En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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56. «Baja de la cruz»

«Si eres el Hijo de Dios, ¡baja de la cruz! ¡Ayúdate a ti mismo y a nosotros!». Con burla resonaban estas palabras dirigidas al Hijo de Dios, que sufría en la cruz bajo los abrasadores rayos del Sol. Quienes las gritaban se creían muy listos, y se burlaban, cantaban victoria, y soltaban carcajadas llenas de odio, sin que en realidad hubiera una razón para ello; puesto que, después de todo, el sufrimiento de Cristo ciertamente no era motivo de burla o sorna, mucho menos de risa. Y de hecho, esas burlas y esas risas suyas hubieran cesado de inmediato si ellos hubieran podido «ver» por tan solo un instante lo que en ese mismo momento estaba sucediendo en los reinos etéreo y espiritual; ya que sus almas, en ese mismo instante, quedaron fuertemente atadas por milenios. Y si bien en lo físico-material el castigo no pudo hacerse visible tan rápidamente, éste, no obstante, se produjo en todas las posteriores vidas terrenales que esas sacrílegas almas se vieron obligadas a vivir debido a ello.

En ese entonces los burlones se creyeron listos. Sin embargo, no pudieran haber dado un testimonio más fehaciente de su estrechez que semejantes palabras, puesto que estas contienen el más pueril parecer que uno pueda imaginarse. Los que así hablan están, por tanto, muy lejos de cualquier entendimiento de la Creación y de la voluntad de Dios en dicha Creación. ¡¿Cuán deprimente no es, pues, la triste certeza de que hoy también una gran parte de esos que todavía creen en Dios y en la misión que Su Hijo vino a cumplir en aquel entonces creen firmemente que Jesús de Nazaret hubiera podido bajar de la cruz si tan solo lo hubiera querido?!

Después de dos mil años, todavía la misma somnolienta estrechez, sin ningún cambio hacia el progreso. Según el ingenuo modo de ver de muchos creyentes en Dios, Cristo, por venir de Dios, tenía que gozar de libertad ilimitada en sus acciones en la Tierra.

Esas son expectativas nacidas de la más malsana ingenuidad; se trata de una creencia que dimana de la pereza en el pensar.

Con la encarnación, el Hijo de Dios «quedó bajo la ley», es decir, Él se sometió con ello a las leyes de la Creación, a la inmutable voluntad de Dios en la Creación. Y en ese caso no hay cambio alguno en lo tocante al cuerpo terrenal y atado a lo terrestre. Cristo, en obediencia a la voluntad de Dios, se puso voluntariamente bajo esta ley; y Él no vino a cambiar la ley, sino a cumplirla con su encarnación en la Tierra.

Es por eso por lo que Él también quedó atado a todo lo que el hombre terrenal está atado y, pese a Su condición de Hijo de Dios, Su fuerza divina y Su poder, no podía bajar de la cruz mientras se encontrara en el cuerpo de carne y hueso. Eso hubiera equivalido a una subversión de la voluntad divina en la Creación.

Dicha voluntad, empero, es perfecta desde el comienzo mismo; en todas partes, no solo en lo físico-terrenal, sino también en lo etéreo, así como en lo sustancial y en lo divino, con todas sus gradaciones y sus transiciones.

El obrar, la fuerza y el poder divinos no se manifiestan por medio de demostraciones exhibicionistas, sino de una forma muy diferente. Precisamente lo divino siempre va a vivir en el absoluto cumplimiento de la voluntad divina solamente y jamás va a querer otra cosa. Y ese es el caso también con el hombre que lleve en su interior una elevada madurez espiritual. Cuanto mayor sea su desarrollo, más incondicional, espontánea y alegremente se someterá a las leyes divinas en la Creación. Jamás, empero, esperará una acción arbitraria y fuera del marco de las operantes leyes de la Creación, ya que cree en la perfección de la voluntad divina.

Si un cuerpo físico-material es clavado a la cruz, pero clavado de verdad, es imposible que éste se pueda soltar sin recibir ayuda, ayuda físico-material. Eso es ley según la divina voluntad de la Creación, una ley que no puede ser franqueada. Aquel que piensa de otra manera y espera otra cosa no cree en la perfección de Dios ni en la inmutabilidad de Su voluntad.

Y el que los hombres, pese a su presunto progreso en saber y en facultades, no han cambiado aún y todavía se encuentran al mismo nivel de aquel entonces lo demuestran ellos mismos al volver a clamar hoy día:

«Si él es el Hijo del Hombre, entonces puede, cuando quiera, producir las catástrofes que están anunciadas.». Los hombres dan esto por supuesto, como si fuera algo lógico. Pero eso, con otras palabras, quiere decir: «Si no puede, entonces no es el Hijo del Hombre.».

Sin embargo, los hombres saben bien que, como Cristo, el Hijo de Dios, ya señaló una vez, nadie aparte de Dios conoce la hora en que el Juicio comienza. De modo que cuando los hombres hablan así están expresando doble duda. Duda en el Hijo del Hombre y duda en la Palabra del Hijo de Dios. Y además de eso, la frase en cuestión da también fe de la falta de entendimiento respecto de la Creación entera; da fe de la completa ignorancia en justo todo aquello que toda persona necesita saber con la mayor urgencia.

Si el Hijo de Dios tuvo que, al encarnar, someterse a la voluntad divina en la Creación, es lógico que el Hijo del Hombre no pueda estar por encima de estas leyes. El estar por encima de estas leyes en la Creación es completamente imposible. Aquel que entra en la Creación se pone así bajo la ley de la voluntad divina, la cual nunca cambia. Ese es también el caso tanto con el Hijo de Dios como con el Hijo del Hombre. Lo único que trae una gran laguna en la posibilidad de comprensión de todo esto es el hecho de que los hombres jamás han buscado estas leyes de Dios en la Creación y, por ende, hasta el día de hoy no las conocen en absoluto, y en su lugar solo han encontrado de vez en vez pequeñas fracciones de estas leyes, y ello prácticamente de casualidad.

Si bien Cristo hizo milagros que distan mucho de las facultades de los hombres terrenales, esto no da derecho a pensar que Él no necesitaba preocuparse por las leyes de la voluntad de Dios que yacen en la Creación y que con Sus acciones se salía del marco de estas leyes. Eso está descartado. Incluso cuando hizo milagros, Sus acciones estaban en completa conformidad con las leyes de Dios y no eran arbitrarias. Con estos milagros lo único que hizo fue demostrar que trabajaba con fuerza divina, y no con fuerza espiritual, y, como es lógico, con Sus resultados se fue, por ende, muy por encima de lo que le es posible a un ser humano. Ahora, dichos milagros no estaban fuera de los límites definidos por las leyes en la Creación; al contrario, se ajustaban completamente a estas leyes.

El hombre se ha quedado tan atrás en su evolución espiritual que ni siquiera es capaz de desarrollar plenamente las fuerzas espirituales que tiene a su disposición; de lo contrario, realizaría cosas que, para los conceptos actuales, lindarían en lo milagroso.

Como es natural, empero, con la fuerza divina se pueden crear obras de otra dimensión, obras que jamás podrán ser logradas con fuerza espiritual y que ya en su sola naturaleza se diferencian del más elevado obrar espiritual. Pero, pese a ello, todo acontecer queda dentro de los límites definidos por el orden divino. Nada va más allá de estos límites. Los únicos que perpetran actos arbitrarios dentro de esos límites de su libre albedrío que se les han impuesto son los hombres, ya que éstos, en realidad, jamás se han amoldado a la voluntad de Dios allí donde, como hombres, tienen cierta libertad de actuar según estimen conveniente. En tales casos siempre han puesto por delante su voluntad. Y con ello se paralizaron a sí mismos y jamás pudieron ascender más alto de lo que su volición intelectual les permitió, volición esta que está atada a lo terrenal.

De modo que los hombres ni siquiera conocen las leyes en la Creación que activan o liberan su poder espiritual, las leyes en las que pueden desplegar este poder espiritual suyo.

Tanto más asombroso les resulta entonces el despliegue de la fuerza divina. Por esa misma razón, empero, es por la que no son capaces de reconocer la fuerza divina como tal o esperan cosas de esta fuerza que se encuentran fuera de los límites definidos por las leyes divinas dentro de la Creación. Ahora bien, una de estas cosas sería el descenso de la cruz físico-material de un cuerpo físico-material.

La resurrección de muertos con fuerza divina no está fuera del marco de las leyes divinas, siempre y cuando tenga lugar dentro de cierto tiempo, tiempo este que varía de persona a persona. Cuanto más haya madurado un alma que está en proceso de separación del cuerpo físico-material, tanto más rápido se liberará de éste y tanto más corto será el tiempo de que, según la ley natural, se dispondrá para poder llamar de vuelta a dicha alma, ya que ello sólo puede suceder mientras el alma en cuestión aún esté ligada al cuerpo.

Mientras el puente no haya sido cortado aún, el alma animada por el espíritu está obligada a hacerle caso a la voluntad divina, es decir, a la fuerza divina, y, obedeciendo a su llamado, regresar al cuerpo físico-material que ya había abandonado.

Si bien aquí se habla de fuerza divina y fuerza espiritual, ello no niega el hecho de que en realidad solo existe una fuerza, la cual proviene de Dios y atraviesa la Creación entera. Ahora, hay una diferencia entre la fuerza divina y la fuerza espiritual. La fuerza espiritual está gobernada por la divina, de donde proviene. No se trata de una fuerza divina debilitada, sino de una fuerza modificada, la cual, con esa modificación sufrida, devino en otra especie y recibió así límites más estrechos en su capacidad de actuación. De modo que se trata de dos tipos de fuerzas operantes de naturaleza diferente y, al mismo tiempo, de una sola fuerza. A esta fuerza espiritual se le suma la fuerza sustancial, la cual es una fuerza espiritual modificada. O sea que tenemos tres fuerzas básicas: las fuerzas espiritual y sustancial, y la fuerza divina, que alimenta y gobierna a las dos primeras. Las tres han de ser consideradas una sola. Más fuerzas ya no hay, solo muchas variantes que han surgido de las especies básicas espiritual y sustancial y que, por tanto, son diferentes en las repercusiones de su operar. Con la modificación sufrida, cada variante trae, a su vez, leyes igualmente modificadas que, pese a ello, siempre guardarán un nexo consecuente con la especie básica, pero que, debido a la modificación de la fuerza, exteriormente darán la apariencia de no guardar ningún vínculo con dicha especie básica. Todas las especies, incluidas las especies básicas, están ligadas a la suprema ley de fuerza divina y, con sus leyes modificadas, solo pueden ser diferentes en su forma exterior. Es por eso por lo que se manifiestan de manera diferente, ya que toda especie y variante fuera de la voluntad divina no es más que una disociación de especie y, por consiguiente, un mero valor fragmentario, el cual, a su vez, sólo puede tener disociaciones de leyes. Éstas disociaciones de leyes tienden hacia el todo, hacia lo perfecto, de donde han derivado: la pura fuerza divina, que es lo mismo que la voluntad divina, la cual, en los efectos de su operar, se manifiesta como ley inmutable y diamantina.

Toda fuerza trabaja, conjuntamente con sus variantes, en las materias etérea y física de turno conforme a la respectiva especie, y forma allí, a través de su diversidad, mundos o planos igualmente diversos, mundos que vistos individualmente son tan solo una obra fragmentaria de la Creación en su conjunto, ya que la fuerza que los formó también es solo una fracción modificada de la perfecta fuerza de Dios, y las leyes con que opera no son leyes perfectas, sino meramente disociaciones de leyes. Solo todas las leyes de cada plano individual tomadas en su conjunto arrojan entonces leyes perfectas, leyes que han sido instauradas por la voluntad divina en la Creación Primordial, en el reino puramente espiritual.

Es por eso también por lo que la simiente de un espíritu humano está obligada a recorrer todos los planos del Universo, a fin de experimentar en sí las leyes de cada uno de estos planos y de hacer que dichas leyes cobren vida en su interior. Una vez que haya recogido todos los buenos frutos que estas leyes arrojen, entonces habrá verdaderamente tomado conciencia de ellas. Es por eso que entonces, al hacer un uso adecuado y grato a Dios de las leyes en cuestión, le es posible entrar al Paraíso, adonde es trasportado por los efectos del operar de estas leyes, a fin de que, desde allí, intervenga con conocimiento de causa en las disociaciones de planos que se encuentran por debajo de él para prestar ayuda y fomentar el desarrollo en estos planos, lo cual constituye el más elevado cometido de un espíritu humano completo. Un abarrotamiento jamás puede tener lugar, ya que los planos del Universo existentes hoy día pueden ser ampliados ilimitadamente: a fin de cuentas, estos flotan en el infinito.

Así, el reino de Dios se hace entonces más y más grande, ampliado y ensanchado cada vez más por la fuerza de los espíritus humanos puros, para los que la Poscreación ha de devenir en campo de acción, campo este que pueden dirigir desde el Paraíso, toda vez que ellos mismos ya han recorrido todas sus partes y han llegado así a conocerlas cabalmente.

Esta explicación solo para evitar asunciones erróneas por causa de la referencia a fuerza divina y fuerza espiritual, puesto que en realidad solo existe una fuerza, la cual proviene de Dios y constituye la base a partir de la cual se forman las diferentes variantes.

Aquel que sepa de todos estos procesos jamás expresará pueriles expectativas respecto de cosas que nunca podrán pasar, por estar fuera del marco de las diferentes leyes de la Creación. Es así como tampoco es posible que el Hijo del Hombre provoque catástrofes que se han de producir inmediatamente, apenas Él extienda Su mano. Eso estaría en contra de las existentes leyes naturales, las cuales no pueden ser alteradas. En Su calidad de siervo de Dios, el Hijo del Hombre envía la voluntad divina, la fuerza divina, a las diferentes fuerzas básicas, y éstas siguen entonces la nueva dirección que, de ese modo, les ha sido dada por la regente fuerza divina. Al trabajar siguiendo el curso que se les ha dado, su operar, no obstante, se va a ajustar cabalmente a sus disociaciones de leyes, las cuales no pueden eludir. Cierto es que va a haber una suma aceleración del proceso como elemento añadido, pero dicha aceleración habrá siempre de permanecer atada a la posibilidad existente.

Es así como, en semejante proceso, lo espiritual es mucho más movible y ligero que lo sustancial y, por tanto, más rápido también. Por consiguiente, lo sustancial necesitará de más tiempo que lo espiritual para que se den los efectos de su operar. De ahí que, por ley natural, lo sustancial, o sea el suceso en los elementos, haya de tener lugar más tarde que el suceso espiritual. De la misma manera, lo etéreo puede ser movido por estas fuerzas más rápido que lo físico-material. Todas estas son leyes que tienen que ser cumplidas y que no pueden ser burladas ni quebrantadas.

Ahora bien, en la Luz todas estas leyes son conocidas, y el envío de mensajeros ejecutores o de mandatos especiales es organizado de tal forma que los efectos finales concurran tal como Dios lo quiere.

Para el Juicio actual ha sido necesario un esfuerzo de una magnitud inconcebible para los hombres. Mas este Juicio opera de manera tal que en realidad no ocurre ninguna demora... a no ser allí donde el hombre tiene que cooperar. Los hombres son los únicos que con necia tenacidad siempre tratan de mantenerse fuera de todo cumplimiento o incluso de atravesarse en el camino hostil y perturbadoramente, llevados por una vanidad que los ata a la Tierra.

Afortunadamente, tras el gran fracaso de los hombres durante la existencia terrenal del Hijo de Dios, se ha tomado esto en cuenta también. Los hombres pueden, con su fracaso, dificultar el camino terrenal del Hijo del Hombre únicamente hasta cierto momento, de manera que Él se vea obligado a tomar desvíos y dar rodeos, pero no les es posible detener el acontecer querido por Dios o incluso postergar el final predestinado, toda vez que ya se les ha quitado el fondo de las tinieblas que les dispensaba fuerzas para sus insensateces, mientras que los muros de su actividad intelectual, tras los cuales aún se pueden parapetar para lanzar sus flechas ponzoñosas, pronto habrán de desplomarse bajo la presión de la Luz. Entonces se les vendrá encima el acontecer y no se les mostrará clemencia alguna, de conformidad con el mal que su pensar ha causado una y otra vez, trayendo efectos desastrosos. Es así como el día tan anhelado por quienes aspiran a la Luz no llegará ni una hora más tarde de lo que ha de hacerlo.

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