Resonancias del Mensaje del Grial 1

de Abdrushin


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40. ¡Quién ahora no quisiere conocer a mi Palabra a causa de otro, a ese no he de conocer en la hora de su sufrimiento!

¡Quién ahora no quisiere conocer a mi Palabra! Esta frase no debe ser ninguna advertencia, pero es un golpe. Un golpe que se dirige severamente contra toda la indolencia y comodidad de los espíritus humanos, contra su presunción y su querer saber mejor.

Sin embargo, todo lo que se halla en ese no querer conocer comprende mucha cosa. Con eso, no es juzgado solamente el rechazo, todo el querer saber mejor, sino también la flojedad, la indolencia o el recelo por algun motivo. Y quién ya haya aceptado la Palabra y no busque convertirla viva dentro de si con toda la fuerza, quién sueña pasivamente y con flojedad en la ilusión de la pose segura de mi Palabra, así como tantos fieles devotos de las iglesias hacen de eso un habito pernicioso, a ése ella alcanzará con la misma inalterada impetuosidad.

Y si está dicho: “¡A causa de otro!”, entonces, también en esto se encuentra más, mucho más, de lo que cualquier superficial entre los lectores u oyentes de eso quiera concluir. Pues esas pocas palabras comprenden todas las debilidades humanas, que no son pocas.

Incluso la querida vanidad hace con que algunos seres humanos se nieguen, en un dado momento, a declararse en favor de la Palabra. Recelan con eso revelar una debilidad o provocar la burla de su projimo. A ellos les seria muy desagradable, tener que ver una sonrisa que fuese en los labios de un otro a ese respecto.

Cobardemente, entonces, se excusan íntimamente a si propios con la tranquilidad de que la Palabra a ellos les es “demasiado sagrada”, para exponerla al escarnio.

Eso es un buen tranquilizante para débiles; pero, es errado en todos aquellos casos, en que una pregunta es hecha a ese respecto. Manejar hábilmente una respuesta o esquivarse a una pregunta corresponde a la negación. El fuerte dará siempre una respuesta seria, calma, sin embargo, categórica a ese respecto, y una tal tampoco nunca será motivo de sonrisas, por hallarse en ella el auxilio de la Luz, que reprime las intenciones de burla.

Si, después de eso, tal cuestionador agresivo todavía no de sosiego, podrá, entonces, ser repelido de manera curta e incisiva, sin que con eso se haya que negar o reprimir medrosamente su propia convicción.

¡Las palabras “a causa de otro” no se refieren únicamente a otra persona, pero también a “otra cosa”! Por lo tanto, también a cualquier cosa.

La Palabra Sagrada, por lo tanto, no debe ser negada por consideración a otra persona, sea por amor o por miedo, tampoco debe ser descuidada por comodidad o a causa del trabajo profesional y cotidiano, en la ilusión de que después del trabajo uno tenga la necesidad de descansar o de que la diversión sea más necesaria de lo que un penoso estudio, o de que los cuidados por el pan cotidiano no permitan el abrirse del alma, que es condición para la Palabra.

¡Todo eso significa, entonces, “no querer conocer la Palabra a causa de otro”!

¡Ahora es llegada la hora para la confesión franca, valiente! Confesión en respuesta a preguntas directas. ¡La Palabra no debe, por ventura, ser llevada atrás de aquellos, que no preguntan por ella! Esa determinación permanece, por hacer parte de la selección de los seres humanos.

El hecho, de que por la Palabra Sagrada nunca debe ser hecha cooptación, de que no debe ser ofrecida tampoco llevada atrás, haz con que a través de eso cada cual tiene que mostrar si realmente lleva, dentro de sí, nostalgia por la Verdad.

Donde tal nostalgia realmente existir en el intimo, y donde ella no sea turbada o reprimida por la vanidad intelectiva del querer saber mejor ahí, el auxilio espiritual interviene tan fuertemente, que él en todo lo caso, en la hora cierta para él, entrará en contacto con mi Palabra y con eso le es dada oportunidad para la decisión definitiva sobre su propio camino.

¡Aquellos, sin embargo, que no más llevan en sí tal nostalgia, ya están juzgados!

Se trata de una actuación natural de la ley, que ahora avanza implacablemente también sobre la Tierra.

¡Por esa razón, para cada ser humano terreno sobreviene ahora también la hora de su sufrimiento, en que mucho necesitará de la Palabra!

¡Yo y la Palabra somos uno solo! Quién, por lo tanto, conoce a mi Palabra, conoce también a mi. Ahí, una presencia física no es necesaria; pues él recibió con eso ligazones espirituales conmigo, es indiferente si él lo percibe o no. El ser humano que acogió mi Palabra acogió con eso también a mi, está ligado conmigo.

Quién, sin embargo, esté atado de ese modo, éste no podrá ser arrancado por las tinieblas. ¡Las tinieblas no consiguen arrastrarlo hacia las regiones de la descomposición, para donde ellas propias serán empujadas ahora por la presión de la Luz!

¡Ese momento, decisivo para cada espíritu humano, será para él la hora de su sufrimiento!

Si él no viva firmemente de acuerdo con la Palabra, entonces, el hilo no podrá conectarse, lo cual lo mantiene seguro, su propio espíritu permanecerá vagando libremente, si no incluso se ate aún con las tinieblas y se hunda junto a ellas en las regiones del pavor. También los espíritus, en otras ocasiones siempre serviciales, en estos casos tienen que permanecer inactivos, al margen.

Pero, si un espíritu permanecer libre, si no se ancló en la Palabra, entonces, las tinieblas, hundiendo, lo arrastrarán junto a ellas, porque la Luz no lo asegura y porque ningún espíritu, de aquí por adelante, no más podrá pairar indeciso en la tibieza y permanecer errando. ¡O hacia arriba, en dirección a la Luz, o hacia bajo, a las tinieblas! El tiempo de espera y ponderación hesitante ahora pasó.

“¡A ese no he de conocer en la hora de su sufrimiento!” constituye, por lo tanto, también una dura sentencia en la Creación entera.

Es una lastima que los seres humanos pasen indiferentes incluso ante esas cosas serias y, en su indolencia espiritual, reconozcan todo solamente cuando son obligados a reconocerlo. Pero, entonces, es demasiado tarde. Sin embargo, también en esa indolencia mortífera se hallan solamente los efectos de la, hasta ahora, tan pecaminosamente empleada libre voluntad de toda la humanidad, que forzó a sí misma tal embotamiento.—

Todos los seres humanos se hallan dentro de la ley, como cualquier criatura; son ceñidos y prepasados por la ley, y dentro de la ley, a través de la ley también se originaron. Viven en ella, y en la libre voluntad ellos mismos tejen para sí su destino, sus caminos.

Esos caminos por ellos propios tejidos también les conducen en las encarnaciones aquí en la Tierra seguramente a aquellos padres, de los cuales imprescindiblemente necesitan para su niñez. Con eso, llegan también a aquellas condiciones, que les son útiles, porque reciben así exactamente aquello, que como fruto de los hilos de la propia voluntad se les ha madurado.

En la vivencia desde ahí resultante, también continúan a madurar; pues, si la voluntad anterior fue mala, entonces, también serán totalmente correspondientes los frutos, los cuales en eso ellos tienen que alcanzar reconocer. Ese ocurrir, con las inevitables consecuencias finales, es simultáneamente también constante satisfacción de los deseos alguna vez nutridos, que en cada voluntad siempre dormitan escondidos, que constituyen, sí, el muelle impulsor para cada voluntad. Tales frutos, sin embargo, muchas veces llegan solamente en una vida terrena posterior, pero nunca dejan de venir.

En esas consecuencias residen, además de eso, concomitantemente todavía los rescates de todo aquello, que el ser humano formó hasta ahí, sean cosas buenas o malas. Apenas él, extrayendo enseñanzas de eso, alcance el reconocimiento de si mismo, tendrá también con eso la incondicional posibilidad de ascensión, a cualquier momento, así como de cualquiera situación de la vida; pues nada es tan difícil, que no se pueda cambiar con sincera voluntad hacia el bien.

Así, todo actúa en constante movimiento sin interrupción en la Creación toda, y, continuamente, también el espíritu humano, como toda criatura, teje para si en los hilos de la ley su destino, la especie de su camino. Cada manifestación de su espíritu, cada oscilación de su alma, cada acción de su cuerpo, cada palabra ata, inconciente para él y de modo natural, siempre nuevos hilos a los ya existentes, unos a los otros, unos con los otros, unos a través de los otros. ¡Forma y forma, incluso forma para si, con eso, ya de antemano, el nombre terreno que tendrá que usar en una venidera existencia terrena, y que inevitablemente usará, toda vez que los hilos de su propia tejedura lo conducen segura e inmutablemente hacia allá!

Por eso, cada nombre terreno también está en la ley. Nunca es casual, nunca sin que el propio portador haya antes establecido la base para tanto, porque cada alma, en la encarnación, corre por los hilos de la propia tejedura, como sobre carriles, irresistiblemente hasta allá, para donde ella pertenezca con exactitud, según la ley primordial de la Creación.

Se estiran con eso finalmente los hilos, cada vez más, en progresiva comprensión material, allá, donde las irradiaciones de la materia fina gruesa se tocan estrechamente con las irradiaciones de la materia gruesa fina y se dan las manos para una interligazon firme, de especie magnética, para el periodo de una nueva existencia terrena.

La respectiva existencia terrena perdura, entonces, tanto, hasta que la intensidad original de esas irradiaciones del alma se cambia a través de rescates de diversas especies en la vida terrena, con lo que, simultáneamente, también aquella fuerza magnética de atracción se dirige más hacia arriba de lo que hacia bajo a la materia gruesa, por lo que, por fin, resulta nuevamente en la separación de la materia fina del alma del cuerpo de materia gruesa, de acuerdo con la ley, pues que una verdadera mistura nunca ocurrió, pero solamente una ligazón, que fue mantenida de manera magnética a través de una muy determinada intensidad del grado de calor de la irradiación mutua.

¡Sin embargo, así también ocurre que el alma de un cuerpo destruido por violencia, o abalado por enfermedad, o debilitado por la vejez, haya que separarse en el instante en que éste, debido a su estado alterado, no más pueda generar aquella intensidad de irradiación, que produce tal fuerza de atracción magnética, que es necesaria para contribuir con su parte en la interligazón firme del alma y cuerpo!

Desde ahí resulta la muerte terrena, o el caer hacia tras, el desprendimiento del cuerpo de materia gruesa del envoltorio de materia fina del espíritu, por lo tanto, la separación. Un proceso, que ocurre según leyes establecidas entre dos especies, que pueden atarse solamente en un grado de calor exactamente correspondiente, debido a la irradiación ahí producida, nunca, sin embargo, fundirse, y que se desprenden nuevamente una de la otra, cuando una de las dos especies diferentes no más puede cumplir la condición a ella estipulada.

Incluso durante el sueño del cuerpo grueso-material ocurre un aflojamiento de la ligazón firme del alma, porque el cuerpo durante el sueño emite otra irradiación, que no agarra tan firmemente, como aquella exigida para una firme ligazón. Una vez que ésta todavía forma la base, ocurre solamente un aflojamiento, ninguna separación. Ese aflojamiento es inmediatamente deshecho a cada despertar.

Sin embargo, si una persona, por ejemplo, tiende solamente para lo que es de materia gruesa, como aquellos que tan orgullosamente se designan realistas o materialistas, ocurre, entonces, concomitantemente que su alma produce en ese ímpetu una irradiación direccionada especialmente fuerte para la materia gruesa. Ese proceso tiene como consecuencia una muerte terrena muy difícil, una vez que el alma busca agarrarse unilateralmente al cuerpo de materia gruesa, y así sucede un estado, que se denomina de penosa agonía. La especie de la irradiación es, por lo tanto, decisiva para muchas cosas, sí, para todo en la Creación. Con ella se explican todos los acontecimientos.

Cómo, entonces, un alma llega justamente al cuerpo de materia gruesa a ella destinado, ya aclaré en mi disertación sobre el misterio del nacimiento. Los hilos con los futuros padres fueran atados debido a la igualdad de sus especies, que inicialmente actuaron atrayendo, más y más, hasta que los hilos se uniesen y se atasen en una determinada maturidad al cuerpo en formación, que, entonces, obligan un alma a la encarnación.

Y los padres también ya llevan aquél nombre, que adquirieron según la manera como tejieron los hilos para si. Por esa razón, el mismo nombre también tiene que ser adecuado para el alma de la misma especie que se aproxima, la cual tiene que se encarnar. Incluso los prenombres del nuevo ser humano terreno, entonces, son dados, no obstante aparente reflexión, siempre solamente en una forma correspondiente a la igual especie, una vez que el pensar y el raciocinar siempre solamente se moldan a determinada especie. La especie es siempre exactamente reconocible en el pensar, y, por eso, también en las formas de pensamiento, a pesar de las millares de variedades, se diferencian de manera clara y nítida aquellas especies, a la que pertenecen. Sobre eso ya hablé una vez en las explicaciones al respecto de las formas de pensamiento.

La especie es básica para todo. Consecuentemente, incluso con lo máximo de reflexión sobre nombres de un bautizado, se elegirá siempre de tal forma, que eses nombres correspondan a la ley, a la cual la especie condiciona o merece, porque el ser humano ahí ni puede diferentemente, pues que se halla en las leyes que actúan sobre él según su especie.

Sin embargo, todo eso nunca excluye el libre arbitrio; pues cada especie del ser humano es, en la realidad, solamente un fruto de la propia y real voluntad que lleva en sí.

Se trata solamente de una excusa totalmente reprobable, cuando él busca iludirse que, bajo la presión de las leyes de la Creación, no posee libertad de su voluntad. Aquello, que él tiene que vivenciar en sí mismo, bajo la presión de esas leyes, son todos frutos de la propia voluntad, que precedió a éstos y colocó antes los hilos, que, entonces, dejaron madurar los frutos correspondientemente.

Así, cada ser humano en la Tierra lleva también exactamente aquél nombre, que adquirió para si. Por eso, él no solamente se llama así, como suena el nombre, no es solamente llamado así, sino él es así. ¡El ser humano es aquello, que su nombre dice!

En eso no hay acaso. De alguna manera ocurre la conexión prescrita; pues los hilos permanecen indestructibles para las criaturas humanas; hasta que sean deshechos por la vivencia por aquellos espíritus humanos, a los cuales se refieren y que en ellos penden.

Ese es un saber que la humanidad hoy todavía no conoce y de lo cual, por eso, muy probablemente aún hace burla, conforme hace con todo cuanto ella propia todavía no puede comprender. ¡Pero, esa humanidad también desconoce las leyes de Dios, que ya desde los primordios de la Creación en ella están grabadas firmemente, a las cuales ella misma debe su propia existencia, que también actúan a cada segundo sobre el ser humano, que son para él auxiliares, así como jueces en todo lo que hace y piensa, sin las cuales él no conseguiría siquiera respirar! ¡Y todo eso él no conoce!

Por eso, también no es de se admirar que él no quiera reconocer muchas cosas como consecuencias inalterables de esas leyes, pero busca reírse burlando de las mismas. Pero, exactamente en aquello, que el ser humano indispensablemente debía saber, tenía que saber, él es totalmente inexperiente o, expresado de modo no atenuado, más estúpido de que cualquier otra criatura en esta Creación, que en ella simplemente vibra con toda su vida. Y solamente debido a esa estupidez, él se ríe de todo lo que a él no le es comprensible. La burla y el riso son, pues, exactamente la prueba y también la confesión de su ignorancia, de la cual pronto irá se avergonzar, después que desplome el desespero sobre él, a causa de su ignorancia.

Sólo desespero podrá todavía conseguir quebrar las duras camadas, que ahora envuelven los seres humanos, y de tal modo los mantienen restringidos.

Por esa razón, no necesito os decir a vosotros con qué intuiciones yo recibí las hostilidades, que los seres humanos ya lanzaron contra mi. Podéis imaginar lo que veo ante mi en las consecuencias de la ley, cuando tantos quieren juzgar mi Mensaje o de ella hacer burla, y cuando a vosotros, que buscáis seguirme a mí, consideran como caminando por caminos falsos. Cada uno de ellos tiene que pasar ahora por la espada de la Voluntad de Dios. Por cada palabra, por cada pensamiento él tendrá que responder; ¡pues nada de eso le será descontado!

¡Serán ahora fustigados por aquella fuerza, a la cual nada pueden oponer, ante la cual son impotentes, y la cual pasa a través de esos hilos y los golpea, los cuales ellos propios fiaron y tejieron por su querer y actuar!

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