Sólo date en el pecho, oh, hombre, y celebra a viva voz que no eres un asesino. Ya que matar es asesinar, y tú estás convencido de que jamás has violado este mandamiento del Señor. Con orgullo puedes comparecer ante Él y aguardar esperanzado y sin temor ni zozobra a que se abra esta página de tu libro de vida.
Pero alguna vez te has puesto a pensar en que en tu caso también hay un amortecer, y que amortecer es sinónimo de matar.
No existe diferencia alguna entre estos dos términos. La diferencia la creas sólo tú, con tu manera de expresión, con tu habla; ya que el mandamiento no dice unilateralmente: No matarás ninguna vida físico-material. Sino que reza de manera clara, abarcadora y concisa: No matarás.
Un padre, por ejemplo, tiene un hijo. El padre, llevado por la mezquina ambición terrenal, insiste en que el hijo estudie, a toda costa. En este hijo, empero, hay latentes dones que lo impulsan a hacer otra cosa para la cual el estudio no le serviría de nada. En tal caso, como es perfectamente natural, el hijo no tiene ningunas ganas de realizar este estudio impuesto y tampoco consigue hacer gozoso acopio de fuerzas a tal efecto. Aun así, obedece. A costa de su salud, se esfuerza por cumplir la voluntad de su padre. Pero como ello va en contra de su naturaleza, en contra de los dones que lleva en su interior, su cuerpo, como es lógico, se ve afectado por ello. No voy a proseguir aquí con este caso, que se repite tanto en la vida terrenal que el número de ocasiones en que se da debe de llegar a las cien mil y hasta más. Es innegable, empero, que el padre, con su ambición o su terquedad, ha tratado aquí de amortecer en este hijo algo que le fue dado a éste para que lo desarrollara aquí en la Tierra. De hecho, en muchos casos se consigue amortecerlo de verdad, toda vez que el desarrollo más adelante resulta prácticamente imposible, dado que la sana fuerza principal para ello ha sido quebrantada en su mejor momento, ha sido desperdiciada frívolamente en cuestiones ajenas a la naturaleza del muchacho.
El padre, con ello, ha vulnerado gravemente el mandamiento: ¡No matarás! Ello aparte de que con su proceder ha privado a los hombres de algo que quizás podría haberles sido de gran provecho gracias al muchacho. Sin embargo, él tiene que tener en cuenta que si bien el muchacho está o puede estar espiritualmente emparentado con él o la madre, aun así, ante el Creador sigue siendo un individuo con personalidad propia que tiene el deber de desarrollar los dones con que ha venido a la Tierra, por su propio bien. Quizás, por la gracia de Dios, se le había incluso concedido con ello la posibilidad de saldar un grave karma inventando algo que había de traerle un gran provecho a la humanidad en un sentido determinado. Con gran peso cae esta culpa del impedimento sobre el padre o la madre, que han puesto sus insignificantes puntos de vista por encima de los grandes hilos del destino, abusando así del poder de su condición de padres.
Lo mismo sucede cuando los padres, a la hora de sus hijos casarse, son capaces de hacer prevalecer los mezquinos cálculos terrenales de su intelecto. ¡¿Cuántas veces en tales casos no es sofocado sin miramientos el más noble sentimiento de su hijo o hija, con lo cual puede que a éstos se les liberes de preocupaciones terrenales, pero al mismo tiempo se les causa una desdicha del alma que resulta más trascendental para la existencia de este hijo o hija que todo el dinero y los bienes terrenales?!
Naturalmente que los padres no deben complacer todo sueño o deseo del hijo. Eso no sería cumplir con su deber de padres. Pero sí hay que hacer el más serio análisis, el cual nunca debe estar orientado predominantemente hacia lo terrenal. Pero justamente este análisis desinteresado es algo que los padres casi nunca o nunca llevan a cabo. Así, hay miles de casos diferentes. No es necesario que siga hablando sobre el particular. Reflexionad vosotros mismos al respecto, para que no infrinjáis esta palabra de Dios, que tanto peso tiene. Al hacerlo, se os abrirán caminos insospechados.
Pero también el hijo puede ahogar esperanzas en los padres que están justificadas: cuando no desarrolla los dones que lleva en su ser como hace falta para lograr grandes cosas con ellos, habiendo los padres tenido la gentileza de permitirle escoger el camino que quisiera. Aquí también se ha llegado a amortecer en los padres sentimientos nobles, y con ello, el hijo ha transgredido el mandamiento crudamente.
También cuando un individuo defrauda de alguna manera una verdadera amistad o la confianza que alguien ha depositado en él. Con ello está matando, está lacerando algo que encierra vida. Y ello constituye una infracción de la palabra de Dios, ¡no matarás!, infracción esta que habrá de traerle un destino pernicioso que el individuo en cuestión está obligado a saldar.
Ya veis que todos los mandamientos no son sino los mejores amigos de los hombres cuando se trata de guardar a éstos fielmente del mal y del sufrimiento. Así que amadlos y estimadlos como un tesoro que no hará sino traeros regocijo si cuidáis de él.–