En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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El noveno mandamiento
¡No desearás la mujer de tu prójimo!

Este mandamiento, que es claro y tajante, va dirigido expresamente contra el instinto corporal-animal, instinto este que el hombre... por desgracia... permite, en muchos casos, que aflore con demasiada frecuencia tan pronto se le ofrece la oportunidad para ello.

Con ello estamos tocando ya el punto saliente y lo que constituye la mayor trampa para los seres humanos, una trampa en la cual casi todos caen apenas entran en contacto con ella: la oportunidad.

El instinto es meramente despertado y guiado por los pensamientos. Al hombre le es posible notar en sí mismo con gran facilidad que el instinto no da señales de vida y no puede despertar si faltan los pensamientos al efecto. Aquél depende completamente de éstos. Y ello sin que se dé una sola excepción en esta regla.

No vengáis con que el sentido del tacto también puede despertar el instinto, puesto que eso no es cierto. Ello no es más que una errónea impresión del que así piensa. El sentido del tacto despierta tan sólo el pensamiento, y éste entonces despierta el instinto. Y para despertar pensamientos de este tipo, no hay nada más fuerte que la oportunidad que se ofrece, a la cual los hombres tienen que temerle. Y es por esa razón, empero, por la que la mejor defensa y la mejor protección para todas las personas de ambos sexos es que semejante oportunidad sea evitada. Ello constituye el áncora de salvación en la crisis actual, hasta que todos los seres humanos hayan adquirido tal fortaleza interior que sean capaces de mantener puro el hogar de sus pensamientos como si ello se tratara de lo más normal del mundo –sano hábito este que en la actualidad ya forma parte del terreno de lo imposible–. En tal caso, empero, la posibilidad de una transgresión de este mandamiento de Dios queda absolutamente descartada.

Antes de llegar a ese punto muchas tormentas purificadoras habrán de bramar sobre la humanidad, mas esa áncora aguanta si toda persona que aspira a la Luz se esfuerza por jamás dar oportunidad, bajo ninguna circunstancia, a que se dé la tentadora situación en que dos personas de sexo opuesto se queden solas.

Que todo el mundo se grabe esto con letras de fuego; puesto que no es tan fácil liberar el alma de semejante transgresión, toda vez que ahí entra en consideración la otra parte también. Y muy raras veces resulta posible una ascensión simultánea.

«¡No desearás la mujer del prójimo!». Con ello no sólo se está aludiendo a las esposas, sino al sexo femenino en general. O sea, también a las hijas. Y dado que el mandamiento reza bien claro, «¡no desearás!», el mismo hace referencia meramente al deseo corporal, y no a un cortejo honorable.

Con estas claras palabras no se puede dar equivocación alguna. Aquí se trata de la estricta ley de Dios contra la seducción o la violación; así como del mancillamiento a través de los pensamientos que dimanan de un deseo secreto. Esto último, como punto de partida del mal consumado, constituye, ya de por sí, una violación del mandamiento y trae consigo el castigo por medio del karma, karma este que obligadamente tiene que cerrar su ciclo de alguna manera para que el alma pueda volver a quedar libre. A veces este suceso, considerado erróneamente por los hombres como una pequeñez, resulta incluso decisivo para la naturaleza de la próxima encarnación en la Tierra o para el destino futuro del individuo en cuestión en esta existencia terrenal. Así que no toméis demasiado a la ligera el poder de los pensamientos, al cual, como es natural, no le pierde pies ni pisada la responsabilidad en su justa proporción. Vosotros sois responsables hasta de los pensamientos más frívolos; ya que éstos bastan para ocasionar daños en el mundo etéreo. Ese mundo que ha de recibiros después de esta vida terrenal.

Ahora, si el deseo llega a la seducción, o sea, si llega a devenir en acto físico-material, entonces tendréis razón para temer a la retribución como ya no os sea posible subsanar física y espiritualmente dicho acto estando aún aquí en la Tierra.

Da igual si la seducción ha tenido lugar de la manera más lisonjera, o con duras imposiciones y exigencias, o si al final, tras mucho insistir, se ha ganado el consentimiento de la parte femenina; el efecto recíproco no se deja confundir por ello; el mismo ya se ha puesto en marcha con el deseo, y toda astucia, todo ardid no hace sino contribuir al agravamiento de dicho efecto. Así que el consentimiento final no lo deja inoperante.

Por eso estad en guardia, evitad toda oportunidad y no os descuidéis en este respecto en ningún momento. Sobre todo, mantened puro el hogar de vuestros pensamientos; que entonces jamás violaréis este mandamiento.

Asimismo, no sirve de excusa que el individuo trate de decirse a sí mismo que había existido la probabilidad de un casamiento. Ya que eso sería el colmo de la falsedad, sería la mentira más burda. Un matrimonio sin que haya amor del alma no cuenta para Dios. El amor del alma, empero, es y siempre será la mejor protección contra la violación de este mandamiento, puesto que alguien que de verdad ame siempre va a desearle al ser amado sólo lo mejor y, por tanto, jamás podrá hacerle peticiones o exigencias inmundas, que es contra lo que este mandamiento va dirigido más que nada.

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