En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


1.LIBRO ◄ ► 2.LIBRO
Deutsch
English
Francais
Português
Русский
Український
Italiano
Magyar
Česky
Slovensky
Contenido


69. En el reino de los demonios y fantasmas

Antes de empezar con la explicación del tema que nos ocupa es conveniente dejar bien claro que el hombre terrenal no se encuentra en la Creación Primordial, sino en una Poscreación. La Creación Primordial es única y exclusivamente el reino espiritual, el cual en verdad lleva una existencia aparte y es conocido por los hombres como el Paraíso. Se trata de ese reino cuya cima forma el Castillo del Grial con la puerta que da paso a lo divino, lo cual se encuentra fuera del referido reino. La Poscreación, en cambio, es el llamado «Universo», con ese eterno ciclo suyo que tiene lugar debajo de la Creación Primordial y cuyos diferentes sistemas solares están sujetos al devenir y fenecer, o sea, a la maduración, el envejecimiento y la descomposición, ya que no fueron creados directamente por lo divino, como sí fue el caso de la imperecedera Creación Primordial, del Paraíso. La Poscreación le debe su surgimiento a la volición de los espíritus primordiales y está sujeta a la influencia de los espíritus humanos en desarrollo, cuyo camino evolutivo pasa por esta Poscreación. A esta razón se debe también la imperfección presente en ella, imperfección que no se puede encontrar en la Creación Primordial, la cual está sujeta a la influencia directa del divino Espíritu Santo.

Como consuelo en medio de esa imperfección de la Poscreación que aumentaba más y más y se iba haciendo cada vez más palpable, los espíritus primordiales, que estaban completamente desesperados por ello, oyen una voz proveniente de lo divino que les dice: «¡Aguardad por Ese que he escogido... para que os ayude!», como ha sido reproducido de manera clara hasta cierto punto en la leyenda del Grial legada como tradición proveniente de la Creación Primordial. –

Pasando ya al tema como tal: Toda acción terrenal no puede ser considerada como otra cosa que la expresión exterior de un suceso interior. Por «suceso interior» se ha de entender una volición intuitiva espiritual. Toda volición intuitiva es una acción espiritual que resulta trascendente para la existencia de una persona, toda vez que trae consigo o bien un ascenso, o un descenso. La volición espiritual no debe en modo alguno ser puesta en el mismo nivel que la volición mental. La primera está relacionada con el núcleo del hombre propiamente dicho, mientras que la segunda afecta tan solo a un círculo más débil, a un círculo distanciado de este núcleo. Sin embargo, las dos, pese a los efectos que sin falta traerá su operar, no tienen por qué hacerse visibles en todos los casos. La acción terrenal, el acto físico-material, no resulta necesaria para que el perpetrador se eche a cuestas un karma. Por otro lado, empero, no hay acción físico-material que no esté precedida de una volición mental o una volición intuitiva. Por consiguiente, la actuación visible terrenalmente depende o bien de la volición mental, o de la volición intuitiva, y no a la inversa.

Ahora, lo que verdaderamente resulta decisivo para la existencia de un espíritu humano y para su ascenso o descenso está más fuertemente anclado en la volición intuitiva, que es en la que el hombre menos repara y, sin embargo, es la que sin falta trae efectos de los que no hay escapatoria y que no conocen paliación ni alteración. Es únicamente en esa volición en la que radica el verdadero «vivenciar» del espíritu humano; puesto que la volición intuitiva es la única palanca de activación de las ondas de fuerza espirituales que reposan en la Obra del Creador, ondas que solo aguardan por el estímulo de la volición intuitiva de los espíritus humanos para hacer entonces que dicha volición, ya multiplicada en intensidad, produzca efectos de inmediato. Hasta ahora la humanidad apenas se ha ocupado de este fenómeno tan importante, un fenómeno que, de hecho, es el más importante de todos.

Es por esa razón por la que yo siempre voy a hacer referencia a un punto esencial que aparentemente es simple pero que entraña todo: Esa fuerza que atraviesa la obra que es la Creación solo puede obtener conexión con la volición intuitiva de los espíritus humanos; todo lo demás queda excluido de una conexión.

Ni siquiera la volición mental alcanza a obtener conexión, cuánto menos lo va a lograr algún producto de esta volición mental. Este hecho descarta toda esperanza de que la verdadera fuerza principal en la Creación pueda alguna vez ser asociada con alguna «invención». Contra ello ha sido pasado un cerrojo inamovible. El hombre no conoce esta fuerza principal, como tampoco los efectos de su operar, y ello pese a que es en esa fuerza que su existencia tiene lugar. Lo que este o aquel pensador e inventor imagina como fuerza primordial no es tal. En casos así, siempre se tratará meramente de alguna energía subordinada y muy inferior; energías de este tipo y con efectos asombrosos pueden ser encontradas en gran cantidad sin que uno con ello se acerque siquiera un paso a la fuerza propiamente dicha, de la cual el espíritu humano hace uso diariamente sin estar consciente de ello –por desgracia–, como quien toma parte en un juego, sin fijarse en las terribles consecuencias de esta frivolidad sin límites. En su ilimitada ignorancia, comete entonces el punible pecado de tratar siempre de desviar la responsabilidad de las consecuencias hacia Dios, lo cual, no obstante, no lo exime de la gran culpa que se echa a cuestas con ese desconocimiento que es fruto... de su propia volición.

Trataré por una vez de ofrecer un cuadro claro: Un hombre siente envidia, por ejemplo. Normalmente se dice: «la envidia se lo está comiendo». Al principio, se trata de un sentimiento general del que muchas veces el espíritu humano no llega siquiera a tomar conciencia clara. Ahora, este sentimiento intuitivo, que aún no se ha revestido en absoluto de pensamientos definidos, o sea, que aún no ha subido al cerebro, ya de por sí contiene esa llave que es la única que cuenta con la facultad de proveer la conexión con la «fuerza viviente» y de formar el puente que conduce allí. Acto seguido fluye entonces hacia el sentimiento intuitivo en cuestión la cantidad de esa «fuerza viviente» en la Creación que esté acorde con la capacidad de recepción de aquél, capacidad esta que está condicionada por la intensidad del referido sentimiento intuitivo. Es por medio de ello que ese sentimiento intuitivo humano, o sea, «espiritualizado», viene a cobrar vida y a obtener la tremenda facultad generadora (que no fuerza generadora) en el mundo etéreo que hace del hombre el soberano de todas las criaturas, que lo convierte en la criatura más eminente en la Creación. Este fenómeno, empero, le permite también ejercer una influencia inmensa sobre toda la Poscreación y trae consigo... esa responsabilidad personal que, fuera de él, ninguna otra criatura en la Poscreación puede tener, ya que sólo el hombre posee la facultad decisiva para ello, facultad que radica en la constitución del espíritu.

Y él es el único en toda la Creación que contiene espíritu en su núcleo íntimo y, como tal, es, por consiguiente, el único también que obtiene conexión con esa fuerza viviente superior que reposa en la Poscreación. Los espíritus primordiales en el Paraíso son, por su parte, de un espíritu diferente al de los andariegos del Universo, al de los llamados hombres terrenales, y su facultad de conexión va dirigida, por tanto, a una onda de fuerza también diferente, una onda de fuerza más elevada y mucho más intensa, de la cual hacen uso con conocimiento de causa y con la que, como es natural, crean cosas completamente diferentes a las creadas por los andariegos del Universo, entre los que se cuentan los hombres terrenales, cuya onda de fuerza más elevada no es más que una gradación inferior de la fuerza que reposa en la Creación Primordial, como los propios hombres terrenales no son más que una gradación inferior de los espíritus primordiales.

Lo principal que le ha faltado al saber humano hasta ahora es el conocimiento de las muchas gradaciones de todo lo que se encuentra en la Creación Primordial –gradaciones estas que resultan cada vez más débiles a medida que se suceden una tras otra en sentido descendente–, así como la comprensión de que ellos mismos no son más que una parte de estas gradaciones. Una vez que capten esto debidamente, desaparecerá la arrogancia que ha reinado hasta ahora y quedará libre así el camino de la ascensión.

Esa estúpida creencia de ser lo primero que hay y de incluso llevar divinidad en su ser se vendrá abajo quejumbrosamente y al final sólo quedará la liberadora vergüenza. Los espíritus primordiales, que están mucho más arriba y son mucho más valiosos, no poseen semejante presunción. Estos no hacen más que sonreír con condescendencia ante la actitud de estos descarriados gusanos terrenales, de la misma manera que muchos padres se sonríen ante el parloteo fantasioso de sus hijos.

Pero volvamos al sentimiento intuitivo. Este sentimiento intuitivo de una persona, ahora intensificado, genera automáticamente y de forma inmediata un ente, en lo que constituye una gradación inferior. Dicho ente personificará con absoluta exactitud la naturaleza del sentimiento intuitivo que nos ocupa. O sea, en este caso, de la envidia. Al principio el ente se encuentra en el interior del sujeto que lo ha generado; más tarde, al lado de éste. Al mismo tiempo, empero, dicho ente, bajo el efecto de la ley de atracción de las especies afines, toma de inmediato contacto automáticamente con el lugar de congregación de los entes de su misma especie y recibe de allí una fuerte afluencia. Dicha afluencia, conjuntamente con el ente de nueva formación, es lo que en lo adelante constituirá el entorno etéreo de la persona en cuestión.

Entretanto, el sentimiento intuitivo va subiendo hasta que llega al cerebro, donde provoca pensamientos que se ponen un objetivo determinado. Así, los pensamientos devienen en canales o vías por las que los entes se desplazan hacia un objetivo bien definido, a fin de causar daños si encuentran el suelo propicio para ello. Ahora, si la persona que resulta ser el objetivo que ha de verse afectado por ello solo tiene un suelo puro en su interior, o sea, si solo tiene una buena voluntad, entonces no le ofrecerá al ente en cuestión ninguna superficie de ataque ni ningún asidero. Pero estos entes no quedan neutralizados con ello, sino que siguen deambulando individualmente o se unen con las especies afines en los lugares de congregación, lugares estos a los que también se les puede llamar «planos», ya que, a fin de cuentas, están sujetos a las leyes de su gravedad espiritual y, por tanto, tienen por fuerza que formar planos definidos que solo pueden permitir acceso y retener a especies afines. De ese modo, empero, continúan siendo peligrosos en todo caso para todos aquellos espíritus humanos que no tengan la suficiente pureza de la fuerte voluntad por lo bueno, y por último, acaban trayéndole la ruina a sus artífices también, dado que éstos permanecen todo el tiempo en conexión con los referidos entes y, por medio del cordón de alimentación, permiten que a ellos fluyan constantemente nuevas energías de envidia que los propios entes reciben de la concentración de centrales. Por causa de ello, a un artífice no le resulta fácil volver a abrigar sentimientos intuitivos más puros, dado que se ve fuertemente impedido de ello por la constante afluencia de energías de envidia, afluencia esta que una y otra vez lo aleja de un tirón de intenciones más puras. Semejante individuo se ve obligado a hacer un esfuerzo mucho mayor para ascender que un espíritu humano que no esté impedido por ese tipo de cosas. Y solo mediante la constante volición por el bien es que el cordón de alimentación del mal se va secando gradualmente, hasta que, ya mustio y sin vida, acaba por desprenderse. Ello constituye la liberación del artífice, siempre y cuando el ente engendrado por él no haya ocasionado ningún daño; puesto que entonces entrarían de inmediato en vigor nuevas ligaduras que también hay que disolver.

Para disolver hilos de ese tipo se hace absolutamente necesario que los caminos del artífice y los de la persona afectada por el mal vuelvan a cruzarse, ya sea en este mundo o en el más allá, hasta que se alcance la comprensión y tenga lugar el perdón. La consecuencia de ello es que la ascensión del artífice de semejantes entes no podrá realizarse hasta que no tenga lugar la ascensión del individuo afectado por ello. Los hilos de conexión o del destino lo retendrán mientras no se verifique una liquidación de cuentas por medio de la enmienda y el perdón.

¡Pero eso no es todo! Bajo el refuerzo de la «fuerza» viviente, el operar de esa volición intuitiva tiene un efecto mucho mayor todavía; ya que la misma no solo puebla el mundo etéreo, sino que también dirige los destinos de toda la Poscreación, de la cual forman parte la Tierra y todos los astros que la rodean. De manera que también trae repercusiones en la materia física, repercusiones que pueden ser constructivas o destructivas. Con esto el hombre debería acabar de darse cuenta de cuántos disparates ya ha hecho en lugar de cumplir esos deberes suyos impuestos por las facultades de su espíritu, para bendición de esta Poscreación y de todas las criaturas. El hombre pregunta a menudo por el por qué de la lucha que se observa en la naturaleza, y sin embargo, en la Poscreación lo sustancial se rige... por la condición de los hombres. Con la excepción de las sustancialidades primordialmente creadas. –Pero continuemos con el tema que nos ocupa–:

Las creaciones de la volición intuitiva del espíritu humano, los referidos entes, no dejan de existir tras desprenderse de su artífice, sino que continúan su existencia como entes independientes, ello siempre y cuando reciban alimento de espíritus humanos de una naturaleza afín a su especie. No tiene necesariamente que tratarse de su artífice. Estos entes independientes buscarán entonces una ocasión propicia para adherirse a esta o aquella persona que se preste a ello o a personas que meramente tengan una defensa débil. Cuando se trata de entes malos, estamos en presencia de los demonios, surgidos de la envidia, del odio y de todo lo que está en esa línea. Si los entes son buenos, empero, estaremos en presencia entonces de los seres bienhechores que no hacen otra cosa que fomentar la paz amorosamente y ayudar a la ascensión.

En todos estos sucesos no es en absoluto necesario alguna acción terrenalmente visible por parte de los hombres. Semejante acción no hace sino agregar más cadenas o hilos que por fuerza han de ser liquidados en los planos físico-materiales y que hacen necesaria una nueva encarnación cuando esta liquidación no ha podido tener lugar en una vida terrenal.

Estos entes de la volición intuitiva humana encierran fuerza en su interior porque surgen de la volición espiritual en conexión con la «neutral fuerza principal» y, lo que es más importante, porque, por razón de ello, al formarse, toman de lo sustancial, que es esa modalidad a partir de la cual se desarrollan los gnomos, etc. La volición de un animal no es capaz de llevar a cabo esto, ya que el alma animal no tiene nada espiritual en su ser, sino sólo sustancial. De modo que se trata de algo que sólo ocurre con los entes de la volición intuitiva humana y que, por tanto, cuando la volición es buena, ha de traer por fuerza poderosas bendiciones, pero cuando es mala, no puede menos que resultar en daños incalculables, ya que el núcleo sustancial de semejantes entes tiene fuerza motriz propia, la cual lleva inherente la facultad de repercutir en todo lo físico-material. Y con ello la responsabilidad del espíritu humano alcanza proporciones gigantescas. Su volición intuitiva crea, según su naturaleza, tanto los seres bienintencionados como los demonios vivientes.

Ambos son meramente productos de la facultad del espíritu humano en la Poscreación. Ahora, ese núcleo suyo con animación propia y cuya actividad, por ende, resulta impredecible no proviene de esa sustancialidad con facultad volitiva de la que provienen las almas animales, sino de una gradación inferior de sustancialidad que no posee facultad volitiva propia. En la sustancialidad, como también en la subdivisión del espíritu que se encuentra encima de ella, hay muchas gradaciones y especies especiales sobre las que tendré que hablar más adelante41.

Para mayor aclaración, diré que lo sustancial también tiene contacto con una fuerza viva que reposa en la Creación pero que no es la misma que la fuerza con la que el espíritu humano tiene conexión, sino meramente una gradación de ésta.

Y justo esas diferentes posibilidades e imposibilidades de conexión son las más estrictas veladoras del orden en la Poscreación y resultan en una estructura firme e inamovible en todo devenir y fenecer.

Así de trascendental es, pues, la actividad del espíritu humano. Fijaos por una vez en los hombres hoy día y hacedlo observando debidamente y teniendo en cuenta lo dicho hasta ahora, y podéis imaginaros cuánta calamidad éstos han causado ya; máxime cuando se toma en consideración las demás consecuencias de la actividad de estos entes vivientes, que, a fin de cuentas, les son echados encima a todas las criaturas. Es como con la piedra, que, una vez que sale de la mano, escapa al control y la voluntad de quien la ha lanzado.

Junto a estos entes, cuya vasta actividad e influencia requeriría de un libro entero para poder ser descrita, hay otra especie que está estrechamente ligada a dichos entes, pero que constituye una subdivisión más débil. Pese a ello, sigue siendo lo suficientemente peligrosa como para molestar a muchos seres humanos, frenarlos e incluso hacerlos caer. Se trata de los entes de los pensamientos, o sea, las formas mentales, los fantasmas.

La volición mental, o sea, el producto del cerebro terrenal, no tiene, a diferencia de la volición intuitiva, la capacidad de ponerse en contacto directo con la neutral fuerza principal que reposa en la Creación. Por consiguiente, estas formas carecen también del núcleo autoactivo del que disponen los entes generados por la intuición, entes estos que, comparados con las almas animales, podemos llamar meramente «sombras de alma sustanciales». Dichas formas mentales permanecen en todo caso dependientes de su artífice, con el cual se encuentran conectadas como sucede en el caso de los entes de la volición intuitiva. O sea, mediante un cordón de alimentación que, al mismo tiempo, constituye la vía por la que regresan los efectos retroactivos. Sobre este tipo de formas ya he dado información precisa anteriormente, en la disertación «Formas mentales»42. Así que puedo ahorrarme una repetición aquí.

En la ley del efecto recíproco, las formas mentales son el grado más debil. No obstante, empero, tienen efectos bien nefastos y son capaces no solo de causar la destrucción de espíritus humanos, sino que también pueden contribuir a la devastación de regiones cósmicas enteras cuando han sido alimentadas y fomentadas sobremanera por los hombres y han obtenido así un poder insospechado, como ha sucedido en los últimos milenios.

Así, todo el mal ha surgido únicamente por causa de los hombres mismos. Por causa de esa volición intuitiva y esa volición mental suyas de carácter desenfrenado y falso, como también por causa de su frivolidad en este respecto. –

Son única y exclusivamente estos dos dominios, el reino de los entes de la volición intuitiva humana y el reino de las formas de la volición mental humana –en los cuales, como es natural, se encuentran espíritus humanos de verdad que están obligados a vivir ahí–, lo que ha constituido el campo de acción y el horizonte de los más grandes «magos» y «maestros» de todos los tiempos, los cuales se han enredado en ellos y, al pasar finalmente al otro mundo, se han visto retenidos en ellos también. ¿Y cuál es el panorama hoy día?

Los «grandes maestros del ocultismo», los «iluminados» de tantas sectas y logias... todos ellos no corren mejor suerte. Maestros son ellos únicamente en esos dominios. Su vida transcurre entre entes de su propia creación. Sólo ahí pueden ser «maestros», pero no en la vida etérea propiamente dicha. Su poder y su maestría jamás llegarán tan lejos.

Se trata de personas dignas de lástima, da igual si se confiesan practicantes de la magia negra o de la blanca, todo según si la volición es mala o buena...; se han creído y se creen poderosos cuando de fuerza del espíritu se trata y, en realidad, son menos que una persona ignorante en esas cosas. Ésta, en su cándida simpleza, se encuentra muy por encima de los inferiores campos de acción de esos ignorantes «príncipes del espíritu», o sea, está más arriba en espíritu que éstos.

Todo estaría bien y no habría problemas si las repercusiones de la actividad de esos grandes cayeran retroactivamente sólo sobre ellos mismos, pero, con sus esfuerzos y actividades, semejantes «maestros» les dan movimiento a esas regiones bajas de por sí insignificantes y, al revolverlas innecesariamente, las convierten en peligros para todos los de defensa débil. Afortunadamente, para los demás resultan inofensivas; ya que un espíritu humano inofensivo que vive su existencia alegre como un niño, asciende con facilidad por encima de estas regiones bajas, en las que estos sabios se revuelcan y acaban siendo retenidos por esas formas y entes fortalecidos por ellos mismos. Con toda la seriedad con que esto ha de ser tomado, visto desde arriba resulta indescriptiblemente risible y trágico, resulta indigno de un ser humano. Ya que, hinchados por un engreimiento falso y adornados con oropel, lo que hacen semejantes individuos es arrastrarse y reptar de aquí para allá diligentemente con el fin de insuflarle vida a semejante reino. Un reino de sombras en la verdadera acepción de la palabra, todo un mundo de apariencias que resulta capaz de simular lo habido y por haber. Y aquel que le da nacimiento al final no puede controlarlo y está condenado a sucumbir. Muchos investigan con entusiasmo en estas regiones bajas y piensan con orgullo en la gran altura que han alcanzado con ello. Sin embargo, un espíritu humano claro y sencillo puede con facilidad atravesar dichas regiones bajas desapercibidamente sin tener que detenerse en ellas por alguna razón.

¿Qué más podría decir de tan «grandes» individuos? Ni uno solo de ellos prestaría atención, ya que por ahora pueden seguir aparentando en ese reino de apariencias suyo lo que jamás podrán ser en la verdadera existencia del espíritu vivo; puesto que ahí habría una sola cosa para ellos: servir. Y con ello se acaba enseguida la pretensión de ser maestros. Es por esa razón por la que se rebelan contra ello, ya que, con la Verdad, es mucho lo que se les quita. Falta el coraje para soportar algo así. ¿Quién deja así de fácil que le echen abajo todo el edificio de su presunción y sus humos? Hay que ser muy correcto y verdaderamente grande como persona para llegar a permitir algo semejante. Y alguien así jamás se hubiera hundido en semejantes redes de la vanidad.

Al analizar la cuestión, empero, hay algo que resulta desalentador: ¿Qué tan grande o, mejor dicho, qué tan pequeño será el número de individuos que posean una personalidad tan clara y firme, qué tan pequeño será el número de aquellos que dispongan aún de una simpleza tan cándida y alegre que puedan salir ilesos al atravesar estos planos que frívolamente son creados por la volición humana y que son fortalecidos constantemente por ésta? Y es que con ello no se hace sino conjurar un peligro que para todos aquellos que no pertenecen a ese pequeño grupo se vuelve cada vez mayor.

¡Si tan solo los hombres acabaran de volverse verdaderamente videntes en este respecto! ¡¿Cuánta calamidad no se podría evitar?! Con una intuición y un pensar puros por parte de toda persona, enseguida todos los planos del más allá de naturaleza lúgubre y oscura perderían inevitablemente tanta fuerza que incluso los espíritus humanos que aún se encuentran retenidos en ellos, luchando por salir de ahí, encontrarían más rápido la liberación, ya que entonces les sería más fácil escaparse de semejante entorno, al volverse éste cada vez más débil. –

Exactamente así como le sucede a muchos grandes «maestros» aquí en la Tierra, del mismo modo le ocurre también a los espíritus humanos en el más allá, que experimentan todo lo que hay en los diferentes entornos, las formas y los entes, así como lo que sienten en su interacción con estos, como algo completamente genuino, no importa cuál sea la región en la que se encuentren, ya sea en los lúgubres campos de regiones bajas o en los campos etéreamente más bellos y acogedores... y ya lo experimentado sea ansiedad, alegría, desesperación o también redención liberadora... y, sin embargo, no se encuentran en modo alguno en el dominio de la vida real; antes bien, lo único que hay de vivo ahí son ellos mismos. Todo lo demás, ese entorno suyo de carácter heterogéneo y sujeto a cambios sólo puede surgir a través de ellos mismos y de los que son como ellos aquí en la Tierra.

Incluso el infierno mismo es meramente un engendro de los espíritus humanos; es algo que existe, eso es verdad, y que también entraña serios peligros y causa un terrible sufrimiento, pero depende completamente de la volición de todas esas personas cuyos sentimientos intuitivos le suministran al infierno la fuerza que garantiza su pervivencia, fuerza esta que proviene de la fuerza neutral de Dios, la cual reposa en la Creación para ser usada por los espíritus humanos. De modo que el infierno no es una institución de Dios, sino una obra de los hombres.

Quien comprenda esto debidamente y utilice este saber con conocimiento de causa habrá de ayudar a muchos, y él mismo ascenderá más fácil hacia la Luz, que es donde único todo es vida verdadera.

¡Si los hombres tan siquiera se abrieran lo suficiente como para que fueran capaces de vislumbrar el gran tesoro que tienen en esta Creación! Un tesoro que ha de ser encontrado y desenterrado por todo espíritu humano, es decir, que ha de ser usado con conocimiento de causa; se trata de la neutral fuerza principal de la que tanto he hablado. Ésta no hace distinción entre el bien y el mal, sino que está al margen de estos conceptos; se trata simplemente de «fuerza viva».

Toda volición intuitiva de una persona actúa como llave de las arcas del tesoro y obtiene contacto con esa excelsa fuerza. Tanto la buena volición como la mala. Ambas son reforzadas por la «fuerza» y cobran vida por medio de ésta, ya que dicha fuerza enseguida establece conexión con la volición intuitiva. Pero sólo con ésta, y con nada más. La naturaleza de la volición la pone el hombre; eso queda completamente a discreción suya. La fuerza no introduce nada bueno ni nada malo, es simplemente «fuerza» y anima lo que el hombre ha querido.

Sin embargo, aquí es importante tener presente que el hombre no lleva esta fuerza animadora en su interior, sino que sólo posee la llave de la fuerza, en la facultad de su sentir intuitivo. De modo que él es el administrador de esa fuerza creadora y formadora que trabaja conforme a su voluntad. Por esa razón es por la que tiene que rendir cuentas sobre su función como administrador, la cual ejerce a cada momento. Sin estar consciente de ello, empero, lo que hace es jugar con fuego como un niño ignorante y, como éste, ocasiona, por tanto, grandes daños. Sin embargo, él no tiene por qué ser ignorante. El que lo sea es culpa suya. Todos los profetas y, por último, el Hijo de Dios se han esforzado, por medio de parábolas y enseñanzas, en aportar claridad sobre este punto y en mostrar el camino que los hombres han de seguir y de qué manera tienen que sentir, pensar y actuar para andar dicho camino correctamente.

Pero ha sido en vano. Los hombres no han hecho sino continuar jugando a su antojo con ese inmenso poder que les ha sido confiado, sin hacer caso de las advertencias y consejos de la Luz, y de esa manera, traen ahora, por último, el colapso y la destrucción de sus obras y de sí mismos; ya que esa fuerza opera de manera completamente neutral y refuerza tanto la buena como la mala volición de un espíritu humano, pero así mismo hace añicos friamente y sin vacilar al coche y su conductor, como sucede con los automóviles que son mal conducidos. Supongo que esta metáfora sea lo bastante clara. Con su volición y sus pensamientos los hombres dirigen los destinos de la Poscreación entera, como también los suyos, y ni idea tienen de ello. Los hombres fomentan el florecimiento o la muerte, pueden alcanzar el progreso en la más plena armonía o también esa loca confusión que se da hoy día. En lugar de hacer gala de buen juicio y actuar de manera constructiva, lo único que hacen es desperdiciar tiempo y energías en nimiedades baldías, de las cuales hay bastantes. Gente razonable le llama castigo y juicio, lo cual es correcto en cierto sentido, y, no obstante, han sido los hombres mismos quienes han provocado lo que está pasando ahora.

Sobradas veces ha habido pensadores y observadores que ya han vislumbrado todo esto, pero los mismos se han equivocado al erróneamente suponer que ese poder del espíritu humano representa una señal de su propia divinidad. Eso es un error que dimana meramente de un examen basado unilateralmente en lo que es perceptible a simple vista. El espíritu humano no es Dios ni es divino. Esos sabelotodos ven meramente el caparazón del acaecer, y no la esencia. Confunden los efectos con la causa. De esa insuficiencia han dimanado, lamentablemente, muchas doctrinas erróneas y mucho engreimiento. Por eso vuelvo a recalcar una vez más que la fuerza de Dios, que constantemente recorre la Creación y reposa en Esta, le es dada a los espíritus humanos sólo como préstamo. A éstos les es posible encauzarla al hacer uso de ella, mas no la tienen en su interior; la fuerza no es algo propio de ellos. Pues le pertenece únicamente a lo divino. Lo divino, empero, la usa sólo para el bien, ya que no conoce la oscuridad en absoluto. En cambio, los espíritus humanos, a los que la fuerza les es prestada, lo que hacen es crear con ella una guarida de asesinos.

Por eso vuelvo a hacerles a todos un llamado urgente: ¡Mantened puro el hogar de vuestra volición y vuestros pensamientos, que así sembraréis la paz y seréis felices! De esa manera la Poscreación habrá por fin de llegar a parecerse a la Creación Primordial, en la que sólo reinan la Luz y la alegría. Todo eso está en manos del hombre, está dentro de las posibilidades de todo espíritu humano consciente de sí mismo, el cual deja así de ser un forastero en esta Poscreación. – –

Muchos oyentes y lectores estarán deseando para sus adentros que acompañe mis aclaraciones con alguna ilustración pertinente de semejante acaecer, que ofrezca una perspectiva viva en aras de un mejor entendimiento. Otros, por su parte, lo hallarán importuno. Puede que estén también los que se digan que con ello estoy menoscabando la seriedad de lo dicho, ya que la reproducción de un suceso vivo en estos planos puede ser tomada fácilmente como algo ilusorio o como desvaríos propios de un médium. De hecho, ya he tenido que oír cosas por el estilo después de publicar mis disertaciones «El Santo Grial» y «Lucifer». Sin embargo, las personas que investigan a fondo y que no tienen tapados sus oídos espirituales se percatarán de para qué digo esto. Es solo a ellos a quienes va dirigida esta ilustración que quiero dar sobre la cuestión, ya que ellos sabrán que no se trata ni de ilusiones ni de desvaríos de un médium, sino de algo más.

Así que tomemos un ejemplo: Una madre se ha quitado la vida ahogándose y, al hacerlo, ha arrastrado también a la muerte terrenal a su hijo de dos años. Al despertar en el más allá, se verá hundiéndose en un agua oscura y fangosa, ya que ese último instante terrible del alma ha cobrado vida en la materia etérea. Se trata del lugar donde todas las especies afines sufren con ella, en lo que constituye un martirio constante. Y todo esto le sucede mientras sostiene al niño en sus brazos, el cual se aferra a ella muerto de miedo, y ello aunque, en el suceso terrenal, la madre haya lanzado al niño al agua antes de tirarse ella. Esa madre se verá obligada a vivir semejante momento terrible durante un tiempo que puede ser más corto o más largo, todo en dependencia de la condición de su alma, o sea, se verá obligada a estar ahogándose continuamente sin que tenga lugar un fin, sin que ella llegue a perder la conciencia. Esto puede durar décadas, e incluso más, hasta que en el alma despierte ese auténtico pedido de ayuda que estriba en la humildad pura. Y eso no sucede tan fácil, puesto que a su alrededor todo es de la misma especie que ella, y luminoso no hay nada. Lo único que oye son horribles imprecaciones y maldiciones, palabras rudas, y no ve otra cosa que una desalmada falta de consideración.

Puede que entonces, con el tiempo, despierte primero en ella el deseo de al menos proteger a su hijo o de sacarlo de ese terrible entorno y del perenne peligro y tormento. Así que, a expensas de hundirse más ella misma, sostiene al niño de manera que éste se mantenga por encima de la pestilente y viscosa superficie, a la vez que más de una persona en su proximidad se agarra de ella y trata de arrastrarla consigo a las profundidades.

Esas aguas pesadas como el plomo son pensamientos de suicidas por ahogamiento que aún no han adquirido una forma definida pero que ya han cobrado vida en la materia etérea, así como pensamientos de todos aquellos que, estando aún en la Tierra, albergan ideas por el estilo. Estos tienen conexión los unos con los otros y, en su atracción mutua, suministran constantemente nuevo refuerzo, con lo cual el tormento es renovado interminablemente. Esas aguas estarían condenadas a secarse si, en lugar de recibir de la Tierra esa afluencia de su misma especie, recibiera ondas de pensamiento frescas, gozosas y dotadas de la alegría del vivir.

Ahora bien, la preocupación por el niño, la cual hace que con el tiempo el instinto maternal vaya creciendo hasta convertirse en un amor que se desvela y se desvive por el otro, obtiene la fuerza suficiente como para formar el primer escalón en esa escalera de salvamento de la madre que ha de conducirla fuera del tormento que ella se ha creado con semejante terminación prematura de su existencia terrenal. Al querer ahora proteger de ese martirio al niño, a quien, a fin de cuentas, ella misma ha arrastrado a semejante tormento, alimenta así lo noble en su interior, lo cual puede acabar encumbrándola al entorno inmediato superior, que ya no es tan oscuro como ese en el que ella se encuentra.

Ahora, el niño en sus brazos no es en realidad el alma viviente de ese hijo que ella, en un acto homicida, lanzó al agua. Semejante injusticia resulta imposible que se dé. En la mayoría de los casos, el alma viviente del niño retoza en campos soleados, mientras que el niño en los brazos de la madre no es más que... un fantasma, un ente vivo de la intuición de la homicida y también... del niño. Puede tratarse de un ente de culpa, o sea, un ente surgido por el cargo de conciencia, o de un ente de desesperación, de odio, de amor, da igual, la madre cree que es el propio niño vivo, ya que el ente es idéntico al niño y también se mueve como él, llora como él, etc. No voy a entrar en detalles ni en las muchas particularidades que pueden darse.

Se podrían describir innumerables sucesos, cuya naturaleza siempre estará atada a las acciones que les han precedido.

Pero quiero mencionar otro más, como ejemplo de cómo lo que ocurre en este mundo trasciende al más allá.

Pensemos en una mujer o una joven que tiene un embarazo no deseado y que, como sucede en muchos casos, desgraciadamente, hace algo para deshacerse de la barriga. Así todo ocurra sin lesiones corporales, cosa que sucede sólo en casos muy favorables, ello no quiere decir que al mismo tiempo el hecho haya quedado expiado. El mundo etéreo, que es el entorno que le aguarda después de la muerte, toma nota con exactitud y sin dejarse influenciar por nada. A partir del momento mismo en que el hecho ha tenido lugar, se aferra al cuello etéreo de esa mujer que iba a ser madre y que ha hecho algo contra ello un cuerpo etéreo del niño que iba a nacer, y dicho cuerpo no se moverá de ese lugar hasta que el hecho no haya sido expiado. Como es natural, la joven o la mujer afectadas no perciben nada de esto mientras vivan en su cuerpo físico-material aquí en la Tierra. Si acaso, el único efecto de ello que de vez en vez sentirán será una ligera sensación opresiva, ya que, en comparación con el cuerpo físico-material, el cuerpecito etéreo del niño es liviano como una pluma, y hoy día la mayoría de las jóvenes están demasiado embotadas como para sentir ese pequeño peso. Dicho embotamiento, empero, no es en absoluto un avance, como tampoco una señal de disponer de una constitución fuerte y saludable, sino que representa un retroceso, representa la señal de haber sepultado el alma.

Ahora, al tener lugar la muerte terrenal, el peso y la densidad de ese cuerpecito colgante pasan a ser iguales al peso y la densidad del cuerpo etéreo de la madre, que ahora está despojado del cuerpo terrenal, y, con ello, dicho cuerpecito se convierte en una carga segura. Ello no tarda en causarle al cuerpo etéreo de la madre la misma incomodidad que en la Tierra le traería un cuerpo físico-material de un niño agarrado a su cuello. Esto puede llegar a convertirse en un tormento asfixiante, todo en dependencia de la naturaleza del suceso que dio origen a esta situación. En el más allá la madre se verá obligada a arrastrar consigo a todos lados este cuerpo del niño y no se liberará de él hasta que en ella despierte el amor maternal y, renunciando a su propia comodidad y haciendo derroche de abnegada dedicación, ponga todo su esfuerzo en hacerle la existencia al niño lo más llevadera posible y en ofrecerle todos los cuidados. Muchas veces, empero, el camino que hay que recorrer para llegar a ese punto es largo y espinoso.

Como es natural, estos sucesos no están carentes del factor tragicómico. Basta con que uno se imagine a un individuo al que le ha sido retirada la pared divisoria entre este mundo y el más allá que visita a una familia o asiste a una reunión de sociedad. Allí se encuentran quizás varias damas que departen con entusiasmo. Durante la conversación una de las mujeres o de las «señoritas» se muestra indignada por lo que ella considera una inmoralidad y suelta comentarios condenatorios sobre sus semejantes. En todo eso, empero, el visitante ve colgando del cuello de esa misma celosa defensora de la moralidad uno o incluso varios cuerpecitos infantiles. Y no sólo eso, en cada una de las demás personas presentes ve colgadas claramente las obras de su verdadera volición, las cuales a menudo guardan un grotesco contraste con sus palabras, así como con aquello por lo que estas personas gustosamente quieren hacerse pasar y con la imagen que tratan de darle al mundo de sí mismas.

¡¿Cuántos jueces no hay que están más cargados de culpas que la persona condenada por ellos?! Pero bien rápido que pasan los años terrenales, y entonces se verán ante su Juez, para el que cuentan leyes de otro tipo. ¿Y ahí qué?

Desgraciadamente, al hombre, en la mayoría de los casos, le resulta fácil engañar al mundo físico-material; en el mundo etéreo, en cambio, eso está descartado. Ahí, afortunadamente, el hombre se ve obligado a cosechar lo que verdaderamente ha sembrado. Así que nadie tiene por qué desesperar cuando aquí en la Tierra la injusticia se imponga temporalmente. Ni un solo pensamiento maligno quedará sin expiar, así no haya devenido en acción físico-material.

Mensaje del Grial de Abdrushin


Contenido

[Mensaje del Grial de Abdrushin]  [Resonancias del Mensaje del Grial] 

contacto