En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


89. Una última palabra

¡Defiéndete, espíritu humano, que tu hora ha llegado! Sólo en perpetrar desafueros haz usado el tiempo que se te ha concedido para ese desarrollo que anhelabas con ansia.

¡Refúgiate en esa presunción intelectual insolente en extremo que has acusado, y que te ha arrojado a los brazos de las tinieblas, las cuales hoy día te entierran sus garras en actitud triunfante!; ¡y ello con tu propio consentimiento!

¡Alza la vista, que Dios está cerca! ¡Estás en el juicio divino!

¡Hombres, despertad de la apatía, despertad del torbellino que, paralizándoos, ya os arrulla en el sueño mortal! Temblad y tiritad. ¡Que os sobrevengan pesares, eso pido! Vosotros, apóstatas, que, en vuestra estrechez de miras y vuestro reducido horizonte, danzad alrededor del becerro de oro de la transitoriedad terrenal, atraídos, cual polillas, por el falso resplandor. Fue por vosotros que Moisés, en su ira producto de la decepción, rompió aquellas tablas de la ley de vuestro Dios que habían de ayudaros a ascender a la Luz. Este acto fue el símbolo viviente de que la humanidad entera era indigna del conocimiento de esa voluntad de Dios, esa voluntad que ellos rechazaron en frívolo proceder y arrogancia terrenal, a fin de danzar alrededor de un ídolo hecho por ellos y perseguir así deseos propios. Pero ahora ya llega el final a través de los últimos efectos recíprocos, a través de las consecuencias, de la retribución. Ya que en lo adelante os habéis de estrellar contra esa voluntad que tan frívolamente habéis desestimado.

Así que despertad, que el Juicio se os viene encima. Y ahí ya de nada sirven los lamentos ni las súplicas; puesto que de tiempo se os ha dado milenios para que entréis en razones. Sin embargo, vosotros jamás tuvisteis tiempo para ello. No quisisteis, y aún hoy día os creéis muy sabios, llevados por una arrogancia incorregible. Que justo en ello se evidencia la mayor estupidez es algo que no queréis admitir. De esa manera habéis acabado convirtiéndoos en fastidiosa alimaña en este mundo, en alimaña que ya no sabe hacer otra cosa que ultrajar obstinadamente a todo lo luminoso, ya que, en vuestra insistencia de escarbar sólo en la oscuridad, habéis perdido toda posibilidad de, en vuestra búsqueda, alzar a las alturas una mirada despejada, de reconocer la Luz o de soportarla.

Con ello, en lo adelante, quedáis marcados por vosotros mismos.

Por eso retrocederéis enceguecidos tan pronto la Luz vuelva a brillar, y caeréis irremediablemente en el barranco que ya se ha abierto tras vosotros para tragarse a los así rechazados.

Y una vez allí os veréis aprisionados en un abrazo del que no podréis escapar, para que entonces todos aquellos que se esfuerzan por encaminar sus pasos en dirección a la Luz encuentren, en beatífica comprensión, el camino libre de vuestra presunción y vuestra demanda de que acepten oropel en lugar de oro. Hundíos en ese horror letal que vosotros mismos os habéis preparado con el más testarudo afán. En el futuro ya no podréis enturbiar la verdad divina.

¡Cómo se empeñan estos insignificantes hombrecillos en hacer resaltar su ridículo saber ficticio y cómo confunden así a muchas almas que se pudieran haber salvado si no hubieran caído presa de estos bandoleros del espíritu que, cual salteadores de caminos, merodean por el primer tramo del sendero correcto, dando así la impresión de que siguen el mismo camino! Pero ¿qué es lo que ofrecen en realidad? Con grandes gestos y palabras trilladas se apoyan soberbiamente en tradiciones cuyo significado jamás han entendido.

El refranero popular tiene para ello una buena frase: ¡Trillan paja huera! Huera porque no han recogido también los granos propiamente dichos, para los cuales carecían de entendimiento. Uno no puede evitar el encontrar semejante estrechez por doquier; con embotada persistencia, semejantes individuos insisten en aludir a frases de otros como base de sus argumentos, puesto que ellos mismos no tienen nada que ofrecer al respecto.

Miles son los que se cuentan en esta categoría, y miles también son los que se creen que ellos son los únicos que tienen la fe verdadera. En actitud humilde y con satisfacción interior, alertan contra el peligro de la arrogancia allí donde hay algo que se escapa a su entendimiento. Esos son los peores de todos. Esos en particular ya están condenados, toda vez que, con su obstinación en su creencia, ya no pueden ser ayudados. De nada les servirá ya horrorizarse, lamentarse o venir con súplicas cuando algún día se den cuenta de que estaban errados. Otra cosa no han querido, y han tirado su tiempo por la borda. Su suerte no ha de ser lamentada. Todo momento es demasiado precioso como para poder desperdiciarlo en semejantes sabelotodos; puesto que, a fin de cuentas, estos jamás van a despertar de su tozudez, sino que, enceguecidos, perecerán en ella. Y ello profiriendo palabras de repugnante untuosidad y dando afirmaciones de su fe en Dios y de su imaginada comprensión de Cristo.

No corren mejor suerte las masas de aquellos que realizan su servicio divino con la asiduidad y el sentido del deber con que ejecutan otras labores, como si se tratara de algo necesario y útil, de algo conveniente. Están los que, asimismo, lo hacen por costumbre, o porque es «uso»; puede que también por ingenua precaución: a fin de cuentas, «¿quién sabe?, a lo mejor al final sirve de algo». ¡Todos esos se desvanecerán cual soplo en el viento!

Tenemos además a otro grupo cuyos integrantes son más bien dignos de lástimas; hablo de los investigadores que, teniendo un espíritu de investigación verdaderamente serio, no atinan a alzarse por encima de la maleza en la que se la pasan escarbando incansablemente y en la que creen haber encontrado un camino que conduce al comienzo de la Creación. No obstante, de nada les sirve de todo eso y su proceder no tiene excusa alguna. Además, semejantes investigadores son los pocos, muy pocos. La mayoría de los que se hacen llamar investigadores se pierden en pasatiempos insignificantes.

El gran resto de la humanidad, empero, no tiene tiempo para «escuchar en su interior». Da la impresión de que se trata de hombres terrenales muy asendereados, con demasiada carga de trabajo a fin de lograr la satisfacción de deseos terrenales, de las necesidades del día a día, pero también de cuestiones que nada tienen que ver con lo anterior. No se dan cuenta de que con la consecución de lo que quieren aumentan también sus deseos, con lo cual no se puede avistar jamás un fin, y, por consiguiente, ése que así se afana jamás puede tener tranquilidad, jamás encuentra tiempo para el despertar interior. Y así, desprovisto totalmente de una meta excelsa para la eternidad, se deja acosar a lo largo de su existencia terrenal, esclavo de su apetito terreno.

Agotado por semejante proceder, se ve finalmente obligado a cuidar de su cuerpo por medio del descanso, el esparcimiento y la distracción. De esa manera, como es lógico, no le queda tiempo alguno para lo supraterrenal. Pero si en una que otra ocasión bulle, por una vez, en la intuición, de manera muy queda, la pregunta sobre «lo que viene después de la muerte», entonces se queda pensativo por unos instantes, pero jamás se deja tocar por ello de manera que lo haga despertar, sino que, con brusquedad, relega al olvido semejantes vivencias con el lamento de que, a fin de cuentas, no le es posible, así quisiera de verdad. Para eso no le alcanza el tiempo.

Muchos pretenden incluso que otros les creen la posibilidad. No son raros los casos en que se llega a lanzar acusaciones contra el destino y a murmurar contra Dios. Toda palabra que se emplee con semejantes personas es palabra desperdiciada, como podréis imaginaros, toda vez que semejantes individuos jamás querrán reconocer que dependía de ellos, y solo de ellos, que la situación fuera otra.

Para ellos solo hay necesidades terrenales, las cuales aumentan a medida que son satisfechas. Jamás han querido de verdad otra cosa. Al contrario, siempre están creándose obstáculos de toda índole en este sentido. Y la cuestión es frívolamente relegada a un quinto o un sexto lugar, adonde se viene a acudir en un serio apuro o a la hora de morir. Para todos esos, que en realidad sí tienen tiempo, no pasa jamás de ser una cuestión secundaria.

Y si, después de todo, alguna vez se les ha ofrecido de manera claramente reconocible la oportunidad de ocuparse de ello seriamente, enseguida han aparecido otros deseos especiales, los cuales no son más que pretextos, como: «Primero quiero hacer esta y aquella cuestión y después ya podré con gusto dedicarme a ello.». Exactamente como dijo Cristo.

En ninguna parte es posible encontrar la seriedad que es absolutamente imprescindible en esta cuestión, la más necesaria de todas. Por esa razón, todos ya están condenados. ¡Todos! Ni uno solo de ellos obtendrá acceso al Reino de Dios.

Son frutos podridos para la ascensión y no hacen sino seguir propagando podredumbre a su alrededor. Ahora analizad vosotros mismos quienes pueden quedar entonces. ¡Qué cuadro más triste es el resultado! Pero, por desgracia, se trata de un cuadro muy cierto. –

Y cuando ahora el Juicio ablande a la humanidad, entonces bien rápido que se van a hincar de rodillas en el polvo. Pero tratad ya mismo de visualizar cómo es que se van a arrodillar: con la más lastimosa actitud imaginable, pero al mismo tiempo con arrogancia; ya que, como siempre, no harán sino lamentarse y suplicar que se les ayude.

El pesado fardo que ellos mismos se han echado a cuestas y que, por último, amenaza con aplastarlos hay que quitárselo de encima. Esa va a ser su petición. ¡Así como lo oís! Sus peticiones consistirán en que se les libere de los tormentos, y ni un pensamiento en la enmienda propia. Ni un solo deseo honesto de cambiar voluntariamente esa errónea manera de pensar que han tenido hasta el momento. Ni sombra de una voluntad de llegar a comprender y de una corajuda admisión de los errores y fallos cometidos hasta ese instante.

Y cuando en medio de la gran crisis el Hijo del Hombre haga acto de presencia entre ellos, seguramente que todos extenderán las manos hacia Él, suplicando y gimoteando, pero al mismo tiempo abrigando la sola esperanza de que Él los ayude de acuerdo a sus deseos, o sea, que ponga fin a los tormentos y los conduzca a una nueva vida.

Mas Él apartará de sí, como si se tratara de alimaña ponzoñosa, a la gran mayoría de quienes eso piden. Ya que todos esos suplicantes, tras recibir ayuda, volverían inmediatamente a caer en las antiguas faltas, emponzoñando su entorno de paso. El Hijo del Hombre aceptará sólo a aquellos que le pidan fuerza para acabar de sobreponerse y de esforzarse por alcanzar una enmienda duradera, a aquellos que con humildad se esmeren por despojarse de toda obstinación que los ha caracterizado hasta ese momento y que acojan con gozo la Palabra de la Verdad proveniente de la Luz, viendo en Ella la redención. –

El Hijo del Hombre. Ya hoy día la humanidad tiene la presunción de pretender que Él sea como ellos quieren, y creen que a Él pueden aplicarle el rasero de su crítica intelectual; creen que pueden acercársele a para robarle tiempo parloteando de sus opiniones personales.

Tontos que sois; eso en particular os infligirá terribles heridas. Justo eso será vuestra condena, ya que de esa misma manera os acercasteis una vez al Hijo de Dios también, al que a estas alturas aún no habéis comprendido debidamente. Ahora, en la hora del Juicio, el Hijo del Hombre no viene con explicaciones sobre las que podéis intercambiar opiniones largo y tendido, sino que Su Palabra encierra disposiciones, las cuales tienen que ser cumplidas por vosotros irremediablemente, si es que no queréis perecer. –

Eso es por ahora la última palabra. Que en adelante las vivencias den fe de la verdad de mi Mensaje.

Los espíritus humanos se han situado en terreno falso desde un principio. Por eso la media de todo lo que piensan o hacen está incorrecta o distorsionada.

Por esa razón, un entendimiento del Mensaje del Grial, como también fue el caso con el Mensaje del Hijo de Dios, sólo les es posible cuando el espíritu humano echa a un lado todo lo que ha acumulado como entendimiento imaginado y empieza completamente desde cero. Otra vía no hay. Los hombres tienen primero que ser como los niños en este sentido. Es imposible pasar algo de los viejos errores a lo nuevo. Tiene que haber una transformación total, arrojando así algo completamente nuevo, que ha de crecer y de fortalecerse de la simpleza y la humildad. Quien no pueda o no quiera, estará, como los demás, irremediablemente perdido. –

Si a los hombres se les ayudara tal como ellos piden en la hora del peligro y el apuro, todo quedaría olvidado tan pronto se les librara de los sustos así sin más. En su falta de entendimiento, volverían a criticar inescrupulosamente, en lugar de ponerse a reflexionar; y semejante actitud ya no está permitida en la hora de la salvación. Ya ese tiempo pasó.

Pérdida de tiempo de esa índole, como ha sido el caso hasta ahora, resulta completamente imposible en el futuro, dado que la existencia de esta región cósmica corre hacia su fin. En adelante todo espíritu humano se verá confrontado por una disyuntiva de primer orden: tendrá que decidir entre lo uno o lo otro. Entre la salvación de la maraña creada por ellos mismos o la perdición en ella. La decisión es libre, mas no puede ser postergada, sino que tiene que ser tomada de inmediato. Ahora, las consecuencias de esta decisión son expresas e ineludibles. Una actitud vacilante al respecto es prácticamente sinónimo de optar por la perdición. Todo se irá extinguiendo, con excepción de lo verdaderamente bueno, que puede llegar a entrar en razones; entre lo verdaderamente bueno, empero, no se cuentan esos que hoy día se creen buenos.

Y como liberados de una gran presión, los rescatados respirarán aliviados y con regocijo, después de que la repugnante e inmunda oscuridad, y con ella todas las criaturas que se le adhieren gustosas, han tenido que descender a la región que les corresponde, obligadas por los golpes de espada de la Luz.

Entonces la Tierra se alzará virginal por fin, libre de todo pensamiento pestilente, y la paz florecerá para todos los hombres.

Mensaje del Grial de Abdrushin


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