Resonancias del Mensaje del Grial 1

de Abdrushin


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30. Deber y fidelidad

El cumplimiento del deber desde siempre ya ha sido considerado como virtud máxima de un ser humano. Ocupaba en todos los pueblos una posición más elevada de lo que todo, aún más elevada que la propia vida. Fue de tal modo apreciado, que incluso conservó el primer lugar también entre los seres humanos de intelecto, a quienes, por fin, nada era más sagrado de lo que el propio intelecto, a lo cual se sometían como esclavos. La consistencia del necesario cumplimiento del deber ha permanecido, en eso ni el dominio del intelecto pudo intervenir. Las tinieblas, sin embargo, han descubierto un punto de ataque y han roído la raíz. Alteraron, como en todo, también ahí el concepto. Quedó la idea del cumplimiento del deber, pero los deberes en sí han sido establecidos por el intelecto, tornándose así presos a la Tierra, obra incompleta, imperfectos.

Es, por lo tanto, sólo natural que muchas veces una persona intuitiva no pueda reconocer como ciertos determinados deberes a ella atribuidos. Alcanza un dilema con si misma. El cumplimiento del deber es considerado también por ella como una de las leyes más supremas que una persona deba cumplir, y, sin embargo, tiene al mismo tiempo que decir a si misma que, al cumplir los deberes que a ella les son impuestos, actúa contra su propia convicción. La consecuencia de eso es que no solamente en el intimo de la persona, que así se aflige, sino también en el mundo de materia fina, debido a esa circunstancia, surgen formas que producen descontentamiento y discordia también en otros. Debido a eso, se transmite hacia los más amplios círculos manía de murmurar y descontento, cuya la causa propiamente dicha nadie es capaz de encontrar. No es reconocible, porque el efecto viene desde la materia fina. Por intermedio de las formas vivas, que una persona intuitiva cría en su dilema entre su anhelo hacia el cumplimiento del deber y el querer diferente de la intuición.

Ahí hay que ocurrir ahora un cambio, a fin de acabar con ese mal. Deber y convicción intima deben siempre estar en acuerdo uno con el otro. ¡Es errado un ser humano empeñar su vida en el cumplimiento de un deber, que él íntimamente no puede reconocer como cierto!

Solamente en la concordancia entre la convicción y el deber, cada sacrificio gana realmente valor. Pero, si la criatura humana solamente empeña su vida para el cumplimiento de un deber sin convicción, se rebaja con eso a un soldado venal, que lucha a servicio de otro por dinero, semejante a los mercenarios. ¡De esa forma, tal manera de luchar se convierte en asesinato!

Si alguien, sin embargo, empeña su vida por convicción, entonces, también posee el amor a la causa por la cual ha decidido luchar voluntariamente.

¡Y solamente eso tiene para él alto valor! Tiene que hacerlo por amor. ¡Por amor a la causa! De esa forma, también el deber, que él así cumple, se vuelve vivo y es elevado tan alto, hasta el punto de colocar su cumplimiento encima de todo.

Con eso, se separa por si mismo el cumplimiento del deber muerto, rígido, de lo vivo. Y sólo lo que es vivo tiene valor y efecto espiritual. Todo lo demás puede servir solamente a finalidades terrenas y del intelecto, proporcionar ventajas a éstas, y tampoco de forma permanente, pero solamente de un modo transitorio, pues que únicamente lo que es vivo tiene existencia permanente.

Así, el cumplimiento del deber, que proviene desde la convicción, se convierte en legitima fidelidad deseada por la propia persona y natural para quién lo ejerce. No quiere ni tampoco puede actuar de modo diferente, no puede ahí tropezar tampoco caer; pues a él la fidelidad le es legitima, está íntimamente atada a él, sí, es incluso una parte de él, la cual no es capaz de poner al lado.

¡Obediencia ciega, cumplimiento ciego del deber, es, por eso, de tan poco valor como la creencia ciega! ¡A ambos hace falta la vida, porque en ellas hace falta el amor!

Solo en eso el ser humano pronto reconoce la diferencia entre la legitima conciencia del deber y el sentido del deber simplemente cultivado. Un brota desde la intuición, el otro es comprendido solamente por el intelecto. ¡Por eso, amor y deber nunca pueden estar en oposición, pero son una sola cosa allí, donde son intuidos de manera legitima, y desde ellos florece la fidelidad en el sentido del Santo Grial!

Donde hace falta el amor, tampoco hay vida, allí todo está muerto. A esto Cristo ya se ha referido muchas veces. Esto reside en las leyes primordiales de la Creación, por eso es universal, sin excepciones.

El cumplimiento del deber, que brota espontáneamente de modo radiante desde una alma humana, y aquél, que es ejecutado por una recompensa terrena, jamás podrán ser confundidos uno con el otro, pero son muy fácilmente reconocibles. Dejad, por lo tanto, la legitima fidelidad surgir en vosotros o permaneced alijados de aquello, donde no pudiereis mantener fidelidad.

¡Fidelidad! ¡Tantas veces cantada y, sin embargo, nunca comprendida! Como todo, el ser humano terreno también ha rebajado profundamente el concepto de la fidelidad, lo ha limitado, comprimido en formas rígidas. El grande, el libre y el bello ahí se ha tornado inexpresivo y frío. ¡Lo que es natural se ha convertido forzado!

La fidelidad, de acuerdo a los conceptos de hoy, ha dejado de pertenecer a la nobleza del alma, ha sido convertida en calidad del carácter. Una diferencia como entre dia y noche. Con ello, la fidelidad ha quedado sin alma. Se ha tornado deber allí, donde es necesaria. De ese modo, ha sido declarada autónoma, se encuentra sobre bases propias, completamente por si y, por eso... ¡errada! También ha sido contorcida y desfigurada bajo la concepción de las criaturas humanas.

¡Fidelidad no es algo autónomo, pero solamente la característica del amor! Del verdadero amor, que a todo alcanza. Alcanzar todo, sin embargo, no significa quizá abarcar todo al mismo tiempo, según la comprensión humana, que llega a la expresión en las conocidas palabras: “¡Abrazar el mundo entero!” Alcanzar todo significa: ¡poder ser direccionado hacia todo! ¡Hacia lo que es personal como también hacia lo que es objetivo! No está atado a algo muy definido, tampoco destinado a ser unilateral. El verdadero amor nada excluye de lo que es puro o de lo que es conservado puro, sea tratarse de personas o de la patria, bien como del trabajo o de la naturaleza. En eso reside lo amplio. Y la característica de ese amor verdadero es la fidelidad, que tampoco debe ser imaginada de modo mezquino y terrenalmente restricto como el concepto de la castidad.

Verdadera fidelidad sin amor no existe, de la misma forma como no existe verdadero amor sin fidelidad. ¡El ser humano terreno de hoy, sin embargo, designa el cumplimiento del deber como fidelidad! Una forma rígida, donde el alma no necesita vibrar en conjunto. Eso es errado. La fidelidad es solamente una característica del verdadero amor, que está fundido con la justicia, pero que nada tiene que ver con estar enamorado.

La fidelidad reside en las vibraciones intuitivas del espíritu, se torna con eso una cualidad del alma.

Una persona, en el cumplimiento del deber, sirve hoy fielmente a una otra persona, a quién interiormente tiene que despreciar. Eso naturalmente no se puede designar como fidelidad, pero permanece solamente cumplimiento de deberes terrenos asumidos. Es una cuestión puramente externa, que puede resultar a la persona, recíprocamente, también solamente provecho exterior, sea provecho en medios terrenos o en prestigio terreno.

Verdadera fidelidad no puede ocurrir en tales casos, ya que ella quiere ser ofrecida voluntariamente con el amor, de lo cual no puede ser separada. ¡Por esa razón, la fidelidad tampoco puede actuar aisladamente!

¡Pero, si los seres humanos viviesen en pro del verdadero amor, conforme es deseado por Dios, entonces, esa circunstancia, únicamente, proveería la palanca para modificar mucho entre las criaturas humanas, sí, todo! Ninguna persona interiormente despreciable lograría, pues, todavía persistir, aún menos tener éxitos aquí en la Tierra. Ocurriría inmediatamente una gran purificación.

Personas interiormente despreciables no gozarían de honores terrenos, tampoco ocuparían cargos públicos; ¡pues el saber del intelecto, únicamente, no debe dar derecho a ejercer un cargo público!

De esa manera, el cumplimiento del deber se convertiría siempre en absoluta alegría, cada trabajo un placer, porque todo el pensar, todo el actuar está completamente traspasado por el verdadero amor deseado por Dios y, al lado de una inalterable intuición de justicia, lleva consigo también la fidelidad. Aquella fidelidad, que por si propia permanece inmutable como algo natural y eso no debe ser considerado como mérito, que deba ser recompensado.

Así será la naturaleza de todo el amor en el futuro reino de la paz en la Tierra, deseado por Dios, sin embargo solamente después que las tinieblas estuvieren exterminadas. —

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