Resonancias del Mensaje del Grial 1

de Abdrushin


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53. ¡Pedid, luego a vosotros será dado!

El ser humano todavía permanece en duda sobre la forma de la oración. Quiere hacer lo cierto en ese caso y no descuidar de nada. Con honestísima voluntad cavila y no encuentra ninguna solución, que le dé la certeza de que en eso no esté siguiendo caminos errados.

Pero el cavilar no tiene ningún sentido, solamente muestra que él siempre de nuevo busca acercarse de Dios a través de su intelecto, y eso nunca logrará; pues así siempre quedará lejos del Altísimo.

Quien asimiló correctamente mi Mensaje comprende que palabras tienen limites demasiado restrictos para que, en su especie, puedan elevarse hacia las alturas luminosas. Solamente las intuiciones, que las palabras contienen, suben más para allá de los limites de las palabras formadas, en acuerdo a su fuerza, su pureza.

Las palabras sirven, en parte, solamente como indicadoras de camino, que muestran la dirección, que las irradiaciones de la intuición deben tomar. La otra parte de las palabras desencadena, en la propia persona, la especie de las irradiaciones, que usa las palabras formadas como apoyo y envoltorio. La palabra pensada durante la oración vibra retroactivamente en el ser humano, cuando él la vivencia o se esfuerza en convertirla viva dentro de sí.

Con esa explicación ya veis surgir ante vosotros dos especies de oraciones. Una especie, que surge en vosotros a partir de la intuición, sin reflexión, en el propio vivenciar, que es, por lo tanto, intensa intuición de un dado momento, que al brotar primero además se envuelve en palabras, y luego la otra especie, que, raciocinando, molda antes las palabras, y, solamente actuando retroactivamente a través de las palabras, busca suscitar intuición correspondiente, que, de ese modo, quiere llenar con intuición las palabras ya formadas.

No hace falta decir cuál especie de esas oraciones pertenece a las más vigorosas; pues vosotros propios sabéis que lo más natural es también siempre lo más cierto. En esos casos, por lo tanto, aquella oración, que surge desde el brotar de una repentina intuición, y sólo entonces busca comprimirse en palabras.

Suponed que inesperadamente os alcance un pesado golpe del destino, que os haga estremecer incluso la esencia más profunda. El miedo por algo amado os oprime el corazón. En vuestra aflicción se eleva entonces un grito de socorro en vosotros, con una fuerza, que hace estremecer todo el cuerpo.

En eso veis la fuerza de la intuición, que es capaz de subir hacia las alturas luminosas, si... esa intuición traiga en sí pureza repleta de humildad; pues sin ésta ya es interpuesto un muy determinado obstáculo en el camino hacia cualquier escalada, aunque sea más fuerte y poderosa. Sin humildad eso le es completamente imposible, ella jamás logrará avanzar hasta la pureza, que rodea en inmenso arco todo cuanto sea divino.

Una intuición así fuerte traerá incluso siempre con ella solamente uno balbucear de palabras, porque su fuerza ni siquiera admite que se deje comprimir en palabras estrechas. La fuerza fluye hacia muy allá de los limites de todas las palabras, derribando impetuosamente todas las barreras, que las palabras quieren erigir con la actividad estrechamente limitada del cerebro terreno.

Cada uno de vosotros ya debe tener una vez experimentado eso de esa forma en su existencia. Podéis, por lo tanto, comprender lo que quiero decir con eso. Y esa es la intuición, que debéis tener durante la oración, si tenéis la esperanza de que ella sea capaz de subir hacia los paramos de Luz límpida, desde donde viene toda concesión hasta vosotros.

¡Sin embargo, no solamente en las aflicciones os debéis dirigir hacia las alturas, sino también la alegría pura puede brotar con igual fuerza en vosotros, la felicidad, el agradecimiento! Y esa especie llena de alegría se proyecta aún más deprisa hacia arriba, porque permanece más límpida. El miedo turba muy fácilmente vuestra pureza de intuición y forma una especie errada. Con demasiada frecuencia se encuentra ligada a eso una reprobación silenciosa por haber que ocurrir justamente a vosotros aquello, lo que tan pesadamente alcanzó vuestra alma, o incluso rencor, y eso evidentemente no es lo cierto. Hay que retener abajo entonces vuestros clamores.

Para la oración no hace falta que formáis palabras. Las palabras son para vosotros, para os conceder el apoyo a vuestra intuición, con el objetivo que quede más concentrada y no se pierda en varias especies.

No estáis acostumbrados a, también sin palabras, pensar de modo nítido y a profundizarse sin perder la dirección cierta, porque vosotros os convertisteis excesivamente superficiales y distraídos debido al demasiado hablar. Necesitáis todavía de las palabras como indicadoras de camino y también como envoltorios, con el objetivo de que con eso concentréis determinadas especies de vuestras intuiciones, para que también imaginéis más claramente en palabras aquello, lo que queréis deponer en vuestra oración.

¡Así es la manera de orar, cuando el impulso para eso surge desde las intuiciones, por lo tanto, cuando es un querer de vuestro espíritu! En los seres humanos de hoy, sin embargo, eso ocurre raramente. Solamente cuando ellos son alcanzados por algun golpe muy fuerte debido al sufrimiento, alegría, o también debido a un dolor físico. Voluntariamente, sin golpe, nadie se da más al trabajo de pensar de vez en cuando en Dios, el donador de todas las gracias.

Volvámonos ahora hacia la segunda especie. Se trata de oraciones, que son efectuadas en ocasiones muy determinadas, sin ninguno de los motivos de que ahora tratamos. El ser humano se propone a rezar. Se trata de una oración reflexionada, especialmente pretendida.

Con eso cambia también el proceso. El ser humano piensa o habla determinadas palabras de oración, que él propio compuso, o que aprendió. Habitualmente tales oraciones son pobres de intuición. El ser humano piensa demasiado para combinar las palabras correctamente, y eso por sí ya lo desvía del verdadero intuir junto de aquello, que habla o solamente piensa.

Reconoceréis fácilmente la exactitud de esta aclaración en vosotros propios, si recordéis y luego os examinéis una vez cuidadosamente al respecto. No es fácil introducir la pura capacidad intuitiva en tales oraciones. Ya la minima obligación debilita, ella exige una parte de la concentración hacia si misma.

En ese caso las palabras formadas tienen que ser, primero, convertidas vivas en vosotros propios, es decir, las palabras tienen que desencadenar en vosotros aquella especie de intuición, que ellas designan en su forma. El proceso no sigue luego brotando desde dentro hacia fuera, a través del cerebro posterior para el vuestro cerebro anterior que, correspondiendo a las impresiones, forma rápidamente palabras para eso, pero, sí, el cerebro anterior comienza primero con su formulación de palabras, las cuales, luego, retroactivamente necesitan ser recibidas y procesadas primeramente por el cerebro posterior, con el objetivo de ejercer, desde ahí, una correspondiente presión por sobre el sistema nervioso del plexo solar, lo cual solamente tras nuevos procesos puede desencadenar una intuición correspondiente a la palabra.

Sin embargo, todo ocurre tan rápidamente en su secuencia, que al observador parece como si pasase simultáneamente, pero, a pesar de eso, configuraciones de esa especie no son tan fuertes, tampoco tan originales como aquellas, que surgen en el camino inverso. Tampoco pueden, debido a eso, obtener el efecto, y en la mayoría de los casos permanecen vacías de intuición. Ya cuando vosotros repetís diariamente siempre de nuevo palabras iguales, ellas pierden para vosotros la fuerza, se convierten habito y, con eso, sin significado.

¡Por eso, convertíos naturales en la oración, seres humanos, convertíos espontáneos, sin artificios! Lo que es aprendido se vuelve muy fácilmente una recitación. Con eso solamente convertís todo difícil para vosotros.

¡Si comencéis vuestro dia con una verdadera intuición de gratitud para con Dios, con igual sentimiento de gratitud también lo terminéis, y aunque se trate de agradecimiento solamente por la enseñanza recibida en ese dia en la vivencia, luego viviréis cierto! Dejad cada trabajo, a través de la diligencia y del cuidado, surgir cual una oración de agradecimiento, dejad que cada palabra que proferís refleje el amor que Dios os concede a vosotros, luego la existencia en esta Tierra pronto se convertirá alegría para todo aquél, a quién es permitido vivir sobre ella.

Eso no es tan difícil y no os quita tiempo. Un corto momento de sincera intuición de gratitud es mucho mejor que horas y horas de oración aprendida, a la cual ni siquiera podríais seguir con vuestra intuición. Además, tal orar superficial solamente os quita tiempo para un verdadero agradecer en alegre actividad.

Un niño, que realmente ama a sus padres, prueba ese amor en su modo de ser, por la acción, y no con palabras aduladoras, que en muchos casos son solamente la expresión de dócil vanidad, cuando no se trate incluso de ansia de un egoísmo. Los así nombrados aduladores raramente valen alguna cosa y piensan siempre solamente en sí y en la satisfacción de deseos propios.

¡No diferente vosotros os halláis ante vuestro Dios! ¡Probad con la acción lo qué queréis decirLe! —

Así, pues, sabéis ahora cómo debéis orar e ya os halláis recelosos ante la pregunta, lo qué debéis orar.

Si queráis reconocer la manera cierta para eso, luego debéis primero separar la oración de vuestros pedidos. ¡Haced una diferencia entre oración y pedido! No buscad siempre calificar vuestro pedir como oración.

La oración y el pedido deben significar dos cosas para vosotros; pues la oración pertenece a la adoración, mientras el pedido no puede pertenecer a ella, si es que queráis realmente os orientar en acuerdo con el concepto.

Y es necesario que os orientéis a partir de ahora en acuerdo a eso y no mezcléis todo.

¡Daos en la oración! Es eso lo que os quiero bramar, y en la propia palabra tenéis también la explicación. ¡Daos al Señor en vuestra oración, dados a Él enteramente y sin reservas! Para vosotros la oración debe ser un abrir de vuestro espíritu a los pies de Dios, en veneración, alabanza y agradecimiento por todo lo cuanto Él os concede en Su gran amor.

Es tan inagotablemente mucho. ¡Sólo que hasta ahora todavía no lo comprendisteis, perdisteis el camino, que os permite que lo usufructuéis con plena conciencia de todas las facultades de vuestro espíritu!

Si tengáis una vez encontrado ese camino en el reconocimiento de todos los valores de mi Mensaje, luego no más os restará ningún pedido. Tendréis solamente alabanza y gratitud, apenas enderecéis las manos y la mirada hacia arriba, hacia el Altísimo, que se revela a vosotros en amor. Os encontraréis, entonces, constantemente en oración, como el Señor no puede esperar de forma diferente de vosotros; pues que podéis tomar en la Creación lo que necesitáis. La mesa, pues, está puesta dentro de ella a cualquier hora.

Y por las facultades de vuestro espíritu a vosotros es permitido eligir desde ahí. ¡La mesa os ofrece siempre todo, de lo que necesitéis, y no tenéis necesidad de pedidos, si solamente os esforcéis de manera cierta para os mover en las leyes de Dios!

Todo eso también ya ha sido dicho en las palabras a vosotros muy conocidas: “¡Buscad, luego hallaréis! ¡Pedid, luego os será dado! ¡Golpead, luego se os abrirá!”

Esas palabras os enseñan la actividad necesaria del espíritu humano en la Creación, antes de todo, también el empleo correcto de sus facultades. Le muestran exactamente de qué manera él debe adaptarse a la Creación, y también el camino, que lo hace progresar dentro de ella.

Las palabras no deben ser evaluadas solamente de manera cotidiana, pero su sentido reside mucho más profundo, él alcanza la existencia del espíritu humano en la Creación, según la ley del movimiento necesario.

El “¡Pedid, luego os será dado!” señala muy claramente hacia la facultad del espíritu por mi mencionada en la disertación “El circular de las irradiaciones”, que, siempre bajo un determinado e inevitable impulso, lo induce a querer o desear algo, que después en su irradiación atrae inmediatamente la igual especie, en la cual, naturalmente, le es dado lo que deseó.

El impulso de desear, sin embargo, debe permanecer siempre un pedido, no debe se constituir en una exigencia unilateral, según lamentablemente todo ser humano actual ya se acostumbró a hacer. Pues que, si permanece como pedido, luego la humildad en eso se encuentra anclada conjuntamente, y por eso contendrá siempre el bien y también resultará el bien.

¡Jesús demostró con las palabras claramente cómo el ser humano debe sintonizarse, con el objetivo de conducir hacia el rumbo cierto todas las facultades naturales de su espíritu!

Así es con todas sus palabras. Lamentablemente, sin embargo, ellas han sido impresas en el circulo estrecho del intelecto terreno de los seres humanos y, con eso, muy torcidas, por eso también nunca más comprendidas y no interpretadas correctamente.

Pues que con eso no deban ser entendidas las relaciones con los seres humanos será fácilmente comprensible para cada uno, porque la sintonización de los seres humanos ni siquiera antaño tampoco hoy es de tal manera, que se pueda esperar de ellos el cumplimiento de tales indicaciones.

Id a los seres humanos y pedid, y nada os será dado. ¡Golpead, y allá no os será abierto! ¡Buscad entre los seres humanos y sus obras, y no encontraréis aquello, lo que buscáis! —

Jesús tampoco se refería a la posición del ser humano para con Dios personalmente, con omisión de todos los mundos inmensos, que se hallan en el medio y no pueden ser puestos al margen como si ni siquiera existiesen. Con eso tampoco se refería solamente a la Palabra Viva, pero, sí, Jesús habló siempre partiendo desde la sabiduría primordial, y nunca comprimida en el mezquino pensar o en situaciones terrenas. ¡Cuando hablaba, él vía ante sí el ser humano dentro de la Creación, y elegía sus palabras comprendiendo todo!

A partir de esa omisión, de pensar en eso, padecen, sin embargo, todas las reproducciones, traducciones e interpretaciones. Éstas han sido siempre solamente mezcladas y ejecutadas con el pensar humano terreno mezquino, con eso torcidas y deformadas. Y allá, donde hacia falta la comprensión, ha sido añadida cosa propia, que nunca podía llenar la finalidad, aun cuando era hecho con las mejores intenciones.

¡Lo que es humano permaneció siempre mezquinamente humano, el divino, sin embargo, comprende todo! De esa manera, el vino ha sido mezclado con mucha agua y se acabó convirtiendo algo diferente, de lo que era originalmente. Nunca debéis olvidarlo.

También con el “Padre Nuestro” Jesús buscaba, a través de los pedidos en él mencionados, solamente dirigir el querer del espíritu humano de forma la más sencilla hacia aquella dirección, que lo hiciese desear solamente lo favorable para su ascensión, con el objetivo de que eso le fuese proporcionado por la Creación.

No existe ahí ninguna contradicción, pero, sí, era el mejor indicador del camino, el apoyo infalible para cada espíritu humano en aquella época.

El ser humano de hoy, sin embargo, necesita de todo su vocabulario, que él crió para si en ese ínterin, y de la aplicación de cada concepto desde ahí surgido, si es que se deba abrir para él un camino hacia fuera de la confusión de los sofismas de su intelecto.

¡Por eso debo proporcionar a vosotros, seres humanos de los tiempos actuales, aclaraciones más amplias ahora, que en la realidad vuelven a decir precisamente la misma cosa, sólo que según vuestra manera!

Aprenderlo es ahora vuestro deber; ¡pues que vosotros os convertisteis más sabedores de la Creación! ¡Mientras vosotros, en el saber, no cumpláis los deberes, que las facultades de vuestro espíritu os imponen para el desenvolvimiento, tampoco tendréis ningún derecho a pedir!

¡Con el fiel cumplimiento de los deberes en la Creación, sin embargo, recibiréis recíprocamente todo, y no más habrá razón para ningún pedido, pero desde vuestra alma se desprenderá entonces solamente el agradecimiento para Aquél, que, en la omnisciencia y amor, siempre de nuevo os regala ricamente dia tras dia!

¡Oh pobres seres humanos, si pudieseis finalmente orar correctamente! ¡Orar realmente! Cuán rica seria entonces vuestra existencia; pues en la oración reside la mayor felicidad, que podéis obtener. Ella os eleva inconmensurablemente alto, de modo que la sensación de felicidad os perfluye bienaventuradamente. ¡Que podáis orar, seres humanos! Eso es ahora mi deseo para vosotros.

Luego, en vuestro pensar restricto, no más preguntaréis a quién debéis y a quién a vosotros es permitido orar. Sólo existe Uno, a Quién a vosotros es permitido consagrar vuestras oraciones, solamente Uno: ¡DIOS!

¡En momentos solemnes, acercaos de Él con sagrada intuición, y derramad ante Él todo aquello, que vuestro espíritu pueda dar en agradecimiento! Solamente a Él os enderezaos en la oración; ¡pues sólo a Él es debido el agradecimiento y sólo a Él tu perteneces, oh ser humano, porque a través de Su gran amor también pudisteis surgir!

Sin embargo, cuando tengáis pedidos, luego podéis enderezarte a Sus Hijos, a Cristo Jesús o a Imanuel. ¡Nunca, sin embargo, deberás elevar el pedido a una oración; pues la oración pertenece únicamente al Señor!

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