En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


24. ¡Vela y ora!

¡¿Cuántas veces esta frase del Hijo de Dios no es dada como consejo y advertencia bienintencionados, ocasiones estas, empero, en las que ni quien transmite el consejo ni quien lo recibe se toman el trabajo de reflexionar sobre lo que las palabras quieren decir en realidad?!

Lo que se ha de entender por orar lo sabe todo el mundo, o, mejor dicho, todo el mundo cree saberlo, pese a que en realidad no lo saben. El orar también creen entenderlo bien, y, sin embargo, están muy lejos de ello.

Las palabras «velad y orad» son la reproducción figurativa de la exhortación a la actividad de la facultad intuitiva o, lo que es lo mismo, a la actividad del espíritu. Del espíritu en el sentido correcto y no tomado como si se tratara de la actividad cerebral; ya que la forma de expresión del espíritu humano viviente es única y exclusivamente la intuición. No hay otra cosa a través de la cual ejerza su actividad el espíritu del hombre, o sea, su esencia original, que, en su periplo por la Poscreación, se ha configurado en el «yo» propiamente dicho.

O sea que «vela y ora» no significa otra cosa que la demanda a refinar y reforzar la facultad intuitiva del hombre terrenal, lo cual equivale a darle vida al espíritu, que es el único valor eterno del hombre y que es lo único que puede regresar al Paraíso, a la Creación Primordial, de donde ha salido. Aquél está obligado a regresar allí, o bien como espíritu maduro y consciente de sí mismo, o como espíritu que ha vuelto a perder la conciencia personal, como un yo devenido en útil eslabón en la Creación, lleno de vida y que armoniza con la voluntad de la Luz, o como un yo muerto y hecho añicos cuando ha resultado ser inútil en la Creación.

Por eso la exhortación del Hijo de Dios «vela y ora» es una de las más serias que Éste les ha dejado a los hombres terrenales. Y es, al mismo tiempo, una advertencia amenazante de ser útiles en la Creación, para que no les haya de sobrevenir la condenación como resultado del automático operar de las leyes divinas en esta Creación.

¡Fijaos en la mujer! Ésta tiene, como la más excelsa posesión de la feminidad, una delicadeza que ninguna otra criatura es capaz de alcanzar. Por eso, empero, uno solamente debería ser capaz de hablar de noble feminidad en esta Creación, ya que la mujer lleva en su interior los más potentes dones para la realización de todo lo bueno. En ello, empero, reside también la mayor de las responsabilidades que recaen sobre ella. Por esta razón es por la que Lucifer, conjuntamente con las hordas que le pertenecen, ha puesto la mira fundamentalmente en la mujer, a fin de someter así a toda la Creación a su autoridad.

Y, desgraciadamente, Lucifer encontró en la mujer de la Poscreación un terreno más que frívolo. Con los ojos bien abiertos, ésta corrió a sus brazos y, con esa naturaleza que le es propia, emponzoñó toda la Poscreación, al reconvertir los puros conceptos en deformados espejismos que habrían de traer consigo la confusión entre los espíritus humanos. Por medio de la influencia del Tentador, esa corona de esta Creación que es la pura flor de la noble feminidad se denigró rápidamente a sí misma a una planta venenosa que luce colores refulgentes y que, con seductora fragancia, atrae a todo a un lado del camino, allí donde medra, al pantano, en cuya bochornosa viscosidad se hunden entonces los allí atraídos.

¡Ay de la mujer! Como a ella se le han dispensado los más excelsos de todos los valores, los cuales no ha sabido emplear, habrá de ser la primera en pasar por la espada de la justicia divina en caso de que ahora, en la necesaria ascensión de la humanidad terrenal de entre los escombros de un falso edificio de conceptos distorsionados que han surgido únicamente debido a las sugestiones de Lucifer, no se decida a marchar a la cabeza, con esa movilidad de la intuición espiritual que le es propia. La mujer terrenal ha puesto en el lugar de la ejemplar aspiración al ornamento de la blanca flor de la noble pureza a la coquetería y la vanidad, las cuales han encontrado su picadero en el coqueteo de una vida social erróneamente cultivada. La mujer, seguramente, percibió que con ello iba perdiendo el verdadero adorno de la feminidad y, echando mano del sucedáneo que le brindaban las tinieblas, trató de ofrecer el atractivo de su cuerpo y devino en desvergonzada petimetre, con lo cual no hizo sino hundirse aún más y arrastrar consigo a los hombres, al intensificar su deseo sexual, lo cual había de impedir su desarrollo espiritual.

Mas con ello han plantado en su interior el germen que ahora, en el necesario juicio, habrá de abatir retroactivamente a todas esas que han fallado de semejante manera y que han devenido en frutos podridos de esta Creación, ya que de ese modo se les ha hecho imposible aguantar el batir de las tormentas purificadoras. Nadie debe permitir que sus manos se ensucien con esas adoradoras de su ídolo, la vanidad, y del coqueteo cuando, para salvarse de la necesidad, quieran pedir ayuda. Dejad que se hundan y rechazadlas: no hay ningún valor en ellas que pueda ser usado en el nuevo edificio que se ha prometido.

No ven lo ridículo y lo vano de su proceder. Esas risas y burlas suyas, empero, que están motivadas por aquellas que tratan de mantener la devoción y la pureza de la verdadera feminidad y que no se dejan matar el más bello adorno de la moza y de la mujer, la sutil vergüenza, esas burlas al respecto pronto habrán de convertirse en alaridos de dolor y no tardarán en ahogarse en estos.

La situación de la mujer, producto de los excelsos dones que ha recibido, es comparable a estar parado en el filo de un cuchillo. En adelante estará obligada a rendir cuentas por lo que ha estado haciendo con esas dotes. ¡Al respecto no hay disculpa que valga! Posibilidad de darse la vuelta y de devolverse no hay ninguna, puesto que ya el tiempo se acabó. Todas ellas deberían de haber pensado en ello antes y tenían que haber sabido que su parecer no le puede hacer frente a la diamantina voluntad divina, en la que solo reside la pureza, clara como el cristal. –

La mujer del futuro, empero, que con sus valores sea capaz de sobrevivir al período de la disipada vida de la Sodoma y Gomorra de los tiempos actuales, y aquella que renazca de nuevo, llevará por fin a la feminidad a devenir en esa flor a la que lo demás sólo se le puede acercar con el sagrado recato de la más pura veneración. Será esa mujer que vive de acuerdo a la voluntad de Dios, es decir, que mantiene en la Creación una posición tal que es vista como la corona radiante que puede y debe ser, permeándolo todo con las vibraciones que absorbe de las cumbres luminosas y que es capaz de transmitir inalteradas en su pureza, gracias a esa facultad con que cuenta, y que radica en la delicadeza de la intuición femenina.

Las palabras del Hijo de Dios, «vela y ora» se verán personificadas en toda mujer del futuro, como ya deberían estar personificadas en toda mujer del presente; puesto que cuando la mujer aspira a la pureza y la Luz, en el vibrar de su facultad intuitiva radica el constante estado de alerta y el más bello orar que Le son gratos a Dios.

Semejante vibrar trae experiencias pletóricas de alegre gratitud. ¡Y así es como debe ser la oración! Ese vibrar, empero, entraña al mismo tiempo el estar siempre en guardia, o sea, alerta. Ya que todo lo feo que trate de acercarse y toda volición malvada son captados y detectados por estas vibraciones de delicada sensibilidad antes de que puedan devenir en pensamientos, y ahí ya le es fácil a la mujer protegerse a tiempo en todo momento, siempre y cuando no quiera otra cosa.

Y pese a la sutileza de las referidas vibraciones, hay una fuerza en ellas que es capaz de transformar todo en la Creación. No hay nada que se le pueda resistir; puesto que esa fuerza trae luz y, por ende, vida.

Eso lo sabía Lucifer muy bien. Y por esa razón fue por la que concentró sus ataques y sus tentaciones fundamentalmente en toda la feminidad. Él sabía que todo caería en sus manos si tan solo se ganaba a la mujer. Y, desgraciadamente, lo ha conseguido, como cualquiera puede ver claramente hoy día, siempre y cuando quiera hacerlo.

Es por eso por lo que el llamado de la Luz nuevamente va dirigido en primer lugar a la mujer. Ésta ahora tendría por fuerza que darse cuenta de qué escalón tan bajo ha pasado a ocupar. Tendría... si la vanidad se lo permitiera. Mas esta trampa de Lucifer mantiene bajo un hechizo a todas las integrantes del sexo femenino, y ello de una manera tan firme que a la fémina ya no le es posible ni siquiera reconocer a la Luz, de hecho, ya ni lo desea. No lo desea porque la mujer moderna de los tiempos presentes no puede separarse de su frívolo flirteo, pese a que ya intuye difusamente en su interior cuánto ha perdido de esa manera. Incluso lo sabe perfectamente. Y con el objetivo de entorpecer esa intuición admonitoria que viene siendo lo mismo que el saber, corre como enceguecida a fuerza de azotes y privada de todo juicio hacia el nuevo ridículo: masculinizarse tanto en su ocupación como en todo su ser.

¡Ello en lugar de regresar a la verdadera feminidad, al más precioso de los bienes en la Creación entera, y, por ende, al cometido que le ha sido designado por la Luz!

Es ella quien, de esa manera, priva al hombre de toda dignidad e impide así el florecer de la noble masculinidad.

Allí donde al hombre no le sea posible mirar con veneración a la mujer en su feminidad, no hay nación ni pueblo que pueda florecer y elevarse.

Solo la auténtica y más pura feminidad puede despertar al hombre y llevarlo a realizar grandes acciones. Y esa es la ocupación de la mujer en la Creación, según la voluntad de divina. Pues, de esa forma, eleva a su pueblo y a la humanidad... a la Creación entera, de hecho; ya que sólo en ella reside esa excelsa fuerza de apacible operar. Se trata de un poder irresistible y triunfador que es bendecido de fuerza divina allí donde está movido por la más pura volición. No hay nada que se le compare, pues le acompaña la belleza en su más pura forma en todo lo que haga, en todo lo que salga de él. Por eso su actividad ha de atravesar toda la Creación, vigorizando, encumbrando, ayudando y vivificando, cual hálito del anhelado Paraíso.

Esta perla de los dones de vuestro Creador fue lo primero de lo que Lucifer echó mano con la mayor astucia y malicia, consciente de que con ello desgarraba vuestro sostén y vuestra aspiración a la Luz. Ya que en la mujer reside el precioso enigma que es capaz de dar lugar en la Creación a la pureza y la sublimidad de los pensamientos, al impulso al más grande obrar y al más noble proceder... siempre y cuando esta mujer sea lo que el Creador quería de ella cuando le prodigó semejantes dones.

¡Y vosotras os habéis dejado engañar muy fácilmente! Habéis sucumbido a las tentaciones sin presentar batalla. Como solícita esclava de Lucifer, la mujer encauza los efectos de los bellos dones divinos en la dirección contraria y, de esa manera, convierte a toda la Creación en súbdita de las tinieblas. De todo aquello que Dios quiso que surgiera en esta Creación, para la alegría y la felicidad de todas las criaturas, hoy día solo quedan groseras caricaturas. Cierto es que todo ha surgido, pero, bajo la influencia de Lucifer, todo ha cambiado, ha sido torcido y es falso. La mujer de la Poscreación se ofreció de mediadora al efecto. Sobre el claro suelo de la pureza se creó un bochornoso pantanal. El radiante entusiasmo fue sustituido por la embriaguez de los sentidos. ¡Ahora queréis luchar, pero contra toda demanda de la Luz! Y ello a fin de permanecer en el éxtasis de esa vanidosa autocomplacencia que os embriaga.

Ya no quedan muchas que hoy sean capaces de resistir una mirada clara. La gran mayoría de ellas se revelan como leprosas cuya belleza, o sea, la verdadera feminidad, ya está corroída y no puede ser restaurada. Muchas sentirán repulsión de sí mismas cuando, pese a todo, puedan ser rescatadas y, al cabo de los años, recuerden todo lo que hoy día consideran bello y bueno. Va a ser como el despertar y el restablecimiento de los peores sueños febriles.

Pero así como la mujer fue capaz de arrastrar a las profundidades a la Poscreación entera, de igual modo tiene la fuerza también para elevarla de nuevo y adelantarla, ya que el hombre va a seguirla en ello. Pronto llegará la hora en que, después de la purificación, uno podrá exclamar alegremente: ¡Ahí tenéis a la mujer como ésta debe ser, la verdadera mujer en toda su grandeza, su más noble pureza y su poder, y en ella veis manifestadas las palabras de Cristo, «velad y orad», en toda naturalidad y en su más bella forma!

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