En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


23. Moralidad

Un oscuro nubarrón se extiende sobre la humanidad. Pesada está la atmósfera. Sometida a una presión sorda, la capacidad intuitiva del individuo apenas consigue trabajar. En estado de suma tensión se encuentran únicamente los nervios que repercuten en la vida de las sensaciones y los instintos corporales, estimulados artificialmente mediante el error de una educación incorrecta, de una falsa postura o de una idea equivocada con la que la persona no hace sino engañarse a sí misma. En este aspecto, el hombre de hoy día no es normal, sino que lleva consigo un instinto sexual enfermizo y hasta dies veces mayor de lo natural, un instinto al cual, de mil maneras y formas, trata de edificarle un culto que habrá de devenir en la ruina de la humanidad.

Cual hálito pestilente, todo esto, con el tiempo, llega a ejercer un efecto contagioso e infeccioso sobre aquellos que desesperadamente tratan aún de aferrarse a un ideal que flota en el fondo de sus subconscientes. Anhelantes, extienden los brazos hacia este ideal, mas, con un suspiro, los dejan caer una y otra vez, desesperados y desprovistos de esperanzas tras haber echado una mirada a su entorno. Con sorda impotencia, ven horrorizados a qué velocidad vertiginosa la clara percepción de la moralidad y del vicio se va enturbiando, la facultad de discernimiento se pierde y la capacidad de entendimiento en este aspecto cambia de tal forma que muchas cosas que hasta hace muy poco hubieran causado repulsión y desprecio son enseguida aceptadas como lo más natural del mundo y ni siquiera causan sorpresa. Pero pronto vendrá la gota que colmará la copa. ¡Terrible habrá de ser el despertar entonces!

Incluso ya en la actualidad sucede a veces que esas masas de sentidos azuzados, de repente, se encogen temerosas, algo que hacen sin pensar en absoluto y de manera inconsciente. Por un momento, la inseguridad se apodera de muchos corazones; mas no llega a producirse un despertar, no llegan a percibir con claridad lo indigno de lo que están haciendo. Acto seguido redoblan su celo con el objeto de desechar o incluso de acallar semejantes «debilidades» o «rezagos» de una mentalidad anticuada. La cuestión es avanzar a cualquier precio. Mas se puede avanzar en dos direcciones: hacia arriba o hacia abajo. Según la decisión de uno. Y de acuerdo al panorama actual, el rumbo tomado es el que lleva hacia abajo, y a una velocidad siniestra. Cuando el reloj dé la hora en que esos despeñados hayan de toparse con una fuerte oposición, el impacto habrá de hacerlos añicos.

En ese ambiente pesado, el nubarrón se va haciendo cada vez más compacto y más nefasto. En cualquier momento puede caer el primer relámpago, que, cortando y alumbrando la oscuridad, ilumina flagrante lo más oculto, con una implacabilidad y severidad que entraña la liberación para aquellos que aspiran a la Luz y la claridad; ahora, a aquellos que no tienen ningún anhelo de Luz les trae la perdición. Cuanto más tiempo tenga esta nube para aumentar su negrura y su espesura, más estridente y espantoso será el relámpago que la misma genere. Y se desvanecerá entonces ese aire blando y soporífero, que, en los pliegues de su pereza, guarda lujuria latente; puesto que, como es natural, ese primer relámpago vendrá seguido de una corriente de aire fresco y seco que traerá nueva vida. En la fría claridad de la Luz, todos los engendros de la lóbrega fantasía quedarán despojados de sus ilusorias falsedades ante la indignada mirada de la humanidad. El despertar en las almas tendrá el efecto de la sacudida producida por un potente trueno, de manera que el torrente de la viva agua de manantial de la inalterada Verdad pueda verterse sobre el suelo así removido. Y rayará el día de la libertad, el día de la liberación de la maldición de una inmoralidad existente hace milenios y que en la actualidad alcanza su apogeo.

¡Mirad a vuestro alrededor! ¡Fijaos en las lecturas, los bailes, la ropa! Por medio de la eliminación de todas las barreras entre los dos sexos, en los tiempos presentes se persigue como nunca antes enturbiar sistemáticamente la pureza de la intuición, distorsionarla a través de este enturbiamiento, ponerle máscaras engañosas y, de ser posible, acabar sofocándola por completo. De surgir reparos, éstos son acallados por los hombres con discursos altisonantes que, bien mirados, empero, meramente dimanan de ese trémulo impulso sexual que vibra en el ser interior y tienen por objeto proporcionar constantemente y de incontables maneras y formas nuevo pábulo a los apetitos y apetencias, tanto diestra como chapuceramente, de manera solapada y abierta.

Hablan de preparativos enfocados en el surgimiento de una humanidad libre e independiente, de un desarrollo de la firmeza interior, de cultura del cuerpo, de la belleza de la desnudez, de deporte ennoblecido y de crianza con el fin de darle vida a la máxima: «¡Para el puro, todo es puro!»; en resumen, la elevación de la raza humana por medio de la eliminación de toda mojigatería, a fin de crear así al hombre noble y libre en cuyos hombros ha de descansar el porvenir. ¡Y ay de aquel que se atreva a decir algo en contra! Semejante osado no tarda en ser apedreado, al acompañamiento de grandes alaridos, con acusaciones semejantes a la aseveración de que sólo pensamientos impuros pueden moverlo a «ver algo de malo en ello».

Se trata de un furioso remolino de agua pútrida de la que se propaga un vaho embotador y ponzoñoso, el cual, a semejanza de una embriaguez por morfina, provoca ilusiones turbadoras de los sentidos por las que miles y miles se dejan llevar continuamente, hasta que el sueño en que caen viene seguido del hundimiento. El hermano trata de ilustrar a la hermana, los hijos a los padres. Cual marea viva, semejante acontecer se mueve raudo sobre los hombres, y furioso es el batir de las olas allí donde algunos juiciosos presa del hastío se ierguen solitarios cual peñascos en el mar. A estos se aferran muchos a los que sus fuerzas amenazan con abandonarles en semejante bramido. Da gusto ver a estos pequeños grupos que parecen oasis en el desierto, tan refrescantes como estos, convidando al descanso y a reponer energías al viajero que trabajosamente ha podido abrirse paso a través de este simún que amenaza con traerle la perdición.

Lo que bajo todos esos eufemísticos mantos se predica hoy día en aras del progreso no es sino una disimulada promoción de la más grande desvergüenza, no es otra cosa que el emponzoñamiento de toda elevada intuición en el hombre; la mayor plaga que jamás le ha sobrevenido a la humanidad. Y, cosa curiosa, es como si muchos tan solo hubieran estado esperando porque se les diera un pretexto creíble para degradarse al plano de los animales: un sinnúmero de personas lo acogen con sumo beneplácito.

Pero aquel que conozca las leyes que operan en el Universo se apartará asqueado de semejantes empeños. Analicemos tan solo una de las distracciones «más inocuas»: «los baños mixtos». «Para el puro, todo es puro». Eso suena tan bello que al abrigo de semejante eufonía uno puede permitirse muchas cosas. Pero consideremos por una vez los más simples procesos etéreos que tienen lugar en un baño de este tipo. Supongamos que hay treinta personas de ambos sexos y que veintinueve de ellas son verdaderamente puras en todos los sentidos. Ésta es una suposición que de antemano está totalmente descartada, puesto que lo contrario sería más correcto y, así todo, una rareza. Mas hagamos esa suposición. La excepción, la trigésima persona, estimulada por lo que ve, tiene pensamientos impuros, pese a que puede que, exteriormente, se comporte de manera irreprochable. Estos pensamientos no tardan en adquirir forma etéreamente y en devenir en formas mentales vivientes, y, atraídos por el objeto de observación, se adhieren a éste. Ello constituye un mancillamiento, da igual si llega a manifestarse visiblemente de alguna manera o en alguna actividad, o si no lo hace. La persona en cuestión, que ha sido blanco de las referidas formas, llevará consigo esa mancha, la cual es capaz de atraer formas mentales errantes de naturaleza similar. Es así como el entorno de esta persona se va haciendo cada vez más denso y puede acabar ejerciendo un efecto desorientador sobre ella y llegar a emponzoñarla, de la misma manera que una enredadera parásita, a menudo, asfixia al árbol más saludable. Estos son los procesos etéreos que se dan en los baños mixtos, los juegos de salón, los bailes y demás.

Ahora bien, hay que tener en cuenta que a estos baños y distracciones van precisamente todos esos que andan ex profeso a la búsqueda de algo para, mediante semejante contemplación, estimular de manera especial sus pensamientos y sensaciones. No resulta difícil de entender cuánta inmundicia es criada de esa manera sin que se pueda notar algo en el plano físico-material. Igual de lógico es que ese nubarrón de las formas pensantes que se va agrandando y espesando constantemente haya de influenciar gradualmente a un sinfín de personas que de suyo no buscan estas cosas. En aquéllas surgen pensamientos similares que, siendo débiles en un inicio, van ganando en fuerza y en vitalidad, y que constantemente reciben alimento por medio de la naturaleza actual de los «avances» en su entorno. Y es así como estas personas van deslizándose, una tras otra, en esa viscosa corriente oscura en la que la capacidad de comprender la verdadera pureza y moralidad se ensombrece cada vez más y todo acaba siendo arrastrado a las profundidades de la más absoluta oscuridad.

Lo primero que se debe hacer es eliminar esas oportunidades y estimulaciones para semejantes excrecencias de rápida multiplicación. Aquéllas no son más que caldos de cultivo que se prestan a que las apestosas sabandijas que son las personas inmorales lancen en ellos sus pensamientos, los cuales entonces crecen como la espiga y se vierten sobre la humanidad con efectos devastadores, y continuamente crean nuevos lugares de incubación que acaban constituyendo un solo sembrado gigantesco de plantas repugnantes de las cuales emana un hálito ponzoñoso que asfixia lo bueno también.

¡Salid de ese frenesí que, cual droga, no hace sino dar la impresión de vigorizar, cuando en realidad su efecto es somnífero y destructor! Es natural, aunque entristecedor, que sea precisamente el sexo femenino el que, en primer lugar, exceda una vez más toda medida y, con su manera de vestir, se rebaje al plano de la coquetería. Mas esto no hace más que demostrar la veracidad de la explicación sobre los procesos etéreos. Justo la mujer, debido al hecho de que, por naturaleza, su facultad intuitiva es más fuerte, absorbe de primera y más profundamente este veneno del apestado mundo etéreo de las formas mentales, esto sin estar consciente de ello en absoluto. La mujer está más expuesta a estos peligros, y, por esa razón, es la primera en dejarse arrastrar y, de una manera inexplicablemente rápida y llamativa, sobrepasa todo límite. No en balde se dice: «Cuando una mujer se echa a perder, es peor que un hombre.». Ello es válido en todos los géneros, ya sea en la crueldad, el odio o el amor. Las acciones de la mujer serán siempre un resultado del mundo etéreo que las rodea. Por supuesto que hay excepciones. Y también hay que decir que ello no exime de responsabilidad; puesto que la mujer, si así lo desea, es capaz de contemplar las impresiones que se le acercan y de guiar su volición y sus actos conforme a su voluntad. Que la mayoría, desgraciadamente, no lo haga es un fallo del sexo femenino, fallo este que se lo pueden agradecer meramente a su ignorancia sin límites en estas cuestiones. Ahora, lo malo para los tiempos presentes es que en realidad la mujer tiene en sus manos el futuro del pueblo. Éste descansa en ella, por razón de que el estado de su alma es más decisivo para los descendientes que el del alma del hombre. ¡Qué decadencia nos ha de traer el futuro entonces! Ni con armas ni con dinero ni con descubrimientos se podrá evitar esto. Tampoco con bienes materiales o una política sabia. En este caso, hacen falta medios más radicales.

Mas la mujer no es la única sobre quien cae esta tremenda culpa. Ella siempre será no más que el fiel reflejo de ese mundo de las formas pensantes que yace sobre su pueblo. Esto no se debe olvidar. Respetad y reverenciad a la mujer como tal, y ésta se amoldará en consecuencia, será aquello que veis en ella; y de esa manera elevaréis a vuestro pueblo. Pero, antes de eso, ha de tener lugar entre las mujeres un gran proceso de transformación. Como son ahora, una sanación solo puede ocurrir mediante una intervención radical que, de un tajo violento e implacable, extirpe con afilado cuchillo toda excrecencia y la lance al fuego. De lo contrario, aquéllas habrían de destruir todas las partes sanas que quedan.

Hacia esa necesaria intervención que se le ha de practicar a toda la humanidad corren indeteniblemente los tiempos presentes, a una velocidad cada vez más vertiginosa; y, en un final, acabarán provocándola. Va a ser doloroso y terrible, mas el resultado será la sanación. Solo entonces habrá llegado el momento de hablar de moralidad. Hacerlo hoy día solo traería que lo dicho se apagara como palabras que se las lleva el viento. Mas entonces ya habrá pasado la hora en que la pecaminosa babel había de desaparecer, había de venirse abajo por estar podrida por dentro. ¡Entonces fijaos en el sexo femenino! Lo que la mujer haga y deje de hacer siempre os mostrará cómo sois vosotros, dado que ella, por razón de su más refinada facultad intuitiva, vive aquello que las formas mentales encierren como volición.

Esta particularidad nos da asimismo la seguridad de que cuando el pensamiento y el sentir intuitivo son puros, la mujer es la primera en remontarse rauda y veloz en pos de lo que nosotros consideramos el ideal de un ser humano noble. Y entonces habrá hecho entrada la moralidad en todo el esplendor de su pureza.

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