Resonancias del Mensaje del Grial 2

de Abdrushin


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38. Navidad

¡Noche Sagrada! Jubiloso cantar en radiante agradecimiento perfluyó antaño todos los planes de la Creación, cuando el Hijo de Dios, Jesús, nació en el establo de Belem, y los pastores de los campos, a los cuales ha sido sacada la venda de los ojos espirituales durante aquella conmoción jubilosa del Universo, para que pudiesen testificar el grande acontecimiento inmensurable y llamar la atención de los seres humanos, cayeron de rodillas, llenos de miedo, pues estaban dominados por aquello que para ellos era nuevo e incomprensible.

Miedo tuvieron los pastores, quienes momentáneamente fueron tornados clarividentes y también clariaudientes para aquél fin. ¡Miedo ante la grandeza del acontecimiento, ante la omnipotencia de Dios, que en aquello se mostraba! Por eso el anunciador de las alturas luminosas también les habló primero tranquilizando: ¡No tengáis miedo!

Esas son las palabras que siempre encontraréis, cuando desde las alturas luminosas un anunciador habla a los seres humanos, pues es siempre miedo lo que primero sienten los seres humanos terrenos, cuando avistan y oyen anunciadores elevados; miedo causado por la presión de la fuerza, para al cual están también un poco abiertos en tales instantes. En parte mínima solamente, pues un poco más ya habría que aplastarlos y quemarlos.

Y, sin embargo, debía ser alegría y no miedo, apenas cuando el espíritu humano se esforzase en dirección a las alturas luminosas.

¡Ese acontecimiento no se reveló a toda la humanidad en la Noche Sagrada! Además de la estrella, que se mostró de forma material, ninguno de los seres humanos terrenos vio aquél anunciador luminoso y la multitud luminosa que lo rodeaba. ¡Nadie vio tampoco oyó, sino los pocos pastores para ello elegidos!

¡Y anunciaciones de semejante grandeza nunca pueden realizarse aquí en la Tierra de manera diferente de lo que a través de algunos pocos elegidos! Acordaos de eso siempre, pues la regularidad de la ley en la Creación no puede ser revocada a vuestra causa. Por lo tanto, no construid formas de fantasía para no importa cuales acontecimientos, que nunca pueden ocurrir así como vosotros pensáis. Se trata de exigencias veladas, que nunca promanan de legitimas convicciones, pero si son un indicio de descreencia escondida y de una indolencia espiritual de aquellos que no recibieron la Palabra de mi Mensaje conforme deberían recibirla, a fin de que podéis tornarse viva en el espíritu humano.

En aquella época se creía en los pastores; por lo menos durante algun tiempo. Hoy personas así sólo son ridiculizadas, tenidas en cuenta de excéntricas e incluso impostoras, visando obtener con eso solamente ventajas terrenas, porque la humanidad cayó demasiado hondo, para además poder tomar como verdaderos los llamados venidos desde las alturas luminosas, principalmente si ella misma no puede verlos ni oírlos.

¿Creéis entonces, criaturas humanas, que Dios, debido a vuestra profunda caída, derrumbe las leyes perfectas de la Creación, sólo para os servir, para allanar vuestros errores y compensar vuestra pereza espiritual? ¡La perfección de Sus leyes en la Creación es y permanece inalcanzable, inmutable, pues encierran en si la sagrada voluntad de Dios! Así, las grandes anunciaciones que esperáis nunca se podrán realizar aquí en la Tierra de manera diferente de lo que por la forma que ya conocéis hace mucho tiempo, y las cuales también reconocéis, en la condición que daten de tiempos remotos.

Un así llamado buen cristiano denominaría, sin más ni menos, de blasfemador y grande pecador aquél ser humano que osase afirmar que la anunciación a los pastores, del nacimiento del Hijo de Dios, Jesús, no pasa de una leyenda.

Sin embargo, ese mismo buen cristiano rechaza con furiosa indignación las anunciaciones del tiempo actual, a pesar de que son dadas de la misma forma, a través de personas agraciadas para eso, y llama esos portadores, sin más ni menos, también de blasfemadores, en los casos más favorables tal vez solamente de fantasistas o enfermos, frecuentemente de mal orientados.

¡Reflexionad vosotros propios, sin embargo, dónde se encuentra ahí un pensamiento sano, dónde una consecuencia rigurosa y dónde la justicia!

Unilaterales y enfermizamente restrictas son esas opiniones de fieles ortodoxos, conforme les gustan llamar a si propios. Sin embargo, en la mayoría de los casos se trata de pereza de sus espíritus y la consecuente presunción humana de los espiritualmente débiles, que se empeñan, por lo menos aparentemente, en agarrarse con obstinación a determinado punto de un acontecimiento anterior aprendido, pero nunca realmente vivenciado; sin embargo, de modo alguno están capacitados para un progreso de sus espíritus y, por esa razón, repelen todas las revelaciones nuevas.

Quién entre los fieles, además, ya presintió la grandeza de Dios, que se patenta en el acontecimiento ocurrido serenamente en aquella Noche Sagrada, a través del nacimiento del Hijo de Dios. ¡Quién presiente la gracia que con eso fue otorgada a la Tierra, como un regalo!

En aquella época hubo jubilo en las esferas; hoy hay tristeza. Solamente sobre la Tierra el ser humano busca proporcionar alegría para si o para otros.

Pero nada de eso es realizado en aquel sentido como debía ser, si el reconocimiento o por ultimo la verdadera noción de Dios se manifestase en el espíritu humano.

Si hubiese un mínimo presentimiento de la realidad, ocurriría con todos los seres humanos, como con los pastores; sí, no podría ser diferente, ante tamaña grandeza: caerían inmediatamente de rodillas... por miedo. ¡Pues en el presentir habría que surgir primeramente el miedo, de modo intenso, y prostrar el ser humano, porque con el presentimiento de Dios se evidencia también la grande culpa con que el ser humano se sobrecargó en la Tierra, sólo en la manera indiferente con que toma para si las gracias de Dios y nada hace para servir realmente a Dios!

¡Como es extraño, pues, observar que cada ser humano, que desea que la fiesta de Navidad actúe de manera excepcionalmente cierta sobre él, busque transportarse para la niñez!

¡Es decir, pues, una señal suficiente nítida de que él siquiera es capaz de vivenciar, como adulto, la fiesta de Navidad con la intuición! ¡Es la prueba de que perdió alguna cosa que poseía cuando niño! ¡Por qué eso no da en lo que pensar a los seres humanos!

Se trata nuevamente de indolencia espiritual, que los impide que se ocupen seriamente con esas cosas. “¡Eso es para niños”, piensan ellos, y los adultos no tienen absolutamente tiempo para eso! Ellos tienen que meditar en cosas más serias.

¡Cosas más serias! ¡Con esas cosas más serias se refieren solamente a la caza a las cosas de la Tierra, es decir, trabajo del raciocinio! ¡El raciocinio rechaza deprisa y para lejos las recordaciones, a fin de que no pierda la primacía, cuando una vez es dado lugar a la intuición!

En todos esos hechos aparentemente tan pequeños se reconocerían las mayores cosas, si el raciocinio solamente diese tiempo para eso. Pero él tiene el predominio y lucha por eso con toda la astucia y malicia. Es decir, no él propiamente, pero en la realidad lucha aquello que se utiliza de él como instrumento y que se esconde por detrás de él: ¡las tinieblas!

No quieren dejar encontrar la Luz en las recordaciones. Y cómo el espíritu anhela encontrar la Luz y de ella agotar nueva fuerza, reconoceréis ahí que con las recordaciones de la Navidad de la infancia despierta también una indeterminada y casi dolorosa nostalgia, que es capaz de enternecer pasajeramente muchas personas.

¡Ese enternecimiento podría tornarse el mejor terreno para el despertar, si fuese utilizado pronto y también con toda fuerza! Pero lamentablemente los adultos alcanzan eso solamente en devaneos, con lo que desperdician y pierden la fuerza que surge. Y en esos devaneos se pasa también la oportunidad, sin que pueda traer provecho y sin haber sido utilizada.

Aunque cuando algunas personas dejan caer algunas lagrimas con eso, se avergüenzan de ellas, buscan esconderlas, se recomponen con un impulso físico, en lo cual muy frecuentemente se torna reconocible una inconsistente porfía.

Cuánto podrían los seres humanos aprender con todo eso. No es en vano que en las recordaciones de la infancia se inserta una ligera melancolía. Se trata del sentimiento inconciente de haber perdido alguna cosa que dejó un vacío, la incapacidad de intuir aún infantilmente.

Pero ciertamente habéis fijado muchas veces el efecto maravilloso y vigorizador que causa una persona, solamente con su presencia silenciosa, de cuyos ojos irrumpe de vez en cuando un brillo infantil.

El adulto no debe olvidar que el infantil no es pueril. ¡Ignoráis, sin embargo, por qué el infantil puede actuar así, lo qué él es en la realidad! Y por qué Jesús dijo: ¡Tornaos como los niños!

Para descubrir lo que es infantil, debéis primeramente quedar concientes de que el infantil absolutamente no está ligado al niño en si. ¡Seguramente vosotros mismos conocéis niños, a los cuales falta la verdadera y bella infantilidad! ¡Existen, por lo tanto, niños sin infantilidad! Un niño maldoso nunca se comportará infantilmente, tampoco un niño mal educado; ¡en la realidad, no educado!

De eso resulta claramente que niñez y niño son dos cosas independientes.

¡Aquello que en la Tierra se llama infantil es un ramo de la actuación de la pureza! Pureza en el sentido más elevado, y no solamente en el sentido humano-terrenal. El ser humano que vive en la irradiación de la pureza divina, que concede lugar para la irradiación de la pureza dentro de si, adquirió con eso también el infantil, aunque todavía en la edad de la niñez o ya como adulto.

La infantilidad es el producto de la pureza interior, o la señal de que tal ser humano se entregó a la pureza, sirviéndola. Éstas son solamente maneras diferentes de expresión; en la realidad, sin embargo, siempre la misma cosa.

Por consiguiente, solamente un niño puro puede comportarse infantilmente, así como un adulto que cultive la pureza dentro de si. ¡Por eso él ejerce un efecto vigorizador y vivificador, despertando también confianza!

Y donde exista la verdadera pureza, podrá surgir también el verdadero amor, pues el amor de Dios actúa en la irradiación de la pureza. La irradiación de la pureza es su camino, por donde él sigue. No seria capaz de seguir por otro.

¡Quien no haya absorbido, dentro de si, la irradiación de la pureza, a él nunca podrá alcanzar la irradiación del amor de Dios!

¡Acordaos siempre de eso y dad a vosotros propios, como regalo de Navidad, el firme propósito de os abrir para la pureza divina, a fin de que, para la solemnidad de la Estrella Radiante, que es la solemnidad de la Rosa en el amor de Dios, la irradiación del amor pueda penetrar en vosotros por el camino de la pureza!

¡Luego habréis celebrado de modo cierto la fiesta de la Noche Sagrada, de acuerdo con la voluntad de Dios! ¡Proporcionareis con eso el verdadero agradecimiento por la inconcebible gracia de Dios, que Él siempre de nuevo otorga a la Tierra con la Noche Sagrada!

Actualmente son celebrados muchos servicios a Dios en memoria del nacimiento del Hijo de Dios. ¡Recorred en espíritu o también en la memoria las iglesias de toda especie, dejad hablar vuestra intuición y decididamente os alejareis de las reuniones que son llamadas servicios a Dios!

En el primero momento el ser humano se sorprende que yo hable de esa manera, él no sabe lo que quiero decir con eso. Pero eso sólo ocurre, porque hasta ahora él nunca se esforzó en meditar sobre la expresión “servicio a Dios” y tras hacer una comparación con los acontecimientos que se denominan servicio a Dios. Aceptasteis eso simplemente como tanta cosa que existe como rutina desde siglos.

Y, sin embargo, la expresión “servicio a Dios” es tan inequívoca, que siquiera puede ser usada en sentido errado, si el ser humano no tuviese la costumbre de aceptarla indiferentemente, desde hace siglos, sin hesitación. Lo que actualmente es denominado servicio a Dios es en la mejor de las hipótesis una oración, ligada a intentos de interpretación humana de aquellas palabras dichas por el Hijo de Dios y sólo más tarde escritas por manos humanas.

En ese hecho nada puede ser alterado, ningún ser humano puede contradecir tales declaraciones, si quiera ser sincero ante si mismo y ante aquello que realmente pasó. Sobre todo, si no sea demasiado perezoso para meditar profundamente en eso y no usar una palabrería vacía, fornecido por otro, como auto excusa.

Sin embargo, la expresión “servicio a Dios” es tan viva en su especificación y habla por si misma tan nítidamente a los seres humanos, que, habiendo apenas un poco de intuición, difícilmente podría ser empleada para aquello que aún hoy se designa así, aunque el ser humano terreno se tenga en cuenta de muy avanzado.

El servicio a Dios tiene que tornarse vivo, si la expresión deba se transformar en realidad con todo lo que ella encierra. Se debe mostrar en la vida. Cuando pregunto lo qué vosotros, seres humanos, entendéis por servicio, es decir, por servir, no habrá quién no responda pronto sino por la palabra: ¡trabajar! Eso se halla bien explicito en la palabra “servicio” y siquiera se puede imaginar algo diferente.

El servicio a Dios en la Tierra no es naturalmente otra cosa de lo que trabajar aquí en la Tierra en el sentido de las leyes de Dios, actuando y vibrando en eso terrenalmente. ¡Transformar en acción en la Tierra la voluntad de Dios!

¡Y eso hace falta por toda parte!

Quién busca, pues, servir a Dios en la actividad terrena. Cada cual sólo piensa en si mismo y, en parte, en aquellos que le están próximos terrenalmente. ¡Pero piensa que sirve a Dios cuando le dirige la oración!

¿Reflexionad vosotros propios, pues, dónde en la realidad se encuentre en eso el servir a Dios? ¡Es, sin embargo, todo, menos servir! Así es una parte de hoy llamado servicio a Dios, que engloba la oración. La otra parte, la interpretación de la palabra que fue escrita por mano humana, puede ser considerada, por su parte, apenas como aprendizaje para aquellos que realmente se esfuerzan por conseguir una comprensión. Los indiferentes y los superficiales están fuera de cogitación.

No es absolutamente sin razón que se dice “frecuentar” un servicio a Dios o “asistir” a él. ¡Esas son las expresiones ciertas para eso, que hablan por si propias!

Servicio a Dios, sin embargo, el ser humano debe ejecutar personalmente, y no asistir a él. “Pedir” no es servir, pues en el pedir el ser humano quiere en general obtener de Dios alguna cosa, Dios debe hacer algo para él, lo que está muy lejos de la noción de “servir”. Por consiguiente, orar y pedir no tiene nada que ver con el servicio a Dios.

Seguramente eso se tornará comprensible a cada ser humano, sin más tardanzas. Todo aquello que el ser humano hace en la Tierra tiene que tener sentido; no puede abusar como quiera del idioma que a él le fue concedido, sin que eso le produzca perjuicio. Ya que no adquirió conocimiento alguno sobre el poder que yace también en la palabra humana, nada puede protegerlo ante eso.

¡Es error suyo, si él descuida de eso! Queda sumiso luego a las consecuencias del empleo errado de las palabras, que se transforman para él en obstáculo en lugar de auxilio. La tejedura automática de todas las leyes primordiales de la Creación no cesa y tampoco vacila ante las faltas del ser humano; al contrario, toda contextura de la Creación prosigue en su marcha con inabalable exactitud.

Es lo que los seres humanos nunca consideran y por eso tampoco ponen atención, para daño propio. Repercute siempre, de modo correspondiente, incluso en las cosas mínimas y más insignificantes.

La denominación ya de si errada de las reuniones tenidas como: “servicio a Dios” también contribuyó mucho para que el verdadero servicio a Dios no haya sido levado a efecto por los seres humanos, porque cada cual creía ya haber hecho bastante, asistiendo a tal servicio a Dios, que nunca fue verdaderamente un servicio a Dios.

Denominad a esas reuniones una hora de adoración conjunta a Dios y luego quedaría más cerca del sentido y, hasta cierto grado, justificaría la institución de horas suplementares, aunque la adoración a Dios también se encuentre en cada mirada, cada pensamiento y cada acción, pudiendo expresarse a través de ellos.

Muchas personas seguramente pensarán que eso no es posible sin parecer artificial y demasiado forzado. Pero no es así. Cuánto más irrumpe la verdadera adoración a Dios, tanto más natural se tornará el ser humano en todo su actuar y incluso en sus más sencillos movimientos. Él vibra entonces en sincera gratitud para su Creador, usufructuando las gracias en la forma más pura.

Transportaos hoy para la fiesta de Navidad en cualquier de los servicios a Dios aquí en la Tierra.

Jubiloso agradecimiento y felicidad debía vibrar en cada palabra, por la gracia que Dios concedió antaño a los seres humanos. Hasta el punto en que, además, se sabe evaluar entre los seres humanos esa gracia, pues comprender enteramente la verdadera grandeza el espíritu humano no consigue.

Ahí, sin embargo, se busca en vano por toda parte. ¡Hace falta el impulso alegre para los paramos luminosos! De agradecimiento jubiloso ni siquiera señal. Muchas veces incluso se torna perceptible una operación, que tiene su origen en una decepción, que el ser humano no sabe como explicar a si mismo.

Sólo una cosa se encuentra por toda parte, algo que la especie del servicio a Dios de todos los credos reproduce, como si estuviese grabado con el cincel más afilado, caracterizando o forzando la personificación audible de todo lo que vibra en el servicio a Dios: a través de todas las voces que predican recorre un sonido monótono y melancólico que cansa por su continua repetición y se extiende como un velo gris sobre las almas que están durmiendo.

¡A pesar de eso, suena a veces también como un lamento velado por algo perdido! ¡O por algo no encontrado! Id allá personalmente y escuchad. ¡Por toda parte encontraréis esa situación extraña y rara!

No se torna conciente a los seres humanos, pero, hablando con términos usuales: ¡eso se pasa así mismo!

Y en eso reside verdad. Pasa así, involuntariamente, por parte del orador y muestra nítidamente la manera en que todo vibra. No se puede hablar de un alegre impulso hacia arriba tampoco de un entusiasmo flameante, pero, al contrario, es como una combustión difusa y débil, que no consigue la fuerza para irrumpir libremente hacia arriba.

Donde el orador no se deja “llevar” por vibración difusa y débil de ese servicio a Dios, cuando permanece intocado por eso, lo que correspondería a cierta indiferencia o a un conciente enajenamiento, ahí todas las palabras parecerán untuosas, equiparándose al resonar de un metal, frío, sin calor, sin convicción.

¡En ambos los casos hace falta el calor de la convicción, hace falta la fuerza del saber victorioso que quiere hablar de eso al prójimo en alegría jubilosa!

Si, como en la expresión “servicio a Dios”, sea utilizada una denominación engañosa para algo cuyo contenido es diferente de aquello que la expresión indica, luego ese error tiene consecuencias. La fuerza que podía tener es quebrada de antemano con el empleo de una denominación falsa, no pudiendo surgir un verdadero y unísono vibrar, porque a través de la expresión indicadora se originó un otro concepto, que no se cumple. La ejecución del servicio a Dios se encuentra en contradicción con aquello que la expresión “servicio a Dios” hace surgir como imagen en la más intima intuición de cada espíritu humano.

Id y aprended, y pronto reconoceréis donde os es ofrecido el verdadero pan de la vida. Antes de todo, utilizad las reuniones en conjunto como horas de solemne adoración a Dios. ¡Servicio a Dios, sin embargo, mostrad en la actuación entera del vuestro ser, en la propia vida, pues es así que debéis servir al vuestro Criador, agradecidos, llenos de jubilo por la gracia de que podéis existir!

¡Transformad todo lo que pensáis y hacéis en un servir a Dios! Luego os sobrevendrá aquella paz por la cual anheláis. ¡Y cuando los seres humanos os aflija pesadamente, sea por envidia, maldades o bajas costumbres, tendréis la paz dentro de vosotros para siempre, y ella os ayudará, finalmente, a vencer todas las dificultades!

¡Tomad eso como regalo de Navidad, en el reconocimiento del inconcebible amor de Dios que no os quería dejar sucumbir totalmente antes del inicio del sagrado Juicio, lo cual, en todo su rigor, trae auxilio a aquellos quienes, con humildad, se abren a Su amor!

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