En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


El sexto mandamiento
¡No cometerás adulterio!

El hecho de que ya haya un mandamiento que diga, «no codiciarás la mujer del prójimo», demuestra cuán poco se pretende dar a entender con este sexto mandamiento lo que la ley terrenal prescribe al respecto.

Las palabras, «¡No cometerás adulterio!», vienen siendo lo mismo que decir, «¡No perturbarás la paz de un matrimonio!». Por paz, lógicamente, se entiende también armonía. Ello presupone al mismo tiempo cómo ha de ser un matrimonio; ya que allí donde no haya nada que romper o que perturbar, no será aplicable este mandamiento, el cual no se rige por interpretaciones o disposiciones terrenales, sino por la voluntad divina.

Un matrimonio, por tanto, existe sólo allí donde la paz y la armonía reinan como algo natural. Donde el uno sólo vive para el otro y trata de traerle alegrías. La unilateralidad y ese aburrimiento que tan tentador y tan letal resulta quedan así completamente descartados de antemano y para siempre, como también la peligrosa sed de distracción y la imaginación de no ser comprendido: factores destructores de toda felicidad. Estos males en particular no pueden darse en absoluto en un verdadero matrimonio –donde el uno realmente vive para el otro–, ya que el imaginarse no ser entendido y la sed de diversión son meramente consecuencias de una marcada egolatría que hace que quien adolece de ella sólo trate de vivir para sí mismo, y no para el otro.

Cuando hay verdadero amor del alma, sin embargo, la mutua entrega gozosa es algo completamente natural, con lo que, en el efecto recíproco, queda completamente descartada la posibilidad de que una de las partes no dé lo suficiente de sí; siempre y cuando el nivel de educación de esos que se unen en una relación no resulte ser muy dispar.

Este es un requisito impuesto por la ley de atracción de las especies afines en el gran Universo, requisito que tiene que ser cumplido si la felicidad ha de ser completa.

Ahora, allí donde no haya paz ni armonía, el matrimonio no merecerá ser llamado matrimonio; puesto que no es tal, sino meramente una unión terrenal, que como tal no recibe ningún valor ante Dios y que, por consiguiente, no puede tampoco traer bendiciones en ese sentido que es de esperar con un verdadero matrimonio.

De modo que en el sexto mandamiento es estricto requisito que haya un auténtico matrimonio como lo dicta la voluntad de Dios. Otra cosa no está amparada. Pero ¡ay de quien de alguna manera se atreva a perturbar un verdadero matrimonio! Puesto que el triunfo que se imagine haber obtenido aquí en la Tierra lo esperará etéreamente en una forma completamente distinta. Horrorizado, querrá salir huyendo cuando tenga que pasar a ese reino donde aquél aguarda por él.

Hay adulterio en el sentido más abarcador de la palabra incluso allí donde tan solo se haga el intento de separar dos personas que verdaderamente se aman con el alma, como muchas veces hacen los padres cuando una que otra circunstancia terrenal no concuerda con sus deseos. ¡Y ay de la mujer, ay del hombre, ya sea joven o de edad, que por envidia o por flirteo provoque desacuerdos o hasta discordia en semejante pareja! El amor puro entre dos personas ha de serle sagrado a todo individuo y ha de inspirarle veneración y respeto, pero jamás deseo. Ya que un amor de ese tipo se encuentra bajo la protección de la voluntad de Dios.

Si una sensación de semejante deseo impuro amenaza con brotar en alguien, lo mejor que puede hacer semejante individuo es darse la vuelta y buscar con vista despejada entre aquellas personas que aún no le han entregado su corazón a nadie.

Si busca con seriedad y paciencia, es seguro que va a encontrar a alguna persona que venga bien con él en la forma que Dios quiere y con la que será feliz sin echarse primero una culpa a cuestas que jamás le puede traer o dar felicidad.

El gran fallo de estos seres humanos es que se entregan a alguna sensación que en un comienzo siempre es débil y, reteniéndola violentamente en su interior, la alimentan con fantasía artificiosa, hasta que la misma, cobrando fuerza, llega a colmarlos y, martirizándolos, los lleva a pecar. Miles de espíritus humanos no tendrían que perderse si tan sólo hubieran querido prestar atención al comienzo de semejante sensación, que, si no ha sido engendrada por calculaciones del intelecto, dimana de un flirteo indigno de seres humanos, flirteo este que, a su vez, tiene su origen en perniciosas costumbres de la vida en las familias terrenales y, sobre todo, de la vida social. Estos medios en particular constituyen a menudo puras ferias de casamiento, siendo igual de inmundos que la trata de esclavos realizada abiertamente en el Oriente. Ahí radica un semillero del germen del adulterio.

Vosotros los padres, guardaos de que, por causa de cálculos intelectuales, no os hagáis culpables de adulterio respecto de vuestros hijos. Son incontables los que ya están enredados en semejante red. Y es mucho lo que tienen que hacer para volver a quedar libres de ella. Vosotros los hijos, tened cuidado de no devenir en perturbadores de la paz entre vuestros padres; de lo contrario, estaréis incurriendo en una culpa. Reflexionad bien al respecto. De otra manera, os convertís en enemigos de vuestro Dios, y de ese tipo de enemigos no hay ninguno que no quede condenado a sufrir indecibles tormentos que han de terminar en su destrucción, y ello sin que Dios levante un dedo. ¡No destruirás la paz y la armonía entre dos seres humanos!

Grábatelo bien, para que siempre lo tengas ante los ojos de tu alma a manera de advertencia. –

Mensaje del Grial de Abdrushin


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