En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


91. ¡Y se ha cumplido...!

Bien alto se alzaban las olas de la injusticia en el tiempo de los faraones. La inmoralidad y el delito cantaban victoria, y la esclavización de Israel había alcanzado su clímax.

Fue entonces que Abdruschin puso Sus pies en esta Tierra. Con ello la Luz había dado el primer paso con miras a la salvación de todas esas almas humanas que, anhelantes, querían encaminar sus pasos hacia la Luz. La gran tribulación de los judíos las había purificado hasta tal punto y, en el tormento de la opresión, sus facultades psíquicas habían conseguido tal desarrollo en su sutileza de intuición que, entre los seres humanos de aquel entonces, ellos fueron los únicos en desarrollar la receptividad necesaria para captar las vibraciones que, procedentes de las alturas luminosas, llegaban a las profundidades.

Las vibraciones siempre habían estado ahí y todavía lo están, sólo que no había habido siquiera un hombre en la Tierra que se esforzara por recibirlas. Hasta que, al cabo de largo tiempo, la más martirizante necesidad había conmocionado y aflojado las almas de los esclavizados judíos hasta tal punto que estos finalmente pudieron recibir las sutiles vibraciones en el cosmos y, con ello, surgió tentativamente el deseo de acercarse más a Dios, deseo que, en fervorosa pujanza, creció hasta convertirse en la más ardiente súplica.

Con este anhelante clamor de ayuda dirigido a la Luz no faltó el efecto recíproco. Mientras el pensar y el sentir de estos seres humanos se mantuvo dirigido hacia lo terrenal, el efecto recíproco, como es lógico, no podía traerles otra cosa tampoco. Ahora, después de que ellos, imbuidos de una volición seria y verdaderamente humilde, dirigieron finalmente su mirada a lo alto, hacia la Luz, entonces, en el efecto recíproco, sólo podía fluir con más intensidad hacia sus almas la corriente de la Luz. Así, ese clamor en medio de la tribulación emitido por el pueblo sumido en el sufrimiento había sido escuchado. Y vino el Salvador.

Éste vino en cumplimiento de la voluntad divina, de la cual había partido. Así que, como resultado de una ley inmutable, dondequiera que Él hacía acto de presencia, tenía por fuerza que encontrar hostilidad allí donde algo estaba en oposición a la justa voluntad divina; en cambio, en los lugares donde la justicia en su verdadero sentido formaba parte de la vida, había de encontrar la más pura paz y la felicidad.

Dado que Abdruschin llevaba en Su interior en aquel entonces, como también hoy día, la viviente voluntad divina –de la cual provienen las leyes existentes en la Creación–, y dado que Él es la voluntad divina encarnada, basta con Su sola existencia para que tengan lugar todos los efectos finales del operar de las leyes espirituales en la Creación.

Tanto en el caso del individuo como de pueblos enteros, estos efectos tendrán lugar de tal manera como corresponde con lo que encierra el final del camino elegido por el individuo o el pueblo en cuestión, o sea, de total conformidad con la dirección que se le ha dado dicho camino como resultado de una decisión propia. Si dicha dirección apunta hacia las tinieblas, la inevitable consecuencia serán el horror y el pavor; en cambio, el camino que apunta hacia la Luz trae alegría y felicidad. Y así el trecho que les falte a todas las almas humanas para llegar a este final del camino sea bien grande, de manera que éstas crean tener tiempo, y bastante, para tomar una última decisión que ha de ser definitiva... si Abdruschin, como parte de la viva voluntad divina, hace acto de presencia entre ellas, entonces, en lo que constituye ley natural, el final de todos los caminos, automáticamente, llega de inmediato, sin ninguna transición, y ello encierra el último Juicio.

Debido al poder magnético irradiado por Abdruschin, el final se mueve con velocidad vertiginosa hacia el cierre del ciclo, de manera que las almas humanas no pueden seguir su camino como han venido haciendo hasta ese momento, sino que se ven obligadas a recibir en forma de frutos lo que han sembrado, y las obras de todas las almas también son juzgadas en semejante proceso. Estas florecen en caso de concordar con la voluntad divina; ahora, si no armonizan completamente con ésta, se vienen abajo. Y aquí se incluyen todas las empresas y empeños, empezando por la familia y el matrimonio y terminando en las ocupaciones laborales, ya sea en los oficios, en la industria, en los negocios, en la esfera económica o en la administración pública, sea donde sea, experimentará de inmediato el rápido efecto final del operar de las leyes espirituales, de conformidad con la justicia divina. El hombre no podrá detener ni postergar nada de ello, como tampoco podrá ocultar ni encubrir nada. Sin poder hacer nada, tendrá que apechar con todo lo que la verdadera justicia exige, así ello resulte no concordar con las opiniones terrenales.

La voluntad divina encarnada es como un contacto vivo que hace que se desarrolle la chispa de la ignición dondequiera que, a través de su existencia terrenal, toque lo mismo a individuos que al pueblo entero. Su existencia provoca obligadamente la liquidación de cuentas, y en todas partes se vuelve apremiante el tomar una decisión, la última que aún le es posible a todo lo existente.

Así, dicha voluntad se convierte en el Juicio dondequiera que llega, sin tener necesidad de juzgar ella misma. En virtud de su origen, es como una llave automática para el cierre del ciclo de todo acaecer, es la espada que no necesita más que ponerse en el Universo: por su filo han de pasar todos y todo. –

Dado que la injusticia de los egipcios de aquel entonces se alzaba en un clamor hasta la Luz, a través del sufrimiento del pueblo judío, Abdruschin, precediendo al Hijo de Dios, siguió el rastro de este lamento con el objeto de traer el Juicio a los egipcios, para que el pueblo de los judíos quedara libre, a fin de que éste, purificado por el tormento, cumpliera un día el llamado de, como pueblo más maduro en ese entonces, recibir al Hijo de Dios cuando el momento para ello hubiera llegado.–

Fue así como, en la persona de un príncipe del más poderoso pueblo vecino de los egipcios, vino a la Tierra el Enviado para el juicio de Dios. En su condición de príncipe de los árabes, éste llevaba el nombre de Abdruschin, que viene a significar lo mismo que Hijo del Espíritu Santo.

Sus entradas y salidas en el palacio del faraón eran frecuentes, lo cual bastó para traer el efecto final del operar de las leyes espirituales para el pueblo entero. Sólo así fue posible que en aquel entonces Moisés pudiera anunciar todos esos castigos que enseguida se cumplían. Este cumplimiento tenía lugar a través de Abdruschin, que, como parte de la viviente voluntad de Dios, no podía menos que traer consigo la compensatoria justicia en la Tierra, por medio de los efectos automáticos del operar de las leyes espirituales, cuyas consecuencias también se manifiestan en la materia física.

Fue así como, en su injusticia y su inmoralidad, el pueblo de Egipto recibió duros golpes y fue juzgado por la voluntad de Dios, a la vez que el pueblo de los judíos quedó libre para ascender en aras del cumplimiento del llamado de, a medida que fueran madurando, preparar en su seno un suelo propicio para recibir al Hijo de Dios en la Tierra.

Ese fue el comienzo de un anillo que entrañaba formidables acontecimientos y que se ha de cerrar con el regreso de Abdruschin a esta Tierra. A la humanidad se le puso así en la mano la posibilidad de ascender a alturas insospechadas. –

En aquel tiempo Abdruschin había sometido, entre otros, a un pueblo altamente desarrollado de origen indio. Entre los hijos de este pueblo había un vidente indio que justo gracias a la presencia de Abdruschin pudo recibir grandes revelaciones. La tarea de este vidente era hacer públicas estas revelaciones, toda vez que las mismas hubieran ayudado a los hombres a ascender espiritualmente con mayor facilidad y rapidez. Pero, en su lugar, este vidente comenzó a llevar una vida retirada, se apartó del trato de sus semejantes y se puso a digerir su extraordinario saber sólo para sí mismo, como sucede también hoy día con muchísima gente. También en el presente los sabios y los que se han vuelto sabios, en la mayoría de los casos, o bien se recogen en su intimidad, o llegan incluso a apartarse del trato de toda persona –todo en dependencia de lo que sea factible–, ya que temen no ser comprendidos o ser objetos de burla. En muchos casos, también para gozarse en su saber ellos solos y regodearse en él.

Semejante conducta, sin embargo, está mal. Quien recibe un saber mayor, debe transmitirlo, a fin de así ayudar a otros; ya que a él también se le dio como regalo. No fue que él se lo ganara, puesto que eso no es posible. Y especialmente el recibir revelaciones le impone a uno un deber. Generalmente, empero, son solamente los que menos ven los que anuncian a los cuatro vientos todo lo que no tiene valor alguno para los demás, perjudicando así a aquellos que realmente se han vuelto sabios, toda vez que entonces la gente, desde un inicio mismo, mete a estos últimos en el mismo saco y no les atribuye ningún valor. Ésta es una de las razones también por la que muchos sabios que, de lo contrario, hubieran hablado, guardan silencio.

Fue así como también este vidente de aquel entonces falló en su verdadero cometido. Cuando la envoltura terrenal-mortal de Abdruschin fue puesta en la tumba, él estaba presente. Ahí, empero, fue poderoso lo que sintió y, en la más elevada inspiración, talló en una gran piedra en la cámara sepulcral todo el acaecer, empezando por la procedencia de Abdruschin de la Divinidad, pasando por Su cometido durante Su periplo por el Universo y terminando con Su reunión con la Divinidad y Su tarea final. Lo escrito en la piedra abarca también el tiempo actual con todo lo que en éste sucede.

La piedra sepulcral de Abdruschin, que hoy todavía está oculta a las miradas de los curiosos, lleva un signo igual al que está grabado en la piedra sepulcral que cubre los restos mortales que el Hijo de Dios llevó en la Tierra. La revelación de este hecho a los ojos humanos queda aún reservada para un momento dado de cumplimiento terrenal. Mas esa hora ya no está lejos. –

– – –

El principio del anillo comenzó a moverse. El acaecer echó a rodar. Y el colofón lo trajo la venida del Hijo de Dios a la Tierra en aras de esa salvación que se quiere para la humanidad y para toda la Creación.

Pero los hombres no aceptaron esta salvación. Con el comienzo del bienestar terrenal, volvió a aumentar la dejadez espiritual, la cual acabó con toda sutileza del sentir intuitivo y, como próxima consecuencia, hizo que proliferara la arrogancia humana, que, cual sofocante zarzal, fue formando un cerco cada vez más estrecho alrededor del alma humana, aislándola así de todas las vibraciones que venían de lo alto.

Fue así como el Mensaje de la Luz traído por el Hijo de Dios tuvo muy poca resonancia en las almas humanas, que habían regresado a semejante estado de constricción y estrechamiento. Y el gran portador de la Luz fue asesinado por ellas por resultarles incómodo. –

En ese tiempo al vidente indio del período terrenal de Abdruschin se le dio también oportunidad de enmendar su fracaso de aquel entonces. Por merced, le fue dado volver a nacer terrenalmente como uno de los tres reyes del Oriente que reconocieron la Estrella y salieron a buscar al Niño, concretamente, Gaspar. De esa manera, recibió la posibilidad de saldar el destino que se había echado a cuestas con su silencio en el tiempo de Abdruschin; toda vez que la misión de Abdruschin guarda la más estrecha conexión con el cometido del Hijo de Dios. Mas aquí también volvió a fallar, conjuntamente con los otros dos reyes. Su cometido no sólo era viajar a Belén y traerle regalos al Niño esa sola vez, para entonces desaparecerse de nuevo. Ellos habían sido escogidos y designados para, al alcanzar la comprensión, servirle siempre de apoyo al Hijo de Dios y facilitarle Su trayectoria terrenal en todas las cosas puramente terrenas. Y ello a lo largo de toda Su existencia en la Tierra. Su deber era apoyarlo terrenalmente con el poder y la riqueza de que disponían. Fue con este solo fin que nacieron en esas circunstancias suyas, lo cual ya estaba predestinado de antemano, y que después fueron agraciados con la clarividencia, a fin de que les fuera fácil poder cumplir lo que habían pedido antes.

Sin embargo, fallaron en esta tarea y, con ellos, el otrora vidente; en su caso, por segunda vez.

Ese excelso Mensaje del Hijo de Dios que provenía de la Verdad y que, no habiendo sido entendido debidamente ya en aquel entonces, fue cada vez más desvirtuado y, muchas veces, mal interpretado por los guías espirituales posteriores, acabó perdiendo Su puro esplendor. La oscuridad se volvió a extender por sobre toda la humanidad y todos los países. –

Este anillo abierto, empero, siguió moviéndose imparablemente, a la vez que aumentaba en tamaño, y fue así acercando cada vez más al Universo a la hora en que, con el regreso de la voluntad divina echa carne, había de tener lugar el inevitable cierre de dicho anillo. El final se une ahora con el principio. Ello, empero, supone el cierre del ciclo y la liquidación de cuentas de todo acontecer; trae, pues, el gran viraje cósmico.

¡El viraje cósmico! Éste es imperiosamente necesario, a fin de que el Universo no sea completamente arrastrado a la perdición por esa errónea ilusión de los hombres. Y Abdruschin volvió a venir a esta Tierra para cerrar el ciclo, para desprender todas las leyes espirituales, las cuales han sido anudadas de mala manera por la falsa volición de los hombres, y para cumplir así lo que, a manera de advertencia, de admonición, se prometió desde hace milenios:

«¡El Juicio!».

Y con paciencia ha estado aguardando, observando con detenimiento el falso actuar de los hombres, viviendo gran parte de éste en carne propia incluso, suscitando una vez más hostilidad allí donde algo no está en consonancia con la voluntad divina y trayendo paz allí donde hay la correcta postura hacia la voluntad de Dios. Y mientras tanto esperaba, a que Le llegara el llamado de Dios para comenzar.

Y como entretanto las tinieblas ya habían penetrado en todo lo que había surgido por medio de la actividad de los hombres, para Él sólo hubo, en su mayor parte, sufrimiento y lucha sin perspectivas de éxito mientras estuviera atado de manos y no pudiera desarrollar Su poder. Las irradiaciones en Él estaban sumamente veladas, a fin de que no trajeran prematuramente el desencadenamiento de los efectos que forman parte del Juicio Universal. Vino a ser en la hora que trajo el viraje cósmico que las envolturas pudieron ir desprendiéndose de Él poco a poco.

Hasta ese momento, empero, no Le era posible proclamar una vez más la Palabra de la Verdad, la Palabra sin tergiversación, como ya una vez el Hijo de Dios La había traído, a fin de que aquellos que con verdadera seriedad buscaban la Luz pudieran salvarse en el Juicio; puesto que aquellas almas que con verdadera seriedad andan en busca de la Verdad, que anhelan la ascensión espiritual, y que no sólo andan tras la ascensión terrenal bajo el pretexto de estar buscando espiritualmente, encontraran en esta Palabra de la Verdad su áncora de salvación. En cuanto a todos los demás, para ellos no ha sido dada. Esos permanecerán ciegos y sordos a la Palabra, como ley del inevitable efecto recíproco, ya que no se han merecido la salvación. Y cuando, tras la muerte terrenal, se encuentren en el más allá, seguirán ciegos y sordos, pese a que han de vivir.

A fin de hacer referencia al comienzo de este anillo del acaecer que ha de cerrarse con este viraje cósmico es que Él le ha dado ahora a la humanidad la palabra divina de la Verdad bajo Su nombre de aquel entonces, Abdruschin. Esto es para aquellos que, habiendo alcanzado la comprensión a tiempo, sobrevivan el Juicio.

Se trata de una referencia con el fin de facilitar el tener una visión de conjunto más adelante. El entendimiento de ello no le llegará a la humanidad hasta después del Juicio, cuando las almas falsas y promotoras de la confusión hayan sido eliminadas; para todos los demás, empero, comenzará la ascensión, en renovado florecer. –

Y de repente llegó la hora del cumplimiento de la promesa del gran viraje cósmico. Aparentemente, de forma inesperada, como en su día había sucedido en Egipto. Los únicos que supieron de ella fueron los que tomaron parte, mientras la humanidad dormía tranquilamente. Con ello se estaba preparando algo grande, y, tras un largo período de aprendizaje terrenal, Abdruschin entró en Su misión, la cual Lo enfrenta a la humanidad como ese Hijo del Hombre sobre el cual se ha prometido que la humanidad habrá de juzgarse en Él. En Él, puesto que, como ya se ha explicado, Él es Juicio, pero no juzga. –

Si bien, hasta el momento del viraje cósmico, se encontraba fuertemente impedido por las gruesas envolturas, así y todo, durante ese periodo de aprendizaje Suyo, Abdruschin ejercía una acción desencadenadora de los efectos del operar de las leyes del Espíritu, acción esta que, aunque débil, estaba ahí dondequiera que Él tenía un contacto personal, y no dejaba de darse jamás, tanto en el individuo como en sus obras, y ello de manera automática. Sin embargo, el castigo o la recompensa de todo lo que Él se topaba así ocurría de manera impersonal, a través de Su sola existencia. El efecto del operar de esta viviente ley natural no puede impedirse del todo. Lo que era malsano y estaba mal no podía cosechar a través de Él cosas sanas o legítimas; de ahí que la hipocresía o el falaz autoengaño en que a menudo viven muchas personas no pueda, por ley natural, esperar nada de provecho en los irreductibles efectos recíprocos, sino solo daños en todo caso.

También era lógico, empero, que los envanecidos seres humanos, en su tremenda falta de comprensión de sí mismos, no vieran en ello justas consecuencias de su propia vida interior y, en su lugar, solo quisieran tomar en cuenta la parte del acaecer que les era perceptible, viéndolo como algo que provenía de Abdruschin. Así, acababan haciéndole la guerra, insultándolo y poniéndolo bajo sospecha, lo cual muchas veces hubo de hacer agobiante la primera mitad de Su camino terrenal. Pero pasada esta Él, entonces, le trae a la Creación el Juicio.

Como rey Emanuel en el Universo, como Parsifal para los espíritus primordialmente creados y en el reino espiritual y, por último, como Hijo del Hombre para la materia física en este planeta Tierra. Dividido en tres y siendo a la vez uno, trabajando a la par como un misterio divino. Se trata de un suceso que jamás podrá ser entendido por espíritus humanos sujetos a un proceso de desarrollo evolutivo y en el que, sin embargo, toman parte los espíritus primordialmente creados; ya que también a ellos les es posible actuar aquí en la Tierra, a la vez que cumplen su servicio allá arriba, en el Castillo del Grial.

Con el viraje cósmico se desprenden de Abdruschin las envolturas obstaculizadoras. Con ello la repercusión de las leyes devino en poder insospechado que en adelante Él podrá y deberá enviar de manera consciente en esa dirección que se Le indique a través de la voluntad de Dios, a fin de destruir todo lo malsano y liberar así lo sano de esa presión perjudicial que lo mantiene abajo y le impide la libre ascensión en busca de la Luz.

Así acabará de surgir ese tan anhelado Reino de Dios en la Tierra que les fue prometido a los justos con el nombre de Reino de los Mil Años. Éste será impuesto con el poder supraterrenal y sobrehumano que Le ha sido dado al Enviado de Dios en interés del cumplimiento de la promesa.

Y una vez más al vidente indio, quien más adelante fuera el rey Gaspar del Oriente, se le ha dado posibilidad para que ahora salde su doble fracaso. Se le ha permitido, como una última oportunidad, cooperar en el último acaecer, esta vez no en lo terrenal, sino espiritualmente.

Y desde ahora se ha cumplido toda promesa, y ello de forma indetenible e inevitable, tal como Dios lo ha dispuesto. Ni una sola de ellas quedará abierta; toda vez que el anillo poco a poco ya está comenzando a cerrarse. Y en adelante a la parte Abdruschin-Parsifal se le une en el propio cuerpo físico Su parte divina, de manera que en esta materia física surge ahora Emanuel, que ya le había sido prometido a toda la humanidad por mediación del profeta Isaías. El que los hombres hayan tratado de presentar la promesa de Emanuel, el Hijo del Hombre, como la misma promesa que la de Jesús es algo que no hace más que mostrar la insuficiencia de la comprensión humana, incluso respecto de las más claras e inequívocas escrituras de la Biblia. Si bien fue posible que se cometiera el error de pretender ver como un solo concepto las denominaciones Hijo de Dios e Hijo del Hombre, todo porque no se sabía cómo orientarse en este respecto y los creyentes eran demasiado timoratos como para concebir la idea de dos Personas, no obstante, la clara alusión a dos nombres distintos en las promesas tenía obligadamente que llevar a la conclusión de que se trataba de dos Personas. ¡Así que bienaventurados sean todos los seres humanos que en la última hora puedan llegar a alcanzar esta comprensión en su interior!

¡Amén!

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