En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


El cuarto mandamiento
¡Honrarás a padre y madre!

Este mandamiento se lo dio Dios a la humanidad por medio de Moisés. El mismo, empero, ha causado indecibles conflictos del alma. ¡¿Cuántos niños, cuántos adultos no han batallado duramente consigo mismos para no violar este mandamiento de la manera más soez?! ¡¿Cómo puede un hijo honrar a un padre que se rebaja a la condición de borracho, o a una madre que, con sus antojos, su temperamento desenfrenado, su falta de autodisciplina y muchas otras cosas más, le amarga tremendamente la existencia al padre y al resto de los miembros del hogar y hace completamente imposible que haya un ambiente de tranquilidad en la casa?! ¿Puede acaso un hijo honrar a sus padres cuando oye que estos se dicen las peores ofensas, se engañan el uno al otro y hasta se lían a golpes? Muchos son los sucesos conyugales que a menudo han convertido el mandamiento en un tormento para los niños y han hecho imposible su cumplimiento. A fin de cuentas, sería hipócrita de parte de un hijo el querer afirmar que respeta a su madre cuando ve que ésta se comporta de manera mucho más amigable con extraños que con su propio esposo, el padre del niño; cuando nota en ella el apego a la superficialidad y ve que, haciendo gala de la más ridícula vanidad, se rebaja a la condición de abúlica esclava de toda necedad de la moda, necedades estas que muchas veces son imposibles de conciliar con la idea de la seria y excelsa maternidad y que privan a la dignidad de madre de toda belleza y sublimidad;... ¿cómo podría un niño en tal caso sentir veneración espontánea por la madre? ¡¿Cuánto no encierra la sola palabra «madre»?! Pero ¡¿cuánto no exige también?! Un hijo que aún no esté contaminado tiene que sentir inconscientemente en su fuero interno que una persona de espíritu maduro y serio jamás podría animarse a exhibir su cuerpo físico-material meramente por una moda. ¡¿Cómo puede la madre, en tal caso, seguir siendo sagrada para él?! La veneración natural se degrada automáticamente y deviene en una forma vacía de un deber impuesto por la costumbre o, según la crianza, se convierte en una cortesía dictada por las normas sociales, o sea, en hipocresía, la cual carece de todo empuje del alma hacia las alturas. Justo ese empuje que encierra vida cálida; ese empuje que le resulta indispensable al niño y que lo acompaña cual escudo durante su crecimiento y al iniciar su vida de adulto, que lo protege ante tentaciones de todo tipo y que siempre será para él un sólido amparo y refugio interior cuando en alguna ocasión se sienta asaltado por las dudas. Y ello hasta la ancianidad. La palabra «madre» o «padre» debería despertar en todo momento un entrañable sentir, del cual surge ante el alma la imagen en toda su pureza y dignidad, previniendo o dando su aprobación, cual norte y guía durante toda la existencia terrenal.

Y qué tesoro se le está quitando a todo niño que no pueda honrar a su padre o a su madre con toda su alma.

Como siempre, empero, el motivo para estos tormentos del alma no es sino la errónea interpretación de los hombres respecto de este mandamiento. Es errónea esa opinión prevaleciente hasta ahora, la cual ha limitado el significado y lo ha vuelto unilateral, cuando nada que Dios haya enviado puede ser unilateral. Sin embargo, más incorrecto aún fue que se tergiversara este mandamiento al estimar los hombres que era necesario el mejorarlo y hacerlo más específico por medio de una añadidura: «Honrarás a tu padre y a tu madre». Con ello el mandamiento adoptó un carácter personal. Y esto había de conducir a errores inevitablemente; ya que el mandamiento en su forma correcta sólo dice: «Honrarás a padre y a madre».

De modo que no se refiere a personas individuales y específicas, cuya naturaleza no puede ser determinada ni prevista de antemano. En las leyes divinas jamás se da algo tan absurdo. Dios no exige en modo alguno que se honre algo que no merezca ser respetado en todo caso.

En lugar de personas, este mandamiento abarca un concepto de paternidad y maternidad. O sea, no es a los hijos a quienes va dirigido en primera instancia, sino a los propios padres, exigiendo de estos que mantengan honorable la paternidad y la maternidad. El mandamiento que nos ocupa les impone a los padres el absoluto deber de estar siempre plenamente conscientes de su excelso cometido y de así tener presente la responsabilidad inherente a dicho cometido.

En el más allá y en la Luz no se vive con palabras, sino en conceptos.

Es por esa razón por la que sucede que al reproducir algo en palabras se da con facilidad una constricción de los conceptos en cuestión, como a todas luces ha sido el caso aquí. Pero ¡ay de aquellos que no han hecho caso de este mandamiento, que no se han esforzado por entenderlo de la manera correcta! No sirve de disculpa el hecho de que hasta ahora el mandamiento siempre haya sido interpretado y percibido de manera errónea. Las consecuencias de la no observancia del mandamiento se han hecho valer en la procreación misma y en la entrada del alma. La situación en la Tierra sería completamente diferente si los hombres hubieran entendido y cumplido este trascendental mandamiento. En tal caso, hubieran conseguido encarnar almas muy diferentes, a las que no les hubiera sido posible permitir un deterioro de la moral y la ética al grado que se observa hoy día. Tan solo fijaos en los asesinatos, los desaforados bailes; mirad las orgías en que todo tiende a acabar hoy día. Es como la coronación del triunfo de seductoras corrientes de las tinieblas. Y fijaos en la indiferencia acompañada de falta de entendimiento con que se acepta e incluso se promueve esta decadencia, como si se tratara de algo que está bien o que siempre ha existido.

¡¿Dónde está el ser humano que se esfuerce por comprender debidamente la voluntad de Dios, que trate de remontar el vuelo y captar la vasta grandeza, en lugar de insistir una y otra vez en comprimir esta gran voluntad en la miserable limitación del cerebro terrenal, del cual él ha hecho un templo del intelecto?! Con ello se está obligando a sí mismo a mantener la vista fija en el suelo como un esclavo que anda en cadenas, en lugar de alzar la cabeza con ojos brillosos de alegría y expandir su mirada, dirigiéndola a lo alto, a fin de ir al encuentro del rayo de la comprensión.

¡¿Acaso no veis qué posición tan miserable asumís con cada interpretación de cuanto os llega de la Luz?! Ya se trate de los mandamientos, de las promesas, del Mensaje de Cristo o incluso de la Creación toda. ¡Nada queréis ver, nada queréis entender! En realidad, no hacéis el esfuerzo en absoluto por entender algo de verdad. No lo tomáis tal como está, sino que os esforzáis desesperadamente por darle una forma a todo que concuerde con los inferiores puntos de vista a los que os habéis entregado desde hace milenios. ¡Acabad de liberaros de esas tradiciones! El poder para ello lo tenéis a vuestra disposición. En todo momento. Y sin que tengáis necesidad de hacer sacrificios. Pero tenéis que arrojarlo de un tirón, con un solo acto volitivo. Y sin coquetear con la idea de preservar algo de ello. En el momento en que os esforcéis por encontrar una transición, jamás os liberaréis del pasado, sino que éste os arrastrará tenazmente de vuelta una y otra vez. Sólo os puede resultar fácil si separáis todo lo viejo de un solo tajo y vais así al encuentro de lo nuevo sin ninguna carga de atrás. Sólo entonces se os abrirá la puerta; de lo contrario, está habrá de permanecer firmemente cerrada. Y para ello sólo se precisa de una volición verdaderamente seria. Se trata de algo que es cuestión de un momento. Exactamente como ocurre con el despertar del sueño. Si al despertaros no os levantáis de la cama inmediatamente, os volvéis a cansar, y la alegría por la nueva jornada disminuye, si es que no se pierde por completo.

¡Honrarás a padre y madre! Haced de esto un mandamiento sagrado. Haced de la paternidad y la maternidad algo honorable. ¡¿Acaso hay alguien que sepa todavía cuánta grandeza ello encierra?! ¡Y cuánto poder para ennoblecer a la humanidad! Sobre ello deberían estar claras todas las personas que formen una unión aquí en la Tierra, y entonces todo matrimonio será un matrimonio de verdad, anclado en lo espiritual. Y todos los padres y las madres serán dignos de honor según las leyes espirituales.

Para los niños, empero, este mandamiento se vuelve sagrado y cobra vida a través de los padres. Aquéllos no podrán hacer otra cosa en absoluto que honrar al padre y a la madre desde el fondo de su alma, independientemente de cuál sea la naturaleza de estos niños. Se verán obligados a ello por la sola naturaleza de los padres. ¡Y ay entonces de esos hijos que no obedezcan el mandamiento cabalmente! Sobre ellos caería un pesado karma; ya que han dado motivos para ello más que de sobra. Pero, con el efecto recíproco, el acatamiento del mandamiento acaba enseguida deviniendo en algo natural, en un placer, en una necesidad. ¡Así que id y respetad los mandamientos de Dios con mayor seriedad de lo que lo habéis hecho hasta ahora! O sea, ¡observadlos y cumplidlos! Para que seáis felices. –

Mensaje del Grial de Abdrushin


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