En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


88. El Extraño

La oscuridad se extendía una vez más sobre la Tierra. Triunfante, ensombrecía la existencia de los hombres y bloqueaba el camino hacia el reino puramente espiritual. La Luz de Dios los había abandonado. El cuerpo que Le había servido de receptáculo terrenal colgaba de la cruz, ensangrentado y mutilado, víctima de la protesta de esos a quienes les quería traer la felicidad y la santa paz.

En la cima de la Creación entera, en la radiante cercanía de Dios, se alza el Castillo del Grial en calidad de Templo de la Luz. En Éste reinaba gran pesar por causa de los extraviados espíritus humanos en las profundidades, los cuales, en ciega presunción de saber, se habían cerrado hostilmente a la Verdad y, hostigados por las tinieblas llenas de odio, cometieron ese crimen contra el Hijo de Dios. La maldición creada de esa forma por la humanidad cayó pesadamente sobre todo el Universo y lo hundió en una limitación comprensiva aún mayor. –

Desde el Castillo del Grial un joven observaba con asombro grave el monstruoso suceso… el futuro Hijo del Hombre. En ese tiempo Éste ya se encontraba enfrascado en Su preparación, la cual habría de tomarle miles de años; puesto que a esas profundidades donde la oscuridad reinaba por medio de la volición de los hombres tenía que bajar bien pertrechado.

En eso se posa suavemente en el hombro del soñador una mano de mujer. La Reina Primordial de la Feminidad se encontraba a su lado y le hablaba en un tono amoroso y triste a la vez:

«Deja que este suceso te marque, querido hijo. Ese es el campo de batalla que tendrás que recorrer a la hora del cumplimiento; ya que, ante el pedido del asesinado Salvador, Dios Padre ha concedido que, antes del Juicio, les proclames la Palabra a los apóstatas una vez más, a fin de salvar a aquellos que quieran oírla.».

Enmudecido, el joven bajó la cabeza y emprendió una ferviente oración pidiendo fuerza, ya que el eco de ese amor de Dios tan grande bullía en Él poderosamente.

Con rapidez se propagó por todos los países la noticia de esta nueva y última posibilidad de gracia, y muchas almas Le suplicaron a Dios que les concediera el poder colaborar en la gran labor de redención de todos aquellos que aún querían encontrar el camino que conduce a Dios. El amor de Dios Padre se lo concedió a más de un alma, a la que ello le reportaba ventajas con miras a la ascensión. Con una alegría pletórica de gratitud, ese grupo de semejantes agraciados dio jubiloso voto de lealtad respecto del cumplimiento de la concedida posibilidad de servir.

Así, se inició la preparación de esos llamados que más tarde debían de estar a la disposición del Enviado de Dios cuando Su hora del cumplimiento en la Tierra llegara. Con esmero fueron desarrollados para este cometido y encarnados en la Tierra en el momento debido, a fin de que pudieran estar listos tan pronto se les hiciera el llamado, siendo su primer deber a cumplir el escuchar este llamado.

– – –

Entretanto, el legado del asesinado Hijo de Dios, Su Palabra Viva, era explotado en la Tierra para satisfacer intereses personales. Los hombres carecían de toda noción del verdadero principio de Cristo. Antes bien, incorporaron en su modo de vida un supuesto amor basado en el servilismo de carácter terrenal, un amor de índole tan falsa que al final acabaron rechazando todo lo demás como algo que no viene de Dios, e incluso hoy día rechazan y hostilizan lo que no se muestra en esa repulsiva blandenguería deseada por ellos, lo que no practica ese mismo culto a la humanidad, tan malsano y esclavo. Todo aquello que no tenga como base el reconocimiento de la supremacía de la humanidad es simplemente calificado de falso y visto como algo que no forma parte de la Palabra de Dios. Tras esa conducta, empero, no se esconde en realidad otra cosa que la temerosa preocupación de que la vacuidad de la falsa estructura, la cual ya han intuido desde hace mucho, pueda hacerse evidente.

Eso es lo que la gente ha hecho del sagrado legado del Hijo de Dios. Con tan denigrantes supuestos, Sus claras palabras fueron interpretadas incorrectamente y transmitidas así. Haciendo uso de las debilidades humanas para cortejar a la gente, se fueron reclutando adeptos hasta que se pudo desarrollar cierto poder terrenal, lo cual siempre había sido el objetivo final. Ahí, empero, se demostró bien pronto, con bestiales crueldades, cuán lejos estaban los portadores de este principio de Cristo no comprendido de haberlo entendido de verdad, y cuán poco lo vivían. De manera constante y cada vez más marcada se dio prueba de que justo esos que pretendían ser portadores del principio de Cristo eran los peores enemigos del verdadero principio de Cristo y los que más lo injuriaban, y ello de manera desvergonzada e imperdonable. Desde el comienzo de las iglesias, toda la historia después de la existencia terrenal de Cristo muestra, con runas grabadas en fuego e indeleblemente, la realidad de estos hechos de una forma tan clara que los mismos jamás podrán ser disputados ni minimizados. Este padrón de la hipocresía consciente fue establecido de manera reconocible para todos con la larga historia de asesinatos tanto de individuos como de masas a la vez que se cometía el punible acto de invocar a Dios, y se trata de algo que en muchos lugares la gente toma como base para seguir edificando, sólo que con formas cambiadas, adaptadas a los tiempos presentes.

Así, a medida que se iba acercando la hora en que el Hijo del Hombre había de encarnar en la Tierra, las tinieblas iban ganando en negrura cada vez más, gracias a la buena disposición de todos los espíritus humanos hacia ellas.

Una gozosa agitación en los elementos anunció Su nacimiento terrenal. Su descenso a la Tierra tuvo lugar en la amorosa compañía de ángeles. Espíritus primordiales formaron una sólida muralla alrededor de Él y de Su niñez terrenal. Su juventud terrenal pudo ser soleada. Por las noches, empero, Él veía sobre Su cabeza, cual saludo de Dios Padre, el Cometa radiante, el cual Le parecía algo normal, considerándolo una estrella como todas las demás, hasta que Le fue puesta la venda que habría de llevar durante Su amarga preparación terrenal.

Fue entonces que su entorno se Le hizo ajeno; sólo un anhelo elevado e insaciable colmaba su alma, un anhelo que pasó a convertirse en inquietud, en búsqueda constante y agitada. Nada de lo que la Tierra ofrecía podía saciarlo.

Con la venda etérea sobre Sus ojos, se encontraba ahora en terreno hostil, cara a cara con la oscuridad, en un campo de batalla donde todo lo oscuro podía pisar más firme que Él. De ahí que fuera natural, dadas las circunstancias, que, dondequiera que tratara de emprender algo, no pudiera encontrar eco y el éxito no Le sonriera. Al contrario, lo único que conseguía en todo caso era que las tinieblas se encresparan hostilmente. Mientras no Le llegara la hora del cumplimiento, las tinieblas podían en todo momento resultar ser más fuertes que Él y perjudicarlo terrenalmente allí donde Él actuara terrenalmente de alguna manera, ya fuera en la esfera privada, en el ámbito de los negocios, en la vida pública; ya que, por ley perfectamente natural, todo lo terrenal no podía menos que serle hostil al Enviado de Dios, dado que toda voluntad humana de hoy día se ha puesto en contra de la verdadera voluntad de Dios, pese a la supuesta búsqueda de la Verdad, una búsqueda detrás de la cual no hay más que presunción en múltiples formas. A las tinieblas les fue fácil encontrar por doquier criaturas dispuestas a retener al Enviado de la Luz y a causarle dolorosas heridas en su sentir.

Así, Su período de aprendizaje en la Tierra se convirtió en un calvario.

– – –

Así como lo espiritual, con su gran fuerza, ejerce, en lo que se asemeja a una acción magnética, un efecto atrayente sobre lo sustancial, lo etéreo y lo físico-material, aquello que tiene su origen por encima de lo espiritual en la Poscreación tiene que ejercer un efecto de naturaleza similar e incluso mucho más fuerte sobre todo lo que se encuentra por debajo de él. Ello como proceso natural que no puede tener lugar de ninguna otra forma. Y dicho proceso se asemeja a una fuerza de atracción en sus efectos, pero sólo se asemeja. La fuerza de atracción en el sentido que conocemos solo se da entre especies afines. En este caso, empero, se trata del poder del más fuerte en el más noble sentido, en un sentido puramente objetivo. No visto de manera terrenalmente humana; ya que en la materia física esta ley, como todo lo demás, ha sido barbarizada en sus efectos por culpa de los hombres. El efecto natural de este poder dominante se muestra exteriormente como una atracción, aglutinación, cohesión y dominio magnéticos.

Debido a esta ley, los hombres comienzan a sentirse atraídos magnéticamente hacia este extraño velado y de fuerte naturaleza que provenía de las alturas, si bien en muchos casos se resistían hostilmente. Las gruesas envolturas que Lo rodeaban no conseguían atenuar del todo la irradiación de esta fuerza extraña en la Tierra, al mismo tiempo que dicha fuerza tampoco podía irradiar libremente a fin de ejercer ese poder irresistible que tiene una vez que, a la hora del cumplimiento, ya caen las envolturas que se Le han colocado al extraño. Esto trajo conflicto en los sentimientos intuitivos de los hombres. La sola existencia del extraño despertaba en ellos, al conocerlo, las esperanzas más diversas, esperanzas que, debido a la mentalidad de quienes las albergaban, acababan, en todos los casos, condensándose en deseos terrenales, deseos que ellos entonces alimentaban e incrementaban.

El extraño, empero, no podía en ningún momento atender semejantes deseos, toda vez que su hora aún no había llegado. Debido a ello, en no pocas ocasiones muchos se vieron obligados a ver cómo la ilusión que se habían hecho no pasaba de ser justo eso, una mera ilusión, y, por extraño que parezca, incluso se sentían engañados. En ningún momento se pusieron a pensar que en realidad lo único que no se había cumplido eran sus expectativas egoístas y, en su desilusión al respecto, le echaron al extraño toda la culpa de ello. Sin embargo, Éste no los había llamado; más bien, ellos Le impusieron su presencia y se Le pegaron –por causa de esa ley de la que he hablado antes y que les era desconocida–, volviéndose así un pesado fardo para Él, un fardo con el que Él cargó durante esos años que estaban previstos para su aprendizaje.

En su presencia, los hombres terrenales sentían algo enigmático y desconocido que no eran capaces de explicarse, intuían un poder oculto que iba más allá de su entendimiento y, naturalmente, su ignorancia acabó, por tanto, llevándolos a sospechar sugestión intencionada, hipnosis y magia, todo en dependencia de la naturaleza de su falta de comprensión, cuando nada de esto era el caso. Así, la inclinación inicial, la conciencia de una atracción insólita se transformaba sobradas veces en odio, el cual se manifestaba furiosamente en lapidaciones morales e intentos de mancillamiento dirigidos contra ese de quien habían esperado tanto demasiado pronto.

Nadie se tomó la molestia de someterse a sí mismo con justeza a un examen de conciencia, el cual hubiera arrojado que ese extraño que vivía Su vida ajeno a los demás y según otros pareceres e ideales era el que había sido usado por esos que Le habían impuesto su presencia, y que no era Él quien había usado a éstos, como ellos, en su amargura por la pérdida de la satisfacción de sus deseos de una vida cómoda, intentaban hacerse creer a sí mismos y a los demás. En actitud ciega, la gente pagó la amabilidad que se les había mostrado con un odio y una hostilidad absurdos, parecido a lo que hizo Judas.

Mas el extraño en la Tierra tenía que apechar con todo esto, lo cual, a fin de cuentas, no era sino una consecuencia perfectamente natural de Su existencia mientras la humanidad viviera errada. Semejantes vivencias, empero, Le trajeron al mismo tiempo el temple del que Él necesitaba, temple que se fue depositando cual armadura sobre ese acostumbrado altruismo Suyo que se ponía de manifiesto en todo momento y que, de esa manera, abrió un abismo entre Él y la humanidad... por razón de las heridas de Su alma, que tenían un efecto separador y que solo podían volver a sanarse por medio de la transformación total de la humanidad. Estas heridas que Le habían sido infligidas formaron, a partir de ese momento, un abismo que sólo podía ser salvado por ese ser humano que siguiera cabalmente el sendero de las leyes de Dios. Sólo semejante ser humano puede servir de puente. Cualquier otro está condenado a estrellarse en el abismo; ya que para cruzar este no hay ningún otro camino. Y detenerse ante él trae la destrucción.

Antes de que concluyera este difícil período de aprendizaje, se cumplió, a la hora exacta, Su encuentro con esa compañera que, como parte de Él, habría de marchar a Su lado a lo largo de la vida terrenal, para, de conformidad con la disposición divina, colaborar en la gran tarea. Siendo también una extraña en la Tierra y habiendo alcanzado la comprensión por su lado, ella se fundió gozosa con la voluntad de Dios, a fin de, llena de gratitud, identificarse con ésta.

Fue entonces que llegó la hora de los llamados que antes Le habían dado a Dios su voto de ser leales en el servicio. La concesión de su pedido fue llevada a cabo con esmero. Su encarnación en la Tierra tuvo lugar en el momento indicado. Bajo una guía fiel, fueron pertrechados terrenalmente para su respectivo cometido con todo aquello que necesitaban para el cumplimiento de su tarea. Ello se les hizo llegar, se les regaló de una manera tan llamativa que no podían menos que verlo como un regalo, como un préstamo para la hora del cumplimiento de la promesa que habían dado antes. Puntualmente entraron en contacto con el Enviado, primero a través de Su Palabra, y, después, también personalmente... pero muchos de ellos, si bien intuyeron el llamado y sintieron cosas inusitadas en su alma, se habían, entretanto, dejado enredar, durante su periplo terrenal, por lo puramente terreno, y algunos de ellos incluso por las tinieblas, y ello a tal grado que ya no podían hacer acopio de la fuerza necesaria para sobreponerse a sí mismos en aras del verdadero servicio, servicio por el cual les fue dado venir a la Tierra para esta gran época. Algunos mostraron la voluntad de cumplir, si bien débilmente, pero sus faltas terrenales les impedían lograr este cumplimiento. Desgraciadamente, también hubo quienes, si bien entraron en la función que les estaba destinada, desde un principio estaban buscando primero que nada ventajas terrenales. Incluso de entre los buscadores serios había varios que esperaban que Ese a quien ellos tenían que servir les allanara el camino del cumplimiento, en lugar de ser a la inversa. Solo pocos, muy pocos, se mostraron verdaderamente tal que fueran capaces de ir poniéndose a la altura de su cometido. A estos, a la hora del cumplimiento, les fue entonces dado el décuplo de fuerza, de manera que las lagunas dejaron de hacerse sentir y a ellos les fue posible lograr incluso más que lo que la gran tropa jamás pudiera haber conseguido. –

Entristecido, observaba el extraño en la Tierra los estragos en el grupo de los llamados. Esta fue una de las más amargas experiencias para Él. Con todo lo que había aprendido, con todo lo que había sufrido a manos de los hombres... para este último hecho no tenía explicación; ya que para semejante fracaso no hallaba excusa alguna. Después de todo, a Su modo de ver, un llamado, que había sido guiado y encarnado expresamente a petición suya, no podía hacer otra cosa que, en el más gozoso cumplimiento, realizar su tarea. ¡¿Para qué si no estaba en la Tierra?! ¡¿Para qué había sido protegido fielmente hasta el momento en que el Enviado lo necesitara?! Todo le fue otorgado sólo por causa de su necesario servicio. De ahí que, cuando el extraño conociera a los primeros llamados, depositara en ellos toda su confianza. En ellos sólo vio a amigos que no podían pensar, sentir y actuar de otra manera que no fuera en la más inquebrantable lealtad. A fin de cuentas, atañía a lo más excelso y preciado que le puede tocar en suerte a un ser humano. Ni siquiera le pasó por la mente la posibilidad de que hubiera llamados que en su tiempo de espera pudieran haberse vuelto impuros. Para Él era inconcebible que, ante semejante gracia, un ser humano fuera capaz de cometer el sacrilegio de desperdiciar y tirar por la borda la verdadera finalidad de su existencia terrenal. Con sus persistentes faltas, ellos meramente Le daban la impresión de estar necesitados de mucha ayuda... De modo que tanto más duro fue para Él el tener que darse cuenta de la terrible realidad de que, hasta en casos tan excepcionales, el espíritu humano no es de fiar e, incluso contando con la más fiel guía espiritual, se muestra indigno de la más excelsa gracia.

Impactado, vio de repente a la humanidad en su indescriptible inferioridad y abyección, y el asco embargó su sentir.

– – –

La desdicha en la Tierra se hizo más opresiva. Con cada vez mayor claridad se hacía evidente la inconsistencia de la falsa estructura de toda actividad del hombre hasta ese momento. De forma cada vez más patente salía a relucir la incapacidad de éste. Con el aumento de la confusión, todo, poco a poco, comienza a tambalearse, todo a excepción de una cosa: la presunción humana de su propia capacidad.

Ésta, en particular, creció como nunca, lo cual era lógico también, puesto que la presunción siempre necesita del suelo de la estrechez de miras. El aumento de la estrechez de miras trae consigo inevitablemente una exuberante proliferación y crecimiento de la presunción.

El afán de resaltar creció hasta convertirse en una desesperación febril. Cuanto menos el hombre tenía que ofrecer y cuanto más el alma, atribulada e intuyendo que se estaba hundiendo, clamaba por la liberación, con tanta mayor insistencia la persona en cuestión, llevada por una falsa necesidad de compensación, buscaba el oropel terrenal y las distinciones humanas. Y cuando, en las horas de sosiego, acababan a menudo sintiéndose inseguros de sí mismos, entonces buscaban con aún mayor afán el al menos pasar por sabios. ¡A toda costa! Así, todo iba cuesta abajo a una velocidad vertiginosa. Y al darse cuenta del colapso que se avecinaba, comprensión esta que generó miedo y pavor, cada cual trató de anestesiarse a su manera y dejó que el inaudito suceso siguiera su curso, no importa adónde condujera éste. El individuo cerró los ojos a la inminente responsabilidad.

Personas «sabias», empero, anunciaron la venida de un poderoso auxiliador que habría de traer el rescate del apuro. La mayoría de ellas, sin embargo, querían verse a sí mismas como dicho auxiliador o, en caso de ser modestas, pretendían al menos encontrarlo en su propio círculo.

Estaban los «creyentes» que oraban a Dios para que enviara alguna ayuda que proveyera una salida del caos. Pero se hizo evidente que, al hacer su petición, estos hombrecillos terrenales, en su expectativa del cumplimiento de Dios, ya trataban, para sus adentros, de poner condiciones, al desear que el auxiliador que les enviaran fuera tal que concordara con sus puntos de vista. A ese punto llegan los frutos de la estrechez de miras. Los hombres son capaces de creer que un Enviado de Dios tiene necesidad de adornarse con oropel terrenal; esperan que Éste tenga que guiarse por sus opiniones terrenales limitadas sobremanera, a fin de así ser reconocido por ellos y de granjearse su fe y su confianza. ¡Qué inaudita arrogancia, qué presunción encierra semejante realidad ya de por sí! A la hora del cumplimiento, esa presunción será hecha añicos totalmente, y con ella todos aquellos que en espíritu han abrigado semejante creencia errónea. –

Y ahí el Señor llamó a Su siervo, que andaba por la Tierra cual extraño, para que hablara y le comunicara el Mensaje a todos los que tenían sed de Él.

Y para que veas: el saber de los «sabios» no era tal y las oraciones de los creyentes no eran auténticas; puesto que no se abrieron a la voz que había venido de la Verdad y que, por tanto, solo podía ser reconocida allí donde la gota de Verdad en el hombre no se hubiera desvanecido por la incorrección terrenal, el poderío del intelecto y todas esas cosas que se prestan para apartar al espíritu humano del camino correcto y hacerlo caer.

Sólo le fue posible provocar un eco allí donde la petición había venido de un alma verdaderamente humilde y honesta.

Se lanza el llamado. Allí donde éste topó, causó agitación y división. Pero en los lugares donde realmente era esperado, trajo paz y dicha.

Las tinieblas se pusieron a la escucha atentamente y, entrando en agitado movimiento, fueron amasándose cada vez más alrededor de la Tierra, volviéndose así cada vez más pesadas y más negras. Y en uno que otro lugar ya se alzaban bufando hostilmente y soltaban con odio su veneno en las filas de aquellos que querían seguir el llamado. Ahora, el cerco alrededor de esos llamados que, habiendo fallado, estaban condenados a hundirse en la oscuridad, a la cual le habían tendido así la mano por voluntad propia, se fue haciendo cada vez más estrecho. Su voto del pasado hacía que tuvieran una estrecha ligazón espiritual con el Enviado y los atrajo a Él en la hora en que se acercaba el cumplimiento, mientras que sus faltas tenían un efecto obstaculizador y lo repelían de Él, ya que las mismas hacían imposible un vínculo con la Luz.

Semejante circunstancia no podía traer otra cosa que un puente para el odio, un puente para todo el odio de las tinieblas hacia la Luz. Y de esa manera, esos llamados agravaron el vía crucis del Enviado de la Luz hasta convertirlo en un Gólgota, y la gran mayoría de la humanidad se sumó de buen grado para exacerbar este calvario, especialmente aquellos que creían conocer ya el camino de la Luz y haberlo tomado, tal como los fariseos y los escribas ya habían hecho en su día. Todo esto creó una situación en la que la humanidad pudo demostrar una vez más que hoy día volverían a cometer exactamente el mismo crimen que ya habían perpetrado contra el Hijo de Dios. Sólo que esta vez de una forma más moderna; la crucifixión, de manera meramente simbólica, por medio de intentos de asesinato moral, el cual, de acuerdo a las leyes de Dios, es tan punible como el asesinato físico.

Se trataba del cumplimiento tras haberse desperdiciado irresponsablemente la última oportunidad de gracia. Del grupo de los llamados salieron traidores, dadores de falso testimonio y calumniadores. La alimaña de las tinieblas se atrevía a lanzarse cada vez en mayor número, pues se creían seguras, toda vez que el extraño en la Tierra callaba ante la inmundicia producto del cumplimiento, tal como se Le había ordenado y como ya antes había hecho el Hijo de Dios ante la vociferante multitud que quería que lo clavaran en la cruz como a un criminal. Pero cuando, sumidos en su odio ciego, esos apóstatas que habían roto su voto de lealtad creyeron estar cerca del triunfo, y las tinieblas, una vez más, dieron la labor de la Luz por destruida, al tener la esperanza de que el portador de esta labor hubiese sido totalmente neutralizado en lo terrenal, Dios, esta vez, puso de manifiesto con omnipotencia Su voluntad. Y entonces... incluso los burlones se hincaron de rodillas, temblando ante Su gloria; pero... en el caso de estos ya era demasiado tarde.

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