En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


86. La intuición

Todo sentimiento intuitivo forma enseguida una imagen. En la formación de ésta participa el cerebelo, que ha de ser el puente del que el alma se debe servir para controlar el cuerpo. Se trata de esa parte del cerebro que os da los sueños. Dicha parte, a su vez, guarda conexión con el cerebro anterior, cuya actividad da origen a los pensamientos más atados a tiempo y espacio, a partir de los cuales se forma, por último, el intelecto.

Ahora fijaos bien en cómo se desarrolla el proceso, y podréis distinguir con claridad cuándo es la intuición la que os habla, a través del espíritu, y cuándo es la sensación la que lo hace, a través del intelecto.

La actividad del espíritu humano da origen, en el plexo solar, a la intuición y, al mismo tiempo, deja una impresión en el cerebelo: el efecto del operar del espíritu. O sea, se trata de una onda de fuerza que sale del espíritu. Como es natural, el hombre siente esta onda allí donde el espíritu en el alma se encuentra en conexión con el cuerpo, en el centro del llamado plexo solar, el cual transmite este movimiento al cerebelo, que recibe así una impresión. En dependencia de la naturaleza específica de la impresión, la cual puede variar, este cerebelo actúa como una placa fotográfica y le da forma a la imagen del suceso que el espíritu ha querido o que el espíritu, con su tremenda fuerza, ha formado por medio de su volición. Se trata de una imagen sin palabras. El cerebro anterior recoge entonces esta imagen y trata de describirla en palabras, con lo cual tiene lugar la generación de pensamientos, los cuales entonces hallan expresión en el habla.

Todo el proceso es, en realidad, bien simple. Vuelvo a repetir: El espíritu, con ayuda del plexo solar, deja una impresión en el puente que se le ha dado, o sea, imprime una volición específica en forma de ondas de fuerza en el instrumento que se le ha dado para ello, en el cerebelo, el cual transmite enseguida lo recogido al cerebro anterior. En esta transmisión ya tiene lugar una pequeña transformación, por causa de la densificación, ya que el cerebelo pone también de su propia especie. Cual eslabones de una cadena, así trabajan de interconectados esos instrumentos en el cuerpo humano de los que el espíritu puede hacer uso. Todos estos instrumentos, empero, tienen una actividad meramente formativa; otra cosa no les es posible. Todo lo que les ha sido traspasado lo forman de acuerdo a su propia naturaleza. Así, el cerebro anterior recoge la imagen que el cerebelo le ha soltado y, de conformidad con su naturaleza algo más basta, la comprime por primera vez en un concepto más estrecho de tiempo y espacio, con lo cual la densifica y la lleva así al más tangible mundo etéreo de las formas mentales. Acto seguido, empero, forma también palabras y frases, las que, a través de los órganos del habla, penetran en la materia física sutil como ondas de sonido configuradas, para, por su parte, producir ahí un nuevo efecto, provocado por el movimiento de estas ondas. De modo que la palabra hablada es un efecto del procesamiento de las imágenes por parte del cerebro anterior. A éste, sin embargo, le es posible dirigir el rumbo del efecto hacia los órganos locomotores en lugar de hacia los órganos del habla, con lo cual, en lugar de la palabra, se produce la escritura o la acción.

Este es el curso normal de la actividad del espíritu humano en la materia física según Dios la desea.

Ese es el camino correcto, el cual hubiera traído el sano desarrollo evolutivo en la Creación, desarrollo este que le hubiera hecho totalmente imposible a la humanidad el perderse.

El hombre, empero, quiso apartarse de este sendero, el cual le estaba prescrito por la constitución de su cuerpo. Llevado por la terquedad, intervino en el curso normal de la cadena de sus instrumentos, haciendo del intelecto su ídolo. Con ello volcó toda la fuerza en el cultivo del intelecto, la concentró unilateralmente en este único punto. Como productor de este intelecto, el cerebro anterior se vio entonces sometido a un esfuerzo desproporcional en comparación con los demás instrumentos cooperantes. Esto, por ley natural, hubo de pasar factura. La labor pareja y común de todos los eslabones individuales se vio trastocada y obstaculizada, y con ella, todo desarrollo correcto. Esa extrema tensión del cerebro anterior exclusivamente, la cual se ha extendido a lo largo de milenios, lleva su crecimiento mucho más allá de todo lo demás. Ello trae como consecuencia la relegación de la actividad de todas las partes descuidadas, las cuales, al ser usadas tan poco, quedaron condenadas a permanecer débiles. Entre éstas se cuenta, primero que nada, el cerebelo, el cual constituye el instrumento del espíritu. A ello se debe que la actividad del espíritu humano propiamente dicho no sólo se haya visto obstaculizada en gran medida, sino que en no pocos casos haya quedado completamente interrumpida y eliminada. La posibilidad de una debida comunicación con el cerebro anterior a través del puente que es el cerebelo se pierde, mientras que una conexión del espíritu humano directamente con el cerebro anterior está completamente descartada, ya que su constitución no se presta para ello en absoluto. Todo depende completamente del pleno desempeño del cerebelo, el cual le sigue en la cadena según la voluntad de Dios, si es que se quiere que cumpla cabalmente la actividad que le corresponde. Para recibir las vibraciones del espíritu, hace falta la naturaleza del cerebelo. No se puede prescindir de él; toda vez que, con su actividad, el cerebro anterior ya tiene que crear la transición a la materia etérea y a la materia física sutil y es, por ende, de una constitución completamente diferente, mucho más basta.

Es en el unilateral cultivo del cerebro anterior donde radica el pecado original del hombre terrenal contra Dios, o mejor dicho, contra las leyes divinas, las cuales rigen la debida repartición de todos los instrumentos corporales de la misma manera que rigen todo lo demás en la Creación entera. La observancia de la debida repartición hubiera implicado también para el espíritu humano el camino correcto con miras a la ascensión. Pero, llevado por su ambiciosa presunción, el hombre echó mano de las mallas de la sana actividad y, alzando una parte, la cultivó de manera especial, descuidando todo lo demás. Esto tenía por fuerza que traer desigualdad y estancamiento. Ahora, si el curso del acaecer natural es impedido de semejante forma, la consecuencia inevitable y segura es la enfermedad y el fracaso, y, por último, un desordenado caos y el colapso.

Esto, empero, no se aplica solamente al cuerpo, sino, sobre todo, al espíritu. Con ese desafuero del desigual cultivo del cerebro anterior y del cerebelo, éste último se ha visto oprimido a lo largo de milenios, por causa de semejante desatención, y con ello, el espíritu se ha visto frenado en su actividad. Ello devino en pecado original porque, con el tiempo, el unilateral cultivo del cerebro anterior le fue traspasado a todo niño como herencia físico-material, con lo cual, desde un principio, le dificulta increíblemente a éste el despertar y el fortalecimiento espiritual; toda vez que el necesario puente al efecto, que es el cerebelo, ya no le ha resultado tan fácil de transitar y en muchas ocasiones ha quedado incluso interrumpido.

El hombre ni siquiera sospecha la ironía fuertemente condenatoria que encierran esas expresiones creadas por él de «cerebro y cerebelo». La acusación contra su desafuero de la disposición divina no podía ser proferida de manera más terrible. El hombre, de esa manera, señala con total precisión lo peor de su culpa terrenal, dado que ha tomado ese sutil instrumento del cuerpo físico-material que tenía por finalidad el servirle de ayuda en esta Tierra y, en sacrílega terquedad, lo ha mutilado de tal manera que éste no sólo ya no puede servirle de esa forma que el Creador había previsto, sino que obligadamente ha de llevarlo hacia las profundidades de la destrucción. Con ello han fallado de una manera mucho peor de lo que lo hacen los borrachos o aquellos que acaban con sus cuerpos al entregarse al disfrute de todas las pasiones.

Y encima ahora tienen la osadía de pretender que Dios se les haga entender de tal manera que a ellos les sea posible comprenderlo con ese cuerpo suyo que ellos mismos han distorsionado a sabiendas. Además del sacrilegio que ya han cometido, vienen con esta exigencia.

Si no hubiera intervenido en la obra del Creador con mano sacrílega, el hombre hubiera podido, en su desarrollo natural, subir fácil y gozosamente los escalones que conducen hacia las alturas luminosas. ¡Mal haya él si ahora no echa mano, agradecido, de la última áncora de salvación! Le sobrevendrá la destrucción, para que no pueda seguir fraguando y diseminando calamidad y pecado y no vierta desgracias sobre sus congéneres, como ha estado sucediendo hasta ahora. Era imposible que semejantes lisiados cerebrales no cayeran en ese descabellado delirio de grandeza que aún hoy día poseen en extrema medida. El hombre del futuro habrá de tener un cerebro normal, cuyas partes trabajarán de manera pareja y, en armonía, se apoyarán mutuamente. El cerebro posterior, que es llamado cerebelo porque ha sido atrofiado, habrá de fortalecerse, al llegar a realizar la debida actividad, hasta que tenga la correcta proporción con el cerebro anterior. Entonces habrá armonía de nuevo y lo forzado y lo malsano quedará condenado a desaparecer.

Pero ahora pasemos a las otras consecuencias de ese errado modo de vida que se ha venido llevando hasta ahora: Ese cerebelo demasiado pequeño en comparación con el cerebro le dificulta al buscador verdaderamente serio de hoy día el distinguir en su interior lo que es auténtico sentimiento y lo que es meramente sensación. Ya he dicho antes que la sensación es generada por el cerebro anterior, cuando los pensamientos de éste inciden en los nervios del cuerpo, los cuales, de manera retroactiva, le imponen al cerebro anterior el estímulo para la llamada fantasía.

La fantasía son imágenes generadas por el cerebro anterior. Éstas no se pueden comparar con las imágenes que el cerebelo forma bajo la presión del espíritu. Y aquí tenemos la diferencia entre la expresión de la intuición, como consecuencia de una actividad del espíritu, y los efectos de la sensación, que proviene de los nervios corporales. Ambas traen imágenes que al que no sabe le resultan difíciles o hasta imposibles de diferenciar, y ello pese a la tremenda diferencia existente entre ellas. Las imágenes de la intuición son genuinas y encierran fuerza viva; en cambio, las imágenes de la sensación, la fantasía, son simulaciones a partir de una fuerza prestada.

Esta diferenciación, empero, resulta fácil para aquel que conoce el devenir en toda la Creación y que se observa a sí mismo cuidadosamente.

Con las imágenes de la intuición, que constituyen la actividad de ese puente del espíritu que es el cerebelo, aparece inmediatamente la imagen primero, y sólo entonces se convierte en pensamientos, con lo que, por medio de estos pensamientos, la actividad de la sensación del cuerpo resulta influenciada.

Sin embargo, con las imágenes generadas por el cerebro anterior sucede lo contrario. Ahí son los pensamientos los que tienen que preceder, a fin de proporcionar la base para las imágenes. Esto, empero, sucede tan rápido que da casi la impresión de que se trata de un mismo proceso. Sin embargo, con un poco de práctica a través de la observación, al hombre se le hace posible bien pronto el distinguir con precisión qué proceso está teniendo lugar.

Otra consecuencia de ese pecado original es la confusión de los sueños. Por esa razón, los hombres de hoy día ya no pueden dar a los sueños el valor que les corresponde a estos en realidad. El cerebelo normal, influenciado por el espíritu, daría los sueños de manera clara y nítida. Es decir, no serían sueños, sino vivencias del espíritu, recogidas y transmitidas por el cerebelo, mientras el cerebro anterior descansa en el sueño. Sin embargo, hoy día la descollante fuerza del cerebro anterior o cerebro diurno ejerce, con su irradiación, una influencia sobre el cerebelo, el cual es sumamente sensible, y ello incluso durante la noche. Éste último, en su estado debilitado de hoy día, recoge las intensas irradiaciones del cerebro anterior conjuntamente con las vivencias del espíritu, con lo cual surge una mezcla como la que se da con la doble exposición de una placa fotográfica. Ello resulta en los confusos sueños de hoy día.

La mejor prueba de ello es que en los sueños a menudo se dan palabras y frases, las cuales solo dimanan de la actividad del cerebro anterior, que, después de todo, es el único que forma palabras y frases, por estar más estrechamente atado a tiempo y espacio.

De ahí que al hombre ya no le puedan llegar, por mediación del cerebelo, advertencias y enseñanzas espirituales o que, en caso de que le lleguen, ello ocurra de manera insuficiente, con lo cual queda mucho más expuesto a peligros, peligros estos que, de lo contrario, podría evitar gracias a estas advertencias espirituales.

Así, fuera de esas consecuencias perniciosas ya mencionadas, hay muchas más, ocasionadas por la injerencia del hombre en las disposiciones divinas; ya que, en realidad, todo mal ha surgido meramente de este yerro que, después de todo, le resulta más que visible a toda persona en la actualidad, un yerro que es meramente fruto de esa vanidad que surgió con la aparición de la mujer en la Creación.

El hombre tiene que acabar de liberarse de las consecuencias de este mal original si no quiere perderse.

Como es natural, todo cuesta trabajo, y esto no es ninguna excepción. Está claro que el hombre debe despertar de su comodidad a fin de acabar de ser eso que debería haber sido desde el principio: ¡fomentador de la Creación y mediador de Luz para todas las criaturas!

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