En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


82. Dioses – Olimpo – Valhalla

Hace mucho que se ha estado tratando de obtener una interpretación correcta sobre los conocidos dioses de antaño y de encontrar algo que los conecte con el período actual. Personas llamadas y gente estudiada andan a la búsqueda de una solución que aclare la cuestión completamente.

Sin embargo, eso sólo es posible si dicha solución ofrece al mismo tiempo una perspectiva global que abarque todas las épocas y que no presente laguna alguna; desde el comienzo de la humanidad hasta hoy. De lo contrario, no pasará de ser algo fragmentario. De nada sirve simplemente tomar la época en que se encontraban en su apogeo todos esos conocidos cultos de dioses de los griegos, de los romanos y también de los pueblos germánicos. Mientras las aclaraciones no abarquen al mismo tiempo todo devenir y fenecer como algo intrínseco, como algo completamente natural, estarán incorrectas. Pese a toda la inteligencia empleada, todos los intentos en este sentido iniciados hasta ahora siempre han acabado mostrando falta de resultados; los mismos no han podido pasar el examen de la profunda intuición y han quedado flotando en el aire como algo que no guarda conexión alguna con las épocas que han precedido al período analizado y las que le han seguido a éste.

Pero otra cosa no se puede esperar cuando se analiza detalladamente la trayectoria del hombre. –

Los oyentes y lectores de mi Mensaje deberían ya de haber llegado por su cuenta a qué es lo que en realidad encierran estas cuestiones que la gente, en parte, ha relegado incluso al reino de las leyendas y las fábulas o las han tomado meramente como imágenes fantasiosas de concepciones religiosas, imágenes que han tomado forma y se han concebido a raíz de observaciones de la naturaleza y como resultado de experiencias vividas en el día a día.

A la persona que analiza e investiga no debe resultarle difícil encontrar en las antiguas enseñanzas de los dioses algo más que simples fábulas mitológicas. Tal persona debe incluso de ver con claridad el verdadero acaecer. El que quiera, que me siga, que lo voy a llevar a la comprensión.

Aquí me remito a mi disertación: «¡Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen!49». En esta referí someramente la historia de la humanidad en la Tierra desde el comienzo hasta nuestros días. También ofrecí una perspectiva de lo que ha de venir. En dicho relato es de apreciar como, a mitad del ciclo de la Creación, el elemento sustancial, que se encuentra por debajo de lo espiritual, había alcanzado en la materia –que ocupa una posición en la Creación inferior a la de las dos primeras modalidades– lo máximo que sus facultades le permitían y, con semejante cumplimiento, había dejado el camino libre para la entrada del elemento espiritual, que está por encima de él, proceso este que se repite constantemente en la Creación. También expliqué cómo en el cuerpo animal que, por medio del elemento sustancial, había alcanzado el más alto desarrollo y al que se le ha llamado hombre primitivo se dio entonces, y no antes, la posibilidad –debido a este desarrollo máximo alcanzado– de que entrara un germen espiritual, lo cual sucedió, y que esta posibilidad siempre se va a volver a dar en ese punto evolutivo de la Creación. Así pues, en el animal más desarrollado de entonces entró algo nuevo que hasta ahora no había habido en él, el elemento espiritual.

Ahora bien, de este suceso no se debe volver a sacar la conclusión apresurada de que semejante acontecer se repite constantemente en la misma región cósmica durante el desarrollo evolutivo de ésta; ya que ése no es el caso. Todo lo contrario, ello sucede sólo una vez en la misma región.

En la continuación del desarrollo, la ley de atracción de las especies afines pone aquí una barrera inamovible contra la repetición de dicho suceso en la misma región cósmica. La atracción de las especies afines es, en este caso, sinónimo de autorización del suceso en cuestión durante un período de desarrollo bien específico en el que, gracias a un estado de mediana madurez de la materia, las simientes espirituales que andan dando vueltas en la frontera pueden hundirse como meteoros en la materia, la cual se encuentra en un estado que le permite acogerlas, para, una vez allí, ser absorbidas y envueltas, o sea, encapsuladas y retenidas, por los lugares que están listos para recibirlas, en este caso, los cuerpos animales más desarrollados de aquel entonces. Es exactamente igual a como sucede en lo que constituye un sencillo reflejo de ello a menor escala, cuando, en el caso de un enlace químico, dicho enlace con una sustancia ajena sólo es posible a un nivel de temperatura o calor bien específico de la sustancia que ha de acogerla y después de que dicho nivel de temperatura o calor haya, a su vez, causado un estado particular de la masa bien específico, estado que sólo se puede alcanzar a ese determinado grado de temperatura. La más ínfima alteración en este sentido hace que la unión resulte imposible y que las sustancias se repelan y no puedan responder favorablemente a un intento de unión.

Aquí la especie afín radica en un estado específico de madurez recíproca, madurez esta que aparentemente no muestra sino grandes contradicciones, y digo «aparentemente» porque dichas contradicciones quedan balanceadas por la diferencia en altura y profundidad de las dos partes que se unen. El punto más bajo de lo espiritual guarda similitud, en cuanto a madurez, con el punto más alto de lo sustancial, que se encuentra debajo de él. Sólo exactamente allí donde estos dos puntos se tocan resulta posible un enlace. Y dado que la materia, en su evolución, siempre se está moviendo en lo que constituye un gran ciclo de germinación, florecimiento, maduración y descomposición producto del exceso de madurez, a la vez que lo espiritual reposa sobre ella, esta circunstancia en que los puntos se tocan y, encendiéndose, establecen un enlace solo puede darse en un lugar bien específico mientras la materia va pasando. Se trata de una fecundación espiritual de la materialidad, la cual, gracias a la actividad de lo sustancial, se hincha en celo para ir al encuentro de lo espiritual con miras a dicha fecundación.

Cuando en el impetuoso avance de una región cósmica, dicho punto en el ciclo evolutivo ya ha pasado, entonces deja de existir para ella la posibilidad de fecundación a través de gérmenes espirituales, mientras que la región cósmica que le sigue pasa a ocupar su lugar; para ella, sin embargo, comienza una nueva etapa, en la que espíritus en proceso de madurez pueden encontrar acceso en su seno, y así sucesivamente. Esta disertación no basta para desarrollar el cuadro completo. Seguramente, empero, la persona que investiga con seriedad se podrá imaginar sin dificultad alguna cómo continúa dicho proceso. –

Ahora bien, en virtud de su más elevada condición, el elemento espiritual, al hacer su entrada, hizo sentir su influencia viva en todo lo demás y, pese a estar, en aquel entonces, en estado inconsciente aún, comenzó a gobernar apenas entró a la materia. El cómo este elemento espiritual fue elevando poco a poco el cuerpo animal hasta el cuerpo humano de hoy día es algo que todo lector del Mensaje seguramente ya conoce y comprende50.

Ahora, los cuerpos animales de la raza más desarrollada de aquel entonces en los que no encarnó ninguna simiente espiritual quedaron estancados en su desarrollo, toda vez que el elemento sustancial en ellos ya había alcanzado lo más alto de lo que era capaz y faltaba la fuerza de lo espiritual para darle continuidad al proceso evolutivo de dichos cuerpos; y con el estancamiento sobrevino inmediatamente la maduración excesiva, la cual vino seguida del retroceso, que es la antesala de la desintegración. Para esa raza había tan solo dos posibilidades, el encumbramiento a cuerpo humano por medio del espíritu, o la extinción, la desintegración. Y de ese modo, esa especie animal dejó de existir por completo. –

Sigamos el proceso de toma de conciencia de sí mismo de este germen espiritual, en principio inconsciente, hasta que el mismo se convierte en espíritu humano, y visualicemos en espíritu la manera gradual en que dicho germen va penetrando con su irradiación las envolturas que lo rodean y los entornos en que se encuentra.

Esto no es muy difícil, dado que el curso del desarrollo se manifiesta con total claridad y de manera perceptible a la vista. Uno no necesita más que observar las razas humanas que quedan hoy día en la Tierra.

El espíritu de los hombres más primitivos, por ejemplo, entre los que se cuentan los llamados pueblos salvajes, así como los bosquimanos, los hotentotes, etc., no lleva menos tiempo en la materia que los demás, sino que simplemente no ha mantenido el paso en el desarrollo evolutivo o, después de haber conseguido ascender, ha vuelto a retroceder en su desarrollo –o bien en este mundo, o en el más allá– a tal grado que su única posibilidad de encarnar ha sido en semejante entorno inferior. De modo que es por culpa propia que, conforme al acaecer natural, o bien no ha salido de ese nivel tan bajo, o se encuentra de vuelta ahí, con lo cual su perspectiva del entorno no físico-material no puede ser de naturaleza muy enaltecedora que digamos.

La sed espiritual de ver más allá de su propio nivel es algo que la simiente espiritual ya trae consigo, es algo que forma parte intrínseca de su constitución y que, por tanto, repercute de manera poderosa incluso en los niveles más bajos de desarrollo. Se trata del elemento motriz y vital en el espíritu, lo especial que otras especies o modalidades en la Creación no tienen. Ahora, la posibilidad de dicho intuir o querer ver más allá está dada solo para un nivel por encima del nivel en que el individuo en cuestión se encuentra en ese momento, y no más allá. Es por esa razón por la que las almas humanas que se encuentran en ese bajo nivel y que han descuidado su desarrollo o han pecado en él de semejante manera solo pueden vislumbrar o ver por medio de la clarividencia seres igual de bajos.

Pues está claro que personas con facultades mediumnísticas o clarividentes las hay en todas las razas, independientemente del nivel al que la raza en cuestión pertenezca.

Aquí me gustaría reiterar expresamente que cuando en esta explicación hablo de «ver» o «vislumbrar» me estoy refiriendo a lo que en verdad ha sido visto por el clarividente personalmente. A lo largo de todos los tiempos, empero, lo que los «clarividentes» ven o han visto personalmente siempre es, a lo sumo, la cuarta parte de lo que ellos ven. Y esta cuarta parte, a su vez, solo puede estar un nivel por encima de la propia madurez interior, no más. Otra posibilidad no existe. Esta circunstancia, sin embargo, constituye al mismo tiempo una protección natural para todo clarividente, como ya he mencionado muchas veces. De modo que los oyentes no deben necesariamente tomar a los médiums y clarividentes por individuos tan maduros y encumbrados como sugiere lo que ellos describen como «visto»; toda vez que esas regiones, procesos y espíritus de naturaleza más alta y luminosa les han sido meramente mostrados por guías y seres espirituales, a través de imágenes vivas. Los clarividentes, empero, creen erróneamente haber vivido de verdad todo eso y se engañan a sí mismos al respecto. Por eso es por lo que muchas veces es para quedarse pasmado de la frecuencia con que uno se encuentra con médiums de un carácter bien inferior que describen como vistas y vividas cosas que para nada concuerdan con su propia personalidad o que, de hacerlo, es sólo en un grado ínfimo. –

De modo que aquí solo hablo del reducido espectro en que se mueve la verdadera visión personal de médiums y clarividentes. Lo que cae fuera de dicho espectro no es tocado en esta explicación.

Los clarividentes y médiums a lo largo de todos los tiempos tienen, en realidad, como única finalidad el ayudar con sus dones a la humanidad a alcanzar la ascensión, pero no en calidad de líderes, sino como instrumentos. Una persona con facultades mediumnísticas jamás podría ser líder, ya que depende demasiado de corrientes y otras cuestiones. La finalidad de estos individuos es la de, de vez en cuando, servir de puertas con miras a la continuación del desarrollo. Es su propósito el servir de peldaños en la escalera de la ascensión.

Cuando se toma en cuenta que a las razas que se encuentran en los niveles más bajos de desarrollo sólo les es posible tener una perspectiva que se reduce a un entorno igualmente bajo, con poco margen de maniobra hacia arriba, no resulta difícil de comprender que en las razas humanas inferiores uno predominantemente encuentre el temor a los demonios y la adoración de estos. Eso es lo que ellos pueden ver y vislumbrar.

Hasta aquí la observación superficial. Pero me gustaría ir más al detalle en la explicación, pese a que con ello nos desviamos de la clara visión de conjunto.

El espíritu de las razas humanas inferiores –que o bien no ha sido desarrollado, o se ha dejado atrofiar– se encuentra, como es natural, espiritualmente ciego y sordo, siendo esta una condición que siempre ha tenido o en la que ha vuelto a caer. A semejante individuo le es imposible ver con el ojo espiritual, lo cual, por cierto, no le ha sido posible a ningún ser humano hasta ahora, lamentablemente.

Sin embargo, a ese individuo que aún se encuentra en un nivel tan inferior no le es posible siquiera ver con el ojo sustancial, como tampoco con el etéreo, sino meramente con el ojo físico-material, que en la jungla va adquiriendo cada vez más agudeza, por medio de la necesaria lucha personal del individuo en cuestión contra sus semejantes, los animales y los elementos, lucha que poco a poco le va permitiendo discernir la materia física de consistencia más sutil y la de consistencia sutilísima.

Ahí lo primero que ven son los fantasmas. Se trata de entes que deben su existencia única y exclusivamente al miedo y temor de los hombres, sentimientos estos que les han dado forma y que los mantienen. Dichos fantasmas, que no tienen vida propia, dependen completamente de los sentimientos intuitivos de los seres humanos, los cuales los atraen o los repelen. Aquí repercute la ley de la fuerza de atracción de todas las especies afines. El temor siempre va a atraer estos entes de temor y miedo, de manera que los mismos dan la impresión de literalmente abalanzarse sobre los medrosos.

Y como los fantasmas están conectados, por medio de elásticos cordones de alimentación, a los artífices, o sea, a las personas bien temerosas, todo medroso siempre está indirectamente en contacto con la gran masa de miedosos y temerosos y recibe de éstos nuevo refuerzo, refuerzo que incrementa aún más el miedo y temor del individuo en cuestión y que puede, por último, llevarlo a la desesperación, a la locura.

En cambio, la intrepidez, o sea, el coraje, repele por naturaleza y con toda seguridad a semejantes fantasmas. Por eso los intrépidos, como ya se sabe muy bien, siempre llevan las de ganar.

En vista de ello, ¿resulta de extrañar que en las razas inferiores se hayan ido formando los llamados curanderos y hechiceros, cuya casta fue fundada por clarividentes, toda vez que estos eran capaces de ver cómo esos entes, erróneamente tenidos por seres con vida propia, eran «expulsados» con un poco de recogimiento, con saltos y contorsiones que lo distrajeran a uno del miedo sentido o con conjuros que suscitaran concentración o coraje?

Así semejantes personas, con ocasión de ello, imaginen ideas que para nosotros son imposibles y nos resultan ridículas, ello no quita que, para el horizonte que tienen y la facultad comprensiva con que cuentan, están haciendo algo muy correcto. Somos nosotros los que, debido a nuestra ignorancia, carecemos de entendimiento para ello.

Entre los individuos que sucedieron a estos hechiceros y curanderos se dio de manera natural el caso que muchos de ellos no tenían facultades mediumnísticas ni eran clarividentes, máxime cuando el cargo conllevaba prestigio e ingresos, los cuales son perseguidos por los hombres de los niveles más bajos con el mismo inescrupuloso afán que por los de la elevada raza blanca. Estas personas que no eran videntes lo que hacían entonces era copiar simplemente los actos de sus predecesores, actos estos que no entendían, e incluso agregaban algunas insensateces a fin de causar más impresión, toda vez que lo único que les importaba era la aprobación de sus semejantes, y así devinieron en los astutos timadores que, con estas actividades, solo buscan su propio provecho y no tienen la más mínima idea del verdadero significado. Y por ellos la gente trata hoy día de juzgar y de desestimar a la casta entera.

Es así como en las razas humanas inferiores lo primero que encontramos es el temor a los demonios y la adoración de estos. Eso es lo que a los individuos de dichas razas les es posible ver, y, al tratarse de entes de otra naturaleza, les temen.

Ahora pasemos a estadios de desarrollo algo superiores, en los que los individuos ya pueden ver un poco más allá, ya sea a través de la clarividencia, o meramente por medio de una intuición inconsciente, la cual, a fin de cuentas, también forma parte del ver interior. En el caso de estos individuos, el espíritu encapsulado en ellos, que va despertando cada vez más, ya ha atravesado desde adentro algunas envolturas más en sentido ascendente.

Por consiguiente, ya son capaces de ver seres más bondadosos, o conocen de ellos por haberlos intuido, y van así perdiendo poco a poco la adoración de los demonios. Y ese es el curso que sigue el proceso que nos ocupa. Siempre hacia arriba, con lo que todo se vuelve cada vez más luminoso. En el desarrollo normal el espíritu siempre marcha hacia adelante.

Los griegos, los romanos y los pueblos germánicos, por ejemplo, llegaron a ver aún más. Su visión interior fue más allá de la materia y penetró hasta la esfera inmediata superior, la esfera sustancial. En el desarrollo que fueron alcanzando fueron, por último, capaces de ver también a los líderes de las sustancialidades y de los elementos. A algunas personas con facultades mediumnísticas sus dones les permitieron llegar incluso a tener una comunicación con ellos, puesto que dichos líderes, como criaturas sustanciales conscientes que son, cuentan con esa sustancialidad de la que el hombre lleva una parte en su interior además de lo espiritual.

Para el desarrollo con que contaban los pueblos en aquel entonces, el ver, sentir y oír a las sustancialidades era lo más alto que podían alcanzar. Es lógico que, en virtud de su actividad y de su naturaleza diferente, los poderosos líderes de los elementos fueran entonces vistos por estos pueblos como lo más alto y fueran considerados por ellos como dioses, recibiendo el excelso castillo que les sirve de sede, y que existe de verdad, el nombre de Olimpo o Valhalla.

Ahora, este ver y oír interior de los hombres, al ser traducido en palabras o en alguna otra forma de expresión, va a estar siempre vinculado a la facultad expresiva y comprensiva personal del individuo de turno. A ello se debe que los griegos, los romanos y los pueblos germánicos describieran en forma y concepto a los mismos líderes de los elementos y de todas las sustancialidades según la concepción que cada uno tenía de su entorno. Sin embargo, pese a algunas diferencias entre las descripciones, se trataba en todos los casos de los mismos líderes.

Si ahora, por ejemplo, tuviéramos reunidos a cinco o más clarioyentes buenos de verdad y todos captaran al mismo tiempo una frase bien específica dicha por un morador del más allá, al ser ésta reproducida, sólo el significado de lo oído sería el mismo en todos los casos, pero no la reproducción de las palabras en sí. Cada cual va a transmitir las palabras de forma diferente a los demás y también va a oírlas diferente, ya que en el momento mismo en que el clarioyente capta las palabras, hay mucho del elemento personal que entra a jugar un papel; exactamente como sucede con la música, la cual es sentida de diferentes maneras, en dependencia de quien la oiga, pero en el fondo suscita el mismo efecto. De todos estos trascendentales efectos secundarios en la relación de los hombres con el Universo habré de hablar detalladamente con el tiempo. Hoy nos apartaría demasiado del tema que nos ocupa. –

Cuando, más adelante, pueblos llamados, o sea, aquellos pueblos de mayor desarrollo interior (aquí el desarrollo intelectual no cuenta), fueron capaces de, gracias a la madurez alcanzada por medio de vivencias, hacer saltar en pedazos esa frontera de la sustancialidad, su visión o intuición penetró hasta el umbral del reino espiritual.

Ello trajo como consecuencia natural que en su cosmovisión esos dioses de entonces tuvieran que ser destronados como tales y cederle el lugar a algo más alto. Por desgracia, empero, no llegaron, aun así, al punto de ser capaces de ver lo espiritual.

De ese modo, lo espiritual permaneció cerrado para ellos, dado que el curso normal del desarrollo se quedó detenido en este punto, obstaculizado por la cada vez más marcada presunción intelectual.

Solo unas pocas excepciones consiguieron resguardarse de semejante estancamiento, como, por ejemplo, Buda y otros más, que, a través de la renunciación al mundo, lograron continuar su desarrollo normalmente y también volverse espiritualmente videntes hasta un cierto grado.

Dicha renunciación al mundo, o sea, el apartarse de los hombres con miras a continuar el desarrollo del espíritu, se hizo necesaria sólo por causa del unilateral cultivo del intelecto, cultivo este que le es hostil al espíritu y cuyo dominio se volvía cada vez más general. Ello fue una reacción natural para protegerse de la trivialización espiritual, que iba ganando terreno, y no hubiera sido necesario en absoluto de haber un desarrollo normal general. Todo lo contrario; ya que cuando una persona ha alcanzado una altura determinada en su desarrollo espiritual, está obligada entonces a seguir trabajando para fortalecerse aún más; de lo contrario, llega el relajamiento y, con ello, se esfuma enseguida la posibilidad de continuar el desarrollo. El estancamiento hace su entrada y trae fácilmente como consecuencia el retroceso.

Pese a que en el caso de Buda y de otros también la continuación del desarrollo espiritual sólo llegó hasta cierto grado bien definido, o sea, no fue un desarrollo completo, ello, no obstante, hizo que entre ellos y los hombres se abriera una gran distancia, de manera que estos vieron como enviados de Dios a esa gente que se había desarrollado de manera normal, cuando lo que en realidad había pasado era que el avance de su espíritu había traído consigo, como consecuencia perfectamente natural, que dichos individuos adquirieran una nueva cosmovisión.

Sin embargo, estas personas que sobresalían por encima de la gran masa de seres humanos en estancamiento e incluso en retroceso espiritual se encontraban meramente ante la puerta abierta que daba paso a lo espiritual y puede que hayan podido también percibir algo difusamente, eso sí, sin llegar a ver con claridad. Lo que sí intuyeron y percibieron de forma patente fue una poderosa y consciente guía unitaria que venía de arriba, que venía de un mundo en el que no llegaron a mirar.

Obedeciendo a este sentimiento, dieron forma entonces a un Dios único e invisible. Sin tener conocimiento de más nada.

De ahí que fuera lógico que se imaginaran a este Dios que meramente habían vislumbrado como el ser espiritual más alto, dado que lo espiritual era la nueva región, región en cuyo umbral se encontraban.

Es así como en esta nueva idea del Dios invisible sólo se había acertado correctamente en el hecho en sí, pero no en el concepto, ya que el concepto que se habían formado era incorrecto. El concepto concebido por el espíritu humano no fue en ningún momento el de Dios como Éste verdaderamente es. Al contrario, se Lo imaginó meramente como el más alto ser espiritual. Esa deficiencia del desarrollo que le ha faltado al hombre por alcanzar se pone de manifiesto incluso hoy día en el hecho de que muchos individuos quieren aferrarse a como dé lugar a la idea de que llevan en su interior la misma esencia que la de Ése a quien ellos sienten como su Dios.

La deficiencia radica en el estancamiento del desarrollo espiritual.

Si éste hubiera continuado, la humanidad, al avanzar en su maduración y dejar atrás a los antiguos dioses de lo sustancial, no hubiera concebido acto seguido a este Dios invisible, sino que primero hubiera podido ver a los espíritus primordialmente creados, que se encuentran por encima de esos líderes de todos los elementos considerados como dioses y cuya sede es el Castillo del Grial, que es el castillo más alto de lo espiritual. Y tal como había pasado antes, al principio hubieran visto a estos como dioses, hasta que su condición interior llegara a ser tal que no solo pudieran vislumbrar a los espíritus primordiales, los seres hechos verdaderamente a imagen y semejanza de Dios, sino que fueran capaces de oírlos espiritualmente. De estos hubieran entonces recibido las noticias de la existencia de «un Dios único que es» y que se encuentra fuera de la Creación.

Al quedar de ese modo su sentimiento intuitivo orientado en esa dirección, su ser interior hubiera alcanzado tal madurez que, como parte del avance en su desarrollo, habrían acabado adquiriendo la facultad de recibir con alegría, de manos de un enviado de Dios, mensajes divinos provenientes verdaderamente de lo divino. O sea, provenientes de fuera de la Creación y, por ende, de su posibilidad de ver.

Ese hubiera sido el camino normal.

Mas su desarrollo se quedó detenido en lo que apenas era el umbral de lo espiritual, e incluso volvió a retroceder enseguida, por causa de las faltas de los hombres.

Fue así como surgió la época en la que, como acto de emergencia, se hizo necesario encarnar un poderoso enviado de Dios en Jesús de Nazaret, con el objeto de ofrecer un mensaje proveniente de lo divino como ayuda para ilustrar a la humanidad –la cual aún no estaba lo suficientemente madura para ello–, a fin de que los buscadores, con su inmadurez, pudieran al menos tener por el momento un sostén en la fe.

Es por esa razón por la que, al Hijo de Dios, enviado a ayudar a esa humanidad que se estaba perdiendo, no le quedó otra opción que pedir por el momento solo fe y confianza en Su Palabra.

Una tarea como para desesperar. Cristo ni siquiera pudo decir todo lo que hubiera querido. Es por esa razón por la que no habló de muchas cosas, como de las reencarnaciones terrenales y otros temas. La inmadurez espiritual con la que estaba lidiando era demasiado grande como para hablar de esas cuestiones. Y con tristeza, así se lo expresó a Sus discípulos: «¡Muchas cosas más podría deciros, pero no me entenderíais!».

O sea, ni siquiera los discípulos, quienes, de hecho, Lo mal interpretaron en muchas cuestiones. Y si el propio Cristo sabía que Sus discípulos no Lo entendían estando Él aún en la Tierra, es evidente que, al ser transmitidas Sus palabras más tarde, surgieron muchos errores, errores a los que a estas alturas la gente trata de aferrarse tenazmente. Y si bien es cierto que Cristo, en vista de la inmadurez de entonces, pidió meramente fe en Su Palabra, no es menos cierto que Él exigió de aquellos de voluntad seria que esa fe inicial «cobrara vida» en ellos.

Es decir, que llegaran a convencerse de la veracidad de esta Palabra. Puesto que en aquel que, lleno de confianza, obedecía Su Palabra, el desarrollo volvía a experimentar avances, y el individuo en cuestión, en el proceso de su desarrollo, tenía por fuerza que ir pasando gradualmente de la fe a la convicción en lo dicho por Cristo.

Es por eso por lo que ahora el Hijo del Hombre va a exigir convicción en lugar de fe. También de todos esos que dicen llevar consigo el Mensaje de Cristo y que se dan por seguidores de dicho Mensaje. Ya que quien aún no es capaz de, en lugar de la fe, llevar en su interior la convicción en la veracidad del divino Mensaje de Cristo –el cual es uno con el Mensaje del Grial y resulta indisociable de Éste–, no ha alcanzado tampoco esa madurez de su espíritu que es necesaria para entrar al Paraíso. Ese tal será rechazado, y no habrá nada en absoluto que pueda evitarlo.

En tal caso, ni el más grande saber intelectual podrá ayudarle a hallar una escapatoria. Por ley natural, se verá obligado a permanecer atrás y estará perdido para siempre. –

El que la humanidad de esta región cósmica aún se encuentre en el umbral del reino espiritual, con la mayor parte de ella incluso por debajo de dicho umbral, es algo que se debe meramente a que los interesados así lo han querido y a la intelectual presunción de estos de saber más. Por causa de ello, el cumplimiento del desarrollo normal quedó condenado a fracasar por completo, como ya muchos se habrán dado cuenta. –

Los cultos religiosos de la humanidad, con todas sus diferencias, no dimanan en absoluto de la fantasía, sino que muestran subdivisiones de la vida en el más allá. Incluso el curandero de una tribu de negros o de indios ocupa una posición muy justificada en el bajo nivel de su pueblo. El que entre tales curanderos se cuelen timadores y estafadores no basta para invalidar la cuestión en sí.

Los demonios, los seres del bosque y del aire y también los llamados dioses de la antigüedad siguen en el mismo lugar en que siempre han estado y realizan la misma actividad que en tiempos de antaño. Asimismo, la más elevada fortaleza de estos grandes líderes de todos los elementos, el Olimpo o Valhalla, jamás ha sido una fábula, sino que ha sido vista de verdad. Ahora, lo que los hombres, al estancarse en su desarrollo, ya no pudieron ver son los espíritus creados primordialmente a imagen y semejanza de Dios, los cuales también tienen una fortaleza que se alza en elevadas cumbres y a la cual llaman Castillo del Grial, el más elevado castillo en la esfera puramente espiritual y, por ende, en la Creación entera. Sobre la existencia de este castillo, a los hombres, detenidos como éstos estaban en el umbral de todo lo espiritual, sólo pudieron llegarles noticias por medio de inspiración, toda vez que no habían madurado lo suficiente como para llegar a vislumbrarlo también.

Todo es vida. Los hombres, que se creen adelantados, son los únicos que en lugar de avanzar se han ido por un desvío y han acabado de vuelta en las profundidades. –

Ahora no se debe esperar que, con un mayor desarrollo, el concepto de Dios enseñado por Cristo y también en mi Mensaje vuelva a ser cambiado. Dicho concepto perdurará para siempre, ya que otra cosa más allá no hay. Con esa entrada en lo espiritual que hasta ahora ha faltado y el perfeccionamiento que ello traiga, todo espíritu humano puede encumbrarse lo suficiente como para, a través de las vivencias interiores, acabar ganando sin falta la convicción de esta realidad. Y entonces podría, con conocimiento de causa y operando en la fuerza de Dios, llevar a cabo las grandes cosas para las que desde un principio estaba llamado. Pero, en tal caso, jamás volvería a figurarse que tiene divinidad en su interior. Semejante engaño es meramente la marca y el sello de su inmadurez actual.

Con la debida conciencia, empero, vendría entonces la gran humildad y surgiría ese servicio liberador que las puras enseñanzas de Cristo siempre han puesto como requisito.

Sólo cuando los misionarios, los predicadores y los maestros comiencen a desarrollar su actividad sobre la base del saber del desarrollo natural en toda la Creación y, por ende, del conocimiento exacto de las leyes de la voluntad divina, sin saltarse nada ni dejar lagunas, podrán obtener resultados que sean espiritualmente vivos de verdad.

Desgraciadamente, toda religión hoy día no es más que una forma rígida que, con trabajo, conserva un contenido estantío. Tras el necesario cambio, empero, dicho contenido estantío, al cobrar vida, adquirirá fuerza y, haciendo saltar en pedazos esas formas frías, muertas y rígidas, se verterá en júbilo fragoroso sobre todo el Universo y entre todos los pueblos. –

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