Resonancias del Mensaje del Grial 1

de Abdrushin


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19. ¡Cristo dijo...!

De manera untuosa se oye hoy, millares de veces, esa expresión. ¡Cristo dijo! Con esa introducción debe ser tornada sin efecto, ya desde el principio, cualquier contradicción. Sin embargo, quién así dice quiere con eso alejar de si también la propia responsabilidad. Pero, en lugar de eso, cada uno asume de esa forma una colosal responsabilidad... ¡ante Dios!

¡Sin embargo, él no piensa en eso, hasta que rolará sobre él con un ímpetu, que habrá que hacerlo enmudecer para siempre! ¡La hora se acerca, ya están rolando las piedras de las recompensas! La mayor de todas, sin embargo, se ha originado para muchos espíritus humanos en las palabras introductorias: ¡Cristo dijo! — —

A esas palabras se sigue, entonces, alguna sentencia de las “sagradas escrituras”, que debe servir para consoladora tranquilidad, para estimulo, también para advertencia y incluso para amenaza o defensa y para la lucha. ¡Es aplicada como bálsamo y como espada, como escudo y también como suave almohada de descanso!

¡Todo eso sería bello y grande, seria incluso lo cierto, si las palabras mencionadas aún viviesen en el mismo sentido, como Cristo realmente las había pronunciado!

¡Pero no es así! Las criaturas humanas han formado muchas de esas palabras por si mismas, en la más imperfecta recordación, y no pudieron reproducir el mismo sentido de las palabras de Cristo.

Necesitáis, pues, solamente ver como es hoy. Quien quiera aclarar algo del Mensaje del Grial, que existe impreso y que ha sido escrita por mi, con palabras propias o con escritos, solamente de memoria, éste ya hoy no lo transmite así como corresponde al verdadero sentido. Pasando por una segunda boca, por una segunda pluma surgen siempre alteraciones, el verdadero sentido es retorcido con nuevas palabras, a veces incluso deformado en la mejor buena voluntad de intervenir en favor de ella. Nunca es aquella palabra que yo dije.

Y tanto peor antaño, toda vez que del propio Hijo de Dios faltan, pues, manuscritos de su palabra, y todo pudo ser transmitido a esta posteridad solamente a través de segundas y terceras personas. ¡Solamente mucho después de la época en que Cristo había dejado la materia gruesa! Todo ha surgido solamente de la falla memoria humana, los manuscritos y las narrativas, y todas las palabras, a las cuales se acostumbró ahora a anteponer siempre con determinación: ¡Cristo dijo!

Ya en aquella época la obra de Lucifer, de elevar el intelecto humano a ídolo, en su nefasto crecimiento, había providenciado con antecedencia que las palabras de Cristo no pudiesen encontrar aquél suelo, que torna posible una comprensión acertada. Fue una maniobra sin par de las tinieblas. Pues la comprensión correcta de todas las palabras, que no hablan de la materia gruesa, sólo es posible por la colaboración no debilitada de un cerebro de intuición, pero que ya en el tiempo de Cristo había sido fuertemente descuidado en todas las criaturas humanas, con eso atrofiado, y no podía cumplir toda su función.

¡Con eso, Lucifer también tenia la humanidad terrena bajo su poder! ¡Y esa era su arma contra la Luz! —

¡Conservar recordaciones de modo inalterado consigue únicamente el cerebro humano de intuición, es decir, el cerebro posterior, no, sin embargo, el intelecto del cerebro anterior!

En eso, el pecado hereditario de la humanidad se ha vengado de modo profundamente incisivo en ella propia, que descuidadamente dejó atrofiar tanto el cerebro posterior, el único capaz de grabar como tales todos los acontecimientos y vivencias, en imágenes y en la intuición, de tal forma que a cualquier momento ellas también resurjan con precisión, como realmente fueron, de modo inalterado, incluso no debilitado.

El cerebro anterior no consigue eso, porque está más atado al concepto de espacio y tiempo de materia gruesa, y porque no ha sido criado para la captación, pero, sí, para la emisión para el terrenal.

De esa manera, pues, ocurrió también la retransmisión de las descripciones de aquello, que ha sido vivenciado y oído durante el tiempo terreno de Cristo, mezclado incluso con las concepciones terreno-humanas provenientes de la memoria, terrenalmente moldado de manera completamente inconciente, no, sin embargo, con aquella pureza, como un vigoroso cerebro de intuición lo habría guardado y avistado. Las garras de los vasallos de Lucifer ya habían abierto sus surcos demasiado profundos, mantuvieron sus esclavos del intelecto firmemente presos, de modo que éstos no más pudieron comprender ni guardar bien el mayor tesoro, el mensaje de Dios, su única posibilidad de salvación y tenían que dejarla pasar sin provecho.

Profundizad en eso en el pensamiento, no cuesta mucho esfuerzo para encontrar el cierto. ¡Muchas personas se acercaban de Cristo, haciéndole preguntas, pidiéndole éste o aquél consejo, a las cuales él también daba el consejo de buen agrado en su gran amor, que nunca fallaba, pues él era el amor vivo y todavía lo es hoy!

Él dio, por lo tanto, orientación al indagador y requeridor, conforme éste de ella necesitaba. Tomemos un ejemplo.

¡Aquél joven rico, que estaba ansioso por saber cual camino poderla conducirlo hacia el reino del cielo! El Hijo de Dios lo aconsejó a distribuir todos sus bienes a los pobres y después seguirlo.

Seguir Cristo no significa otra cosa, sino orientarse exactamente de acuerdo con sus palabras.

Las personas presentes tomaron inmediatamente conocimiento de este episodio, así como de tantos otros, para retransmitirlo según la manera, como cada uno por si, de modo humano, lo había, entonces, entendido. Y eso correspondía solamente raramente o nunca al verdadero sentido de las palabras originales de Cristo. Pues pocas palabras bajo forma diferente ya consiguen alterar todo el sentido.

Los primeros divulgadores se contentaban, sin embargo, en hacer narrativas, simples relatos. ¡Más tarde, sin embargo esos consejos individuales fueron instituidos como leyes básicas para toda la humanidad! ¡Eso, sin embargo, fue hecho, entonces, por la humanidad, no por el propio Cristo, el Hijo de Dios!

Y esa humanidad también se atrevió a afirmar muy simplemente: ¡Cristo dijo! Le ponen en la boca aquello que las propias criaturas humanas solamente de memoria y de concepciones erradas envolvieron en formas y en palabras, las cuales, hoy, pues, deben permanecer determinantes y intocables para los cristianos, como siendo la Palabra de Dios.

¡En eso hay millares de veces el asesinato de la verdadera Palabra del Hijo de Dios!

¡Cada persona sabe muy bien que es incapaz, después de semanas o meses, de relatar fielmente aquello, que alguno dia ha vivenciado, que ha oído! Nunca logra repetirlo textualmente con absoluta exactitud. Y cuando son dos, tres, cuatro o también diez personas, quienes han oído o han visto simultáneamente la misma cosa, se recibirán, entonces, otras tantas diversidades en la descripción. De ese hecho nadie más tiene duda actualmente.

¡Se convierte, por lo tanto, muy evidente que con el reconocimiento deberíais sacar conclusiones retrospectivas! Conclusiones, que son concluyentes, intocables.

¡Pues también no ha sido diferente en la época terrena del Hijo de Dios! ¡Lo veis de forma suficientemente nítida en los evangelistas! Sus relatos traen esa marca, innumeras veces visible. Cuando Pedro, por ejemplo, como el primero de los discípulos, expresó su reconocimiento ante el Hijo de Dios: “¡Tu eres Cristo, Hijo del Dios vivo!”

Esas significativas palabras y también la respuesta de Cristo, los evangelistas retransmiten, pero no de manera absolutamente uniforme. Mateus menciona que el Hijo de Dios, a continuación, concedió a Pedro simbólicamente una llave para el reino del cielo, que lo convirtió en una roca para una comunidad en formación, mientras otros evangelistas consideran la respuesta de Cristo más genérica, lo que es más correcto.

Pedro fue solamente el primer a expresar textualmente esa convicción. ¡Y acontecimientos de tal orden no permanecen como meras palabras, al contrario, se transforman pronto en acción en la Creación! ¡Toman rápidamente forma en la materia fina, inmediatamente! ¡La convicción sincera, que Pedro con eso ancló en la materia ante sus palabras, su confesión, se transformaron en el mismo instante en una roca de materia fina, la cual ha permanecido como piedra fundamental para la construcción de una comunidad posterior, para que todos aquellos, quienes, con convicción idéntica, sincera, y sencilla, pudiesen tornarse capaces de creer en el Hijo de Dios!

Y con eso Pedro tenia también en las manos la llave para el Paraíso. ¡Pues esa convicción de que Jesús es el Hijo de Dios trae consigo naturalmente también el anhelo de vivir según su Palabra! ¡Eso, sin embargo, para cada ser humano, es simultáneamente la llave para el reino del cielo! Esa confesión es la llave, bajo la condición, que alguien, quién así lo confiese, asimile en si la Palabra de Dios sin desfiguración, la comprenda bien y viva según ella. Cristo conocía ese proceso que estaba en consonancia con las leyes de la Creación, que se realizó en la materia fina con las palabras convictas de Pedro, y las relató explicando para los discípulos. La regularidad de acontecimientos de materia fina es también conocida a cada uno de los lectores de mi Mensaje del Grial.

Por lo tanto, Pedro fue, solamente debido a su confesión intuida y proferida, como el primer en eso, también el primer que con eso recibió la llave del Paraíso. Y a quién él más tarde pudo transmitir esa misma convicción en la Tierra, a ése él abrió, con eso, también siempre el reino del cielo. Pero aquellos, que no querían compartir de su convicción, a ellos él tenia que quedarse impermeable. Todo eso es un acontecimiento totalmente natural y espontáneo, claro y simples, y no está conectado a Pedro, tampoco depende de él.

¡Cristo quería y podía establecer para una comunidad también solamente una tal convicción como fundamento, no, sin embargo, una persona! Pedro solamente fue precisamente quién primer expresó eso realmente con convicción. ¡Esa convicción formó, estructuró, se ha tornado la roca, pero no Pedro como persona!

Pero Mateus da el sentido de la respuesta de Cristo, según su propia concepción, algo puramente personal, como referente solamente a Pedro.

Precisamente Mateus presenta mucha cosa mal comprendida, que, elaborada de acuerdo con su manera, retransmite entonces despreocupadamente. Como ya en el inicio de sus escritos: Mateus 1, 21 (Anunciación del ángel a José):

“Y ella dará la luz a un hijo, y lo llamarás por el nombre de Jesús; pues él salvará su pueblo de sus pecados.” Y Mateus sigue en los versículos 22 y 23:

“Bueno, todo esto aconteció para que se cumpliese lo que ha sido dicho por el Señor por medio del profeta, que dijo: “Y entonces una virgen concebirá y dará la luz a un hijo, y lo llamarán por el nombre de Imanuel, que quiere decir: ¡Dios con nosotros!” ”

Mateus quiere aquí, aclarando, conectar la profecía de Isaías estrechamente con el nacimiento del Hijo de Dios, de una forma que muestra demasiado claro que él en sus escritos sólo deja hablar su propia opinión personal, por lo tanto, no permanece objetivo.

¡Eso debería haber servido a todos como advertencia de que esos escritos no deben ser considerados como la Palabra de Dios, pero, sí, solamente como la concepción personal del autor!

Mateus, por ejemplo, ni siquiera ve la diferencia entre la anunciación a través del Isaías, que él propio cita, y la del ángel, pero, sí, mezcla ambas con ingenuidad pueril, porque él así lo “imagina”, totalmente despreocupado si también está correcto. Él ni siquiera nota que los nombres ahí citados son diferentes.

¡Pero no fue sin un propósito que ellos han sido designados de forma bien definida!

Isaías anuncia a “Imanuel”. ¡Pero el ángel, a “Jesús”! ¡Por lo tanto, no es Imanuel, a quien María dio la luz, y por eso tampoco es aquél, quién Isaías anuncia!

¡Isaías anunció a “Imanuel”, el Hijo del Hombre, pero el Ángel, a “Jesús”, el Hijo de Dios! Se trata, nítidamente, de dos anunciaciones distintas, ellas exigen dos cumplimientos diferentes, los cuales, por su parte, tienen que ser realizados por dos personas distintas. Una mezcla de esos dos acontecimientos es imposible, ella también puede ser mantenida solamente con intencional voluntad humana, ante desvío de todos los fundamentos básicos.

Mateus no tuvo ahí ninguna mala intención, fue solamente la narración de su sencilla opinión de la manera más despreocupada. Que él las uniese pudo ocurrirle fácilmente, toda vez que antaño más de lo que hoy se aguardaba por la realización de las profecías de viejos profetas y se vivía en eso ansiosamente. Él no presintió qué infortunio de un equivoco aún mayor ha surgido de eso.

Sobre el cumplimiento de la anunciación de “Imanuel”, nada más necesito decir aquí, toda vez que ya dije varias veces detalladamente sobre eso en el Mensaje del Grial. —

¡El equivoco existió, por lo tanto en el tiempo terreno de Jesús, exactamente como ahora! ¡Él propio, pues, se quejaba tantas veces de que sus discípulos no lo comprendían! ¡No podían comprenderlo! ¿Pensáis que eso era diferente, cuando él no más estaba entre ellos?

¡“El espíritu vino más tarde sobre ellos”, afirman a tal respecto muchas personas, que poco o nada piensan! Pero el espíritu no transformó, concomitantemente, tampoco las fallas del cerebro. Pero, ese pensamiento, los débiles consideran pecado, en cuanto eso es solamente una excusa para su pereza en el espíritu, que así juzgan poder atenuar.

¡A la brevedad, sin embargo, despertaréis de la tibieza de tales pensamientos! “Pero cuando el Hijo del Hombre venga...” declaró Cristo advirtiendo, amenazando. ¡Recordadlo, cuando, entonces, llegue la hora de la anunciación, en la cual el propio Señor revele que envió el Hijo del Hombre a la Tierra! ¡Recordad que Cristo amenazó con eso toda la humanidad espiritualmente perezosa! — —

Cuando él, pues, dijo antaño al joven rico que debería regalar todos sus bienes y propiedades, entonces, eso fue necesario solamente para éste; pues él había preguntado: “¿Qué debo yo hacer...?” ¡Y Cristo dio la respuesta a él, no debía destinarse en ese sentido a la humanidad toda!

Al joven rico, muy personalmente, el consejo podía ser útil. Él era demasiado débil dentro de si, para elevarse interiormente en el conforto de su riqueza. ¡Por eso, la riqueza era para él un impedimento para la ascensión de su espíritu! El mejor consejo, que por eso podía venirle de Cristo, era naturalmente aquello, que eliminaba todo lo que estorbaba. En este caso, pues, la riqueza, que inducía el joven a la comodidad.

¡Pero, también solamente por eso! ¡No porque una persona no deba tener riquezas!

¡Un ser humano, que no acumula inútilmente sus riquezas, para con ellas granjear placeres para si propio, pero que las utiliza de modo acertado y las emplea en el sentido correcto, las transformando en bendiciones de muchos, es mucho más valioso y más elevado, de lo que aquél, que da de regalo todas ellas! ¡Él se encuentra muy encima, favoreciendo la Creación!

¡Tal hombre consigue, a causa de su riqueza, dar trabajo a millares durante toda la existencia terrena, les proporciona así la conciencia del sustento por el propio trabajo, lo que actúa fortaleciendo, favoreciendo, sobre el espíritu y sobre el cuerpo! ¡Sólo que ahí debe permanecer, como algo natural, una relación correcta entre trabajo y descanso, así como debe ser dada la recompensa correcta a cada trabajo prestado, debe prevalecer ahí un equilibrio severamente justo!

Eso mantiene movimiento en la Creación, que es indispensable para el saneamiento y armonía. Un regalo unilateral, pero, sin exigir retribución sólo trae, según las leyes de la Creación, paralización, disturbios, conforme se evidencia en todo, incluso en el cuerpo terreno, donde, por la falta de movimiento, se originan el espesamiento de la sangre, estagnación de la sangre, porque solamente en el movimiento un cambio de oxigeno así aumentado hace la sangre correr más libre y más pura a través de las venas.

Esa ley del movimiento indispensable, el ser humano encuentra por toda parte en millares de formas, sin embargo, siempre se asemejando en su esencia. Está presente en cada caso aislado y, sin embargo, se engrana recíprocamente en toda la Creación, por todos los planos, y incluso el espíritu necesita de la practica sin interrupciones de esa ley, si quiera seguir existiendo, mantenerse vigoroso y acender.

¡Nada, sin eso! Movimiento por toda parte en equilibrio incondicional entre regalar y recibir.

No fue ningún principio básico general, que el Hijo de Dios estableció en el consejo dado al joven rico, pero, sí, se destinaba exclusivamente al joven, o, aún, a aquellos que se asemejan a él, igualmente demasiado débiles para dominar la riqueza. Quién se permite dominar por la riqueza, éste también no debe poseerla; pues no le sirve. Solamente en la mano de aquél, que la domina, ella traerá también provecho y éste debe tenerla toda vez que con eso sabe ayudar a si propio y a muchos otros, toda vez que con eso mantiene y favorece el movimiento el la Creación.

¡Con el regalar, eso nunca ocurre o solamente muy raramente! Solamente la necesidad lleva muchas criaturas humanas al despertar, al movimiento. Apenas cuando les advenga demasiado rápido un auxilio de parte ajena, se acomodan, confían en ese auxilio y sucumben ahí espiritualmente, porque ellas propias no consiguen quedar en movimiento sin impulso. Viven, entonces, sin albo, y llenan su tiempo frecuentemente solamente aún para ver en los otros, sólo no en si propias, todo aquello, que hay para censurar, sin embargo, deseando para si lo que los demás poseen. ¡Con el regalar unilateral se cría una generación perezosa, imprestable para una vida sana, alegre, y con eso nociva para toda la Creación!

¡Esa no fue la intención del consejo de Cristo! — — —

El Hijo de Dios también nunca habló contra la riqueza en si, pero siempre solamente contra personas ricas, quienes a causa de la riqueza se dejaron endurecer contra todos los sentimientos de conmiseración por la penuria ajena, que sacrificaron así su espíritu a la riqueza, no tuvieron interés por nada más sino la riqueza, por lo tanto, se dejaron dominar totalmente por la riqueza.

Que el propio Cristo no depreciaba ni condenaba la riqueza, él muestra con sus frecuentes visitas a casas ricas, donde como visitante entraba y salía amigablemente.

Él propio tampoco era pobre, conforme extrañamente tantas veces es supuesto. No existe ningún fundamento para esa suposición de su pobreza, tornada casi popular.

Cristo jamás conoció preocupaciones cuanto a su subsistencia. Nació en ambiente que hoy es denominado de clase media, toda vez que exactamente solamente ese suelo aún había permanecido lo más sano. Él no tenia en si ni el cultivo exagerado de todas las clases ricas y de los círculos de nobleza, ni la amargura de las clases operarias. Eso ha sido precisamente elegido. José, el carpintero, podía ser llamado de abastado, de ninguna manera de pobre.

Que Cristo haya nacido antaño en el establo de Belén fue meramente la consecuencia de una sobrepoblación de la localidad de Belén, debido al censo, razón por la cual también José había ido hasta allá. José simplemente no encontró más ningún alojamiento, conforme también hoy, aquí y allí, aún puede fácilmente ocurrir a muchas personas en eventos muy especiales. Con pobreza, todo eso nada tuvo que ver. En la casa de José hubiera habido dormitorios según la manera de los ciudadanos abastados.

¡Y Cristo tampoco precisaba vivir en la pobreza! Ese concepto sólo se originó, porque aquello que vino de Dios no era susceptible para todo lo que de riqueza material iba más allá de las necesidades de la vida terrena. ¡La misión, que él vino cumplir, no se destinaba a lo que era terreno, pero solamente al espiritual!

De modo errado también se emplea hoy la indicación de Cristo, de que los seres humanos son “hermanos y hermanas”. Cuán terrenalmente enfermo para ideas comunistas, cuán repugnantemente sentimental en lo que se refiera a la religión. Trabajando directamente hacia el encuentro de las tinieblas; pues, según la concepción de hoy, eso retiene incondicionalmente el libre esfuerzo ascendente, deseado por Dios, del espíritu humano individual. Ahí, ennoblecimiento jamás puede ocurrir. Todo eso, nuevamente, son solamente deformaciones enfermas de aquello, que Cristo quería.

Cuando él dijo que todas las criaturas humanas son hermanos y hermanas, muy lejos estaba de pensar en tales excrecencias, como frecuentemente ahora ahí se manifiestan. ¡Dijo aclarando para la época de antaño, cuando el abuso de toda especie de esclavitud se encontraba en la más alta florescencia, cuando se regalaban y se vendían seres humanos, los considerando así sin voluntad propia!

Pero las criaturas humanas son hermanas y hermanos en el espíritu, de su origen. Son espíritus humanos, que no deben ser vistos como mercaderías sin voluntad, toda vez que cada espíritu humano lleva en si la capacidad de la voluntad autoconsciente.

Solamente de esa forma ha sido intencionado, jamás debía significar aquella igualdad de derechos, que hoy ahí se busca. ¡Tampoco espíritu humano alguno llega al Paraíso, sólo porque le es permitido denominarse espíritu humano! Ahí no existe igualdad de derechos en sentido general. Ejercen un papel decisivo las condiciones de madurez. Primer, el espíritu humano tiene que cumplir todo, hacer todo lo que es capaz de dar en la voluntad hacia el bien. Sólo así adviene la madurez, que puede tornarle accesible el Paraíso.

¡Leyes férreas se encuentran en la Creación, las cuales, por la denominación de hermanito y hermanita, jamás podrán ser derrumbadas o desplazadas desde el origen! ¡Tampoco aquí en la Tierra! De que manera incisiva el propio Hijo de Dios mandó separar el terrenal del espiritual y, sin embargo, cumplir, se encuentra de modo claro y nítido en su declaración: ¡Da a Cesar lo que es de Cesar, y a Dios, lo que es de Dios! —

Y así ocurre con muchas frases y relatos de la Biblia, en los cuales, en la retransmisión, los seres humanos colocaron su concepción como base.

Sin embargo, todos aquellos escritores no querían antaño establecer con eso ley alguna para toda la humanidad, pero solamente relatar.

Les es igualmente perdonable que los seres humanos terrenos de aquél tiempo, incluso los discípulos de Cristo, no comprendiesen mucha cosa de lo que el Hijo de Dios les decía, hecho que frecuentemente tanto lo entristecía. Y, que más tarde retransmitiesen todo a la manera de su propia incomprensión, se pasó con la mejor intención, así, como ha sido conservado en las memorias, que, por ya mencionados motivos, no deben ser consideradas como intocables.

Imperdonable, sin embargo, es que más tarde criaturas humanas simplemente osasen afirmar como firmemente establecido: ¡Cristo dijo! ¡Y, con eso, atribuyen con determinación, sin más ni menos, al Hijo de Dios las erróneas acepciones humanas, los productos de la falla capacidad de memoria humana, solamente para así, con empeños egoístas, fundar y mantener una estructuración doctrinaria, cuyas lagunas, ya desde el inicio, tenían que mostrar toda la construcción frágil y quebradiza a cualquier vigoroso intuir, de modo que solamente en la exigencia de fe ciega había la posibilidad de que las innumeras fallas en la construcción no pudiesen ser vistas de inmediato!

Se mantuvieron y se mantienen aun hoy solamente con la exigencia rígida de la fe ciega y con las palabras incisivas: ¡Cristo dijo!

¡Y esa frase, esa afirmativa calculista habrá que tornarse para ellos un terrible juicio! ¡Pues es tan falsa como la osadía de decir que la crucifixión de Cristo ha sido deseado por Dios, a fin de lavar todos los pecados de esas criaturas terrenas con el sacrificio! Todo lo que reside en el hecho de deformar de tal modo el asesinato del Hijo de Dios con tan increíble presunción humana, qué osada injuria a eso está atada, a reconocer eso el futuro enseñará, la humanidad ahora irá experimentar en si.

Yo, Imanuel, a vosotros digo hoy:

¡Ay de las criaturas humanas, que antaño asesinaron el Hijo de Dios en la cruz! ¡Pero cien veces ay de vosotros, que, después de eso, millares de veces o han crucificado en su Palabra! ¡Y que aún hoy lo asesináis diariamente, a toda la hora, siempre de nuevo! ¡Caerá sobre vosotros un pesado juicio! — —

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