En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


65. El clamor por el líder

Fijémonos con mayor detenimiento en todas esas personas que muy espiritosamente buscan un líder espiritual y que en encumbramiento interior aguardan su venida. En su opinión, ellos ya están lo bastante preparados espiritualmente como para reconocerlo y oír su palabra.

Si observamos ecuánimemente, veremos muchísimas facciones. La misión de Cristo, por ejemplo, ha tenido un efecto peculiar sobre muchas personas. Éstas se han hecho una falsa idea de la misma. La razón primordial de ello ha sido, como de costumbre, la incorrecta sobrevaloración de sí mismas y la vanagloria.

En lugar de la anterior veneración y la preservación de una lógica separación y una marcada demarcación para con Dios ha surgido, por una parte, un plañidero mendigar que solo quiere recibir pero que por nada del mundo desea hacer algo a cambio. El «ora» sí que lo aceptan, pero no quieren saber nada de que también hay un «labora», un «labora en ti mismo».

Por el otro lado está el que cree ser tan independiente, tan autónomo que puede hacerlo todo él mismo y que, con algo de esfuerzo, puede incluso llegar a ser divino.

También hay muchas personas que solo exigen y esperan que Dios les corra detrás. Como, a fin de cuentas, Él, ya en una ocasión, mandó a Su Hijo, con eso dio prueba de que Le interesa mucho que la humanidad se Le acerque y de que, probablemente, incluso la necesita.

Adonde quiera que uno dirige la mirada sólo encuentra presunción, y nada de humildad. Falta la correcta valoración de uno mismo. –

Primero que nada, es necesario que el hombre se baje de su altura artificial, a fin de que pueda ser hombre de verdad, para como tal comenzar su ascensión.

Hoy día el hombre, hinchado como está en el sentido espiritual, se encuentra sentado en un árbol al pie de la montaña, en lugar de tener ambos pies puestos firmemente en la tierra. Por consiguiente, jamás podrá tampoco subir la montaña como no baje o se caiga del árbol primero.

Es probable, empero, que todos esos que él, desde su altura artificial, mira con arrogancia, y que tranquila y juiciosamente pasan por debajo del árbol y continúan su camino por la tierra, hayan llegado, para ese entonces, a la cima de la montaña.

Mas el acaecer va a venir en su ayuda; puesto que el árbol habrá de venirse abajo, y ello dentro de muy poco tiempo. Quizás al ser lanzado al suelo tan abruptamente desde esa altura precaria cambie entonces de parecer y se decida a asumir una mejor actitud. Ese, empero, será el momento de hacerlo ya, y no tendrá ni un minuto que perder.

Hay muchos que hoy día creen que esta desidia que ha reinado durante miles de años puede continuar de la misma manera.

Arrellanados cómodamente en sus poltronas, aguardan por un fuerte líder.

¡¿Pero cómo es que se imaginan a este líder?! ¡Realmente da pena!

De él esperan, primero que nada, o, mejor dicho, exigen de él, que le prepare el camino de la Luz a todo individuo. Él tiene que esforzarse por tenderles puentes al camino de la Verdad a los adherentes de todos los credos. Él tiene que hacerlo tan fácil y entendible que todo el mundo pueda comprenderlo sin esfuerzo. Tiene que escoger sus palabras de tal forma que la veracidad de las mismas convenza sin la menor dificultad a grandes y chicos de todas las clases sociales.

Como el hombre tenga que esforzarse y pensar por cabeza propia, entonces no puede tratarse del verdadero líder. Ya que, si ese líder está llamado a mostrar el camino guiando por medio de la Palabra, entonces, naturalmente, tiene que esforzarse por los hombres. Queda por él el convencer a los hombres, el despertarlos. A fin de cuentas, Cristo dio incluso Su vida.

Los que así piensan hoy día, y son bastantes, no necesitan siquiera esforzarse, ya que se asemejan a las vírgenes necias y van camino del «demasiado tarde».

Es seguro que el líder no los va a despertar; al contrario, los dejará seguir durmiendo apaciblemente hasta que la puerta sea cerrada y no puedan encontrar admisión a la Luz, por no haber podido soltarse y salir a tiempo del dominio de la materia, para lo cual la Palabra del líder les mostraba el camino.

Ya que el hombre no es tan valioso como se ha figurado. Dios no lo necesita, pero él sí necesita a su Dios.

Como los hombres, con su supuesto progreso, ya no saben qué es lo que en realidad quieren, se tendrán que enterar de una vez de qué es lo que deben hacer.

Ese tipo de personas seguirá de largo en su búsqueda e incluso se dará el lujo de criticar con aires de superioridad, tal como tantas personas en tiempos de antaño pasaron de largo por al lado de Ése para cuya venida todo el mundo había sido preparado por medio de las revelaciones.

¡¿Cómo puede la gente imaginarse así a un líder espiritual?!

Este no le hará ni la más mínima concesión a la humanidad y exigirá allí donde la gente espera que dé.

Aquella persona, empero, que sea capaz de razonar con seriedad no tardará en darse cuenta de que justo en esa exigencia severa e implacable de un pensar alerta reside lo mejor que le hace falta para su salvación a esa humanidad que tanto se ha enredado en su pereza espiritual. Justo por el hecho de que un líder exige de antemano viveza espiritual, esfuerzo propio y una voluntad seria para poder entender su Palabra es que a éste se le hace fácil separar la paja del trigo desde el comienzo mismo. En ello reside una actividad automática, como es el caso con las leyes divinas. Aquí también los hombres reciben exactamente de acuerdo a lo que ellos quieren en realidad. – –

Pero también está el tipo de gente que se cree bien viva.

Como es natural, la idea que esos se han hecho de un líder es completamente distinta, como uno puede leer en crónicas y comentarios. Dicha idea, empero, no es menos grotesca; ya que lo que esa gente espera es... un acróbata espiritual.

En todo caso, miles asumen ya que la clarividencia y la clariaudiencia, la claripercepción, etc. serían un gran avance, lo cual, sin embargo, no es el caso en realidad. Algo así, no importa si ha sido aprendido, cultivado o incluso es un don congénito, nunca podrá elevarse más allá de la Tierra, o sea, se mueve únicamente dentro de límites inferiores que jamás podrán aspirar a altura alguna y que, por tanto, carecen de valor significativo.

¿Acaso pretenden ayudar a los hombres a ascender mostrándoles cosas etéreas del mismo nivel que ellos ocupan o enseñándoles a ver u oír dichas cuestiones del más allá?

Eso no tiene nada que ver con la verdadera ascensión del espíritu; como tampoco sirve de nada para el acontecer terrenal. No se trata más que de malabarismos en lo espiritual, interesantes para algunos, pero totalmente carentes de valor para la humanidad en su conjunto.

Que todos esos deseen un líder que sea de su misma naturaleza pero que sepa más que ellos es algo que, al fin y al cabo, resulta bien fácil de entender. –

Sin embargo, hay un grupo grande que va todavía más lejos, llegando a lo ridículo. Y que, no obstante, se lo toman muy en serio.

Esos toman como prueba de liderazgo algo que para ellos es requisito básico, a saber, que un líder... no pueda resfriarse, por poner un ejemplo. Quien se pueda resfriar ya queda descartado; puesto que, en la opinión de esos, ello no corresponde con un líder ideal. Alguien fuerte tiene, en cualquier caso, que, más que nada, estar completamente por encima de esas nimiedades con su espíritu.

Ello puede que suene como algo inventado y absurdo, pero se trata de algo tomado de la realidad y representa una tenue repetición del clamor de antaño: «¡Si eres el Hijo de Dios, ayúdate a ti mismo y baja de la cruz!». –Eso es lo que grita la gente ya desde ahora, aún antes de que aparezca semejante líder.

¡Pobres e ignorantes que son estas personas! Aquel que prepara su cuerpo de manera tan unilateral que éste, en ocasiones, al ser sometido a cierta fuerza por parte del espíritu, se vuelve insensible, no es para nada alguien grande y brillante. Esos que lo admiran se asemejan a los niños de siglos pasados que, boquiabiertos y con brillo en los ojos, seguían las contorsiones de los saltimbanquis itinerantes a la vez que en ellos despertaba el ardiente deseo de poder hacer algo así.

Muchísimos de esos que hoy día se llaman buscadores de Dios o buscadores en el campo del espíritu tienen la misma falta de madurez en el área espiritual que los niños de aquel entonces en ese ámbito enteramente terrenal.

Pero vayamos un poco más allá en nuestras reflexiones: esas personas ambulantes de las que acabo de hablar se fueron desarrollando cada vez más y se convirtieron en los acróbatas de los circos y los cabarets. Su habilidad creció enormemente, e incluso en el día de hoy hay miles de personas difíciles de complacer que a diario contemplan esos espectáculos con renovado asombro y, a menudo, con estremecimiento interior.

Pero ¿acaso ganan algo con ello? ¿Qué se llevan consigo después de esas horas? Y ello pese a que muchos acróbatas arriesgan la vida en sus espectáculos. No ganan ni se llevan consigo lo más mínimo; puesto que incluso en su mayor perfección semejantes cosas habrán de permanecer siempre y sin excepción en el marco de los cabarets y los circos. Siempre servirán de entretenimiento no más, pero nunca conducirán a un beneficio para la humanidad.

Sin embargo, es semejante acrobatismo en el ámbito espiritual lo que la gente hoy día busca como rasero para un líder espiritual.

¡Dejad a semejantes personas con sus saltimbanquis espirituales! ¡Pronto experimentaráncon creces adónde conduce eso! No saben siquiera qué es lo que en realidad pretenden con ello. En sus mentes piensan: «Grande es sólo aquel que con su espíritu domina el cuerpo de tal forma que éste ya no sepa lo que es enfermarse.».

Toda formación de ese tipo es unilateral, y la unilateralidad sólo trae lo malsano, lo enfermo. Con esas cosas no se fortalece el espíritu, sino que no se hace más que debilitar el cuerpo. El equilibrio necesario para la sana armonía entre el cuerpo y el espíritu queda desplazado, y ello resulta en que semejante espíritu acaba separándose demasiado prematuramente de ese cuerpo maltratado que ya no le puede garantizar la sana y vigorosa resonancia para las vivencias terrenales. Pero, entonces, el espíritu se queda sin dichas vivencias y pasa al más allá sin haber alcanzado la madurez. Y se verá obligado a vivir su existencia terrenal una vez más. Se trata de malabarismos espirituales y nada más, malabarismos que tienen lugar a expensas del cuerpo físico, el cual en realidad se supone que ayude al espíritu. El cuerpo forma parte de una etapa del desarrollo del espíritu. Ahora, si es debilitado y oprimido, no podrá entonces servirle de mucho al espíritu tampoco; ya que sus irradiaciones serán demasiado lánguidas como para traerle al espíritu la plenitud de fuerzas que éste necesita.

Si una persona quiere reprimir una enfermedad, está obligada a causar espiritualmente sobre el cuerpo la presión de un éxtasis, similar a como, a menor escala, el temor a ir al dentista puede reprimir los dolores. Es probable que un cuerpo pueda aguantar semejante estado de excitación una vez, quizás varias veces, sin que sufra daños serios, pero no permanentemente.

Y si un líder hace o aconseja algo así, entonces no merecer ser líder; pues con ello está violando las leyes naturales en la Creación. El hombre terrenal ha de preservar su cuerpo como un bien que le ha sido confiado y ha de tratar de promover la sana armonía entre el cuerpo y el espíritu. Si ésta es perturbada, por medio de una represión unilateral, ello no constituye progreso o ascenso alguno, sino un obstáculo absoluto y trascendental para el cumplimiento de su cometido en la Tierra, así como en la materia en general. La plena fuerza del espíritu con miras a su actividad en la materia se pierde con ello, ya que el espíritu, en todo caso, necesita al efecto de la fuerza de un cuerpo terrenal que no esté subyugado y que armonice con el espíritu. Ese al que la gente, por causa de cosas semejantes, llama maestro es menos que un discípulo; se trata de alguien que no conoce en absoluto las tareas del espíritu humano y sus necesidades evolutivas. Semejante individuo es incluso una plaga para el espíritu.

Muy pronto se percatarán dolorosamente de su estupidez.

Todo falso líder, empero, se verá obligado a vivir una amarga experiencia: su ascensión en el más allá sólo podrá comenzar cuando el último de todos esos que él ha retenido o incluso descarriado con su jugueteo espiritual haya alcanzado la comprensión. Mientras sus libros y sus escritos sigan teniendo repercusión aquí en la Tierra, él permanecerá retenido al otro lado, así ya haya alcanzado entretanto una mejor comprensión.

Aquel que le aconseje a los hombres las prácticas ocultas les estará dando a estos piedras en vez de pan y estará demostrando así que ni siquiera tiene una ligera noción del verdadero acaecer en el más allá, mucho menos de todo el mecanismo cósmico. – –

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