En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


84. La criatura que es el hombre

Una y otra vez se levantan nuevas olas de indignación que recorren estados y países, causadas por mi explicación de que el hombre no tiene nada de divino. Ello demuestra cuán profundamente se ha arraigado la presunción en las almas humanas y qué poca gracia les hace a estas el separarse de ella, así su intuición una que otra vez se levante a manera de advertencia y les haga reconocer que al final tiene que ser así.

El rebelarse, empero, no cambia nada de la cuestión. Los espíritus humanos son más poca cosa y más insignificantes de lo que ellos se puedan imaginar una vez que, tras mucho batallar, hayan alcanzado la convicción interior de que en ellos no hay nada de divino.

Por eso quiero ir un poco más allá de lo tratado hasta ahora y quiero desglosar la Creación un poco más a fin de mostrar a qué nivel pertenece el hombre. A fin de cuentas, no es posible que él pueda comenzar la ascensión sin antes conocer con exactitud qué cosa es él y qué es lo que puede hacer. Una vez que ya tiene esto claro, sabrá entonces, por último, qué es lo que le corresponde hacer.

Ello, empero, es muy diferente de todo lo que él quiere hoy día. ¡Y mira que la diferencia es grande!

Semejante estado de cosas ya no despierta compasión en aquel al que le es dado ver con claridad. Y cuando aquí hablo de «ver», no me estoy refiriendo a la facultad de ver de un vidente, sino a la de un sabio. En lugar de compasión y piedad, es inevitable que hoy día lo único que se sienta sea ira. Ira y desprecio por ese acto de inmensa presunción para con Dios, ese acto que a diario y a cada hora es perpetrado por cientos de miles de personas movidas por su petulancia; una petulancia que no contiene ni siquiera un hálito de saber. No vale la pena tomarse la molestia de desperdiciar siquiera una palabra por ello.

Lo que diga de ahora en adelante está destinado a los pocos que, imbuidos de pura humildad, aún pueden llegar a alcanzar cierta comprensión sin tener que ser quebrantados primero –como pronto habrá de ocurrir, de conformidad con las leyes de Dios, para por fin crearle acceso a Su verdadera Palabra, para revolver el suelo y hacerlo fértil para Ésta–.

En dicho proceso todos los vanos y verbosos artilugios de esos que presumen de su supuesto saber terrenal habrán de quedar reducidos a escombros, conjuntamente con todo ese suelo estéril de hoy día.

Hace mucho que ya es hora también de que esa verborrea hueca, la cual tiene un efecto ponzoñoso para todo aquel que aspira a las alturas, se venga abajo por sí sola, en toda su vacuidad. –

Apenas había expuesto la separación entre el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre, separación que hace de ellos dos Personas diferentes, aparecieron tratados que con sofismas teológico-filosóficos pretendían aclarar que ese no es el caso. Sin entrar de manera objetiva en las pistas que doy, se trata de mantener en pie el error de siempre a toda costa, incluso a costa de la lógica objetividad, en esa manera vaga propia del dogma que ha reinado hasta ahora. La gente se basa porfiadamente en algunas frases de antiguas escrituras y, al hacerlo, se olvidan de pensar por cabeza propia, con lo cual están poniendo como condición implícita que el oyente o lector tampoco pueda pensar, y mucho menos pueda hacer uso de su intuición; ya que, de lo contrario, uno se daría cuenta enseguida de que con esas muchas palabras no se está fundamentando nada, toda vez que ni hacia adelante ni hacia atrás es posible llegar a una conclusión correcta. Pero lo que más patente resulta es que toda esa palabrería no guarda conexión alguna con el verdadero acaecer.

Quien sea capaz de abrir por fin ojos y oídos no podrá menos que darse cuenta fácilmente de la nulidad de semejantes «enseñanzas»; se trata de un último esfuerzo desesperado por agarrotarse –ya no se le puede llamar siquiera aferrarse– al sostén que han tenido hasta ahora y que pronto habrá de resultar un cero a la izquierda.

Los únicos fundamentos son frases cuya correcta transmisión no puede ser demostrada; al contrario, el hecho de que resulte imposible insertarlas de manera lógica en el suceso cósmico demuestra muy claramente que su significado ha sido tergiversado por el cerebro humano durante su reproducción. Ni una sola de dichas frases encaja de manera perfecta en el acaecer ni en lo aceptado por la intuición. Y solo allí donde todo se cierre en un anillo sin grietas ni fisuras y sin fantasías o palabras propias de una fe ciega, estará todo acaecer aclarado correctamente. –

Pero ¿para qué esforzarse, cuando el hombre no quiere dejar su tozudez? Por eso que pase lo que de acuerdo a las circunstancias tiene que pasar en lo adelante. Solo unos pocos años bastarán para acabar de cambiar sin falta todo eso. –

Es con horror que me aparto de los creyentes y de todos esos que, en su falsa humildad y llevados por lo que es pura presunción, no perciben una simple verdad e incluso la acogen con sonrisas o, de tener buenas intenciones, pretenden mejorarla. ¡Con qué rapidez esa misma gente se va a sentir bien pequeña, totalmente insignificante y perderá todo sostén con que cuentan, por no estar éste basado en la fe o en el saber! Y se les va a dar ese camino que tanto persisten en seguir y por el que no podrán regresar de nuevo a la vida. Del derecho a decidir jamás se les ha privado. –

Quienes me han seguido hasta aquí saben que el hombre proviene de la más alta subdivisión de la Creación: de la subdivisión espiritual. Mas en este dominio de lo espiritual hay todavía muchas distinciones por hacer. El hombre terrenal, que se atreve a figurarse ser grande y que muchas veces no tiene reparos en denigrar a su Dios considerándolo lo más elevado de ese nivel al que él mismo pertenece, que incluso tiene la osadía de negar Su existencia o de vituperarlo, ese hombre terrenal no es ni siquiera eso que muchas personas humildes, con la mejor de las intenciones, creen ser. El hombre terrenal no es ningún espíritu creado, sino meramente un espíritu sujeto a un proceso evolutivo. Ahí radica una diferencia que el hombre no es capaz de figurarse; una diferencia que él jamás será capaz de entender en toda su magnitud.

Son bonitas y del agrado de muchos las palabras que numerosos maestros tienen a flor de labios con el fin de aumentar el número de sus seguidores. Estos ignorantes maestros, empero, están incluso convencidos de todos los errores que propagan y no saben cuán grande es el daño que de esa manera le están causando a la humanidad.

A una ascensión solo puede conducir la certeza sobre esa gran cuestión que reza: «¿qué soy yo?». Si primero no se resuelve implacablemente esa pregunta, si no se le encuentra antes una respuesta, la ascensión se volverá amargamente ardua; ya que voluntariamente los hombres no se arman de esa humildad que los ayuda a encontrar el camino correcto, el camino que sí les es posible recorrer. Eso ha quedado demostrado claramente por todo acontecer que ha tenido lugar hasta nuestros días. La humildad o bien ha hecho de estos hombres individuos serviles –lo cual es igual de falso que la presunción–, o los ha llevado a extender los brazos mucho más allá del verdadero objetivo, con lo cual se han colocado en un camino cuyo final jamás podrán alcanzar, dado que la constitución de su espíritu no basta para ello. Por consiguiente, caen tan profundo que el impacto tiene por fuerza que hacerlos añicos, toda vez que habían estado pretendiendo ir demasiado alto. –

Solo los espíritus creados son a imagen y semejanza de Dios. Se trata de los espíritus primordiales, de los seres de esencia puramente espiritual que moran en esa Creación a partir de la cual se ha podido desarrollar todo lo demás. En sus manos está la guía principal de todo lo espiritual. Los espíritus primordiales son los patrones ideales, son los ejemplos eternos para todo lo humano. Al hombre terrenal, en cambio, le vino a ser posible poder desarrollarse sólo a partir de esta Creación ya lista; empezando como germen espiritual inconsciente hasta llegar a ser una personalidad consciente de sí misma.

Es sólo cuando se haya convertido en una persona completa, al mantener el camino correcto en la Creación, que entonces pasará a ser una copia de los espíritus creados a imagen y semejanza de Dios. Él, como tal, no llega a ser jamás la verdadera imagen de Dios. La distancia que separa a esas verdaderas imágenes de Dios de las profundas regiones donde él se encuentra es enorme.

Pero incluso tomando como punto de partida los seres espirituales creados a imagen y semejanza de Dios, no basta ni remotamente con pasar al próximo nivel para llegar adonde Dios. Por eso todo hombre terrenal debería acabar de darse cuenta de cuánto lo separa de esa sublime Divinidad que él tanto se esfuerza por usurpar. El hombre terrenal se figura que una vez que alcance la perfección llegará a ser como Dios o, si no, que llegará a ser parte de lo divino, cuando él, en su mayor altura, pasa a ser meramente una copia de los espíritus creados a imagen y semejanza de Dios. La más alta distinción que le puede ser conferida a un espíritu humano es que se le permita llegar al atrio, al zaguán del Castillo del Grial propiamente dicho. –

Deshaceos de una vez de esa presunción, la cual lo único que hace es representar un obstáculo para vosotros, toda vez que no os permite ver el camino luminoso. Los moradores del más allá que imparten bienintencionadas enseñanzas en círculos espiritistas no tienen el debido conocimiento, toda vez que aún les falta la comprensión necesaria al efecto. Ya quisieran ellos que les fuera permitido oír de este saber. Tampoco entre ellos van a faltar las grandes lamentaciones cuando se den cuenta del tiempo que han perdido en su testarudez y con sus pasatiempos inútiles.

Así como sucede en lo espiritual, de igual modo ocurre en lo sustancial. Aquí los líderes de todos los elementos son seres sustanciales primordialmente creados. Ninguna de todas las sustancialidades que cobran conciencia por medio de un proceso, tales como las ondinas, los elfos, los gnomos, las salamandras, etc., son seres creados, sino meramente seres que se han desarrollado a partir de la Creación. O sea, provenientes de la parte sustancial como simientes sustanciales inconscientes, se han desarrollado hasta convertirse en sustancialidades conscientes, con lo cual, al volverse conscientes, adquieren también formas humanas. Eso es algo que siempre sucede a la par con la toma de conciencia. Aquí en lo sustancial tenemos la misma gradación que más arriba, en lo espiritual. Los seres primordialmente creados de los elementos que moran en lo sustancial, al igual que los seres primordialmente creados en lo espiritual, están divididos entre formas masculinas y femeninas, todo dependiendo de la naturaleza de su actividad. De ahí los términos de dioses y diosas que se manejaban en la antigüedad. Eso es a lo que me he estado refiriendo en mi disertación «Dioses – Olimpo – Valhalla»52.–

Un gran rasgo unitario recorre la Creación y el Universo de un extremo a otro.

Al oyente y lector de mis disertaciones quiero decirle que trabaje constantemente en sí mismo, que ponga sondas y tienda puentes de una disertación a otra, como también más allá, en los sucesos cósmicos grandes y pequeños. Sólo entonces podrá entender el Mensaje y habrá de descubrir que Éste, con el tiempo, se cierra formando un todo perfecto, sin dejar lagunas. En el análisis de todo suceso, el lector siempre acaba regresando a los rasgos fundamentales. Todo tiene aclaración para él y todo le es entendible, y ello sin tener que cambiar una frase siquiera. Quien vea lagunas, carece del entendimiento pleno. Quien no se percate de la gran profundidad del Mensaje y de cómo Éste lo abarca todo acusa superficialidad y jamás ha tratado de adentrarse en el espíritu de la Verdad aquí traída.

Ese puede sumarse a las masas que, en autocomplacencia y en la presunción de ya contar con el más grande saber, recorren el camino ancho. La presunción del saber les impide a esos individuos perdidos el ver la vitalidad en otras cosas dichas de las que aún carece su ficticio saber. No importa adónde dirijan su mirada o lo que oigan, siempre sale a relucir en ellos esa complacencia consigo mismos que les hace creer que tienen todo bajo control. Es solo cuando llegan a ese límite donde todo lo irreal y todo lo ficticio es rechazado que entonces, al abrir su mano, se dan cuenta de que ésta no contiene nada que les posibilite continuar su camino y así acabar entrando al Reino del Espíritu. Ahí, empero, ya será demasiado tarde para volver sobre sus pasos y recoger lo que ha rechazado y desestimado. El tiempo ya no le alcanza para esto. La puerta de la entrada está cerrada, y la última oportunidad ha sido desperdiciada. –

Hasta que el hombre no sea tal como debe ser y mientras siga aferrado a como él desea ser, le será imposible hablar de verdadera humanidad. El hombre tiene que tener siempre presente que él vino a originarse en la Creación y que no proviene directamente de la Mano del Creador.

«Eso es verbalismo; en el fondo se trata de una y la misma cosa, sólo que expresado con otras palabras», dirán algunos frutos engreídos, perezosos y vanos de esta humanidad, toda vez que siempre serán incapaces de percibir intuitivamente la gran separación que ahí reside. Esos tales se dejan engañar por la simpleza de las palabras.

Sólo aquel que está vivo en su interior no pasará despreocupadamente por alto lo dicho, sino que percibirá intuitivamente las inconmensurables distancias y las bien definidas demarcaciones.

Si quisiera mostrar ahora mismo todas las divisiones de la Creación, muchos individuos que «en su interior» se figuran grandes no tardarían en arrojarse al suelo, desesperados, al percatarse de que las palabras encierran verdad. Se sentirían agobiados al darse cuenta de su insignificancia y pequeñez. Esa expresión tan usada de «gusano terrenal» se les puede aplicar, sin temor a ser injustos, a esas «eminencias espirituales» de hoy día que alardean de su inteligencia y que pronto, muy pronto, habrán de ser los más pequeños, si es que no llegan incluso a formar parte de los rechazados. –

Ha llegado la hora de reconocer debidamente al Mundo como tal. No sin razón la gente separa lo mundano de lo espiritual, y ello en la vida terrenal también. Estas designaciones, seguramente, han surgido de la correcta facultad de intuición de muchas personas; puesto que dan una copia fiel de la distinción en toda la Creación. La Creación también podemos dividirla en Paraíso y Universo o Mundo, o sea, en lo espiritual y lo mundano. Aquí también encontramos que en lo mundano lo espiritual no está descartado, si bien en lo espiritual queda excluido lo mundano.

Al Universo le debemos llamar materia, la cual también es recorrida de punta a cabo por lo espiritual. Lo espiritual es el reino espiritual de la Creación, el Paraíso, del cual está excluido todo lo material. De modo que tenemos Paraíso y Universo, espiritual y material, Creación Primordial y evolución, la cual también puede ser llamada configuración autoactiva.

La Creación propiamente dicha es meramente el Paraíso, el reino espiritual de hoy. Todo lo demás es meramente un fruto del desarrollo, o sea, ya no se trata de algo creado. Y eso que constituye un fruto del desarrollo debe ser designado con la expresión Universo. El Universo es perecedero y se desarrolla a partir de las corrientes de la Creación, imitándolas al configurarse, movido y sostenido por las corrientes espirituales. El Universo se va desarrollando hasta llegar a la madurez, para, una vez que alcanza una maduración excesiva, volver a desintegrarse. Lo espiritual, empero, no toma parte en este proceso de envejecimiento, sino que permanece eternamente joven, o expresado de otra manera: siempre es el mismo.

Sólo en el Universo es posible que haya culpa y expiación. Ello es una consecuencia de la deficiencia propia del proceso evolutivo con miras a alcanzar la madurez. En el Reino del Espíritu resulta completamente imposible que haya culpa de algún tipo.

Quien haya leído mis disertaciones con seriedad tiene completamente claro todo esto. Semejante individuo sabe que nada de ese elemento espiritual que atraviesa el Universo puede regresar a la esfera puramente espiritual mientras se le adhiera tan solo una brizna de otra especie en su peregrinaje. La más diminuta brizna imposibilita el cruzar la frontera que lo separa de lo espiritual. La misma lo retendrá, así el espíritu haya llegado hasta el umbral. Con esa última brizna no le es posible pasar, ya que mientras ésta permanezca adherida a lo espiritual, le impedirá la entrada, por razón de su constitución de naturaleza diferente. No es hasta que semejante brizna se desprenda y caiga que el espíritu queda completamente libre, obteniendo así la misma ligereza que la ligereza existente en el estrato inferior de lo espiritual, con lo cual cumple el requisito de la ley para acceder a esta capa inferior de lo espiritual y no sólo puede, sino que tiene entonces que cruzar el umbral en el que hasta ese momento se había visto retenido debido a esa última brizna.

El proceso puede ser considerado y descrito desde muchos ángulos; no importa qué palabras uno emplee para reproducirlo en imágenes, al final todo viene siendo exactamente lo mismo. Podría adornar mi explicación con los más fantásticos relatos y podría servirme de muchas parábolas para hacerme entender; el hecho en sí, empero, es sencillo y bien simple y es provocado por el operar de las tres leyes que he mencionado en varias ocasiones.

Al final uno puede decir sin temor a equivocarse que en el Paraíso, o sea, en la esfera puramente espiritual, es imposible que se dé un pecado jamás, y que ésta no es tocada por culpa alguna, ya que debe su creación al propio Espíritu Santo. Por eso es por lo que sólo lo creado tiene pleno valor, mientras que más tarde, en aquello que se ha desarrollado a partir de lo creado como copia de la Creación de Dios y que le ha sido cedido completamente al espíritu humano como picadero con miras a su formación y su fortalecimiento, ha sido posible que surja una culpa como consecuencia de la errónea volición de estos perezosos espíritus humanos, culpa esta que obligadamente ha de ser saldada a través de la expiación para que lo espiritual pueda regresar. Cuando de la Creación, o sea, del Paraíso, salen simientes espirituales, movidas por un impulso voluntario, a fin de realizar una peregrinación por el Universo, uno podría, lógicamente, ilustrar dicho proceso diciendo que los hijos abandonan el suelo natal con el fin de aprender, para después regresar completamente maduros. La frase tiene su justificación, siempre y cuando uno la tome figurativamente. Todo, empero, tiene que ser visto siempre en forma figurativa y no debe ser transformado de manera que adquiera un carácter personal, como se trata de hacer en todas partes. Dado que el espíritu humano se vino a cargar de culpa en el Universo, toda vez que algo así resulta imposible que ocurra en lo espiritual, es lógico que no le será posible regresar a su hogar en el reino espiritual hasta que no se haya librado de esta culpa que lo lastra. Con el fin de transmitir la idea, podría dar miles de ilustraciones, que todas solo podrían contener un único significado básico, el cual ya yo he dado numerosas veces en el efecto del operar de las simples tres leyes básicas.

A más de uno le suena extraño cuando describo el suceso de manera objetiva, toda vez que lo que es dicho en sentido figurado halaga su presunción y su amor a sí mismo. Semejante individuo prefiere estar en su mundo de ensueño, ya que ahí todo suena mucho más bonito y la idea que en él se forma de sí mismo le hace figurarse ser mucho más de lo que en realidad es. Por ello comete entonces el error de no querer ver lo objetivo en la cuestión; se inclina cada vez más por lo fantástico, perdiendo así el camino y el sostén con que cuenta, y se horroriza, quizás hasta se indigna, cuando con la mayor simpleza y de manera sobria le muestro ahora la Creación tal como es y el papel que él juega en ella en realidad. Para él es como la transición que vive un niño pequeño que, bajo el cuidado amoroso de su madre o su abuela, oye feliz, con brillo en los ojos y con mejillas sonrojadas producto del entusiasmo los cuentos que aquélla le hace, y más adelante ve entonces el mundo y a los hombres en la vida real. Lo que ahí se le ofrece a la vista es muy diferente de como sonaba en esas bellas historias y, sin embargo, al observar con mayor detenimiento y hacer memoria, en el fondo es igual. Semejante momento resulta amargo, pero necesario; pues está claro que, de lo contrario, el niño no podría avanzar y, tras mucho sufrimiento, acabaría hundiéndose, por ser «ajeno al mundo».

Lo mismo ocurre en este caso. Quien quiera avanzar en pos de las alturas está obligado a acabar de conocer la Creación en toda Su realidad. Ese tiene que andar con los pies bien puestos en la tierra y ya no puede seguir por las nubes, entregándose a emociones que están bien para un niño, que carece de responsabilidad, pero no para un ser humano adulto, cuya fuerza volitiva penetra en la Creación y ejerce allí un efecto constructivo o perturbador, con lo cual él o bien es encumbrado, o acaba aniquilado.

Las muchachas que leen novelas que, al presentar las cosas de manera falsa, no hacen sino oscurecer la vida real habrán de sufrir enseguida amargos desencantos en la vida, por haberse dejado llevar por la ilusión despertada en ellas por dichas novelas; y muchas veces quedan incluso quebrantadas por toda su vida terrenal, resultando así fácil presa de sujetos de inescrupulosa falsedad, a los que se les acercan sin hacer en absoluto ejercicio de cautela. Exactamente igual ocurre en la trayectoria de un espíritu humano en la Creación.

Así que deshaceos de todo lo expresado en sentido figurado, que jamás ha sido entendido por el hombre, toda vez que éste ha sido demasiado cómodo para la seriedad de la interpretación correcta. Ya es hora de que caigan los velos y de que el hombre vea con claridad de dónde viene, cuáles son los deberes que su cometido trae consigo y también hacia dónde tiene que encaminar sus pasos. Para ello le hace falta el camino. Y dicho camino lo encontrará delineado con claridad en mi Mensaje del Grial, siempre y cuando lo quiera ver. La Palabra del Mensaje del Grial es viva, de manera que sólo les permite hallar a manos llenas a aquellas personas que lo ansían de verdad y con seriedad en su alma. Todos los demás son repelidos por este Mensaje de manera automática.

Para el creído y para el que se limita a buscar superficialmente, el Mensaje siempre será un libro de siete sellos.

Solo quien se abra voluntariamente habrá de recibir. Si ese, desde un principio, acomete la lectura con espíritu recto y genuino, florecerá para él, en glorioso cumplimiento, todo aquello que anda buscando. Pero aquellos que no tienen un corazón puro del todo se sentirán repelidos por esta Palabra, o la misma se cierra ante la mirada incorrecta. El caso es que no encontrarán nada. De ese modo, la sentencia de cada cual será según y conforme sea la actitud que el individuo de turno adopte hacia esta Palabra. –

Ya se acabó el tiempo de soñar. La Palabra trae el Juicio. Esta separa automáticamente a los espíritus humanos de acuerdo a sus interpretaciones, diferentes como éstas son en naturaleza. Este acaecer es, a su vez, tan simple y tan natural que a la gran mayoría de los hombres se les antojará demasiado simple, lo cual hará que no vean en él el gran y formidable Juicio que de ese modo se pone en marcha.

El Juicio tiene lugar en los días de esta primera separación de todos los espíritus humanos, separación que proclama respecto de cada cual cuál ha sido su recepción de la nueva palabra de Dios. O sea, el Juicio no está en las consecuencias posteriores que le siguen a la separación, cuando cada cual se ve obligado entonces a recorrer hasta el final el camino por el que ha optado, con lo cual acaba recibiendo su recompensa o su castigo.

Pero con el objetivo de, una vez más, tratar de despertar a todos los seres humanos, de darles oportunidad de reflexionar seriamente, con lo cual puede que muchos, después de todo, lleguen a echar mano de esta cuerda de salvamento, que es lo único que conduce fuera de estas regiones bajas, tendrán lugar sucesos de tan grave naturaleza como esta obstinada humanidad no puede concebir tan cerca ni siquiera en sus sueños. ¡Con qué facilidad se podría haber evitado mucho de esto! Pero ya es demasiado tarde. Que al menos estos sucesos demoledores que se avecinan sean la salvación para muchos, cuando estos vean por fin la nulidad de los falsos profetas y también de los guías en los que ahora tanto confían; ya que en el período que se avecina sólo sobrevivirá la Verdad, la cual emergerá victoriosa, y dicho período permitirá reconocer enseguida al Líder designado por Dios, líder este que es el único a quien se le ha dado la fuerza para ayudar en esta crisis espiritual y también terrenal, en la que cundirá la desesperación y la angustia.

Mensaje del Grial de Abdrushin


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