En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


14. El redentor

¡El Salvador en la cruz! Semejantes cruces las hay por miles, como señal de que Cristo sufrió y murió por la humanidad. De todos lados las mismas les lanzan un único llamado a los creyentes: «¡Tenedlo presente!». En la desolada campiña, en las ajetreadas calles de las grandes ciudades, en la silenciosa cámara, en entierros y en bodas: en todas partes sirve dicha cruz de consuelo, de refrigerio y de advertencia. ¡Tenedlo presente! Por vuestros pecados fue que el Hijo de Dios, que vino a la Tierra a traeros la salvación, sufrió y murió en la cruz.

Con sentido estremecimiento se acerca el creyente a la cruz, imbuido de profunda veneración y lleno de gratitud. Con una sensación de gozo abandona más tarde el lugar, convencido de que, por medio de la muerte sacrificial, ha quedado libre de pecado.

Mas tú que buscas en serio, ¡ve y acércate al símbolo de la Verdad imbuido de sagrada seriedad, y esfuérzate por entender a tu Redentor! Despójate de ese blando manto de la comodidad que te arropa tan placenteramente y que genera esa sensación de bienestar propia de sentirse uno protegido, y que permite que sigas en penumbras hasta la última hora terrenal, en la que entonces serás abruptamente sacado de tu letargo y serás liberado de tu inhibición terrenal, con lo que te verás cara a cara con la inalterada Verdad. Con gran rapidez llegará entonces a su fin ese sueño tuyo al que te has aferrado y con el que te has hundido en la inactividad.

¡Así que despierta, que tu tiempo terrenal es precioso! Por nuestros pecados fue que el Salvador vino: eso es invulnerable y literalmente correcto. También lo es que Él murió por la culpa de los hombres.

¡Mas con ello no se te libera de tus pecados! La labor redentora del Salvador consistió en asumir la lucha contra las tinieblas a fin de traerle luz a la humanidad, a fin de abrirle a ésta el camino del perdón de todos los pecados. Dicho camino lo tiene que recorrer cada cual por sí solo, de conformidad con las irrevocables leyes del Creador. Cristo tampoco vino a echar por tierra las leyes, sino a cumplirlas. ¡No malentiendas a Quien ha de ser tu mejor amigo! ¡No les des a esas veraces palabras la interpretación errónea!

Si bien es totalmente correcto el decir que todo esto pasó por los pecados de la humanidad, ello significa que la venida de Jesús se hizo necesaria solo porque a los hombres ya no les era posible encontrar una salida de las tinieblas que ellos mismos se habían creado y liberarse de sus garras. Cristo tuvo que abrir de nuevo dicho camino y mostrárselo a la humanidad. Si ésta no se hubiera enredado en sus pecados de tan mala manera, o sea, si la humanidad no hubiera tomado el mal camino, la venida de Jesús no hubiera sido necesaria y Él se hubiera ahorrado el constante bregar y el calvario. Por eso es completamente correcto el decir que Él se vio obligado a venir sólo por causa de los pecados de la humanidad, si es que no se quería que ésta, habiendo tomado el mal camino, acabara en el abismo, en la oscuridad.

Mas ello no quiere decir que ahora a todo el mundo se le vaya a perdonar su deuda personal en un abrir y cerrar de ojos, solo con que crea de verdad en las palabras de Jesús y viva en consecuencia. Ahora, si uno vive conforme a las palabras de Jesús, sus pecados le van a ser perdonados. Eso sí, dicho perdón vendrá con el tiempo, en el momento en que tenga lugar el cierre del ciclo en cuestión, gracias al efecto recíproco producido por la contrapartida proporcionada por esa buena voluntad que concuerda con las palabras de Jesús. No hay otra manera. A diferencia de un caso así, para aquellos que no viven conforme a las palabras de Jesús, un perdón resulta completamente imposible.

Ahora bien, ello no quiere decir que solo a los miembros de la iglesia cristiana les es posible conseguir el perdón de los pecados.

Jesús proclamó la Verdad. Por ende, Sus palabras deben obligadamente contener todas las verdades de otras religiones. Él no vino con la intención de fundar una iglesia, sino con la idea de mostrarle a la humanidad el camino verdadero, camino este que perfectamente puede pasar por las verdades de otras religiones. Por eso es por lo que en Sus palabras hay tantas cosas que se corresponden con lo presente en las religiones ya existentes en ese momento. No es que Jesús haya deducido algo de ellas, sino que, dado que Él trajo la Verdad, es obligado que en Sus palabras uno vuelva a encontrar toda verdad que ya estaba presente en otras religiones.

Incluso aquel que no conoce personalmente las palabras de Jesús y que aspira seriamente a la Verdad y al ennoblecimiento está a menudo viviendo ya conforme totalmente al sentido de dichas palabras y, por tanto, va, con toda seguridad, en pos de una fe pura y del perdón de sus pecados. Guárdate, pues, de formarte una idea tendenciosa al respecto; que ello constituiría un empequeñecimiento de la labor redentora, una degradación del Espíritu Divino.

A aquel que aspire seriamente a la verdad y a la pureza no le faltará amor tampoco. Y así en ocasiones se vea presa de fuertes dudas y conflictos, será encumbrado de escalón en escalón e, independientemente de la religión a la que pertenezca, estando aún aquí en la Tierra o, más tarde, ya en el mundo etéreo, se encontrará con el espíritu de Cristo, que lo guiará en el último tramo del camino que conduce al Padre, con lo cual se cumplen las palabras: «Nadie viene al Padre sino por Mí.».

Ese «último tramo», empero, no empieza con las últimas horas de la vida terrenal, sino a partir de cierta fase del desarrollo del espíritu humano, para el que el paso del mundo físico-material al mundo etéreo constituye meramente un cambio.

Ahora bien, pasemos al suceso de la gran labor redentora en sí: La humanidad se encontraba perdida en la oscuridad espiritual. Esta oscuridad se la habían creado los hombres mismos, al someterse cada vez más al intelecto nada más, el cual, con mucho esfuerzo, cultivaron de forma excesiva. Con ello, fueron estrechando cada vez más los horizontes de la capacidad comprensiva, hasta que, a semejanza del cerebro, quedaron absolutamente atados a tiempo y espacio y ya no podían entender el camino de lo infinito y lo eterno. De ese modo, acabaron completamente atados a lo terrenal y constreñidos en tiempo y espacio. Con ello, la conexión con la Luz, con lo puro, lo espiritual, quedó interrumpida. La voluntad de los hombres solo alcanzaba a guiarse por lo terrenal, con la excepción de unos pocos que, en su calidad de profetas, no tenían el poder para penetrar y abrir un camino que condujera a la Luz.

Por medio de esta situación, se le abrió de par en par las puertas al mal. Y de las profundidades brotó oscuridad espiritual que inundó la Tierra fatídicamente. Ello sólo podía tener un único final: la muerte espiritual; lo más terrible que les puede acontecer a los hombres.

Ahora, la culpa de toda esta desgracia la tienen los hombres mismos. Ellos fueron los que hicieron que esto se diera, toda vez que la dirección tomada fue escogida por ellos por voluntad propia. Semejante fenómeno se había dado producto de la volición de los hombres, quienes entonces continuaron alimentándolo y, en su desmedida obcecación, estaban incluso orgullosos de lo que habían conseguido; atrapados en esa limitación de la comprensión que ellos mismos se habían impuesto trabajosamente, no alcanzaban a ver lo terrible de las consecuencias que ello había de tener. Desde esta humanidad era imposible abrir un camino que condujera a la Luz.

Para que hubiera tan siquiera posibilidad de salvación, era obligado que la ayuda viniera de la Luz. De lo contrario, el hundimiento de la humanidad en las tinieblas resultaba indetenible.

Producto de la impureza que las caracteriza, las tinieblas tienen una mayor densidad, la cual trae consigo gravedad espiritual. Producto de dicha gravedad, a aquéllas les es posible elevarse solo hasta cierto límite condicionado por su peso, a menos que del otro lado reciban ayuda en la forma de una fuerza de atracción. Ahora, la Luz, conforme a Su pureza, posee una ligereza que le impide bajar hasta las tinieblas.

Debido a esto, existe entre ellas dos una separación insalvable, y en medio de esta separación se encuentra el hombre con su Tierra.

Conque en manos de los hombres está el acercarse a la Luz o a las tinieblas, el abrir las puertas y preparar el camino para que, o bien la Luz, o las tinieblas inunden la Tierra, todo dependiendo de la naturaleza de la volición y de los deseos de aquéllos. Ellos son quienes sirven de intermediarios en este proceso, y es a través de su fuerza volitiva que, o bien la Luz, o las tinieblas consiguen un asidero y desde ahí pueden operar con una mayor o menor intensidad. Cuanto más poder gane así en la Tierra una de las dos, la Luz o la oscuridad, más colmará a la humanidad de aquello que tiene que ofrecer, del bien o del mal, de la prosperidad o de la desgracia, de la felicidad o de la desdicha, de la paz paradisiaca o del suplicio infernal.

La pura volición del hombre se había vuelto demasiado débil como para, en medio de esa oscuridad densa y en extremo asfixiante que ya había ganado la supremacía en la Tierra, ofrecerle un punto a la Luz al que Ésta pudiera asirse y con el que le fuera posible establecer conexión de tal suerte que, con su inalterable pureza y su consiguiente fuerza irreductible, hendiera las tinieblas y liberara a la humanidad, la cual podría entonces sacar energías de la fuente puesta así a su disposición y encontrar el camino ascendente que conduce a las cumbres luminosas.

A la Luz, empero, Le era imposible descender hasta la inmundicia sin que hubiera disponible un fuerte asidero al efecto. Es por eso por lo que se hizo obligada la venida de un mediador. Sólo un enviado proveniente de las cumbres luminosas podía, por medio de una encarnación, hacer saltar en pedazos la tenebrosa muralla construida por la volición de los hombres y, en medio de todo ese mal, constituir la base físico-material para la Luz Divina, una base que permaneciera firme en medio de las pesadas tinieblas. Y partiendo de este anclaje, les era posible entonces a los puros rayos de la Luz hender y disgregar la oscura espesura, a fin de que la humanidad no se hundiera por completo en las tinieblas y muriera asfixiada.

Y así vino Jesús, por causa de la humanidad y sus pecados.

Por razón de la pureza y la fuerza del Enviado de la Luz, esa nueva conexión con la Luz creada de la manera descrita anteriormente no podía ser cortada por las tinieblas. Con ello les fue abierto a los hombres un nuevo camino que conducía a las cumbres luminosas. De Jesús, esa base terrenal de la que ahora disponía la Luz, partían rayos luminosos que penetraban las tinieblas a través de la Palabra Viva, la cual traía la Verdad. A Él Le era posible transmitir la Verdad inalterada, pues Su conexión con la Luz era pura, gracias a la intensidad de Ésta, y no podía ser enturbiada por las tinieblas.

Los hombres comenzaron a ser sacudidos del letargo por los milagros que al mismo tiempo tenían lugar e, yendo tras ellos, topaban con la Palabra. Ahora, al oír la Verdad que Jesús traía y reflexionar sobre Ella, fue despertando en cientos de miles el deseo de seguir esta Verdad, de conocer más de Ella. Y así esos encaminaron poco a poco su andar hacia la Luz. Gracias a ese deseo, comenzó a disiparse la oscuridad que los rodeaba; un rayo de luz tras otro hizo entrada triunfal, al ponerse los hombres a reflexionar sobre las palabras y darse cuenta de que eran correctas. Su entorno se fue aclarando cada vez más; las tinieblas dejaron de hallar en ellos un firme asidero y acabaron retirándose al carecer de agarradero, con lo que perdieron cada vez más terreno. De ese modo, la Palabra de la Verdad trabajaba en las tinieblas cual grano de mostaza en germinación y cual levadura en el pan.

Y en ello consistió la labor redentora de Jesús el Hijo de Dios, el Portador de la Luz y la Verdad.

Las tinieblas, que creían ya tener la hegemonía sobre la humanidad entera, se resistieron a ello en feroz lucha, con el fin de impedir esta labor redentora. A la Persona de Jesús no podían acercársele: en Él no encontraban asidero, debido a la pureza de Su intuición. En tal caso, era lógico que se sirvieran de esos obedientes instrumentos suyos con los que contaban para el combate.

Dichos instrumentos eran las personas que muy acertadamente se hacían llamar «intelectuales», o sea, las que se habían sometido al intelecto y que, por ende, estaban, como éste, firmemente atadas a tiempo y espacio, con lo cual ya no podían comprender conceptos espirituales y más elevados, conceptos que estuvieran muy por encima de tiempo y espacio. Por ello les resultaba imposible también entender la doctrina de la Verdad. Todas esas personas se apoyaban, según su propia convicción, en un fundamento demasiado «real», como es el caso de muchos hoy día también. Fundamento real, empero, significa en realidad un fundamento en extremo limitado. Y precisamente todas estas personas constituían la mayoría de los que ocupaban posiciones de poder, o sea, de los que tenían en sus manos el poder religioso y demás autoridades.

Y así fue como, en furiosa resistencia, las tinieblas blandieron el látigo sobre ellas, moviéndolas a esas despiadadas agresiones que llevaron a cabo contra Jesús sirviéndose del poder terrenal con que contaban.

Las tinieblas esperaban hacer así vacilar a Jesús y, en el último instante, poder destruir la labor redentora. El que las tinieblas pudieran ejercer semejante poder en la Tierra fue meramente culpa de los hombres, que, con esa errónea actitud que ellos mismos decidieron adoptar, estrecharon su capacidad comprensiva y, por consiguiente, le otorgaron la supremacía a las tinieblas.

Esta sola culpa fue el pecado de la humanidad que trajo consigo todos los demás males.

Y por causa de ese pecado de la humanidad fue que Jesús se vio obligado a sufrir. El azote del látigo de las tinieblas continuó hasta llegar al extremo: Jesús se hacía reo de morir en la cruz en caso de que no se retractara de su aseveración de ser el Portador de la Verdad y la Luz. Había que tomar una decisión que resultaría definitiva. Una fuga, un retiro total de todo podía salvarlo de la muerte en la cruz. Ello, empero, hubiera significado un triunfo de las tinieblas en el último instante, ya que entonces todo el trabajo de Jesús hubiera poco a poco acabado en saco roto y las tinieblas, triunfantes, podrían volver a cubrirlo todo. Jesús no hubiera cumplido Su misión y la labor redentora iniciada hubiera quedado inconclusa.

La lucha interior en Getsemaní fue dura pero breve. Jesús no le huyó a la muerte terrenal, sino que permaneció firme y, por la Verdad que había traído, marchó tranquilamente camino de Su muerte terrena. Con Su sangre, le puso el sello a todo lo que había dicho y vivido.

Por medio de esta acción, derrotó completamente a las tinieblas, que se habían jugado su última carta. Jesús salió victorioso. Por amor al Padre y a la Verdad, por amor a la humanidad, a la que así le dejó el camino de la libertad que conduce a la Luz, puesto que, gracias a ese triunfo Suyo, aquélla se vio fortalecida en el convencimiento de la veracidad de Su Palabra.

Una evasión por medio de la fuga y el consiguiente abandono de Su labor hubiera obligadamente traído dudas a los hombres.

De modo que Jesús murió por causa del pecado de la humanidad. Si no hubiera existido dicho pecado de la humanidad, si esta no se hubiera apartado de Dios como consecuencia del estrechamiento de su horizonte por medio del intelecto, Jesús se pudiera haber evitado Su venida, así como Su calvario y Su muerte en la cruz. De manera que es bien acertado el decir que por causa de nuestros pecados fue que Jesús vino, padeció y murió crucificado.

Mas ello no quiere decir que no tengas que liquidar personalmente tus propias deudas.

Solo que ahora te resulta más fácil debido a que, al traer la Verdad, Jesús te ha mostrado el camino con Sus palabras. De modo que la muerte de Jesús en la cruz no puede lavar tus pecados así no más. Para que algo así pasara, tendrían primero que ser echadas abajo todas las leyes del Universo. Mas eso no va a pasar. Jesús mismo invoca sobradas veces lo «que está escrito», o sea, lo viejo. Con el nuevo evangelio del amor no se perseguía echar por tierra o rechazar el viejo evangelio de la justicia, sino complementarlo. La idea era unir el primero al segundo.

Así que no olvides que la justicia del gran Creador de todas las cosas no se deja desviar ni por un pelo y que se mantiene férrea desde que el mundo es mundo hasta el fin de éste. Dicha justicia no puede permitir en modo alguno que alguien asuma la culpa de otro a fin de expiarla.

A Jesús le fue posible, por causa de la culpa de otros, o sea, por razón de la culpa de otros, venir, sufrir y morir, le fue posible asumir la batalla por la Luz; pero Él personalmente permaneció intacto y libre de esta culpa, por lo que le resultaba imposible asumirla.

No por ello la labor redentora pierde valor; al contrario, la misma constituye un sacrificio que no puede ser mayor. Jesús descendió de las cumbres luminosas para venir a la inmundicia por tu causa; Él luchó por ti, sufrió y murió por ti, a fin de traerte luz para que vieras el verdadero camino que conduce a las alturas, para que no te perdieras en las tinieblas y perecieras.

Esa es la imagen que has de tener de tu Redentor. En eso consistió su formidable labor de amor.

La severidad y rigurosidad de la justicia de Dios permaneció intacta en las leyes del Universo; puesto que lo que el hombre siembre, eso habrá de recoger, como dijo el propio Jesús en Su mensaje. Ni un ardite se le puede dejar pasar, por causa de esa justicia divina.

Tenlo presente cuando, imbuido de sagrada seriedad, te encuentres ante el símbolo de la Verdad. Agradece fervorosamente que, con Su Palabra, el Redentor te haya vuelto a abrir el camino de la remisión de los pecados, y cuando abandones el lugar, hazlo con la seria intención de seguir ese camino que se te ha mostrado, a fin de que puedas recibir el perdón. Seguir dicho camino, empero, no significa tan solo aprenderse la Palabra y creer en Ella, sino vivir la Palabra. Creer en Ella y considerarla correcta sin, al mismo tiempo, actuar acorde a Ella en todo no te serviría de nada. Todo lo contrario, sales peor que aquellos que no saben de la Palabra nada en absoluto.

¡Despierta, pues, que el tiempo terrenal te es precioso!

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