Mucho que he vacilado en responder las diferentes preguntas sobre la clarividencia, ya que toda persona que haya leído mi Mensaje debidamente debe de estar plenamente informada al respecto. Lógicamente, siempre y cuando no haya leído el Mensaje como una simple lectura, para pasar el tiempo o armada de prejuicios de antemano, sino que haya profundizado en Éste con seriedad y haya tomado por importante cada oración, cuyo profundo significado, así como la manera en que encaja en el todo que es el Mensaje, tiene que esforzarse por desentrañar; puesto que eso es lo que se quiere desde un principio.
Y ello tiene que hacerse con un espíritu despierto. De esa manera han de quedar excluidas automáticamente las personas superficiales.
Ya he dicho reiteradas veces que una especie sólo podrá ser reconocida por la misma especie. Con estas especies de las que hablo me estoy refiriendo a especies de la Creación, naturalmente.
Yendo de abajo hacia arriba, tenemos la especie de lo material, la especie de lo etéreo, la especie de lo sustancial y, como lo más alto, la especie de lo espiritual. Cada una de estas especies se dividen, a su vez, en muchos niveles, de manera que con facilidad se da el riesgo de confundir los niveles de la materia física sutil con los de la materia etérea densa. Bien difíciles de percibir que son las transiciones, transiciones estas que en el obrar y operar no están firmemente ligadas, sino que meramente se entrelazan las unas con las otras.
En cada uno de estos niveles se ponen de manifiesto formas de vida diferentes. Ahora bien, el hombre recibe de cada especie que se encuentra por debajo de lo espiritual una envoltura. El núcleo en sí es espiritual. Cada envoltura es lo mismo que un cuerpo. De modo que el hombre es un núcleo espiritual que, en el desarrollo de la adquisición de conciencia, asume una forma humana, la cual se vuelve cada vez más ideal, llegando a la más perfecta belleza, a medida que se hace mayor el desarrollo hacia la Luz, pero, si el desarrollo es hacia abajo, cobra cada vez más la forma de lo contrario, llegando a tomar las más grotescas desfiguraciones. Para evitar errores, me gustaría aclarar que la envoltura físico-material o el cuerpo no sigue este mismo desarrollo. El tiempo en que le es dado jugar un papel es sumamente corto y, en el plano físico-material de la Tierra, sólo puede ser sometido a cambios bien ínfimos.
El hombre en la Tierra, es decir, en la materia física, lleva las envolturas de todas las especies de la Creación al mismo tiempo. Toda envoltura, o sea, todo cuerpo de cada una de las diferentes especies, tiene asimismo sus propios órganos de los sentidos. Los órganos físico-materiales, por ejemplo, solo pueden funcionar en la especie afín, o sea, en la especie físico-material. Un desarrollo más refinado en este respecto da, en el más favorable de los casos, la posibilidad de alcanzar a ver hasta cierto grado la materia física sutil.
Esta materia física sutil recibe de aquellos que se ocupan de ella el nombre de «astral», un concepto que no es conocido correctamente de verdad ni siquiera por esos que han acuñado semejante designación, mucho menos por aquellos que la repiten. Me valgo de esta denominación porque ya es conocida. Por otra parte, en los estudios ocultistas es costumbre tomar este nombre meramente como una especie de nombre colectivo para todo aquello que se sabe o se sospecha que existe, pero que aún no ha podido ser comprendido debidamente, mucho menos ha podido ser establecido. Toda la presunción de saber presentada hasta ahora por los ocultistas no es más que un gran laberinto de ignorancia creado por ellos mismos, no es otra cosa que un vertedero de ilusiones del razonamiento intelectual, el cual resulta insuficiente para estas cuestiones. Pese a ello, voy a quedarme con la socorrida designación de «astral». Sin embargo, lo que los hombres llaman, ven y consideran como astral no pertenece siquiera a la materia etérea, sino meramente a la materia física sutil.
En sus estudios de semejantes campos, estos investigadores llenos de ilusiones humanas aún no han salido de la materia física; antes bien, se han quedado en la especie más baja de la Poscreación, y es debido a ello que forman tanto alboroto con extranjerismos que «suenen lo más bonito» posible. Ni siquiera ven con el ojo etéreo, sino con la intuición de transición del ojo físico-material al etéreo. Ello podría ser llamado una visión de práctica o una semivisión.
Cuando, con la muerte terrenal, un hombre se deshace del cuerpo físico-material, de esa manera quedan también atrás, como es lógico, los órganos de los sentidos físicomateriales, ya que éstos forman parte únicamente de la envoltura correspondiente. Así, la muerte terrenal no es otra cosa que el desprendimiento de la envoltura o caparazón que le posibilitó al individuo en cuestión el ver y obrar en la materia física. Inmediatamente después de dicho desprendimiento, la persona que nos ocupa se encuentra en lo que la gente llama el otro mundo o, mejor dicho, en los planos de la materia etérea. Aquí, en cambio, sólo le será posible obrar con los órganos sensoriales de lo que ahora es su envoltura exterior, el cuerpo etéreo. De modo que verá con los ojos del cuerpo etéreo, oirá con sus oídos y así sucesivamente.
Es natural que, al entrar a la materia etérea, el espíritu humano tenga que aprender a usar como corresponde los órganos sensoriales de esa envoltura etérea que súbitamente se ve obligada a entrar en actividad, como ya una vez le sucedió, en la materia física, con los órganos del cuerpo físico-material. De conformidad con la naturaleza diferente de este tipo de materia, la cual no es tan ponderosa, el aprendizaje del correcto empleo de los órganos tiene lugar de manera más rápida y fácil. Y así es también con cada nueva especie que le sigue.
Con el fin de facilitar esta adaptación al entrar en los planos de las diferentes especies se ha dado la referida visión de transición o semivisión en los planos intermedios. Bajo cierta tensión debida a un extraordinario estado del cuerpo, al ojo físico-material le es posible vislumbrar el plano conector entre la materia física y la materia etérea, mientras que, al ojo etéreo, al comienzo de su actividad, también le es posible, lanzando una mirada retrospectiva, llegar a vislumbrar ese mismo plano en el que la materia física sutil y la materia etérea densa se dan la mano. Esta semivisión le ofrece al espíritu humano un cierto sostén durante su paso de un plano a otro, de manera que no necesite sentirse totalmente perdido. Así es en toda frontera que separa a dos especies diferentes. Que estas dos especies diferentes de materia puedan mantenerse conectadas la una a la otra y no se forme un abismo por el hecho de que las mismas no pueden mezclarse es algo de lo que se encargan ondas de fuerza sustanciales, que, con su facultad de atracción magnética, ejercen un efecto sostenedor y atador.
Cuando el ser humano, habiendo pasado ya por las diferentes subdivisiones de la materia etérea, se despoja también del cuerpo etéreo, entra entonces en lo sustancial. Ahí mantiene como envoltura externa el cuerpo sustancial, con cuyos ojos y oídos está obligado ahora a ver y oír respectivamente, hasta el momento en que le sea posible despojarse también de las envolturas sustanciales y entrar al reino del espíritu. Aquí es que él viene a ser meramente él mismo, sin envolturas, y tendrá que ver, oír, hablar, etc. con sus órganos espirituales.
Estos detalles que estoy dando deben ser analizados a fondo por los lectores, a fin de que puedan formarse una idea correcta de los mismos. Las materializaciones de individuos que han abandonado la Tierra no son más que sucesos en los que, a través del uso de un médium, estos finados, que llevan un cuerpo etéreo, se rodean además de una envoltura de materia física sutil. Esa debe ser la única excepción en la que los hombres terrenales del presente son capaces de por una vez ver con claridad la materia física sutil y también percibirla con sus otros sentidos físicomateriales. Esto les es posible porque, pese a toda la sutileza de dicha materia, se trata de la misma especie que la de sus órganos sensoriales, es decir, se trata de materia física.
De modo que el hombre tiene que tener presente que la materia física solo puede ser «captada» con materia física, la materia etérea solo con materia etérea, lo sustancial sólo con sustancial y lo espiritual únicamente con espiritual. En este respecto no hay mezcla alguna.
Pero hay un detalle: un hombre terrenal puede una que otra vez ver con su ojo físico-material y, estando aún en la Tierra, también llegar a abrir su ojo etéreo, al menos de vez en vez. Es decir, no simultáneamente, sino uno después del otro. Cuando ve con el ojo etéreo, el ojo físico-material permanece o bien parcialmente cerrado, o cerrado del todo, y viceversa. Jamás podrá ver debidamente lo etéreo con el ojo físico-material, como tampoco le será jamás posible ver lo físico-material con el ojo etéreo. Ello resulta imposible. Las afirmaciones que sostengan lo contrario sólo pueden estar basadas en errores que dimanan del desconocimiento de las leyes de la Creación. Son personas que han sucumbido a equívocos las que aseveran poder ver lo etéreo con el ojo físico-material o lo espiritual con el ojo etéreo.
Quien reflexione debidamente sobre todo esto y trate de formarse una idea clara de todo habrá de darse cuenta de la indescriptible confusión que tiene que haber en las evaluaciones de la clarividencia hoy día y de que resulta francamente imposible recibir información fidedigna de semejantes evaluaciones mientras no se den a conocer las leyes en este campo, lo cual no puede tener lugar por medio de dictados o manifestaciones en círculos espiritistas, toda vez que esos moradores del más allá que se manifiestan o que proporcionan dichos dictados no tienen una visión de conjunto, sino que todos y cada uno de ellos está obligado en todo caso a moverse dentro de los límites dictados por su estado de madurez.
Sólo cuando hay un saber que lo abarca todo, se puede ofrecer un verdadero orden en las explicaciones del maravilloso tejido de la Poscreación. De lo contrario, resulta imposible. Sin embargo, los hombres, en esa enfermiza presunción de saber suya que ya es conocida, no reconocen jamás esto, sino que, desde un inicio, asumen una actitud hostil ante las enseñanzas que les señalan el error en que se encuentran.
Prefieren seguir pavoneándose, hinchados, en su deplorable búsqueda y, justo por esa razón, no consiguen jamás llegar a una unión ni logran alcanzar verdaderos resultados. Si por una vez mostraran la grandeza de superar toda petulancia y tomar sin prejuicios y con verdadera seriedad el Mensaje del Grial como la explicación del Universo, dejando a un lado toda presunción de saber al entregarse al estudio de este Mensaje, entonces no tardarían en abrírseles perspectivas que en lógica consecuencia aclararían todo lo incomprendido hasta ahora y que a ritmo acelerado les allanarían los caminos que conducen a lo que hasta ahora ha escapado a su conocimiento.
Pero, como ya se sabe, la terquedad en particular es meramente una de las más inequívocas señales de verdadera estupidez y estrechez de miras. Ninguna de todas esas personas tiene la más mínima idea de que justo con ello ponen el sello de su ilimitada ineptitud, sello que dentro de muy poco habrá de quemarles, llenándolos de vergüenza y eliminándolos, toda vez que entonces resultará imposible de ocultar o de disimular.
Como base para evaluar una facultad de clarividencia habría que saber con qué ojo es que el clarividente ve en ese momento, o sea, a qué región pertenece lo que observa, y qué tan desarrollado está aquél en esta región. Sólo entonces se pueden sacar más conclusiones. Al mismo tiempo, la persona a cargo del escrutinio tiene, por su parte, que en todo caso estar informada con absoluta claridad sobre cada uno de los niveles de las diferentes especies, al igual que sobre la actividad y el operar que se desencadena en dichos niveles. Y es de ello de lo que adolece la época actual, en la que son justo aquellas personas que no saben nada las que se creen sabias.
Da pena leer la avalancha de publicaciones en revistas y libros sobre todo tipo de observaciones y tentativas ocultistas con explicaciones que en mayor o menor grado muestran falta de lógica y de fundamento y que, en la mayoría de los casos, reciben, encima, el sello de saber seguro por parte de personas que se arrogan el derecho de juzgar sobre estos temas, cuando las publicaciones en cuestión no solo están, sin excepción, muy lejos de la realidad, sino que incluso expresan lo contrario de lo que en verdad ocurre. ¡Y cómo se alborota en actitud hostil la hueste de semejantes sabelotodos cuando, en simple orden, se les muestra la estructura de la Creación, estructura esta que es realmente fácil de comprobar y sin el conocimiento exacto de la cual no se puede entender absolutamente nada! ¡Y no hablemos ya de la Creación Primordial!
Quien quiera juzgar o hasta sentenciar a clarividentes tiene que conocer la Creación entera, pero conocerla de verdad. Mientras ese no sea el caso, se debe guardar silencio al respecto. Ahora, lo mismo es válido también para los que, en calidad de celosos defensores de la clarividencia como algo que en realidad existe, salen con aseveraciones que no pueden ser justificadas sin un preciso conocimiento de la Creación. Se han propagado errores tan funestos sobre los sucesos que tienen lugar fuera de la materia física que ya es hora de por fin traer orden y concierto a la cuestión. Afortunadamente, ya no está lejos la hora en que se le pondrá fin a la fiesta entre esas incontables figuras en el de por sí bien serio campo del ocultismo que, en honor a la verdad, resultan ridículas y que, como ya se sabe, son las que más alboroto forman y las que más fastidian con sus doctrinas. Desgraciadamente, empero, con su proceder esos mismos charlatanes han extraviado ya a muchos de los buscadores. Y si bien es cierto que la responsabilidad que han de asumir por ello no va a faltar y que la misma caerá con un peso terrible sobre todos los que intentan tratar de manera tan frívola los más serios campos, no es menos cierto que los que han sido descarriados y extraviados así obtienen poco provecho de ello; antes bien, se verán obligados asimismo a cargar con los daños por haberse dejado tentar tan fácilmente a abrigar pareceres erróneos. Se puede decir sin temor a equivocación que, de momento, en el terreno del ocultismo en especial, al parlotear se le da, como norma, la eufemística designación de «investigar», y de ello se desprende que la mayoría de los investigadores no son más que charlatanes.
Así, entre los clarividentes tenemos los casos en que se ve la materia física sutil, los casos en que se ve la materia etérea y aquellos en los que se ve la sustancialidad, todo ello con el respectivo ojo de la especie afín. Una visión de lo espiritual, empero, es algo que ha estado cerrado para los hombres, y, para que un ser humano pueda abrir su ojo espiritual estando aún en la Tierra, tendría que tratarse de alguien que ha sido llamado especialmente al efecto y que ha sido agraciado de esa manera con un objetivo especial.
Sin embargo, entre esos no se cuentan los innumerables clarividentes de la actualidad. La mayoría solo alcanza a ver alguno de los diferentes niveles de la materia etérea, y puede que con el tiempo vean más de un nivel. O sea, en un caso así estaría abierto el ojo etéreo. Son muy raros los casos en que el ojo del cuerpo sustancial llega a ver también.
Ahora bien, si en alguno de los sucesos terrenales especiales –como, por ejemplo, en casos delictivos y de otro tipo– se fuera a echar mano de un clarividente para aclarar el caso en cuestión, el interesado debe entonces saber lo siguiente: el clarividente ve con su ojo etéreo y, por consiguiente, no puede ver el suceso propiamente dicho, o sea, lo que ha ocurrido en la materia física. Todo suceso físico-material, empero, tiene al mismo tiempo sus fenómenos acompañantes de naturaleza etérea, los cuales a menudo son iguales al suceso físico-material o, si no, por lo menos, se le parecen. De modo que, en el caso de la realización de un asesinato, el clarividente verá lo que simultáneamente ha tenido lugar en lo etéreo, y no el verdadero suceso físico-material, que, de acuerdo a las leyes terrenales vigentes hoy día, es lo único que resulta determinante para la justicia. El referido suceso etéreo, empero, puede, en mayor o menor grado, desviarse en muchos detalles del suceso físico-material. Por consiguiente, no es correcto apresurarse a hablar de fracaso por parte del clarividente o de falsa visión.
Sigamos con el caso de un asesinato o un robo. El clarividente traído para que ayude en la aclaración del caso verá una parte del suceso astralmente y la otra parte etéreamente. Astralmente, o sea, en la materia física sutil, verá el lugar de los hechos, y etéreamente el hecho en sí. A esto hay que sumarle que es posible que el clarividente vea además diferentes formas mentales que dimanan lo mismo del pensar del asesino como del pensar de la víctima o del ladrón. El separar una cosa de la otra ha de formar parte de la habilidad de quien dirige la investigación. Solo cuando éste sea capaz de ello, la conclusión será correcta. Un líder investigador así de instruido no lo hay todavía. Por muy grotesco que parezca, dado que en realidad no guarda ninguna relación en sí con el tema que nos ocupa, me gustaría poner como ejemplo inferior el trabajo de un perro policía, el cual, después de todo, es empleado para descubrir delitos. En el caso de este perro policía, el agente que trabaja con el perro tiene, como es perfectamente lógico, que conocer cabalmente la manera de trabajar del perro y está obligado a cooperar con éste de manera directa e incluso de forma bien activa, como ya saben los conocedores del tema. Ahora bien, basta con tomar ese tipo de trabajo, pero en una forma mucho más refinada, y ya tenemos la actividad del trabajo en conjunto entre el líder de una investigación y un clarividente con miras a aclarar un delito. En este caso también es el líder de la investigación quien ha de trabajar activamente y hacer evaluaciones a partir de lo observado, siendo, por ende, el que asume la mayor parte del trabajo, mientras que el clarividente no pasa de ser un ayudante que trabaja de forma pasiva. Todo juez está obligado a realizar un largo estudio de semejante actividad antes de poder ocuparse de ella. Dicho estudio es mucho más difícil que la ciencia del derecho.