de la llamada proscripción terrenal. En el caso de todos esos sucesos que se pueden dar, estamos exclusivamente en presencia de cosas de una naturaleza que va desde lo bajo hasta lo sumamente bajo, cosas que, de por sí, no son capaces de elevar a los hombres interiormente, pero que sí pueden inducirlos a error.
Con ello el hombre sólo puede penetrar el entorno de materia un poco más sutil que se encuentra más próximo a él y cuyo entendimiento es a menudo aún más pobre que el de los propios hombres terrenales. Todo lo que consigue con ello es abrirse a peligros que no conoce y de los que permanece protegido evitando el abrirse a ellos, precisamente lo contrario de lo que está haciendo.
Alguien que se haya vuelto clarividente o clarioyente mediante semejante formación verá o oirá a menudo cosas en ese bajo entorno que dan la impresión de ser excelsas y puras y que, sin embargo, están muy lejos de serlo. A ello se le suma la propia fantasía del individuo en cuestión, que, excitada por semejantes ejercicios, engendra asimismo un entorno que este discípulo ve y oye de hecho; con todo esto, la confusión está garantizada. Semejante persona, que, producto de una formación no natural, se apoya sobre bases inseguras, no consigue diferenciar entre la verdad y la ilusión; por mucho que se empeñe, no es capaz de distinguir claramente entre las dos, ni tampoco entre las miles de manifestaciones de la fuerza formativa en la vida etérea. A todo esto se le suman, por último, las influencias de baja condición, influencias estas que, con toda seguridad, son perjudiciales para él y a las que él mismo se ha abierto por voluntad propia y con mucho esfuerzo. Incapaz de servirse de una fuerza superior para hacerles frente, semejante individuo se convierte en un pecio a la deriva en un mar desconocido que puede resultarle peligroso a todo aquello que se encuentre con él.
Es exactamente lo mismo que en el caso de una persona que no sabe nadar. En la seguridad de un bote, a aquélla le es perfectamente posible navegar en ese elemento que no le es familiar; comparable a lo que sucede en la vida terrenal. Ahora, si dicha persona le quita una tabla a este bote que la protege, está abriendo en la protección una brecha por la que entonces penetra el agua, privándola así de la protección de la que gozaba y hundiéndola. Esta persona, que no sabe nadar, lo único que logra es convertirse así en víctima de ese medio que no le es familiar.
Eso es lo que sucede cuando uno se forma en las ciencias ocultas. Con ello, el hombre no hace más que quitar una tabla de la embarcación que le sirve de protección, sin al mismo tiempo aprender a nadar.
Pero están también los nadadores que se hacen llamar maestros. Los nadadores en este terreno son aquellos que ya disponen de una aptitud acabada y que, por medio de algo de formación, le extienden la mano a esta aptitud con el objeto de hacerla valer y de tratar de ampliarla. O sea que en estos casos uno va a encontrar una aptitud más o menos acabada que es combinada con una formación no natural. Mas incluso en el caso del mejor nadador, los límites a lo que éste puede hacer son siempre bien estrechos. De aventurarse muy lejos, sus fuerzas lo abandonarán y acabará tan perdido como el que no sabe nadar; su salvación, como en el caso del que no sabe nadar, dependerá entonces de que reciba ayuda.
Ahora, ese tipo de ayuda en el mundo etéreo solo puede venir de las cumbres luminosas, de la esfera puramente espiritual. Y a dicha ayuda, a su vez, sólo le es posible acercarse cuando el alma de esa persona que se encuentra en peligro ha alcanzado en su evolución cierto nivel de pureza, con lo que es capaz de ofrecerle un punto de apoyo a esta ayuda. Y semejante pureza no se alcanza con la formación en las ciencias ocultas, sino que solo se puede adquirir por medio del encumbramiento de la auténtica moral interior, el cual se produce como resultado de una constante devoción por la pureza de la Luz.
Si una persona ha seguido este camino –el cual, con el tiempo, le trae un cierto grado de pureza interior que, como es natural, se refleja también en sus pensamientos, sus palabras y sus acciones–, entonces irá poco a poco obteniendo la conexión con las alturas más luminosas y, de allí, recibirá, a través del efecto recíproco, fuerza intensificada. Con ello tiene una conexión que pasa por todos los escalones intermedios y que lo sostiene y le sirve de apoyo. Y en tal caso, no pasará mucho tiempo para que le sea obsequiado, sin que medie esfuerzo propio, todo aquello que el nadador aspira a alcanzar en vano. Mas esto se le otorga con un cuidado y una meticulosidad –los cuales residen en las rigurosas leyes del efecto recíproco– que hacen que él sólo reciba de ello la cantidad justa que le permita a él presentar como contrapartida, cuando menos, la misma fuerza, con lo cual queda descartado desde un inicio cualquier peligro. Por último, la barrera separadora, que puede ser comparada con las tablas de un bote, se va haciendo cada vez más delgada, hasta que acaba desapareciendo por completo. Ahora, ese es el momento en que esa persona se sentirá como pez en el agua en todo lo que es el mundo etéreo y llegando hasta las cumbres luminososas; ahí estará completamente en su medio. Ese es el único camino correcto. Ahí todo lo que se obtenga como producto de una formación no natural es errado. El agua deja verdaderamente de ser peligrosa solo para el pez que se mueve en ella, ya que para éste constituye «su elemento», para el cual está equipado con todo lo que alguien que ha aprendido a nadar jamás podrá alcanzar.
Cuando un ser humano acomete esta formación, dicho comienzo va precedido de una decisión voluntaria, la cual trae consecuencias a las que entonces él estará sujeto. Es por eso por lo que tampoco puede esperar que le llegue ayuda obligadamente: él tuvo la posibilidad de decidir con libertad.
La persona, empero, que incite a realizar semejantes prácticas a otras personas, las cuales son así expuestas a peligros de diversa naturaleza, tiene que asumir como culpa suya una gran parte de las consecuencias que le esperen a cada uno de estos individuos. Semejante persona queda etéreamente atada a todos ellos. Tras su fallecimiento terrenal, tendrá irrevocablemente que descender hasta donde se encuentren aquellos que hayan sucumbido a los peligros y que ya hayan abandonado esta vida, y su descenso no se detendrá hasta que llegue al que más bajo se haya hundido. No conseguirá encumbrarse hasta que no haya ayudado a cada uno de ellos a ascender de nuevo, se haya eliminado el falso camino y, además, se haya recuperado lo perdido. Esa es la compensación a través del efecto recíproco y, al mismo tiempo, el camino de gracia para tal persona que le permite a ésta resarcir el mal hecho y ascender.
Ahora bien, si semejante persona no solo ha operado a través de la palabra, sino también por medio de la escritura, más grave será lo que le esperará entonces, toda vez que incluso después de su fallecimiento terrenal, sus escritos continuarán causando estragos. En tal caso, estará obligada a esperar en la vida etérea hasta que ya no llegue más nadie de los que se hayan dejado inducir a error por sus escritos y a los que, por consiguiente, esté obligada a ayudar a ascender de nuevo. En esto puede pasarse siglos.
Sin embargo, con esto no se pretende dar a entender que el territorio del mundo etéreo ha de permanecer virgen e inexplorado durante la vida terrenal.
A aquellos que hayan madurado interiormente siempre les será conferido en el momento adecuado el sentirse en su medio allí donde a otros solo les aguardan peligros. Esos podrán ver la verdad y transmitírsela a otros. Pero al mismo tiempo verán con claridad los riesgos que amenazan a aquellos que, a través de una formación en las ciencias ocultas, pretenden llegar a las bajas regiones de un territorio que les es desconocido. Y jamás incitarán a alguien a formarse en lo oculto.