En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


52. El desarrollo de la Creación

Ya una vez señalé que las historias de la Creación reflejadas por escrito no deben ser interpretadas desde una perspectiva terrenal. Asimismo, el relato de la Creación reflejado en la Biblia no se refiere a la Tierra. La creación de la Tierra fue meramente una consecuencia natural de la primera Creación, la cual fue un fruto del obrar del propio Hacedor, y del ulterior desarrollo en el proceso creador. Resulta casi inconcebible que los estudiosos de las escrituras pudieran hacer un salto tan ilógico y que había de traer tantas lagunas, en la suposición de que Dios debe haber creado la Tierra físico-material partiendo directamente de Su perfección y sin transición alguna.

No hace falta alterar la «palabra» en las escrituras para acercarse más a lo que aconteció de verdad. Todo lo contrario, las palabras del relato de la Creación reproducen esta verdad con mucho mayor claridad que todas esas suposiciones falsas y defectuosas. Las erróneas interpretaciones son lo único que ha traído la falta de comprensión de tantas personas en este respecto.

Estas intuyen muy acertadamente el error que se está cometiendo al querer a toda costa situar el Paraíso mencionado en la Biblia en la tan distante Tierra físico-material. A fin de cuentas, no es un secreto para nadie que la Biblia es en primer lugar un libro espiritual. Las explicaciones que ofrece son sobre acontecimientos espirituales, acontecimientos en los cuales los hombres son mencionados sólo allí donde guardan una relación directa con estas cuestiones espirituales y donde su mención sirve para explicarlas, para aclararlas.

A fin de cuentas, para todo intelecto humano resulta entendible, por ser algo natural, que la descripción del proceso creador reflejada en la Biblia no se refiera a la Tierra, que tan distante se encuentra del Creador. Difícilmente haya alguien que se atreva a discutir la realidad de que esa inmediata Creación de Dios designada como la primera solo puede hallarse en Su más próxima cercanía, puesto que, al fin y al cabo, dicha Creación fue la primera que salió del Creador mismo y, por ende, debe de guardar una más estrecha conexión con Él. Nadie que razone de manera clara y ecuánime va a esperar que esa primera Creación, que es la Creación propiamente dicha, haya tenido lugar justamente en la Tierra, que es lo más distante de Dios que hay y que vino a surgir en el ulterior desarrollo evolutivo.

Así, se puede uno olvidar de que la historia pudiera referirse a un paraíso en la Tierra. Lo que Dios creó personalmente, como dice de manera expresa el relato de la Creación, permaneció por lógica directamente ligado a Él y tenía que estar en Su más próxima cercanía. Igual de fácilmente entendible y natural es la deducción de que todo lo creado o surgido tan cerca del Creador guarda también la más estrecha similitud con Su perfección.

Ahora, la idea de que ello pueda estar en la Tierra físico-material tiene por fuerza que generar escépticos. El concepto de una «expulsión» de un paraíso terrenal donde los expulsados, de todas maneras, deben permanecer en esa misma Tierra evidencia un parecer tan malsano y de un carácter tan burda y claramente terrenal que casi se le puede tildar de grotesco. Se trata de un cuadro sin vida que muestra el sello de un dogma promovido desesperadamente, un dogma que no le dice nada a la persona que razone.

Cuanto menos perfecto sea algo, más lejos habrá de estar de la perfección. Asimismo, los seres espirituales creados a partir de la perfección no pueden ser los hombres terrenales, sino que deben de estar lo más cerca posible de esta perfección y constituir así los modelos más ideales a imitar por los hombres. Estos son los espíritus eternos que nunca vienen a la Tierra y, por tanto, tampoco encarnan como hombres terrenales. Son figuras ideales radiantes que, cual imanes, ejercen un efecto atrayente y también potenciador sobre todas las facultades de esas simientes espirituales humanas que más tarde devienen en espíritus conscientes.

El Paraíso que es mencionado como tal en la Biblia no debe, por tanto, ser confundido con la Tierra.

Para una aclaración más detallada se hace necesario dar una vez más una idea completa de todo lo existente, a fin de facilitarle a la persona que busca el encontrar el camino del eterno Reino de Dios, de donde salió en sus tempranos inicios.

El hombre tiene que imaginarse a lo divino como lo más eminente y excelso. Dios mismo, en cuanto punto de partida de todo lo existente y fuente primordial de toda vida, es, en su absoluta perfección, insustancial. De cuando en cuando, Él se cubre del manto de la esfera contigua de lo divino-sustancial y adquiere así forma. Después de Dios en la insustancialidad más propia de Su esencia viene la esfera de lo divino-sustancial. De ahí dimanan los primeros seres que hubieron de cobrar forma obligadamente. Entre ellos se cuentan primeramente los cuatro arcángeles, y en un segundo y un tercer lugar un pequeño número de ancianos. Estos últimos no tienen cabida en lo Divino-Insustancial, pero son de gran importancia para el desarrollo posterior que conduce al surgimiento de lo espiritual-sustancial, como más tarde lo sustancial consciente es de gran importancia para el desarrollo de la materia. De lo divino-sustancial es que fue enviado Lucifer, a fin de servirle de apoyo directo a la Creación en la continuación de su desarrollo automático.

El Hijo de Dios, en cambio, vino de lo Divino-Insustancial, como una parte que, tras Su misión de ayuda, estaba obligada a entrar de nuevo a lo Divino-Insustancial, estaba obligada a volver a ser una con el Padre. El Hijo del Hombre proviene igualmente de lo Divino-Insustancial, directamente de Dios. Su separación devino, por razón de la conexión con lo espiritual-sustancial consciente, en mandamiento que le daba un carácter permanente a esta separación pero que al mismo tiempo implicaba una conexión directa con lo Divino-Insustancial, a fin de que pudiera eternamente ser el mediador entre Dios y Su obra. Después de que Lucifer, como ayuda enviada de lo divino-sustancial, fracasó en su actividad, hubo que enviar en su lugar a alguien más fuerte que lo encadenara y que ayudara a la Creación. Es por eso por lo que ese Alguien designado para ello, el Hijo del Hombre, proviene de lo Divino-Insustancial.

A lo divino-sustancial le sigue entonces el Paraíso, el eterno Reino de Dios. Lo primero que nos encontramos en este Paraíso siguiendo una línea descendente es lo espiritual-sustancial consciente, que está compuesto por los seres espirituales eternos surgidos como fruto del proceso creador, seres estos a los que también se les llama espíritus. Estos son las perfectas figuras ideales para todo aquello a lo que los espíritus humanos en su desarrollo más completo pueden y deben aspirar. Los seres espirituales eternos tiran hacia arriba cual imanes de todos los que aspiran a las alturas. Esta conexión automática se les hace perceptible a los buscadores, y a los que aspiran a las alturas, en la forma de un anhelo a menudo inexplicable que les da la sed de buscar y aspirar a lo alto.

Esos son los espíritus que jamás han nacido en la materia, los espíritus creados por Dios en Persona, la Fuente Primordial de toda existencia y de toda vida, como los primeros seres puramente espirituales; o sea, son los espíritus que más cerca están de Su propia perfección. Ellos son también los que verdaderamente están hechos a Su propia imagen. No se debe pasar por alto que en el relato de la Creación dice expresamente, a Su propia imagen. Esa indicación tiene su importancia aquí también, ya que ellos solo pueden estar creados acorde a Su imagen, y no acorde a Su Persona, o sea, solo acorde a como Él se muestra, puesto que lo puramente divino es lo único que es insustancial.

A fin de mostrarse, Dios, como ya se ha señalado, está obligado a cubrirse de lo divino-sustancial. Pero ni siquiera así puede ser visto por lo espiritual-sustancial, sino sólo por lo divino-sustancial y, de lo divino-sustancial, únicamente por una pequeña parte; ya que todo lo puramente divino ha de enceguecer, con Su perfecta pureza y claridad, a todo lo que no sea divino. Ni siquiera a lo divino-sustancial le es posible mirar al rostro de Dios. La diferencia entre lo Divino-Insustancial y lo divino-sustancial es demasiado grande para ello.

Ahora bien, en este Paraíso de lo espiritual-sustancial consciente vive al mismo tiempo lo espiritual-sustancial inconsciente. Lo espiritual-sustancial inconsciente encierra los mismos elementos de los que está compuesto lo espiritual-sustancial consciente, o sea, contiene los gérmenes a partir de los cuales éste se forma. En estos gérmenes, empero, hay vida, y, conforme a la voluntad divina, la vida en cualquier parte de la Creación alberga el deseo de desarrollarse; el deseo de desarrollarse con miras a alcanzar la consciencia de sí misma. Este es un fenómeno completamente natural y sano. Ahora, lo que está en estado de inconciencia sólo puede alcanzar la conciencia de sí mismo por medio de las vivencias, y este deseo de ulterior desarrollo a través de las vivencias es lo que, por último, hace que estos gérmenes que han madurado hasta llegar a ese punto o que albergan semejante deseo sean repelidos o expulsados –como se le quiera llamar– allende los límites de lo espiritual-sustancial. Y como esta expulsión o repulsión de un germen no puede ocurrir en sentido ascendente, éste está obligado a tomar el único camino libre para él, el camino hacia abajo.

Y esa es la expulsión del Paraíso, la expulsión de lo espiritual-sustancial, expulsión esta que es natural y que resulta necesaria para los gérmenes con sed de adquirir conciencia de sí mismos.

Y es en eso en lo que en realidad consiste la expulsión del Paraíso de la que se habla en la Biblia. Ello fue reproducido muy acertadamente con las palabras: «Te ganarás el pan con el sudor de tu frente». Es decir, en el cúmulo de experiencias acompañadas de la consiguiente necesidad de defenderse y de bregar ante las influencias que se abalanzan sobre él provenientes de ese entorno inferior en el que hace su entrada como forastero.

Esta repulsión o expulsión del Paraíso no es para nada un castigo, sino una necesidad absoluta, natural y automática que se le presenta a todo germen espiritual cuando éste, en su deseo de desarrollarse hacia la conciencia de sí mismo, se acerca a una cierta madurez. Ello constituye el nacimiento de este germen proveniente de lo espiritual-sustancial inconsciente en lo sustancial y después en lo material con miras al desarrollo; es decir, un avance, y no un retroceso.

Otra indicación muy correcta en el relato de la Creación es cuando en este se dice que el hombre sintió la necesidad de «cubrir su desnudez» al despertar en él el concepto de lo bueno y lo malo, al iniciarse en él la lenta toma de conciencia de sí mismo.

Con ese deseo de alcanzar la conciencia que se va haciendo cada vez más fuerte, tiene lugar simultáneamente la expulsión o repulsión de la Creación Primordial, del Paraíso, con el fin de entrar en la materia. Ahora bien, en el momento en que esa simiente espiritual sale de la región de lo espiritual-sustancial, se va a encontrar como tal «al descubierto» en ese entorno más bajo y más denso y de una naturaleza diferente a la suya. En otras palabras, va a estar «desnudo». Con ello no sólo siente la necesidad, sino la obligación de cubrirse con la sustancia de su entorno como protección, de arroparse con una especie de manto, de tomar la envoltura sustancial, el cuerpo etéreo y, por último, el cuerpo físico-material también.

Es con la toma de ese manto o cuerpo físico-material que viene a despertar entonces el obligado instinto sexual y, con éste, el pudor corporal.

Ahora bien, cuanto mayor sea este pudor, tanto más noble será el instinto y más alta también será la posición que ocupe el hombre espiritual. El mayor o menor pudor corporal que acuse el hombre terrenal es la medida directa de su valor interior. Esta medida es infalible y es fácil de reconocer para todo el mundo. Con la eliminación o liquidación de este pudor exterior queda en todo caso eliminado al mismo tiempo el mucho más sutil pudor del alma, el cual es de una naturaleza completamente diferente, y con ello, el hombre interior pierde todo valor.

Resulta una señal infalible de profunda caída y de decadencia segura cuando, bajo la falacia del progreso, la humanidad comienza a querer «elevarse por encima» de ese tesoro fomentador en todo respecto que es el pudor. Da igual si ello sucede bajo el manto del deporte, de la sanidad, de la moda, de la crianza de los niños o bajo muchos otros pretextos útiles al efecto. En tal caso la ruina y la caída son indetenibles, y sólo los horrores de la más seria naturaleza pueden hacer entrar en razones a unos pocos de todos esos que se dejan llevar irreflexivamente por semejante camino.

A partir del momento de esa expulsión natural, durante el periplo de semejante simiente espiritual por lo sustancial y las materias física y etérea del resto de la Creación se originan no sólo una, sino varias necesidades cada vez más apremiantes que son propias de una existencia en estas esferas inferiores de la Creación y que impelen al germen espiritual a desarrollar y a encumbrar estas esferas, las que, a su vez, ejercen retroactivamente un efecto potenciador y fortalecedor sobre el germen de turno, con lo cual dichos gérmenes no sólo devienen en agentes contribuyentes al desarrollo de ésta con miras a su adquisición de la conciencia personal, sino que resultan agentes sin los que dicho desarrollo no sería posible en absoluto.

Se trata de una actividad y un obrar tremendos, con hilos que se entrelazan de mil maneras pero que, pese a toda esa viva naturalidad, se relacionan, a través de sus efectos recíprocos, de una forma tan lógica que un solo periplo de semejante simiente espiritual que haya llegado a su fin se asemeja a un pedazo de una vistosa alfombra elaborada por la mano de un artista que se ve que sabe lo que hace, ya dicho periplo tenga una progresión ascendente, con el consiguiente aumento de la conciencia personal, o una progresión descendente que ha de acabar en la destrucción, para protección de los demás.

Hay tantas leyes operando de manera callada y constante en la maravillosa obra que es la Creación que se podría escribir una disertación sobre cada uno de los millares de sucesos que tienen lugar en la existencia del hombre. Mas dichas disertaciones concluirían siempre en el gran rasgo fundamental: la perfección del Creador, del punto de partida, cuya voluntad es el vivo espíritu creador, el Espíritu Santo. Todo lo espiritual, empero, es obra Suya.

Y dado que el hombre proviene de dicha obra espiritual-sustancial, él lleva en su ser una partícula de este espíritu, partícula que si bien trae consigo la facultad de libre determinación y, con ello, la responsabilidad personal, aun así, no es equivalente de lo divino, como se acostumbra erróneamente a asumir y a aclarar.

Todos los efectos de esa voluntad divina que en la forma de leyes naturales opera en la Creación de manera tan fomentadora y auxiliadora le han de resultar así a quien observa todo esto con conocimiento de causa un cántico de alabanza majestuosamente sintonizado, un solo sentimiento de gratitud y alegría que a través de millones de canales fluye hacia ese punto de partida.

Este eternamente recurrente proceso de desarrollo en la Creación que la expulsión del Paraíso del germen espiritual trae consigo una vez que éste ha alcanzado cierta madurez se presenta también de manera visible a los ojos terrenales en todas las cuestiones del acontecer terrenal, ya que en todas partes uno encuentra la reproducción del mismo acontecer.

A esta expulsión que se da como fruto de un devenir natural se le puede llamar también un desprendimiento automático. Es exactamente lo mismo que cuando una manzana madura o cualquier otro fruto maduro cae del árbol para, al descomponerse acorde a la voluntad creadora, liberar la simiente, la cual viene a romper la envoltura únicamente gracias a las influencias exteriores a las que entonces queda inmediatamente sometida, y germinando, se convierte en una plantita. Esta plantita, a su vez, se hace resistente solo bajo sol, lluvia y tormentas, y únicamente así puede llegar a convertirse en un árbol. De modo que la expulsión del germen espiritual maduro del Paraíso es una necesaria consecuencia del desarrollo, como también las Creaciones sustancial, material y terrenal son, en sus rasgos fundamentales, meramente una consecuencia de la Creación espiritual-sustancial, con lo cual, ciertamente, se repiten siempre los rasgos fundamentales de la Creación propiamente dicha, pero en todo caso con la necesaria diferencia, ya que el efecto se manifiesta según cuál sea la especie o modalidad de turno. Con el periplo de todo lo espiritual-sustancial por lo físico-material-terrenal, en esta esfera se da también la expulsión del alma, tan pronto llega el momento en que se ha alcanzado la madurez para ello. Esta expulsión del alma es la muerte terrenal, la cual significa la automática expulsión o repulsión de la esfera físico-material y el consiguiente nacimiento en lo etéreo. Aquí, al igual que en el caso de un árbol, se desprenden frutos también. En tiempo calmo, solo los maduros; ahora, en tormentas y mal tiempo, algunos verdes también. Los frutos maduros son aquellos que pasan al mundo etéreo del más allá a la hora debida y con su simiente interior madura. Esos están espiritualmente «listos» para el más allá y, por tanto, echan raíces rápidamente y logran crecer.

Los frutos verdes, empero, son aquellos cuyo desprendimiento o deceso, el cual viene acompañado de la consiguiente descomposición de ese cuerpo físico-material que hasta ese momento le había servido de protección, pone al descubierto una simiente etérea aún tierna, simiente que de ese modo queda prematuramente expuesta a todas las influencias, con lo cual o bien habrá de languidecer, o se verá obligada a madurar lo que le falta antes de poder arraigarse (aclimatarse) en el suelo etéreo (las circunstancias etéreas) y crecer.

El proceso es siempre el mismo y se repite de un estadio de desarrollo a otro, si es que entretanto no ocurre la descomposición, la cual disuelve las simientes que no han madurado lo suficiente y que, de ese modo, se pierden como tales; con ellas, como es natural, se pierde también el crecimiento vivo latente en su interior que había de culminar en un árbol independiente y rendidor de frutos que podía ayudar a darle continuación al desarrollo.

El hombre que ponga atención a lo que sucede a su alrededor podrá observar con detalle y de muchas formas, en su entorno más próximo, el cuadro fundamental de todo acontecer en la Creación, ya que en lo más insignificante se reproduce siempre lo que tiene lugar en lo grande e importante. – – –

Ahora bien, a este Paraíso espiritual-sustancial le sigue en línea descendente el reino de todo lo sustancial. Lo sustancial, a su vez, se divide también en dos partes. La primera es lo sustancial consciente. Esta parte está conformada por los seres de los elementos y de la naturaleza, entre los que se cuentan los elfos, los gnomos, las ondinas, etc. Estos seres de los elementos y la naturaleza fueron la necesaria preparación para la continuación del desarrollo con vistas a la creación de la materia; ya que lo material sólo pudo surgir a través de la conexión con lo sustancial.

Los seres de los elementos y la naturaleza tuvieron que prestar su colaboración en la creación y surgimiento de la materia, como también prestan su ayuda hoy día de la misma forma.

La segunda parte del reino de lo sustancial es lo sustancial inconsciente. Es de esta parte sustancial inconsciente que proviene la vida del alma animal32. En este punto cabe tener presente la diferencia entre el reino de lo espiritual-sustancial y el reino de lo sustancial. Esta diferencia consiste meramente en que desde un comienzo todo lo espiritual lleva en su interior la facultad de libre determinación, la cual trae como consecuencia la responsabilidad personal. No así en el caso de lo sustancial, que se encuentra en un plano inferior.

La siguiente consecuencia del desarrollo fue el surgimiento de la materia. Ésta se divide en lo etéreo, que también está conformado por muchas divisiones, y lo físico-material, que, empezando por la nebulosa más sutil, ya le resulta visible al ojo humano. Ahora, ni hablar de un Paraíso en la Tierra, que es la estribación más extrema de lo físico-material. Algún día, en el comienzo del Reino de los Mil Años y bajo la Mano del Hijo del Hombre, habrá de venir a la Tierra un reflejo del verdadero Paraíso, como también será levantada al mismo tiempo una copia terrenal del Castillo del Grial, cuyo original se levanta en la cumbre más alta del verdadero Paraíso como único templo verdadero de Dios que ha existido hasta ahora.

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