La explicación de su significado está en la palabra misma. El milagro es un suceso que deja maravillado al hombre. Es algo que éste no considera posible. Pero el hecho de que él no lo considere posible no significa que no lo sea. A fin de cuentas, el que haya ocurrido demuestra, ya de por sí, que sí es posible.
La idea que muchas personas creyentes en Dios tienen de los milagros es falsa. Éstas entienden por milagro un suceso que se desarrolla fuera del marco de las leyes naturales y que incluso se opone a todas estas leyes naturales. En ello es que divisan lo divino. Para tales personas, un milagro es aquello que sólo Le es posible a su Dios, Quien por medio de ello muestra Su especial gracia y hace uso de Su omnipotencia a tal efecto.
Los pobres hombres se imaginan erróneamente que la omnipotencia es la posibilidad de actos arbitrarios y que los milagros son dichos actos arbitrarios. No se ponen a pensar en cuánto empequeñecen a Dios con ello; puesto que milagros de ese tipo son cualquier cosa menos divinos.
En la actividad divina hay, más que nada, absoluta perfección, y no hay cabida para los errores o las lagunas. Y la perfección presupone la más rigurosa lógica y una consecuencia absoluta en todos los sentidos. Por consiguiente, un milagro no puede menos que desarrollarse siguiendo la más perfecta lógica. La única diferencia es que en un milagro el desarrollo del suceso en cuestión, el cual normalmente toma más tiempo en términos terrenales, si bien tiene lugar de la manera acostumbrada, lo hace a una velocidad tan prodigiosa –ya sea gracias a la fuerza que se le ha concedido a un ser humano con este solo propósito, o a otras vías– que, debido a lo extraordinariamente rápido del suceso, puede ser calificado por los hombres de milagroso, en resumen, de un milagro.
En ocasiones el suceso consumado a través de fuerza concentrada puede tratarse de algo que va más allá del desarrollo alcanzado hasta ese momento. Pero nunca estará fuera del marco de las leyes naturales existentes ni llegará al extremo de oponerse a éstas. En el momento en que el referido suceso sea de por sí imposible, perdería todo carácter divino y pasaría a ser un acto arbitrario. O sea que es justo lo contrario de lo que muchos creyentes en Dios se imaginan. Nada que carezca de una rigurosa lógica puede ser divino. Todo milagro es un suceso absolutamente natural, sólo que se desarrolla a una velocidad extraordinaria y gracias a una fuerza concentrada. Algo contranatural jamás podrá ocurrir. La posibilidad de que un suceso así tenga lugar está completamente descartada.
En caso de que se dé la curación de enfermedades hasta ese momento consideradas incurables, ello no presupone ninguna modificación de las leyes, sino que no hace más que mostrar las grandes lagunas del saber humano. Tanto más ha de verse como una gracia del Creador que alguna que otra persona sea dotada con una fuerza especial que aquélla puede usar para sanar a personas enfermas. Pero siempre se tratará de personas que se mantendrán lejos de toda la petulancia de la ciencia, puesto que, como es perfectamente natural, el saber atado a lo terrenal sofoca la facultad de recibir dones elevados.
El saber atado a lo terrenal quiere ganarse las cosas a pulso, y nunca logra recibir puramente, o sea, candorosamente. En cambio, las fuerzas provenientes de las regiones donde no hay tiempo ni espacio solo pueden ser recibidas, y jamás podrán ser ganadas a pulso. Este detalle muestra, ya de por sí, qué es lo más valioso, lo más fuerte y, por ende, lo más correcto también.