Resonancias del Mensaje del Grial 1

de Abdrushin


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56. Y cuando la humanidad pregunte...

Hay algo de extraño con relación a la humanidad terrena. Como una masa inerte, indolente y perezosa, se halla ella en la Creación. La humanidad, que debería tejer en ella del modo más activo, más móvil, más bello y más luminoso, si utilizase correctamente las facultades, que por gracia le han sido concedidas.

Sin embargo, como plomo ella convierte todo pesado, sombrío, turbo, siempre lista para, de modo envenenador y degradante, influir llena de envidia por sobre aquello, que quiere elevarse arriba de su especie mediana. Enemiga de la Luz, ella acecha para macular todo lo que no quiere acompañarla en el camino, que ella misma construyó, que conduce hacia el abismo, hacia la ruina eterna.

¡Los seres humanos se hallan alejados del Señor, porque ellos propios quieren convertirse señores sobre la Tierra! Y, sin embargo, pronuncian el nombre de Dios ahora más de lo que antes, con el objetivo de utilizarlo para sus finalidades egoístas, anteponiéndolo como escudo, en el propósito de demostrar con eso un querer puro.

Su intimo, sin embargo, nada tiene que ver con el escudo demostrado; pues sus almas están llenas de desconfianza, por miedo de que alguien les pudiese negar aquello, que ellos propios anhelan: poder terreno e influencia terrena.

¡Y esa desconfianza turba todo el querer puro, ella arrastra hacia bajo, convierte injusto, fanático y aumenta solamente el abuso del sagrado nombre “Dios”!

¡Los seres humanos no preguntan a ese respecto! Además, nunca preguntan por aquello, que realmente les puede traer provecho y que deben preguntar, pero, sí, solamente por aquello, que se halla en la dirección de su pensar. Como, sin embargo, el intimo de toda la humanidad, hoy, está tomado solamente de desconfianza, así en cada pregunta tiene que estar escondida también la desconfianza, como consecuencia de un estado anímico que está torcido y estragado hasta la esencia.

Lo qué un ser humano piensa al respecto del prójimo, él agota de si y lo presupone en relación a si mismo. Una persona realmente buena irá querer encontrar en los demás siempre primero solamente lo que es bueno, mientras que una persona mala, evidentemente, sólo será capaz de presuponer en su prójimo lo que es malo, principalmente en aquellas cosas, que ella propia además no puede comprender.

Una persona mala interpretará en un otro como siendo mal-intencionado todo aquello, que todavía no comprenda, porque en acuerdo a su especie ni siquiera espera algo diferente.

Con una persona buena, sin embargo, ocurre lo contrario. Juzgará todo primeramente en acuerdo a su especie, que es buena.

Una persona mala nunca podrá creer en una voluntad buena, no puede colocarla como base de cualquier acción, porque ella propia no es capaz de eso. Relegará actuación desinteresada para el ámbito de los cuentos de hadas, o incluso de la mentira, porque para ella misma es extraña e incomprensible.

Solamente la persona buena podrá creer en eso, porque ella propia es capaz de actuar de modo idéntico.

Así, el juzgamiento de un ser humano al respecto de su prójimo es siempre solamente el reflejo del propio estado, que él, de esa forma, lleva a la expresión de forma muy clara.

¡Los seres humanos, quienes dicen y propagan comentarios maldosos al respecto de sus prójimos, tienen que ser malos dentro de si mismos, al contrario no actuarían de esa manera! Eso es una ley de la Creación, que vibra en la igual especie. Así vuestro Criador, en Su omnisciencia, también obligó cada ser humano a portar abiertamente ante si un espejo, en lo cual su propia vida interior es nítidamente reconocible para el observador sereno. Esa ley, en su gran simplicidad de efectos como auxilio de la Luz, solamente todavía no fue observada con precisión, porque el ser humano nunca tuvo el trabajo de escrutar la lógica de las leyes de Dios en la Creación.

Solamente siempre anhela, en el camino terreno, progresar rápido terrenalmente en la obtención de bienes terrenos para las así nombradas cosas agradables de una existencia terrena, las cuales, sin embargo, en la realidad, resultan superficialidad y, consecuentemente, decadencia espiritual, porque inducen a la comodidad indolente, pero nunca traen ascensión.

Con eso, el ser humano corre apurado a través del tiempo a él concedido por gracia, sin mirar hacia la derecha o hacia la izquierda, solamente para alcanzar objetivos terrenos. De esa forma nada aprende de la Creación, que lo envuelve, en la cual le es permitido vivir y en la cual incluso debe actuar correspondientemente.

Al contrario él ya hace mucho habría reconocido también esta ley, que siempre le muestra el prójimo claramente, tal como éste realmente es. ¡Y tales reconocimientos auxiliadores lo harían progresar más en el camino terreno de lo que su correría, le ahorrarían mucho sufrimiento y muchas decepciones y, por esta razón, en la Tierra debería ser también diferente de lo que es hoy!

¡Aprended, finalmente, a conocer las leyes de Dios en la Creación, oh seres humanos, y a vosotros será auxiliado!

¡Para eso, sin embargo, os tendréis que esforzar y renunciar al querer exigir, a lo que os habituasteis en la actuación de vuestra presunción hostil a Dios! ¡Luego la desconfianza no iría reinar hoy entre todos los seres humanos y agitar el azote sobre vosotros! La desconfianza, sin embargo, es solamente el fruto de la indolencia espiritual. Si vuestro espíritu fuese activo, así, como exige de vosotros la voluntad de Dios, y si no hubieseis colocado, en lugar de vuestro espíritu, el intelecto preso a la Tierra, que debe permanecer solamente un instrumento del vuestro espíritu, luego la desconfianza no podría haber conquistado la posición, que ha ocupado hoy en la Tierra.

La desconfianza es, ahora, el peor fruto del querer errado y de los caminos errados de esa humanidad. La desconfianza agita el azote como postrera consecuencia de vuestra condición de seguidores de Lucifer! La desconfianza está hoy anidada en toda parte, para dondequiera que miréis, no solamente en los Estados y en las iglesias, en la manera de actuar o en el relacionamiento social, pero, sí, incluso en lo más intimo de la vida familiar, en el sagrado lar del matrimonio.

También donde solamente dos estén juntos: ¡la desconfianza agita el azote sobre vosotros! ¡Ella brotó de vosotros, germina alrededor de vosotros, sobre vosotros con avidez repugnante, hinca sus garras profundamente en vuestras almas y además os instiga a que os dilaceréis mutuamente!

¡Y será también esa desconfianza que, como la peor plaga criada por vosotros propios, arrastrará consigo muchos entre esa humanidad, sí, la mayor parte de ella, en su caída para los horrores de la descomposición, la muerte eterna!

Un relámpago proveniente desde la Luz la alcanzará mortalmente, pero en la convulsión mortal ella no os largará, y sus millones de garras asegurarán firmemente. Ellas se cerrarán todavía más fuertemente en la rigidez de la muerte, las almas, por ellas agarradas, no más se podrán desvencijar, a menos que, en el desespero, ellas propias desenvuelvan una vez más un gran esfuerzo para, bajo mil dolores, arrancarse y liberarse aún en el ultimo momento. ¡Ese arrancarse exige, sin embargo, un enorme desenvolvimiento de voluntad y causa profundas heridas a vuestras almas!

No muchos entre esa humanidad serán capaces de todavía criar esa fuerza, y otros tendrán recelo de las graves heridas, del sufrimiento que el arrancar condiciona.

Y así ellos hunden en indolente inactividad, hunden en abismos sin fondo, en la noche eterna, donde, sin embargo, nos esperan mil veces más tormentos de lo que serian los dolores, que el arrancar voluntario les traería. — ¡Entonces, sin embargo, será definitivamente demasiado tarde! Ellos consintieron que esa desconfianza actuase en el cruce, ante el cual la gracia de Dios una vez más os colocó.

La indolencia de su espíritu lleva la humanidad ahora a la caída definitiva a causa de su ultimo fruto repugnante, indigno del ser humano, hostil a la Luz: ¡la desconfianza!

En eso reside el Juicio: ¡ellos propios no más son capaces de acoger la ultima gracia de Dios! Y todos los seres humanos indolentes de espíritu, considerados en el Juicio como imprestables, preguntarán:

“¿Cómo puede Abdrushin – Imanuel probar que él es el Hijo del Hombre?”

Sin embargo, solamente los indolentes de espíritu preguntarán de esa o de forma parecida, aquellos, quienes por si mismos no quieren se esforzar por su salvación. ¡Pues que su desconfianza los gobierna! Están irremediablemente esclavizados a ella. Investigar, ellos mismos, en la Palabra con la actividad seria del espíritu, no solamente del intelecto, eso ellos no más consiguen. Para tanto, ya están demasiado débiles en su espíritu. ¡A los indolentes de espíritu, sin embargo, la Palabra de la Vida, la Palabra Viva, que también exige vida para poder ser acogida, nada podrá dar tampoco dará, en acuerdo a la inabalable ley de Dios! Pues, quien no busque seriamente los valores dentro de ella, éste nada encontrará en ella. ¡Quien, sin embargo, busque, éste encontrará!

El Mensaje contiene y da todo. Él es inagotable para el espíritu humano. El ser humano más sencillo, como el más importante erudito, puede encontrar en ella lo que busca. Nada existe en la Creación, que él no pueda encontrar y reconocer en este Mensaje, apenas él esté apto a recibir en si los valores.

Incluso el mayor saber humano de hasta ahora además puede ampliarse en él, sin jamás encontrar un limite. El espíritu humano solamente tiene que buscar de hecho en él, con humildad y dispuesto a recibir con gratitud. La presunción, sin embargo, cierra para el espíritu, que se quiere forzar a buscar, el camino hacia cualquier poder recibir.

Sin embargo, no más está lejos la época, en que tesoros inimaginables oriundos desde la Palabra del Mensaje serán jubilosamente transmitidos por espíritus humanos de todas las clases a la humanidad que está a la escucha. Y ella os proporciona siempre cosas nuevas para todo y cualquier campo del verdadero saber, para el alma y para el cuerpo, y también para vuestro pensar y el actuar aquí en esta Tierra.

Hasta allá, sin embargo, los indolentes en el espíritu habrán que separarse de los activos, ellos serán separados por si mismos, para que, en el futuro, nada más puedan impedir o confundir de aquello, que está en acuerdo a la voluntad de Dios.

Quien le la Palabra de mi Mensaje seriamente y sin presunción, por lo tanto, quien en ella busca verdaderamente, éste también encontrará en ella todo el reconocimiento para sí mismo y no más preguntará: “¡Cómo Imanuel quiere probar que é les el Hijo del Hombre!”—

Es de la voluntad de Dios, que el espíritu humano despierte del sueño y de la indolencia, a que él mismo se impuso, y que lo desviaron de la Luz, que lo dejaron caer en las tinieblas.

¡Es culpa de la humanidad, única y exclusivamente! No se hubiese ella alejado livianamente de la ligazón con la Luz, se separado con porfiada persistencia y en la presunción de un ridículo querer saber mejor, entonces nadie tendría dificultades en el reconocimiento de aquél, que es enviado por la Luz.

Así, sin embargo, hasta ahora, fueron siempre solamente pocos, en la triste historia de la evolución de toda la humanidad terrena, que de hecho reconocieron enviados desde la Luz y, con eso también los aceptaron.

¡Errores de la humanidad! No, sin embargo, de la Luz. ¡Y esa misma humanidad quiere ahora exigir de la Luz que ella, a causa de sus errores, cambie las leyes eternas, para que pueda, enmarañada todavía en los errores, reconocer cómodamente quién es el enviado de la Luz y sin necesitar esforzarse primero para tanto!

Cuánta arrogancia esta pregunta encierra en relación a Dios, de eso, en la indolencia de su espíritu, ni siquiera se vuelven más concientes.

Dejad que continúen a recorrer el camino, que los conduce al descalabro. No lo quieren de otra forma. Alejaos de tales indagadores y acordaos:

Igual también se acercaron antaño de Jesús, cuando ya lo habían clavado a la cruz, y exigieron de él: “¡Si eres el Hijo de Dios, luego ayúdate a ti mismo y baja de la cruz!”

Con eso, por lo tanto, él debería probar una vez más que era el Hijo de Dios. Otras personas, sin embargo, habrían entonces exigido siempre nuevas pruebas, para querer creer en su misión, o para quedarse convencidas de ella. Los deseos luego se multiplicarían millares de veces, y por fin, a pesar de eso, nadie se habría esforzado en creer realmente en eso.

Conocéis, pues, suficientemente los seres humanos, para que también vosotros propios sepan de eso.

En las palabras, que Jesús pronunció y enseñó, querían pensar solamente en segundo lugar, se esforzar por ellas solamente después de que hubiesen primeramente recibido otras pruebas. Para esforzarse por sí propio, el ser humano siempre quiere decidirse solamente por ultimo. Eso él reserva, para nunca hacer, porque ese por ultimo ni siquiera le surge voluntariamente.

¡En eso reside su debilidad para él ahora fatal! Pues en este punto inicia ahora el Juicio.

Yo os digo: ¡la Palabra Viva, el Mensaje, que yo traje, es la prueba, como no puede ser dada de forma mejor o más convincente a todos los espíritus humanos!

¡Y quien una vez reconozca la Palabra ante sincero buscar, éste estará plenamente convicto, aunque sin otro auxilio! Solamente eso, sin embargo, además es capaz de salvarlo, auxiliarlo, para que pueda anhelar hacia arriba, en dirección a los luminosos jardines de Dios del eterno poder vivir en alegre actividad, en acuerdo a la voluntad de Dios.

¡Nada diferente! Solamente quien reconoce la Palabra y la convierte de hecho propiedad suya, por lo tanto, quien también vive realmente según la misma, será salvo de la muerte eterna. Tal persona, sin embargo, tampoco solicita otras pruebas. ¡Todo se ha convertido una evidencia para ella en el vivenciar de mi Palabra, que en eso le suministra la prueba!

El ser humano tiene, pues, que esforzarse en favor de eso, con toda la seriedad y en humildad, sin presunción, sin perjuicios. Si no cumpla eso, la Palabra nada le podrá dar. ¡Le permanecerá cerrada, mientras que, al contrario, supera ampliamente las mayores expectativas de cada uno y derrama una riqueza, que trae verdadera paz, verdadero saber y convierte feliz!

Los seres humanos lo vivenciarán, aunque ahora burlen al respecto. Sus almas deberán ser ablandadas por graves conmociones y, de esa forma, preparadas para un querer recibir suplicante. Luego, sí, reconocerán la riqueza de mi Mensaje, en el cual ninguna palabra será cambiada, pero que es y quedará así, como es dada por mi ahora. Los seres humanos, sin embargo, se cambiarán en muy poco tiempo, porque sus almas ahora todavía están demasiado rígidas en la voluntad propia del intelecto torcido.

¡Tontos seres humanos, cómo os juzguéis tan seguros y grandes! Digo una vez más: ¡no sois vosotros, que podéis exigir del Dios omnipotente, pero, sí, ÉL exige ahora una vez de vosotros, visto que Su paciencia ahora está en el fin!

¡Él exige la prueba de vosotros, de que habéis bien utilizado las facultades, que Él concedió al vuestro espíritu, en acuerdo a Su sacrosanta voluntad! ¡Que seáis activos en el espíritu y podáis reconocer aquél en su palabra, que Él ahora os envió!

¡Si no logréis eso, luego habréis sido indignos de Su gracia, no habréis utilizado las facultades, que Él os concedió para una cooperación digna de seres humanos en la Creación, habréis soterrado y desperdiciado vuestra condición humana y, por esta razón, seréis borrados, como imprestables en la Creación, de Su libro de gracias de la permisión de autoconciencia y de la vida!

¡Haced un examen de conciencia, seres humanos! ¡Despertad espiritualmente! Muy pronto os habréis que cambiar, cada uno, por la propia vivencia, porque la mano omnipotente de Dios ya paira sobre todo, y Su ira sagrada se derrama ahora para la salvación de aquellos, quienes todavía no se entregaron enteramente a las tinieblas y todavía pueden alcanzar el despertar.

¡Aprovechad las horas ahora, oh seres humanos terrenos! En la ira de Dios será despedazada enteramente también la indigna desconfianza, como ultimo fruto dañoso del querer errado de esos seres humanos, la cual, como una peste, ya se diseminó sobre toda la Tierra. ¡Ésta quedará nuevamente libre de eso!

Antes, sin embargo, viene el embate:

La humanidad exigirá una vez más arrogantemente, como ya antaño con Jesús: ¡Prueba que tu eres el Hijo del Hombre! La humanidad quiere exigirlo según los restrictos conceptos propios, terrenos, por ella misma criados.

Dios, sin embargo, exige ahora en sagrada ira: ¡Humanidad, yo te dí antaño la facultad de reconocer también siempre todo lo que procede desde mi Luz! ¡Ahora reconoce mi hijo, o estarás juzgada y condenada como humanamente indigna y enemiga de la Luz! —

¡Lo que desde ahí resulte, vosotros propios lo vivenciaréis, a la brevedad! ¡Y si la humanidad pregunte conforme su especie, luego, de esta vez, Dios le dará respuesta en acuerdo a Su especie omnipotente!

Y toda la presunción ridícula de esos seres humanos terrenos colapsará como un pequeño monte de polvo. —

Agradeced al Señor, cuando Él os auxilie con Sus golpes que, actuando de forma reciproca, deberán caer también sobre vosotros. ¡Orad y permaneced preparados para, en la hora de mayor aflicción de la humanidad, anunciar la Palabra, que yo os dí!

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