En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


La vida

El concepto de la vida que el hombre ha tenido hasta ahora no es correcto. Todo lo que él ha llamado vida no es más que un movimiento impelido que sólo debe ser visto como un efecto natural de la vida propiamente dicha.

De modo que lo que trabaja en la Creación entera formando, madurando, manteniendo y desintegrando no es más que el efecto secundario de dicho movimiento, el cual puede ser mayor o menor en intensidad. El intelecto humano ha investigado dicho movimiento como lo más alto y ha encontrado en él su tope. Le resulta imposible pasar de ahí en sus investigaciones, toda vez que él mismo es un producto de este movimiento. Es por eso por lo que, al ser dicho movimiento lo más elevado de su comprensión, el hombre lo ha llamado simplemente «fuerza» o «fuerza viva», o si no, le ha dado el nombre de «vida».

Sin embargo, el movimiento en cuestión no es ni fuerza ni vida, sino meramente un efecto natural e inevitable de estas dos; puesto que la fuerza solo se encuentra en la vida misma, es una con ella y resulta indisociable de ella. Ahora bien, como la fuerza y la vida son indisociables, y la Creación se forma, se mantiene y se desintegra meramente gracias al movimiento, no puede hablarse de fuerza o de vida dentro de la Creación.

De modo que quien quiera hablar de descubrimiento de la fuerza primordial o de explotación de esta fuerza originaria está en un error, ya que dicha fuerza no podrá en absoluto encontrarla dentro de la Creación. Lo que él tiene por fuerza es otra cosa, algo a lo que él erróneamente califica de «fuerza» obedeciendo meramente a su propio punto de vista. Semejante individuo, empero, está demostrando con ello que él en particular no tiene ni la más remota idea de lo que ocurre en la Creación, ni de la Creación como tal, lo cual, sin embargo, no se le puede reprochar, ya que él no está solo con su ignorancia, sino que la comparte con todos sus semejantes, ya sean doctos o no.

Es por eso por lo que desde un comienzo he hablado en mi Mensaje de una «fuerza» que recorre la Creación, ya que mucho de lo que quería explicar sólo podía hacérselo entendible a los hombres de esta manera.

De lo contrario, no hubieran entendido mis proposiciones en absoluto. Sin embargo, ahora me es posible llevar más allá mis explicaciones y ofrecer un cuadro que refleje de forma sobria lo que sucede en todo acaecer. Esta descripción es novedosa, mas no cambia en nada las aclaraciones dadas hasta ahora; al contrario, todo se queda tal como yo lo he dicho, y es real. Lo nuevo en mi reproducción actual lo es sólo en apariencia, y esa impresión que da se debe a que esta vez lo he iluminado todo desde otro ángulo.

Con ello estoy dando una base sólida, estoy dando un gran tazón en el que el hombre puede echar todo lo dicho con anterioridad en el Mensaje, lo cual, en calidad de repleción, se mantiene en movimiento constantemente y borbotea sin parar, convirtiéndose así en un todo en el que los elementos individuales constituyen parte obligada del conjunto y se entremezclan entre sí. Con ello el hombre obtiene una visión de conjunto de ese gran acontecer que le había sido desconocido hasta entonces y que contiene su propio devenir y existencia, una visión de conjunto inagotable para él y en la que todo armoniza.

El lector y el oyente han de tratar de formarse una idea de lo que voy a desarrollar para ellos:

La vida, la verdadera vida es algo completamente independiente, algo enteramente autónomo. De lo contrario, no se le podría llamar «vida». Algo así, empero, sólo lo hay en Dios. Y como fuera de Dios no hay nada «vivo» de verdad, sólo Él tiene la fuerza que radica en la vida. Por consiguiente, Él, y sólo Él, es la muchas veces citada fuerza primordial o simplemente «la fuerza». Y en la fuerza, a su vez, está la Luz. Esa expresión «luz primordial» que se usa para aludir a la Luz es tan incorrecta como la expresión «fuerza primordial»; puesto que, sencillamente, sólo hay una Luz y una fuerza: Dios.

La existencia de Dios, de la fuerza, de la Luz, o lo que es lo mismo, de la vida implica ya de por sí las Creaciones. Puesto que la Luz viviente, la fuerza viva no puede evitar el irradiar. Y estas irradiaciones contienen todo lo necesario para la Creación.

Sin embargo, la irradiación no es la Luz misma.

De modo que todo lo que existe fuera de Dios trae su origen meramente de la irradiación de Dios. Dicha irradiación, empero, es un efecto natural de la Luz. Y este efecto siempre ha estado ahí, desde que Dios es Dios.

Ahora bien, como es natural, la intensidad de la irradiación es mayor en la cercanía de la Luz, de suerte que en dicha proximidad no puede haber otro movimiento que no sea el movimiento absolutamente rectilíneo y hacia adelante que yace en la irradiación. Es así como, partiendo de Dios, estas irradiaciones se propagan a distancias fabulosas cuya vastedad el ser humano no es capaz de imaginarse.

Pero allí donde este empuje obligadamente hacia adelante –el cual se asemeja a una inmensa presión constante– afloja algo finalmente, el movimiento que hasta ese momento había sido un movimiento exclusivamente hacia adelante asume una condición giratoria. Esta condición giratoria del movimiento es provocada por el hecho de que la fuerza viva ejerce al mismo tiempo un efecto atrayente que hace que todo lo proyectado más allá de la frontera hasta donde hay una irradiación plena sea sometido a una atracción que tira de ello de vuelta al punto donde solo prevalece el movimiento hacia adelante. Es así como surgen los movimientos que giran en forma elíptica; y es que, a fin de cuentas, no se trata de un movimiento propio, sino de un movimiento meramente causado por la proyección más allá de cierto punto y el tiro que acto seguido tiene lugar por medio de esa atracción que yace en la fuerza, o sea, en Dios mismo, y que jala al movimiento de vuelta al punto de partida.

Ahora bien, en estos movimientos giratorios en los que la inmensa presión de la irradiación directa ha aflojado se da, por ley natural, un ligero enfriamiento, el cual, a su vez, trae consigo una cierta precipitación.

Esta precipitación se hunde aún más, o se aleja más de la irradiación original, de la irradiación más fuerte, pero al mismo tiempo sigue siendo sostenida por esa atracción de la fuerza que todo lo permea; pese a ello, dicha precipitación todavía contiene suficiente fuerza impelente de la irradiación, con lo cual vuelven a surgir movimientos exclusivamente giratorios dentro de otros espacios que, eso sí, presentan límites bien definidos. Es así como se sucede una precipitación tras otra y con ello se forman, uno tras otro y a cada vez mayor distancia de la irradiación inicial y de su inmensa presión impelente, planos de movimiento que giran elípticamente, planos estos que traen acumulaciones y, por último, formas más compactas.

Las gradaciones que surgen de ahí dan planos, planos en los cuales se juntan y moran determinadas especies, todo en dependencia de su grado de enfriamiento. Estos planos o especies ya los he descrito en mi Mensaje como los grandes planos básicos de lo espiritual, en la parte superior de la Creación, seguidos por los planos de lo sustancial, los planos de lo etéreo y, por último, los planos de lo físico-material, con sus muchas gradaciones. Que aquí todas las especies más completas se encuentren en un plano más alto y más cerca del punto de partida, por parecérsele más a éste, es algo lógico, toda vez que es sobre dichas especies que la atracción de la fuerza viva tiene que ejercer el mayor efecto. – –

Como ya he dicho antes, esa irradiación de la Luz de operar tan inconcebible siempre ha estado ahí, desde que Dios es Dios.

Pero Dios no permitía que esta irradiación llegara y operara más allá de la frontera hasta la cual la corriente con un movimiento obligadamente hacia adelante describía aún una línea recta, de modo que la pura irradiación divina conservaba la luminosidad de toda su claridad y se mantenía sin enfriamiento y sin la consiguiente precipitación. Ello conformaba la esfera divina, que, como el propio Dios, es eterna. En esta claridad jamás podía darse un enturbiamiento, y por ende, tampoco una desviación o una alteración. Sólo era posible una total armonía con el origen, con la Luz misma. Y dicha esfera se encuentra indisolublemente ligada a Dios, toda vez que esa irradiación de la fuerza viva no puede evitarse, por tratarse de un efecto natural de dicha fuerza.

A esta esfera divina que se encuentra bajo esa presión inconcebible para el hombre de la más cercana proximidad de la fuerza divina pertenece, en calidad de último punto fronterizo y de anclaje, el Castillo del Grial propiamente dicho, el cual uno puede imaginárselo como el polo opuesto en el que acaba la esfera. O sea, el Castillo del Grial se encuentra aún en el círculo de lo divino, y, por consiguiente, siempre ha existido y permanecerá inalterado por toda la eternidad, así la Creación haya de quedar algún día reducida a escombros.

Así ha sido desde que Dios es Dios; algo que escapa a la comprensión del espíritu humano.

No fue sino cuando Dios, a través de Su volición, envió al exterior las grandes palabras, «hágase la Luz», que entonces los rayos se proyectaron más allá del límite fijado por dicha volición y se expandieron por el vacío exento de luz, trayendo movimiento y calor. Y con ello se produjo el inicio de la Creación, la cual engendró al hombre y se convirtió en la patria de éste.

Dios, que es la Luz, no necesita de esta Creación. Si Él volviera a limitar la irradiación a lo inevitable, de manera que sólo quede una esfera de divina pureza en la que jamás puede darse un enturbiamiento, tal como era antes, ello sería el fin de todo lo demás. Con ello, empero, tambié llegaría a su fin la existencia del hombre, el cual sólo puede ser consciente ahí. –

La irradiación directa de la Luz no puede engendrar sino lo perfecto. Ahora, con los cambios de esta primera presión que se dan por el alejamiento cada vez mayor que tiene lugar, esa perfección original disminuye, ya que, con el progresivo enfriamiento, continuamente se van separando partes individuales que entonces quedan atrás. La pureza propia de la perfección presupone la presión de la irradiación divina en su mayor intensidad, como sólo es posible en la proximidad de Dios. La presión genera movimiento y, por medio de éste, calor. La presión, empero, no es sino un efecto de la fuerza, y no la fuerza en sí; del mismo modo que las irradiaciones sólo pueden surgir bajo la presión de la fuerza, pero no son la fuerza como tal. Es por eso por lo que las radiaciones en la Creación no son más que la consecuencia de un movimiento análogo, el cual, por su parte, tiene que estar ajustado a la presión correspondiente. De modo que allí en la Creación donde no haya radiación alguna, no habrá tampoco movimiento o, como erróneamente dicen los hombres, no habrá «vida». Puesto que todo movimiento irradia, y la inactividad es la nada, es esa inmovilidad que los hombres llaman muerte. Es así como el gran Juicio se desarrolla meramente debido a la presión acrecentada de un rayo divino transmitido por un Enviado de Dios encarnado en la materia física, un Enviado al que Dios le ha dado una chispa de Su fuerza viva. La presión de esta chispa de fuerza viva, que, lógicamente, no puede ser tan fuerte como la tremenda presión de la fuerza viva en Dios Padre mismo, solo puede ser soportada por todo lo que vibre en la debida armonía con las leyes del efecto de la fuerza de Dios; ya que ello se ve fortalecido por dicha presión, pero sin ser llevado a un estado de incandescencia, toda vez que la radiación de la fuerza de la chispa no alcanza para ello. Todo elemento perturbador, en cambio, es desquiciado, es sacado de sus falsos movimientos y acaba triturado y disuelto, para lo cual la radiación de la chispa de la fuerza es más que suficiente. Así, el gran Juicio tiene lugar de manera completamente autoactiva y no está sujeto a alguna arbitrariedad del Enviado de Dios. Simplemente, ocurre debido a la ley de las radiaciones, la cual hubo de formarse como consecuencia de la irradiación de la fuerza de Dios; ya que todo lo que se mueve correctamente tanto en el pensar como en el actuar irradia en la materia física un color violeta.

Ahora, lo que es oscuro, lo que es de las tinieblas o aspira a ellas, ya sea en el pensar o en sus deseos, lleva un color amarillo turbio. Estos dos colores son fundamentales para el Juicio. En dependencia de la intensidad de una volición o una acción, las irradiaciones serán débiles o fuertes. Con el Enviado de Dios entra en la Creación, y por ende, también en la Tierra, un rayo de Luz divina inalterado. La Luz divina fortalece y encumbra lo bueno, o sea, todo lo violeta terrenal, mientras que a lo de color amarillo turbio terrenal lo disuelve y lo elimina.

En dependencia de la naturaleza y la intensidad de una volición o una acción, la irradiación será intensa o más débil. Y es según ello también que, obedeciendo a una justicia irreductible, se formará la naturaleza y la intensidad de esa irradiación del rayo de luz divino que opera en el Juicio.

Uno puede perfectamente decir que la Creación está rodeada y atravesada por un gigantesco y multicolor ramaje de irradiaciones. Estas irradiaciones, empero, no son más que la expresión de los diferentes movimientos ocasionados por la presión de la fuerza viva en Dios. Dicho con otras palabras: Dios, con Su fuerza viva, sostiene a la Creación. Todo eso está correcto, independientemente de la forma en que uno decida expresarlo; eso sí, hay que conocer con exactitud el origen correcto, así como el curso que sigue el desarrollo posterior, si es que uno quiere tan siquiera tener una idea de la cuestión.

Como el más alto grado de calor hace alcanzar al elemento en cuestión un estado de blanca incandescencia, tal es el caso también en la esfera divina, mientras que la disminución de este grado de calor hace que poco a poco vayan surgiendo otros colores y que con el enfriamiento todo se vaya densificando cada vez más.

Continuando mis explicaciones con la ayuda de estos términos terrenales, voy a decir que el espíritu humano jamás puede alcanzar un estado de blanca incandescencia, toda vez que él surgió en planos en los que la presión ya estaba debilitada y ya no era capaz de generar ese máximo grado de calor. De esa manera, el espíritu humano, en virtud de su origen, es de una especie que ya no puede soportar en estado consciente ese máximo grado de fuerza. O también se puede decir que lo espiritual viene a surgir una vez que se ha alcanzado un grado de enfriamiento bien específico, y sólo a este nivel de enfriamiento le es posible alcanzar el estado consciente. Además, la especie de la que proviene el «espíritu» es una mera precipitación de la esfera divina, una precipitación que hubo de formarse como consecuencia del ligero enfriamiento, y así sucesivamente.

Ahora bien, ello se va extendiendo más allá escalonadamente. La primera precipitación de la esfera divina forma lo puramente espiritual, de donde provienen los espíritus primordiales. Y es la precipitación de éstos lo que viene a traer la especie a partir de la cual se pueden desarrollar los espíritus humanos. La precipitación de esta especie trae, a su vez, lo sustancial; de lo sustancial se desprende lo etéreo, que, por su parte, arroja lo físico-material, lo cual constituye la última especie. Pero están también los muchos escalones intermedios de cada una de las especies básicas aquí mencionadas, incluida la divina, escalones estos que resultan imprescindibles como transición para hacer posible la conexión.

Como os podréis imaginar, la primera precipitación que salió de la esfera divina es también la más rica en contenido, lo cual hizo que le fuera posible cobrar conciencia de sí misma inmediatamente, formando los llamados espíritus primordiales, mientras que la precipitación que salió de esta primera precipitación ya no es tan fuerte y tuvo que someterse a un proceso de desarrollo gradual con miras a adquirir la conciencia. Es de esta precipitación de la que provienen los espíritus humanos.

Debido al más rico contenido de su especie, los espíritus primordiales ocupan el lugar más alto en la Creación, ya que constituyen la primera precipitación de la esfera divina, mientras que los espíritus humanos vienen a tener su comienzo a partir de la siguiente precipitación y, como es lógico, incluso cuando alcancen la plena madurez, no podrán llegar a la altura en que se encuentran los espíritus primordiales, cuya especie tiene una mayor riqueza de contenido, sino que están obligados a permanecer en la altura de su propia especie. Para subir más alto les falta algo que resulta imposible de ser suplido. A no ser que les fuera proporcionado algo por la fuerza viva de Dios directamente, lo cual, empero, resulta imposible que se dé por los caminos naturales existentes, sino que tendría que venir de una parte viva de Dios puesta en la Creación, ya que con esta fuerza propia y verdaderamente viva queda anulado ese enfriamiento de la irradiación que normalmente tiene lugar sin falta. Es así como sólo esa parte viva de Dios está en condiciones de, por medio de su irradiación directa, darle a un espíritu humano algo que le posibilite a éste cruzar la frontera que lo separa de la región de los espíritus primordiales.

Con la proyección de la irradiación más allá de la frontera de lo divino, o sea, con el comienzo de la Creación, surge, al otro lado de ese eterno Castillo del Grial ubicado en el linde, o sea, en la parte espiritual de la Creación, un edificio contiguo, de manera que los espíritus primordiales, que se encuentran de ese otro lado, puedan visitar ahí esa parte nueva del Castillo situada en lo espiritual; ello sin ir más allá del límite máximo que su propia naturaleza les impone. Dar un paso más allá, o sea, poner el pie en la esfera divina, implicaría para ellos la pérdida inmediata de la conciencia y su disolución en el calor blanco... eso es si les fuera posible dar ese paso. Mas ello resulta imposible, ya que, simplemente, serían arrojados hacia atrás por la presión mucho más fuerte de la esfera divina, presión a la que no están acostumbrados; o dicho de otra manera, esta presión no los deja entrar. La misma les niega la entrada de la forma más natural, sin que sea necesario que suceda algo más.

Algo similar le sucede a los espíritus humanos sujetos a un proceso de desarrollo respecto de los espíritus primordiales y de los planos en que éstos moran.

Es así como en la actualidad el Castillo del Grial, conjuntamente con su edificio contiguo de índole espiritual, se alza como mediador entre lo divino y la Creación. Toda la irradiación necesaria para la Creación tiene que pasar por Aquél, y el Hijo del Hombre, en calidad de Rey del Grial, es el único mediador que puede cruzar la frontera que separa a la Creación de lo divino, lo cual Le es posible por razón de la naturaleza de Su origen, que liga lo divino con lo espiritual. Es por ese motivo por el que se hizo necesario el misterio de esta ligazón.

No es sino muy por debajo de este Castillo del Grial y de la región de los espíritus primordiales que viene a encontrarse el Paraíso, que es el punto más alto y más bello para los espíritus humanos que, habiéndose sometido a las leyes de las irradiaciones de la voluntad divina, han alcanzado la plena madurez en armonía con dicha voluntad. – –

No voy a entrar en detalles aquí, a fin de no ampliar demasiado el cuadro del acaecer. Sobre el particular ya publicaré libros para la ciencia terrenal, con miras al estudio de los diferentes sucesos por separado, tales como el desarrollo en los diferentes planos, la interacción entre estos planos y demás. Nada debe ser pasado por alto; de lo contrario, surge una laguna que inmediatamente le pone fin a la progresión del saber del hombre.

De modo que si un espíritu humano de la Tierra, habiendo alcanzado su madurez tras un largo periplo, regresa a la frontera que su naturaleza le impone, o sea, a ese límite a partir del cual comienza una mayor presión, no le es posible llegar a un estado de incandescencia mayor del que su plena madurez le ha permitido alcanzar. La presión acrecentada de una fuerza intensificada tendría por fuerza que deshacer y consumir la naturaleza de su constitución, transformándola en el grado de calor con el que su «yo» desaparece. En tal caso, ya no podría seguir existiendo como espíritu humano y acabaría siendo incinerado, disolviéndose así en la luz blanca, mientras que en la región de los espíritus primordiales la presión mayor existente allí le hace perder la conciencia.

Es así como la luz blanca, o sea, la irradiación de Dios, en la cual solo puede existir conscientemente lo divino, contiene todos los elementos básicos de la Creación, los que, con el paulatino enfriamiento, se van asentando por separado más abajo, dan forma con el movimiento y, uniéndose, cobran forma también, pero ya no vuelven a disolverse en una unión que los contiene a todos, ya que falta la presión necesaria para ello. Con cada grado de enfriamiento, se da una separación determinada que queda atrás. Primero fue lo divino; más tarde, lo espiritual y, después, lo sustancial, hasta que, por último, sólo quedaron las materias etérea y física, las cuales siguieron descendiendo.

De manera que la Creación, en realidad, es la precipitación causada por el creciente enfriamiento de la luz blanca, de la irradiación de la luz viva. Lo espiritual, así como lo sustancial, sólo puede formarse y adquirir conciencia a un grado de enfriamiento bien específico, enfriamiento este que es sinónimo de una disminución de la presión de la irradiación de Dios.

Cuando hablo aquí de que con una presión de la irradiación de la Luz demasiado fuerte tiene lugar la desintegración o disolución del espíritu humano, no se debe tomar lo que ocurre en este límite por el nirvana de los budistas, como quizás éstos gustarían de interpretar mi explicación. Esta explicación mía de hoy es solo sobre el acaecer tal como este tiene lugar al iniciarse en la Luz y seguir de ahí hacia abajo, mientras que el nirvana se supone que sea el punto culminante del camino que conduce a las alturas.

Y es que semejante tesis presenta un problema; toda vez que para que, partiendo de la Tierra, se llegue hasta el reino espiritual, hasta el Paraíso, en cuya frontera más alta se encuentra dicho punto, el espíritu humano en cuestión, cualquiera que sea, tiene que haber alcanzado la más alta madurez como espíritu «consciente de sí mismo». Y hablo de madurez según la voluntad divina, y no según el parecer humano. De lo contrario, no le es posible entrar a dicho reino. Ahora, si como espíritu consciente de sí mismo ha alcanzado tal madurez, la acrecentada presión de la esfera divina le impedirá rigurosamente pasar la frontera y lo rechazará. A tal espíritu le resulta imposible pasar de ahí. Y tampoco va a querer hacerlo. En la esfera divina no le va a ser posible jamás disfrutar alegrías, toda vez que ahí ya no puede ser espíritu humano, y en su lugar, acabaría derretido, mientras que en el reino espiritual, en el Paraíso, encuentra alegría eterna y, agradecido, no piensa en absoluto en querer ser disuelto por entero.

Además, con la madurez plena de la que dispone, semejante espíritu resulta necesario para el encumbramiento y el perfeccionamiento de los planos que se encuentran por debajo de él, los cuales, al ser frutos de posteriores precipitaciones, aguantan una presión menos fuerte que la que él es capaz de aguantar. Ahí él, el espíritu humano, es lo más grande, ya que resiste una presión mayor, e incluso la necesita. – – –

El cometido del espíritu humano en estas regiones bajas es servirse de su fuerza intrínseca para abrir lo más posible a la influencia de las puras irradiaciones de la Luz todo lo que se encuentra por debajo de él y funcionar así como un mediador que, al estar en condiciones de servir de conducto a una presión mayor, dispensa bendiciones a todo lo demás, toda vez que recoge y puede canalizar esta presión mayor que, con su efecto purificador, disgrega todo lo impuro.

Mas el hombre, desgraciadamente, ha sido un mal administrador en este respecto. Ciertamente, en las Creaciones se ha desarrollado todo lo que, en obediencia a la presión o impulso, debía desarrollarse hasta ahora, pero ha sido un desarrollo equivocado, ya que el hombre no sólo fracasó en este sentido, sino que incluso devino en agente propiciador del descarrío, al llevar hacia las profundidades en lugar de encauzar hacia las alturas. Por esa razón, todo resultó meramente en abominables caricaturas, en lugar de obtenerse la natural belleza.

Ser natural, empero, significa ir en pos de las alturas, aspirar a lo alto, obedeciendo a la atracción de la fuerza viva. Ya que donde impera la naturalidad todo tiende exclusivamente hacia arriba, como toda hoja de hierba, toda flor, todo árbol. Es así como, desgraciadamente, todo lo que la volición humana ha traído tan solo se asemeja por fuera a lo que debería haber desarrollado.

Por ejemplo, una rica vida interior, cuando se la examina superficialmente, puede a menudo dar la impresión de esa oquedad que se evidencia en una actitud displicente. La pura adoración de todo lo bello, al ser expresada, guarda, en un comienzo, similitud con la vil lujuria; ya que ambas evidencian cierto grado de arrobamiento, solo que en el caso de la primera este entusiasmo es genuino, mientras que en el de la segunda es falso y no sirve más que de medio para el fin. Así, el verdadero encanto es suplantado por la vanidad, lo que es ambición se hace pasar por verdadero servir. Y así sucesivamente con todo lo que el hombre ha creado. Muy raras veces conducen sus caminos a la Luz. Casi todo se inclina hacia las tinieblas.

Eso tiene que ser erradicado, a fin de que de esta Sodoma y Gomorra llegue ahora a la Tierra el Reino de Dios. Todo tiene, por fin, que tender hacia la Luz, para lo cual el hombre es el mediador.

– – –

De la Luz misma, de Dios, no voy a hablar aquí. Es demasiado sagrado para mí. Además, el hombre, de todas maneras, no podría entenderlo jamás, y tiene eternamente que contentarse con que Dios es.

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[Mensaje del Grial de Abdrushin]  [Resonancias del Mensaje del Grial] 

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