En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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83. Llamado

Se dice que los alemanes están llamados a ser el pueblo líder en lo espiritual y lo mundano. Numerosos libros hacen referencia a ello y muchas buenas profecías e historias que no pueden ser desestimadas así sin más como engendros de la fantasía repiten una y otra vez y con gran claridad esta misma idea. Sin duda, muchos de estos libros han sido escritos meramente para, en momentos de gran necesidad, hacer que los alemanes se levanten de nuevo, a fin de no permitir que en la desesperación lo bueno sea cubierto completamente por los fenómenos perniciosos de nueva aparición propios de semejantes situaciones de apuro; pero quien trate de ocuparse seriamente del futuro de este pueblo, futuro que sólo puede surgir de las ruinas de las circunstancias actuales, encontrará que en esas referencias a un gran porvenir tiene que haber un grano de saber o de verdad.

Pero no fue sin intención que dije: «de las ruinas de las circunstancias actuales»; ya que de estas circunstancias actuales sólo sale un camino, y éste lleva a la continuación del declive y a la caída.

Contemplad con ecuanimidad a los hombres y fijaos en cómo estos son hoy día. Buscad bien atentamente en la juventud madura a la generación venidera, a la próxima generación alemana. Ésta está emponzoñada desde la base misma, tanto en cuerpo como en alma. Las pocas excepciones que aún se ponen de manifiesto saltan a la vista como bichos raros, pero para un pueblo entero son como nada.

Tan tremendamente exageradas son estas excepciones en el telón de fondo de ese entorno suyo que se hunde cada vez más que ya comienzan a resultar grotescas y no están lejos de sucumbir a la burla general y de ser consideradas anormales, enfermas, visionarias y orates.

Sin embargo, lo grotesco no está en esas excepciones encomiables, sino en el entorno en hundimiento, el cual, con su irremediable caída, se va alejando cada vez más de ese estado del alma medianamente normal. Ya ni se dan cuenta de su propia caída –la cual los aleja del suelo firme y sano en el que se encuentran esas pocas excepciones–, sino que tienen la errónea impresión de que esos pocos andan por las nubes flotando en sus figuraciones infantiles para, en cualquier momento nada distante, acabar cayendo a la realidad, ante la burla de todos.

Pero tan sólo un poco más de tiempo, y su mirada perderá todo asomo de burla y dará en su lugar cabida al horror cuando finalmente se vean obligados a darse cuenta de que esos que hasta entonces habían sido mofados contaban con el punto de vista correcto y sólido, mientras que ellos se hundirán en excrementos de la peor naturaleza, donde irán ahogándose poco a poco; y esos no son más que excrementos que ellos mismos han preparado y que ahora rompen ininterrumpidamente sobre sus cabezas.

Y lo peor de todo es que este terrible estado de cosas no se le puede atribuir a los enemigos de Alemania, sino a los propios alemanes.

Pero, así como cuando algo se encuentra en estado de cocción toda la inmundicia sale a la superficie, de igual modo sucederá en este gran período de fermentación. Allí donde todo ahora se mueve con velocidad vertiginosa hacia un tremendo proceso de purificación, desde afuera lo único que uno ve es la espuma sucia o escoria arremolinada hacia la superficie del verdadero pueblo alemán, espuma que ya no permite reconocer el sano fondo y que da la errónea impresión de que todo ya está irremediablemente corrompido. Mas ese no es el caso. Cuanto más se va espesando la sucia espuma a manera de capa en la superficie, más clara y pura se vuelve bajo ella la parte principal. Y cuando, con el desengaño producido por sucesos de carácter terrible, tenga lugar entonces un enfriamiento de ese hervor ocasionado por las circunstancias actuales y por el sufrimiento que las mismas han traído, se irá abriendo desde el fondo una hendidura tras otra en esa rígida escoria, y estas hendiduras pondrán repentinamente al descubierto la pureza y la claridad que se ha ido formando bajo esa sucia y gastada capa que confunde los sentidos.

Entonces, empero, la parte aclarada se abrirá paso, victoriosa, con una fuerza enorme e irá desplazando cada vez más la escoria, la cual se va secando en sí misma y en el futuro jamás podrá volver a interponerse a manera de obstáculo entre el acaecer y el verdadero núcleo del pueblo.

Sin embargo, el vencedor no va a ser una nueva generación, una generación venidera, como tampoco la juventud alemana actual, que crece con semejante pobreza y mezquindad de alma, que se deja emponzoñar y que con el primer soplo de aire fresco habrá de desperdigarse inevitablemente como paja en el viento, toda vez que, en su precocidad, ha tomado el camino equivocado y ha apurado en él los goces de la vida, hasta acabar con todo verdadero sostén. El vencedor va a ser la vieja generación, la generación que viene de atrás, la cual se alzará de repente de entre la descabellada confusión cual acero purificado, cual lingote inquebrantable que ofrece la única base sobre la que se puede levantar una nueva estructura.

Mirad en vuestro interior, hombres y mujeres alemanes de edad madura; no os fijéis en la juventud de ahora, la cual no tiene nada que enseñaros, sino que, más bien, puede y tiene que aprender de vosotros. Vosotros sois los que lleváis el porvenir en vuestro interior, vosotros y nadie más que vosotros, que contáis como base con ese pasado que habéis vivido.

Sin atinar a comprender, observáis pasivamente el descabellado trajín que ha estado teniendo lugar hasta ahora y, debido a lo incomprensible que os resulta, no habéis tomado cartas en el asunto. ¡Acabad de ayudar a esa juventud enervada con la fuerza alemana de antaño, la cual no conoce la débil condescendencia y, en la severidad consigo misma y con los demás, se alza cual llama poderosa, temida por la falsedad, la blandenguería y las flaquezas!

Esa tamaña parálisis temporal de vuestra invencible y sana voluntad no se ha debido a otra cosa que al desmedido asombro que os ha causado la posibilidad de que algo como lo que está sucediendo ahora pudiera ocurrir, y no a que vosotros abriguéis aprobación o sintáis alegría por ese trato licencioso del cuerpo y, sobre todo, del alma.

Y es el deber de vosotros, que conjuntamente con la generación que os sigue os habéis dejado encadenar de tal manera, el romper estas cadenas vosotros mismos y no poneros a esperar por que vuestros sucesores hallen una solución.

Y vosotros los que esperáis cómodamente por el cumplimiento de excelsas profecías, ¡no os engañéis! Allí donde no se actúa, ni la mejor profecía puede cumplirse. La «espera» de por sí le pone una barrera a la posibilidad del cumplimiento.

Y vuestra discusión sobre interpretaciones y los tiempos de posibles cumplimientos es tan peligrosa y funesta para el porvenir de Alemania como esa epidemia alemana de la eterna división en la política interna, en la cual uno está obligado a ver que hasta ahora no ha habido un verdadero espíritu alemán a nivel de pueblo. Éste sólo se ha podido encontrar en individuos. Sólo en casos de extremo peligro ha habido ocasiones en que las masas han cerrado filas, pero no siempre. ¿Cuándo es que alguna vez ha habido un verdadero pueblo alemán, animado por un espíritu libre y orgulloso? A cualquier sembrador de discordia siempre le ha resultado bien fácil su tarea, y sus sacrílegas maquinaciones siempre han encontrado el suelo propicio.

Entregándose despreocupadamente a bailes y celebraciones, la gente oye con indiferencia los desesperados clamores de pueblos alemanes enteros que sufren a diario bajo el odio del enemigo.

Sin embargo, las promesas y profecías hablan de un pueblo elegido. ¿Puede acaso el pueblo alemán ser tomado en cuenta para ello tal como se muestra hoy día? ¿Demuestra acaso este pueblo ser elegido? La respuesta a esta pregunta me la puedo ahorrar.

Ser llamado es algo muy especial y particular. Ya Cristo dijo una vez: «¡Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos!». Esto quiere decir que de los llamados solo unos pocos llegan a hacer realidad el cumplimiento, ya que dicho cumplimiento tiene que ser ocasionado por ellos mismos, a través de un esfuerzo férreo y una extraordinaria actividad y diligencia. Y así como sucede con el individuo en estas cuestiones, de la misma manera ocurre también con los pueblos. El ser llamado significa meramente el llevar consigo la facultad de cumplir, mas no quiere decir que a la persona llamada este cumplimiento le va a caer del cielo. Sólo cuando el llamado, o sea, el facultado, pone todo de su parte y, con férrea e imperturbable diligencia, irreductible afán y tenaz esfuerzo, hace uso pleno de sus aptitudes, sólo entonces le llega de lo alto ayuda de una naturaleza extraordinaria, ayuda esta que lo conduce a la victoria, o sea, al cumplimiento de su llamado. Pero esto tampoco debe ser tomado de la manera equivocada; ya que la manera en que esta ayuda supraterrenal y poderosa va a su encuentro es algo de lo que uno no puede formarse una idea. La fuerza para alcanzar la victoria final siempre está al alcance. Sólo que el individuo llamado está obligado a esforzarse y a hacer uso de la facultad que se le ha conferido y así avanzar hasta tal punto que pueda dar con la fuerza, la cual entonces se conecta con él.

O sea, es completamente diferente a como muchas veces muchos llamados se lo han imaginado. ¡El ser llamado compromete! Al conferírsele sus facultades, a un individuo llamado se le está poniendo en la mano la espada del triunfo para que la emplee en la lucha. Ahora, siempre será él mismo quien tendrá que hacer uso de ella y asestar los golpes. Así que no desperdiciéis en sueños un tiempo en el que ya estáis destinados a hacer grandes cosas, un tiempo que es lo único que ha de conduciros al triunfo con seguridad si os movilizáis. Para eso también puede llegar un día en que resulte «demasiado tarde», con lo cual una victoria más adelante se hace diez y hasta cien veces más difícil.

Dado que cualquiera puede ver que el pueblo alemán, tal como se muestra ahora, no puede ser considerado «elegido» y que, por otro lado, las promesas siempre traen la posibilidad del cumplimiento, está claro que con el pueblo alemán tienen que ocurrir muchos cambios. Voluntariamente no va a a cambiar; eso ya ha quedado demostrado en los últimos años, toda vez que, en lugar de ascender, el espíritu alemán, al que todo alemán tiene que tributar una parte, va cuesta abajo. Ello trae como consecuencia que se haga obligado el ceder el suelo y el campo de cultivo, a fin de permitir que de la gran crisis acabe de crecer el espíritu alemán que hace falta. Lo que la tranquilidad y la paz no han conseguido, seguramente lo habrá de conseguir, en última instancia, el sufrimiento. Y si el sufrimiento experimentado hasta ahora no resulta suficiente, entonces tendrá que sobrevenir un sufrimiento aún mayor y más duro, y algún día se llegará al punto en que toda resistencia contumaz se quebrante o se someta. En el período comprendido entre el quebrantamiento y el sometimiento, el individuo cuenta aún con la libre determinación, ya que, a fin de cuentas, va a tener que cosechar el pago que ambos le traigan, todo en dependencia de la naturaleza de la decisión que tome.

Cuanto más cerca esté el cumplimiento, tanto mayor es, por ende, el sufrimiento que en adelante se ha de esperar. Bienaventurado aquel que tome una decisión que traiga su felicidad.

Como es lógico, en el suceso cósmico el pueblo elegido no puede reducirse a una nación. Por consiguiente, no se está haciendo referencia al pueblo alemán en el sentido más estrecho de la palabra, toda vez que en el suceso cósmico no es una nación particular lo que entra en consideración, si bien ésta puede jugar un papel en él para el desencadenamiento de muchos sucesos. La naturaleza y la magnitud de su papel lo determina cada nación por sí misma.

Lo único que resulta decisivo en el período cósmico que se avecina es la raza, y no la nación. La raza blanca es la raza superior en cuanto a desarrollo a la hora de la decisión. El que en otras épocas Asia y otras partes del mundo hayan estado más adelantadas que la Europa de entonces ya no significa nada aquí. Y me refiero a este período en el que en adelante se ha de hacer la liquidación final, no solo para estos hombres terrenales, sino también para toda la región cósmica de la que la Tierra forma parte. El estado de turno en la hora de la decisión final es lo único que resulta determinante, nada más. Y hoy día, en esa hora de la que hablamos, es la raza blanca la que se encuentra a la cabeza aquí en la Tierra. Es por esa razón también por la que Europa es la que terrenalmente entra en consideración como campo de batalla. Ya he hecho referencia clara en la disertación, «Dioses, Olimpo, Valhalla51 al hecho de que toda reencarnación ocurre en un entorno afín a la condición del alma a encarnar. O sea, un blanco que retroceda tremendamente en su nivel espiritual puede que encarne en una inferior tribu de negros, y como es natural, lo mismo puede pasar a la inversa. Y en la raza blanca, en adelante, se ha de ver como elemento superior al verdadero espíritu alemán. El espíritu alemán en toda su pureza y su grandeza. El impulso al efecto lo ha tomado ya varias veces, pero nunca ha alcanzado la verdadera altura, fuera de algunos individuos, los que, como es lógico, siempre tienen que marchar a la cabeza. Dichos individuos evidenciaron las facultades de su raza. El espíritu alemán ha de ser ejemplo y líder en la última ascensión de la humanidad terrenal. No como es ahora, sino como debe ser, como, en vista de sus facultades, puede ser y como con toda seguridad habrá de ser, por medio de las vivencias que se le avecinan.

Mas cuando hablo de espíritu alemán, no me estoy refiriendo exclusivamente a la nación que se hace llamar alemana. Todo concepto en el suceso cósmico va mucho más allá y no es tan limitado. Ese espíritu alemán que se busca puede llevarlo en su aptitud cualquier miembro de las demás naciones. Cuando se habla de este espíritu, se está pensando principalmente en sus facultades, y no en términos de nacionalidad. Pero son los miembros del pueblo alemán los que principalmente cuentan con todos los rasgos esenciales que son necesarios para este espíritu del futuro, al cual le está reservado la victoria y la guía seguras en la humanidad.

Así que guardaos, vosotros los alemanes, y haced uso de todas vuestras fuerzas para que vosotros, que sois llamados por vuestras dotes, también acabéis siendo elegidos. El pueblo elegido se compondrá de los individuos elegidos, para lo cual vosotros contáis con todas las expectativas. Por consiguiente, no se constituirá sólo de alemanes, sino también de partes de otras naciones que, de acuerdo a su valor espiritual, pertenecen a él. Dicho pueblo no se reduce a las fronteras de la tierra alemana.

No tiréis por la borda el excelso cometido que os aguarda en este sentido. Liberaos de esa superficialidad del pensar actual que ha sido típica de toda vida hasta ahora y sed lo que podéis y debéis ser: un espíritu, un pueblo que ha de marchar a la cabeza de los demás a manera de ejemplo. Si dejáis escapar el tiempo que con exactitud ha sido destinado para ello y en el cual todo el cosmos sirve de apoyo con su actividad, en lugar de la ascensión, os aguarda una caída de una violencia tan terrible que nunca más podréis alcanzar la resurrección, por haber sido rechazados definitivamente. El ser llamado compromete a desarrollar la mayor fuerza. ¡Tened siempre presente esta advertencia!

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