Resonancias del Mensaje del Grial 1

de Abdrushin


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Contenido


41. Los pequeños enteales

Prosigo hoy con mis explicaciones sobre el enteal y su actuación en la Creación. Es necesario que yo dé, en eso, primero una pequeña perspectiva sobre el ambiente más cercano del ser humano terreno, lo que es más fácil para la comprensión terrena, antes que, partiendo desde arriba hacia abajo, yo deje convertirse vivo ante vuestros ojos el grande cuadro de todos los acontecimientos.

Por eso, tomemos inicialmente aquellos enteales, que se ocupan con la materia gruesa. Éstos, en sí, se componen de muchos sectores especiales, formados por la especie de su actividad. Existen, por ejemplo, sectores que actúan completamente independientes de los espíritus humanos y que, solamente guiados desde el alto, se ocupan con el permanente desenvolvimiento de nuevos cuerpos celestes. Favorecen su manutención, así como su curso, del mismo modo también su desintegración allá, donde se convierta necesaria en la supermaduración, a fin de nuevamente poder surgir en nueva forma, según las leyes primordiales de la Creación, y así sucesivamente. Pero esos no son aquellos sectores, con los cuales hoy queremos nos ocupar.

Son los pequeños, para los cuales queremos nos volver. Ya muchas veces oísteis hablar de los elfos, de las ondinas, de los gnomos y de las salamandras, que se ocupan con la materia gruesa de la Tierra aquí visible a vosotros, así como de la misma manera en todos los otros cuerpos celestes de material gruesa. Ellos son los más densos de todos y por eso para vosotros también más fáciles de que sean vistos.

Sabéis de ellos, sin embargo, todavía ignoráis su real ocupación. Por lo menos creéis ya saber con qué ellos se ocupan; os hace falta a vosotros, sin embargo, cualquier conocimiento sobre la manera por la cual su actuación ocurre, y cómo esta se realiza siempre de acuerdo con las leyes de la Creación. Eso vosotros no sabéis.

Además, todo eso, a que ya nombráis de saber, todavía no es un reconocimiento real e intocable, sino solamente un inseguro palpar, donde es hecho grande alarde, cuando algo es encontrado aquí y allá, cuando los intentos de descubiertas, en sí desordenadas y tan ínfimas en relación a la Creación, deparan ocasionalmente con una partícula de polvo, cuya existencia muchas veces se constituye en una sorpresa.

Pero también esto yo todavía no os quiero revelar a vosotros hoy, pero, sí, primero contar de aquello, que se halla estrechamente relacionado con vosotros personalmente, atado a vuestro pensar y a vuestro actuar, a fin de que por lo menos en estas cosas podéis adquirir, poco a poco, la facultad de observar cuidadosamente.

Estos sectores, de los cuales os hablo hoy, también pertenecen a los pequeños enteales. Sin embargo, no os debéis olvidar ahí que cada uno de ellos, por menor que sea, es extraordinariamente importante y, en su actuación, más confiable de lo que un espíritu humano.

Con grande exactitud, que ni siquiera podéis imaginar, se procesa la ejecución del trabajo atribuido, porque incluso el aparentemente más ínfimo de los enteales es uno con el todo, y, por eso, también la fuerza del todo actúa a través de él, tras de lo cual se encuentra aquella una voluntad, favoreciendo, fortaleciendo, protegiendo, conduciendo: ¡la voluntad de Dios!

Así es, además, en el enteal todo y así podía, así también ya debía ser desde hace mucho tiempo con vosotros, con los espíritus desenvueltos hacia la autoconciencia de la Creación posterior.

Esa conexión firmemente establecida tiene como consecuencia natural, que cada uno de estos enteales, que una vez alcanza a fallar de alguna forma, será pronto expulsado por el ímpetu del todo y, con eso, permanecerá desconectado. Habrá entonces que fenecer, porque a él no más le afluye fuerza alguna.

Todo lo que es débil es de esa forma rápidamente eliminado y ni siquiera alcanza poder convertirse nocivo.

De estos aparentemente solamente pequeños y, sin embargo, tan grandes en su actuación, quiero hablar ahora, los cuales todavía ni conocéis, de cuya existencia hasta ahora nada sabíais.

Pero de su actuación ya oísteis en mi Mensaje. Seguramente, sin embargo, no la relacionasteis con el enteal, porque yo propio no me referí al respecto, pues que en aquél tiempo habría sido todavía prematuro.

Aquello que entonces mostré objetivamente, en breves frases, os doy ahora en su real actuación.

Hablé anteriormente una vez que los pequeños enteales al vuestro alrededor son influenciables por el espíritu humano y, de acuerdo a eso, pueden hacer algo bueno o incluso algo malo.

Esa influencia, sin embargo, no ocurre en aquél sentido, como imagináis. ¡No que podáis ser señores sobre eses entes, que podáis dirigirlos!

Además, hasta determinado grado se podría denominar eso así, sin decir algo errado; pues para vuestros conceptos y en vuestro idioma está correctamente expreso de ese modo, porque veis todo a partir de vosotros y también juzgáis de acuerdo a eso. Por esa razón, muchas veces tuve que os hablar en mi Mensaje de la misma manera, para que comprendáis a mí. Yo también podría hacerlo aquí, porque para vuestra actuación cierta en este caso no constituye ninguna diferencia.

¡Intelectualmente, en aquella ocasión, eso estaba mucho más cerca de vosotros, porque correspondía más a la sintonización del vuestro intelecto, cuando os dije que siempre influenciáis fuertemente con vuestra voluntad todo el enteal a vuestro alrededor, y que éste también se orienta según vuestro pensar, vuestro actuar, porque sois espirituales!

Eso sigue literalmente cierto, sin embargo, la causa de eso es otra; ¡pues la conducción propiamente dicha de todas las criaturas, que se encuentran dentro le la ley de esta Creación, por lo tanto, que viven dentro de la voluntad de Dios, parte solamente desde arriba! Y a ellas pertenecen todos los enteales.

Ellos nunca se encuentran sumisos a la voluntad ajena, ni tampoco transitoriamente. Tampoco allá, dónde así os parezca.

¡Los pequeños enteales, que cité, se orientan, sí, en su actuación según vuestra voluntad y según vuestro actuar, oh espíritus humanos, sin embargo, su actuar se encuentra, a pesar de eso, solamente en la voluntad de Dios!

Eso es un aparente enigma, cuya solución, sin embargo, no es tan difícil; pues necesito para eso solamente os mostrar ahora el otro lado de aquel, desde dónde vosotros todo observáis.

¡Visto desde vuestro lado, vosotros influenciáis los pequeños enteales! ¡Visto desde el lado de la Luz, sin embargo, ellos solamente cumplen la voluntad de Dios, la ley! ¡Y como, además, toda fuerza para actuar solamente puede venir desde la Luz, entonces esto, que constituye para vosotros el otro lado, es lo cierto!

Sin embargo, consideremos, para mejor comprensión, primero la actividad vista desde vuestro lado. Con vuestro pensar y vuestro actuar influenciáis los pequeños enteales según la ley de que el espíritu aquí en la materia ejerce con cada voluntad una presión, también sobre el pequeño enteal. Esos pequeños enteales forman entonces en la materia gruesa fina todo cuanto aquella presión les transmite. ¡Digamos, por lo tanto, si observado desde vuestro lado, ellos ejecutan todo aquello, que vosotros queréis!

En primera línea aquello, que queréis espiritualmente. ¡El querer espiritual, sin embargo, es intuición! Los pequeños enteales forman eso en la materia gruesa fina, precisamente de acuerdo con la voluntad emitida por el espíritu. Ellos inmediatamente levantan el hilo, que surge desde vuestro querer y desde vuestro actuar, y forman en el fin de ese hilo aquella configuración, que corresponde exactamente a ese hilo del querer.

De tal especie es la actividad de los pequeños enteales, que todavía no conocéis en su verdadera actuación.

¡De ese modo ellos crían, o, mejor dicho, forman el plan de la materia gruesa fina, que os espera, cuando tuviereis que pasar para el mundo de materia fina! Es el umbral para vuestra alma, donde ella, según vuestras expresiones, primero tiene que “se purificar” después de la muerte terrena, antes de poder entrar en la materia fina.

La permanencia del alma, allá, es de más larga o más corta duración, dependiendo de su disposición interior y si ella, con sus diversos pendientes y debilidades, tendía más fuerte o más débilmente hacia la materia gruesa.

Ese plan de la materia gruesa más fina fue visto hasta ahora ya por muchas personas. Pertenece, por consiguiente, todavía a la materia gruesa y es formado por aquellos enteales, que por toda parte preparan el camino del espíritu humano.

Esto es muy importante para que vosotros sepan: ¡los enteales preparan para el espíritu humano, por lo tanto, con eso también para el alma humana y igualmente para el ser humano terreno, el camino, que él tiene que seguir, quiera o no!

Estos enteales son influenciados por el ser humano y, aparentemente, también dirigidos. Pero solo aparentemente; pues el verdadero dirigente ahí no es la criatura humana, sino la voluntad de Dios, la ley férrea de la Creación, que colocó ese sector de los enteales en aquél lugar y dirige la actuación de éstos en el vibrar de la ley.

Por semejante actividad de los enteales se originan también todas las formas de pensamientos. Aquí, sin embargo, actúa a su vez un otro sector y una otra especie de enteales, los cuales desenvuelven, igual al lado de los primeros, un plan especial en la materia gruesa fina.

Así, surgen con eso también paisajes, aldeas y ciudades. Cosas bellas y cosas feas. Siempre, sin embargo, las diversas especies precisamente conjugadas. Por lo tanto, lo que es feo se junta a lo feo, lo que es bello, a lo bello, de acuerdo a la igual especie.

Estos son los sitios, los planes, por donde os debéis mover después de vuestra muerte terrena, antes que podáis entrar en la materia fina. Lo más grueso, es decir, el terrenal, que todavía pende en vuestra alma, será aquí desprendido y dejado hacia tras. Ni siquiera un granosito de polvo de eso podéis llevar con vosotros hacia la materia fina. Os retendría, hasta que cayese de vosotros, es decir, fuese vivenciado por vosotros en el reconocimiento.

Así, el alma, después de la muerte terrena, tiene que seguir peregrinando lentamente, a trepar escalón por escalón, por lo tanto, plan por plan, en permanente reconocimiento a través de la propia vivencia de aquello, que ella adquirió hacia sí.

Penoso es el camino, si los enteales tuvieron que construir sitios oscuros o turbios para vosotros, de acuerdo a vuestra voluntad aquí en la Tierra. Vosotros propios dais siempre el motivo para eso. —

Ahora sabéis lo qué y cómo los pequeños enteales actúan para vosotros, bajo vuestra influencia: ¡está en la ley de la reciprocidad! ¡Los pequeños enteales tejen con eso vuestro destino! ¡Son los pequeños maestros tejedores, que trabajan para vosotros, porque siempre tejen solamente así, como vosotros queréis en la esencia de vuestra intuición, así como por vuestro pensar y también por vuestro actuar!

¡Sin embargo, a pesar de eso, no se encuentran a vuestro servicio! —

Son tres las especies de esos enteales, que están ocupados con eso. Una especie teje todos los hilos de vuestra intuición, la segunda especie los hilos de vuestro pensar, y la tercera especie los hilos de vuestras acciones.

Eso no es acaso solamente un tejido, pero tres; sin embargo, están atados unos a los otros y también, al mismo tiempo, atados aún a muchos otros tejidos. Toda una legión trabaja en eso. Y esos hilos tienen colores, conforme su especie. Pero tan lejos todavía no debo ir con las aclaraciones, caso contrario alcanzaremos algo aún inaprensible para vosotros y jamás encontraríamos un fin. Así no podríais obtener un cuadro nítido.

Permanezcamos, pues, mientras tanto, aún en el ser humano individual. ¡Desde él parten, además de otras cosas, tres tejidos de diferentes especies, porque su intuir ni siempre es igual al pensar, el pensar, mientras tanto, ni siempre se halla en exacta concordancia con su actuar! Además de eso, los hilos del intuir son de especie totalmente diferente; pues éstos alcanzan incluso la materia fina y incluso el espiritual y allá son anclados, mientras que los hilos del pensar permanecen solamente en la materia gruesa fina y deben ser ahí vivenciados.

Los hilos de las acciones, sin embargo, son aún más densos y más pesados, son, por eso, anclados lo más cercano de la existencia terrena, deben, por lo tanto, después del fallecimiento en la Tierra, ser recorridos y vivenciados en primer lugar, antes que un alma pueda en fin proseguir.

¡No imagináis cuán largo ya es el camino de muchas almas, solamente para alcanzar la materia fina! Del espiritual, ni pensar.

A todo eso denomina el ser humano en su superficialidad sucintamente de más Allá, y con eso también se da por satisfecho. En su flojedad despeja todo en una sólo olla.

Muchas almas por largo tiempo están todavía presas a la Tierra, porque se penden en hilos, que se hallan firmemente anclados cerca a esa pesada materia gruesa. El alma solo puede se desligar de eso, cuando ahí se haya libertado por vivencia, es decir, cuando en la peregrinación obligatoria haya alcanzado al reconocimiento de que todas esas cosas ni poseen aquél valor o aquella importancia, que ella les había atribuido, y que ha sido fútil y errado haber desperdiciado antaño tanto tiempo para las mismas en la Tierra. Eso frecuentemente dura mucho tiempo, y a veces, es muy amargo.

Muchas almas son entre otras cosas atraídas de nuevo por la pesada materia gruesa, vuelven nuevamente y siempre de nuevo para la encarnación terrena aquí, sin que hayan estado en ese ínterin en la materia fina. Tenían que permanecer en la materia gruesa fina, porque de ella no pudieron se desligar tan rápidamente. Los hilos las detuvieron demasiado firmes allá. Y un escabullirse por astucia ahí no es posible.

Tanta cosa es posible para el ser humano aquí en la Tierra, que después de su desenlace él no las consigue más. Pende entonces más firme en la ley de esta Creación, vivenciando todo inmediatamente, sin que un pesado envoltorio de materia gruesa esté en el medio, retardando. Retardar puede el envoltorio terreno en su denso pesadumbre e impenetrabilidad, pero nunca impedir. Con eso, mucho es solamente postergado para el rescate, nunca, sin embargo, alguna cosa anulada.

Todo, lo que el ser humano intuyó y pensó aquí en la Tierra, lo aguarda, incluso las consecuencias rigurosamente justas de su actuar.

Cuando el ser humano intuye, entonces los hilos que ahí se forman, que se parecen a una pequeña sementera brotando de la tierra, son cogidos y cuidados por los pequeños enteales. En eso, como en la pesada materia gruesa, la hierba dañina recibe el mismo tratamiento cuidadoso que los brotes nobles. Se desenvuelven y son anclados por la primera vez en el limite de la materia gruesa fina, para que puedan pasar, entonces, para las manos de enteales de otra especie, los cuales los conducen a través de la materia fina. En los limites de ésta, se repite el anclaje y la conducción hacia el enteal, a partir de lo cual alcanzan entonces el espiritual, donde ellos reciben, nuevamente por otra especie de enteales, el anclaje final.

Así es el camino de la buena voluntad, que conduce hacia arriba. El camino de la mala voluntad es conducido de la misma manera hacia abajo.

En cada anclaje limítrofe, esos hilos pierden una determinada camada de la especie, que dejan hacia tras, a fin de poder proseguir para la otra especie. También eso se procesa de acuerdo a la ley y precisamente de acuerdo a las respectivas especies de los planes. ¡Y todos esos desenvolvimientos dependen de la actuación de los enteales!

Como el intuir de la buena voluntad tiene su origen en la movilidad del espíritu, sus hilos también son llevados hacia el espiritual. Desde allá tiran el alma o, por lo menos, la aseguran, si ésta todavía tenga algo a vivenciar, a redimir en la materia gruesa fina. De esa manera, si hayan muchos de tales hilos anclados en el espiritual, no puede hundir y caer tan deprisa como un alma, que lleve en sí solamente hilos hacia la materia gruesa fina, por haber sido espiritualmente indolente en la Tierra, haber se atado exclusivamente a la materia gruesa y considerado sus placeres como únicamente deseables.

El alma, que es tirada por los hilos de su voluntad, ve esos hilos tan poco cuanto el ser humano aquí en la Tierra, porque son siempre de especie un poco más fina de lo que el envoltorio más exterior, en lo cual el alma siempre todavía se mueve. En el momento, sin embargo, en que ese envoltorio, por el vivenciar en el reconocimiento, alcanza la misma espesura de los hilos más espesos entre los aún existentes, y podría verlos debido a la igual especie del envoltorio externo, éstos también ya cayeron como redimidos, de manera que un ver real de tales hilos por el alma a ellos atada nunca ocurre. —

¡Así esos pequeños enteales, pensado terrenalmente, se hallan a servicio del espíritu humano, porque orientan sus ejecuciones conforme la especie de la voluntad conciente o inconciente de los seres humanos, y, sin embargo, actúan en la realidad exclusivamente según la voluntad de Dios, cuya ley con eso cumplen!

Por lo tanto, hay meramente una influencia aparente por el espíritu humano en esa actividad. La diferencia solo se muestra en la manera de que lado es observada.

Cuando yo anteriormente, en las disertaciones sobre la reciprocidad, hablé de hilos que, partiendo desde vosotros, son repelidos y atraídos, entonces seguramente visteis hasta ahora solamente un enmarañado de hilos figuradamente ante vosotros. Sin embargo, no era de suponerse que esos hilos semejantes a vermes avanzasen solos, sino tienen que ser conducidos por manos, y esas manos pertenecen a los pequeños enteales ahí actuantes, de los cuales hasta ahora nada podíais saber.

Pero ahora el imagen convertida viva está ante vosotros. Imaginad que estáis constantemente rodeados por esos enteales, que os observan, levantan inmediatamente cada hilo y lo conducen hacia allá, hacia donde pertenece. Sin embargo, no solamente eso, pero ellos lo anclan y de él cuidan hasta la germinación de la sementera, sí, hasta la floración y la fructificación, de la misma forma como aquí en la pesada materia gruesa todas las semillas de plantas son cultivadas por los enteales, hasta que vosotros podáis, entonces, tener los frutos de eso.

Es la misma ley básica, la misma actuación, solamente ejecutada por enteales de otras especies que, como diríamos terrenalmente, son especialistas en eso. Y así el mismo tejer, el mismo actuar prepasa la Creación entera, llevando, bajo la supervisión y el cuidado de los enteales, la sembradura, el germinar, el crecer, el florecer y el frutificar a todo, no importando lo qué y de cual especie sea. Para cada especie hay también la actuación enteal, y sin la actuación enteal, por consiguiente, no habría especie alguna.

Así surgió de la actuación de los enteales, bajo el impulso del inferior querer de los seres humanos, en el anclaje de los hilos, que desde ahí se originaron, también el así nombrado infierno. Los hilos del querer malévolo allá alcanzaron el anclaje, el crecer, florecer, y produjeron por fin también frutos correspondientes, que aquellas criaturas humanas, que generaron la sementera, tuvieron que aceptar.

Por eso reina en esos bajíos voluptuosidad devoradora con sus correspondientes sitios, sed de asesinatos, peleas y todas las excrecencias de pasiones humanas. ¡Todo, sin embargo, se origina de la misma ley, en cuyo cumplimiento los pequeños enteales también forman el maravillosamente bello de los reinos más luminosos!—

Así, hago surgir ahora ante vosotros imagen tras imagen de la Creación, hasta que recebáis una visión uniforme y amplia, que jamás os dejará tambalear en vuestros caminos, y no dejará que os perdáis, porque entonces estaréis concientes. Tendría que mostrarse completamente corrompido y merecidamente repudiable desde la base aquél, que entonces todavía no quisiese dirigir su camino hacia las alturas luminosas.

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