La fe no es como la gran mayoría de los creyentes la demuestran. La verdadera fe viene a surgir cuando uno ha llegado al punto en que ya ha adoptado por entero el contenido de un mensaje divino y, de ese modo, lo ha convertido en su convicción, una convicción viva y natural.
Los mensajes divinos llegan por medio de la Palabra de Dios, así como a través de Su Creación. Todo atestigua de Él y Su voluntad. En el momento en que un individuo sea capaz de vivir con conocimiento de causa todo el devenir y la existencia, su sentir intuitivo, su pensar y su actividad serán solo una gozosa afirmación de Dios. Ahora, una vez que halla llegado a este punto, se volverá más callado y no hablará mucho de ello, pero se habrá convertido en una persona que con esa silenciosa veneración de Dios, a la cual se le puede llamar también confianza en Dios, ocupará una posición firme y sólida en la Creación entera. Semejante individuo no se pondrá a morar en un mundo de fantasía ni abrigará ideas quiméricas, como tampoco vivirá su existencia terrenal atendiendo sólo a lo espiritual, sino que con mente sana y vigoroso coraje llevará a cabo su labor terrenal también y, al mismo tiempo, en caso de ser atacado, usará el frío intelecto habilidosamente y cual afilada arma a fin de defenderse según sea necesario, sin llegar a cometer injusticias, claro está. Él no tiene en absoluto por qué aguantar callado cuando se cometa alguna injusticia contra él. De lo contrario, estaría así alentando el mal y fortaleciéndolo.
Ahora bien, hay muchísimas personas que se creen creyentes y no lo son. Pese a que en su interior reconocen la existencia de Dios y Su actividad, le temen a la burla de los escépticos. Ésta les resulta martirizante e incómoda; en silencio y con expresión diplomática, rehúyen el tema al ser éste tocado en la conversación y por vergüenza le hacen constantemente concesiones a los escépticos con su actitud. Eso no es fe, sino una claudicación interior. Con ello están en realidad negando a su Dios, al que Le oran a escondidas y del que esperan todo lo bueno.
Esa errónea consideración hacia los escépticos no puede ser disculpada con que para los «creyentes» la cuestión «es demasiado sagrada y demasiado seria» como para exponerla a posibles burlas. Ello no puede ni siquiera ser calificado de modestia, sino solo de abyecta cobardía. ¡Atreveos de una vez a hablar de Ese de quien sois hijos en espíritu, a cualquiera, y sin temor ninguno, sino con el orgullo merecedor de la filiación de Dios! Así es como único los escépticos se verán obligados a contener de una vez sus burlas, las cuales no hacen más que delatar su inseguridad. Pero con esa actitud temerosa de muchos «creyentes», dichas burlas son alimentadas y alentadas.
Personas así se engañan a sí mismas, ya que le han atribuido a la palabra «fe» un significado completamente diferente al que dicha palabra exige. La fe tiene que ser viva, lo cual quiere decir que tiene que convertirse en algo más que en convicción, tiene que convertirse en hechos. Y en hechos se habrá convertido en el momento en que lo permee todo, todo el sentir, todos los pensamientos y todas las acciones. Tiene que, desde del interior del hombre, hacerse visible y palpable discretamente en todo lo que es parte de éste, o sea, tiene que convertirse en lo más natural del mundo. Uno no debe ponerla ante sí como un escudo o para guardar las apariencias, sino que todo aquello que se hace palpable exteriormente tiene meramente que ser un resultado de la irradiación natural del núcleo espiritual interior. Para expresarlo de manera popular: la fe verdadera tiene que ser una fuerza que, partiendo del espíritu del hombre, penetre con su irradiación cada fibra de su ser y se convierta así en algo perfectamente natural; no puede ser algo artificial, ni forzado, ni aprendido, sino simplemente vida.
Fijaos en muchos de los creyentes: Éstos dicen creer incondicionalmente en una vida después de la muerte y, a juzgar por las apariencias, ajustan también sus pensamientos según dicha creencia. Ahora, si en un momento dado reciben alguna prueba de la vida etérea que trascienda del marco de lo que uno ve a diario, se quedan asustados y profundamente impactados. Con ello, empero, están demostrando que en el fondo no estaban tan convencidos de la existencia de una vida en el más allá; puesto que, de lo contrario, semejante evidencia ocasional tendría que resultarles algo completamente natural. No deberían, por tanto, asustarse ni quedar impactados por ello. Aparte de éste hay un sinnúmero de sucesos más que revelan claramente que los supuestos creyentes no son tan creyentes después de todo. La fe no está viva en ellos.