En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


48. Sucesos cósmicos

No hay nada más peligroso para una causa que dejar alguna laguna cuya necesidad de ser rellenada se haga perceptible en numerosas ocasiones. En tal caso, de nada sirve el querer pasar por alto dicha necesidad, ya que semejante laguna impedirá cualquier progreso y hará colapsar en un momento dado cualquier puente que se construya sobre ella, así dicho puente sea construido con la mayor destreza y con material verdaderamente bueno.

Es así como se muestran hoy día las diferentes congregaciones cristianas. Con tenaz energía, éstas cierran ojos y oídos ante muchas partes de su doctrina que hacen percibir falta de lógica. Con palabras vacías tratan de pasarles por arriba a dichas partes en lugar de por una vez ahondar en ellas de verdad y con seriedad. Lo más probable es que intuyan el peligro de que ese puente tendido temporalmente por la fe ciega de una doctrina sobre semejante vacío pueda algún día resultar insuficiente, y temen el momento en que la iluminación permita reconocer la debilidad de esa estructura. También saben que entonces ya no podrán convencer a nadie de tomar un camino tan engañoso, con lo cual, como es natural, el sólido edificio y el camino a edificar posteriormente habrán de permanecer vacíos también. De igual manera saben que una simple corriente de aire de la refrescante verdad barrerá inevitablemente con semejantes estructuras antinaturales. Sin embargo, a falta de algo mejor y pese a todos los peligros, tratan de mantener esa precaria tabla. Incluso están perfectamente dispuestos a defender dicha estructura con todos los medios y a eliminar a aquel que, contando con la Verdad, tenga la osadía de aportar un pasaje más sólido. Sin vacilar, tratarían de repetir el mismo suceso que tuvo lugar en la Tierra hace ya casi dos mil años, suceso que arroja su sombra hasta el día de hoy y que, en calidad de gran acusación contra la ceguera y la perniciosa terquedad de los hombres, ha sido incluso convertido por ellos en el foco de su doctrina y su fe. Fueron justo los portadores de las religiones y los eruditos de entonces los que, en su dogmática limitación y esa presunción suya que ponía en evidencia su flaqueza, no consiguieron reconocer la Verdad y al Hijo de Dios, se cerraron a ambos y, llevados por el temor y la envidia, odiaron y persiguieron a este Hijo de Dios y a Sus seguidores, mientras que las demás personas se abrieron con más facilidad a la comprensión e intuyeron más rápidamente la verdad contenida en las palabras. Pese a que hoy día los actuales representantes de las congregaciones cristianas destacan de manera especial el calvario del Hijo de Dios, aun así, ellos en lo personal no han aprendido nada de ello ni le han sacado provecho alguno. Esos mismos líderes de la actualidad de estas congregaciones constituidas sobre la base de la enseñanza de Cristo, así como los líderes de movimientos de más nueva creación, volverían hoy día a tratar de neutralizar a cualquiera que, con la Verdad misma, pudiera poner en peligro los precarios pasajes tendidos sobre las dudosas lagunas o vacíos presentes en las enseñanzas e interpretaciones. Lo perseguirían con ese odio suyo que nace del miedo y, sobre todo, llevados por su vanagloria, exactamente igual a como sucedió ya una vez.

Les faltaría la grandeza para tolerar que el saber con que cuentan no alcanza para que ellos puedan reconocer la Verdad y llenar las lagunas a fin de así allanarles a los hombres el camino que conduce a un entendimiento más fácil y a una comprensión plena.

Y sin embargo, a la humanidad solo le es posible ascender por medio de una comprensión plena, y nunca por medio de una fe ciega e ignorante.

Una de esas lagunas falsas por causa de una mala transmisión es el concepto del «Hijo del Hombre». La gente se aferra a este error desesperadamente, como los fariseos, que no quisieron abrirse a esa Verdad traída por el Hijo de Dios que contrastaba con la tradicional rigidez de su doctrina. Cristo se ha referido a Sí mismo únicamente como el Hijo de Dios. El sinsentido de hacerse llamar al mismo tiempo Hijo del Hombre estaba muy lejos de ser Su intención. Y si bien, a raíz de las dudas propias, se ha tratado, con la mayor destreza y habilidad y de mil maneras, de hallarle una explicación a la evidente contradicción entre los conceptos Hijo de Dios e Hijo del Hombre –contradicción que le es perceptible a toda persona que razone con ecuanimidad–, a pesar de todo ese esfuerzo, no se puede afirmar que se haya logrado fundir ambos conceptos en uno solo. Las interpretaciones más favorables tenían por fuerza que mostrar una y otra vez una doble naturaleza, dos Personas separadas que jamás podían manifestarse como una sola.

Y eso es algo completamente lógico. El Hijo de Dios no puede convertirse en el Hijo del Hombre sólo porque tuvo que nacer de un vientre humano a fin de poder morar en la Tierra.

Todo cristiano sabe que el Hijo de Dios vino con una misión meramente espiritual y que todas Sus palabras se referían al reino espiritual, o sea, debían ser vistas desde una perspectiva espiritual. Por consiguiente, Su reiterada alusión al Hijo del Hombre debe, desde un inicio, tomarse de esa manera y de ninguna otra. ¿Por qué aquí se iba a hacer una excepción? En el sentido espiritual, empero, Cristo fue y siempre será meramente el Hijo de Dios. Así que cuando Él habló del Hijo del Hombre, no podía estarse refiriendo a Sí mismo. Todo ello encierra algo mucho más formidable de lo que las actuales interpretaciones de las religiones cristianas reflejan. La evidente contradicción tendría hace mucho ya que haber movido a una reflexión más seria si no fuera porque la estrechez dogmática lo ofuscó todo. En lugar de esa reflexión, la gente recurrió al desesperado aferramiento a las palabras transmitidas, y ello sin realizar la investigación que resulta absolutamente necesaria cuando se trata de cuestiones tan serias y que ha de ser acometida con la mayor seriedad; de ese modo, se colocaron anteojeras que les impedían una visión libre. La consecuencia natural es que semejantes interpretadores e instructores, pese a que se encuentran en la Creación de su Dios, no son capaces siquiera de entenderla correctamente, cuando solo en dicho entendimiento reside la perspectiva de poder acercársele al propio Creador, al punto de partida de la Obra.

Cristo enseñó más que nada total naturalidad o, lo que es lo mismo, enseñó a ajustarse a las leyes de la naturaleza, o sea, a las leyes de la Creación. Ahora, ajustarse puede sólo aquel que conozca las leyes naturales. Estas leyes naturales, por su parte, encierran la voluntad del Creador y pueden, por ende, ser el camino del conocimiento del Creador mismo. Ahora bien, aquel que conoce las leyes naturales sabe también de qué manera tan inmutable éstas se entrelazan en su actividad y sabe, por tanto, que este operar es inalterable en su lógica constante e impelente, al igual que lo es, por ende, la voluntad del Creador, la voluntad de Dios Padre.

Toda desviación no podría menos que significar una alteración de la voluntad divina. Una alteración, empero, estaría indicando imperfección. Pero como la Fuente Primordial de toda existencia, Dios Padre, es solamente unitario y perfecto, incluso la más mínima desviación en las leyes naturales, o sea, en las leyes evolutivas, tiene por fuerza que resultar imposible y quedar excluida de antemano. Esta realidad implica que la ciencia natural y la ciencia religiosa tienen que ser una en todos los sentidos si han de reflejar la Verdad.

Resulta innegable que la ciencia natural cuenta con un saber sumamente limitado en comparación con lo vasto de la Creación en su conjunto, lo cual se debe a que aquella se ha limitado a lo físico-material exclusivamente, toda vez que al intelecto en el sentido actual sólo le es posible acercarse a aquello que está atado a tiempo y espacio. El único error, eso sí, un error imperdonable, es que los discípulos de esta ciencia tratan burlonamente de desnegar la existencia de todo lo que va más allá, con la excepción de unos pocos eruditos que se han elevado por encima de la media y, al ganar en perspicacia, se han rehusado a solapar la ignorancia con presunción.

La ciencia de la religión va mucho más allá, pero, pese a ello, está igualmente reducida a esas leyes naturales que van más allá de lo atado a tiempo y espacio y que, provenientes de la Fuente Primordial, se prolongan sin interrupción y sin variación hasta lo terrenalmente visible. Por esa razón, las doctrinas religiosas no deberían encerrar ni lagunas ni contradicciones si es que han de concordar realmente con la Verdad, o lo que es lo mismo, con las leyes naturales o la voluntad divina, es decir, si es que han de encerrar la Verdad. Esas doctrinas que han de servir de guía y que encierran una gran responsabilidad no pueden permitirse las libertades de una fe ciega.

Por eso, grande es el lastre que significa para los adeptos de la verdadera doctrina cristiana el error del concepto del Hijo del Hombre, ya que éstos aceptan tranquilamente tradiciones erróneas y las arrastran consigo, pese a que en muchos de ellos, a ratos, se oye la queda voz de la intuición previniéndoles contra ello.

Precisamente la inmutabilidad de la voluntad divina, inmutabilidad que es inherente a la perfección de dicha voluntad, es lo que excluye la posibilidad de alguna intervención arbitraria en la Creación por parte de Dios. Dicha inmutabilidad, empero, es también la razón por la que Lucifer no puede ser eliminado así sin más tras su separación a causa de su falso proceder27, así como la razón por la cual se debe permitir el abuso de las leyes naturales o la voluntad divina por parte de los hombres, ya que, al espíritu humano, en virtud de su origen en la esfera eterna de lo espiritual-sustancial, le está reservada la libre determinación28. En los acontecimientos de la Creación etérea y la Creación material, esta inmutable perfección de la voluntad del Creador ha de mostrarse como una especie de atadura. Mas solo espíritus humanos de naturaleza inferior y mezquina pueden ver en esta cognición una limitación del poder y la grandeza. Semejante interpretación sería meramente el producto de su propia estrechez.

La inconmensurabilidad del todo los confunde, ya que, en realidad, a ellos solo les es posible formarse una idea de ello cuando los límites de lo que tratan de aprehender son más estrechos, en correspondencia con su entendimiento.

Sin embargo, aquel que verdaderamente se esfuerza por comprender a su Creador por medio de la actividad de Éste concebirá, a través de los seguros caminos de las leyes naturales, una convincente idea de esos trascendentales sucesos que se inician en la Fuente Primordial, o sea, en el punto de partida de todo acontecer, y que, desde ahí, atraviesan la Creación cual inamovibles raíles por los que, en dependencia de cómo se cambien las agujas, ha de rodar el desarrollo de todo lo viviente que hay a su paso. El cambio de agujas, empero, lo realiza el espíritu humano de manera automática29 a lo largo de su periplo por la materia. Desgraciadamente, la mayoría se deja incitar por el principio de Lucifer a un erróneo cambio de agujas, y es así como sus vidas, de conformidad con las inmutables leyes evolutivas –leyes estas que atraviesan la Creación cual raíles–, van avanzando cada vez más en su rodar hacia las profundidades, hacia un objetivo final bien definido que se corresponde con la posición de las agujas.

Ahora bien, el cambio de agujas de la libre determinación puede ser observado o sentido con exactitud desde el Origen, con lo cual se hace posible ver qué curso se va a seguir entonces, ya que ese curso tomado como consecuencia de una decisión y que habrá entonces de ser seguido está obligado a correr a lo largo de las correspondientes leyes-raíles ancladas en la Creación. Esta circunstancia posibilita prever muchos sucesos, puesto que el impulso evolutivo de las leyes naturales y de la Creación jamás sufre desviación alguna. Miles de años no significan nada aquí. En estos objetivos finales que han sido previstos y que resultan ineludibles es que entonces surgen las grandes revelaciones, las cuales les son mostradas por medio de imágenes a personas agraciadas y, a través de su transmisión, llegan al conocimiento de la humanidad. Ahora, hay algo que no se puede predecir con exactitud: la hora terrenal en que semejantes revelaciones y promesas se cumplen.

Ello sucede en el momento en que el curso de esa vida que se mueve por los raíles escogidos llega a una estación intermedia ya prevista o al objetivo final. El destino del hombre, al igual que el del pueblo y, por último, el de toda la humanidad, puede ser comparado con un tren que, parado en un carril de una sola vía, aguarda ante raíles que corren en todas las direcciones el momento del arranque. El hombre ajusta la aguja que guste, se monta al tren y lo echa a andar. En el momento en que el tren enfila la vía escogida por el hombre, a uno le es posible predecir únicamente las diferentes estaciones intermedias y el objetivo final, pero no la hora exacta en que el tren habrá de llegar a la estación de turno, ya que esto depende de la velocidad de viaje, la cual puede variar en dependencia del tipo de persona, toda vez que es el hombre el que le da movimiento a la máquina y, según su propia naturaleza, la conducirá con moderado equilibrio, o con impetuoso entusiasmo o alternando entre una y otra posibilidad. Ahora, cuanto más este tren del individuo, o de los pueblos o de la humanidad se acerque a una estación, con mayor seguridad se podrá entonces ver y anunciar la llegada del tren. La red ferroviaria, empero, tiene algunas líneas conectoras que, mediante los cambios de aguja correspondientes, pueden ser usadas a lo largo del viaje para tomar otra dirección y alcanzar así un objetivo final diferente al objetivo final hacia el que en un principio se viajaba. Como es natural, en tal caso se hace necesario un aminoramiento de la marcha al acercarse el tren a semejante aguja, aminoramiento que ha de ir seguido de una parada y del cambio de aguja. El aminoramiento de la marcha es la reflexión; la parada, la decisión del hombre, decisión que le es posible tomar hasta el último momento; y el cambio, la acción que le sigue a esta decisión.

A la voluntad divina, que, contenida en las firmes leyes naturales, atraviesa la materia cual prolongaciones nerviosas, se le puede llamar también los nervios de la Creación, los cuales le reportan o le hacen percibir al punto de partida, a la fuente creadora, cualquier irregularidad en el inmenso cuerpo de la obra.

Esta visión panorámica que llega a todo confín y que está basada en las inmutables leyes induce al Creador a acompañar sus revelaciones con promesas también, promesas estas que anuncian a tiempo la venida de los auxiliadores enviados por Él para el momento en que se acercan las más peligrosas curvas, estaciones intermedias o estaciones finales. Estos auxiliadores son pertrechados por Él para que, justo antes de que acaezcan inevitables catástrofes y peligrosas peripecias, le abran los ojos, por medio de la proclamación de la Verdad, a los espíritus humanos que avanzan por ese carril equivocado, a fin de que les sea posible hacer un cambio de carril a tiempo con el propósito de evitar esos lugares que se van tornando cada vez más peligrosos y de, al haber tomado una nueva dirección, eludir también el aciago objetivo final. ¡Ay del ser humano que en este mundo o en el más allá deje pasar de largo y desaproveche el último de todos los cambios de aguja y, con ello, la posibilidad de tomar un rumbo mejor! Ese estará irremediablemente perdido.

Dado que el Creador no puede alterar la perfección de Su voluntad, a la hora de prestar esta ayuda Él acatará las mejores leyes. Dicho con otras palabras: Su voluntad es perfecta desde el inicio primordial y, como es lógico, todo nuevo acto volitivo Suyo habrá de ser igualmente perfecto. Ello implica que todo nuevo acto volitivo Suyo está obligado a llevar en sí exactamente las mismas leyes que los actos volitivos que le han precedido. Ello, a su vez, trae como consecuencia la integración cabal de cada uno de estos actos volitivos en el acontecer evolutivo de los mundos etéreo y físico-material. Cualquier otra posibilidad queda excluida de una vez y para siempre por esa misma perfección de Dios. Por medio de esa previsión que acabo de explicar es que surgió la promesa de la encarnación del Hijo del Hombre, la cual, a través de la proclamación de la Verdad, persigue motivar a la humanidad a cambiar las agujas. De conformidad con las leyes, esta acción del cambio de agujas les queda reservada a los propios espíritus humanos. A causa de ello, no es posible prever de antemano cuál será la decisión que éstos tomarán; toda vez que solo las vías ya elegidas por los espíritus humanos, las vías en que éstos han situado las agujas por decisión tomada libremente, pueden ser vistas con exactitud desde su inicio hasta el objetivo final, incluidas todas las estaciones y curvas que hay a lo largo de estas vías. Como es natural, de ahí se excluyen los puntos de inflexión en los que resulta decisiva una libre resolución de la humanidad; ya que la regularidad de los procesos de surgimiento y de evolución hace que este derecho sea, por causa de la perfección de Dios, tan inmutable como todo lo demás, y como el Creador, en virtud de que los espíritus humanos tienen su origen en la esfera espiritual-sustancial, les ha dado este derecho, Él no exige tampoco saber de antemano cuál será su decisión. A Él sólo le es posible ver con toda exactitud la consecuencia que trae semejante decisión, y ello de principio a fin, ya que esta consecuencia está obligada a operar dentro del marco de esa voluntad que reside en las leyes de la Creación material y la Creación etérea. Por ese motivo, si fuera de otra manera, la razón para ello sólo podría significar una falta de perfección, lo cual está absolutamente descartado.

De modo que el hombre debe estar siempre plenamente consciente de la enorme responsabilidad que tiene al ser verdaderamente independiente en sus decisiones fundamentales. Desgraciadamente, empero, él o bien cree ser un esclavo completamente dependiente, o, sobrevalorándose a sí mismo, se ve como parte de lo divino. Probablemente ello esté motivado porque en ambos casos se imagina quedar eximido de responsabilidad. En un caso, por ser una criatura demasiado inferior y dependiente; en el otro, por encontrarse muy alto como para estar sujeto a una responsabilidad. Mas ambas asunciones son erróneas. Él puede verse a sí mismo como un administrador, que en ciertas cosas tiene libre determinación pero que al mismo tiempo es plenamente responsable de las decisiones que tome, o sea, un administrador en el que hay depositada una gran confianza y que no debe defraudar dicha confianza a través de una mala gestión.

Esa misma perfección hace necesario que el Creador, al poner en práctica ayudas inmediatas para la mal encaminada humanidad, haya de contar también con la posibilidad de que la humanidad falle al tomar su decisión. Por esa sabiduría y ese amor que por ley natural son propios de Él, el Creador mantiene abiertas para esos casos otras vías de ayuda, vías estas que entonces son unidas a manera de continuación a esos caminos que han quedado cortados debido al fallo de la humanidad.

Es así como, antes de la hora de la encarnación del Hijo de Dios, en el reino del Padre se estaba preparando a un Enviado para el caso de que, pese al gran sacrificio de amor del Padre, la humanidad pudiera fallar. En caso de que el Hijo de Dios, con Su actitud puramente divina, no fuera escuchado de manera que la humanidad, siguiendo Su advertencia, pusiera las agujas de sus carriles en la dirección que Él les estaba mostrando y, por el contrario, siguieran, en su ceguera, por los carriles por los que habían estado viajando hasta la fecha, carriles estos que los llevan camino de la destrucción, entonces habría de ser mandado otro Enviado más cuyo ser íntimo pudiera acercarse más a la humanidad que el del Hijo de Dios, a fin de servirles a los hombres de admonitor y líder en la última hora... si es que los hombres quieren prestar oídos a Su llamado de la Verdad. Ese es el Hijo del Hombre.

Cristo, como Hijo de Dios que es, conocía de esto. Cuando Él, durante Su actividad, se percata del suelo árido y cubierto de mala yerba de las almas humanas, se da cuenta entonces de que Su labor en la Tierra no rendiría los frutos que por fuerza tienen que madurar cuando hay una buena voluntad por parte de la humanidad. Esto lo afligió profundamente: a fin de cuentas, Él, tomando como punto de partida esas leyes de la Creación que conocía también y que llevan la voluntad de Su Padre, veía de principio a fin –fin este que resultaba inevitable– la obligada consecuencia que la voluntad y la manera de ser de los hombres habían de traer. Y ahí comienza Él a hablar del Hijo del Hombre y de Su venida, venida que se había hecho necesaria por causa de los sucesos que se habían producido. Cuanto más Él avanzaba en el cumplimiento de Su gran misión –misión que, en dependencia de la decisión de la humanidad, dejaba abiertos dos caminos, o bien un gran seguimiento de Sus enseñanzas, lo que habría de venir seguido de la consiguiente ascensión que evita todo lo que trae la perdición, o un fracaso y la continuación de la marcha por la vía despeñadera que no puede menos que conducir a la perdición–, más claro Le quedaba que la decisión de la gran mayoría de la humanidad se inclinaba por el fracaso y, por consiguiente, la perdición. Fue entonces que Sus comentarios sobre el Hijo del Hombre se convirtieron en promesas y anunciaciones directas, llegando Él a decir: «Pero cuando el Hijo del Hombre venga...», etc.

Con ello se estaba refiriendo al tiempo poco antes del peligro de la caída que, según las leyes divinas en el mundo material, habría de cumplirse como objetivo final de la dirección en la que la humanidad persistía en continuar al haber fallado respecto de la misión del Hijo de Dios. Grande fue Su dolor al darse cuenta de ello.

Toda tradición que sostenga que Jesús, el Hijo de Dios, se denominó al mismo tiempo Hijo del Hombre es falsa. Semejante sinsentido no tiene base alguna en las leyes divinas, como tampoco Le puede ser atribuido al Hijo de Dios, Quien es conocedor y portador de dichas leyes. Los discípulos adolecían de ignorancia al respecto, como se puede inferir de sus preguntas. Ellos fueron los únicos causantes de este error que se ha mantenido hasta hoy día. Creyeron erróneamente que con la expresión Hijo del Hombre Jesús se estaba refiriendo a Su propia persona y, partiendo de esta asunción, transmitieron ese error a la posteridad, a futuras generaciones, las cuales, por su parte, no se ocuparon del despropósito contenido en el mismo con mayor seriedad que lo que lo hicieron los discípulos, sino que simplemente hicieron la vista gorda, en parte por temor y en parte por comodidad, pese a que la corrección de este error no haría más que poner de manifiesto de forma más clara y poderosa el omnímodo amor del Creador. Siguiendo los pasos del Hijo de Dios, es decir, retomando Su misión y dándole continuación, el Hijo del Hombre habrá de hacer acto de presencia ante la humanidad en la Tierra en calidad de segundo Enviado de Dios Padre, para, por medio de la proclamación de la Verdad, sacar a los hombres del camino que han seguido hasta ahora y lograr que estos espontáneamente decidan asumir otra actitud que los encamine lejos del punto de la perdición que les está aguardando ahora.

Hijo de Dios - Hijo del Hombre. De seguro que no es tan difícil darse cuenta de que tiene que tratarse de dos conceptos diferentes. Cada una de estas dos expresiones tiene un significado rigurosamente marcado y específico que no puede menos que estampar inmediatamente de pereza en el pensar cualquier mezcla o fusión de estos dos conceptos. Los oyentes y lectores de esta disertación habrán de tomar conciencia del desarrollo natural que, partiendo de la Luz Primordial, de Dios Padre, se extiende en sentido descendente hasta los cuerpos celestes. El Hijo de Dios vino de lo Divino-Insustancial y, atravesando rápidamente las esferas espiritual-sustancial y etérea, encarnó en el mundo físico-material. Es por eso por lo que, con todo derecho, se Le ha de llamar la Parte de Dios hecha carne o el Hijo de Dios encarnado. La forma presurosa en la que Él atravesó la esfera espiritual-sustancial, que es donde el espíritu humano viene a tener su punto de partida, no Le permitió sentar el pie allí firmemente –como tampoco en la esfera siguiente, la esfera etérea de la Creación–, no Le permitió asentar el pie de tal manera que Su espíritu divino-insustancial pudiera tomar fuertes envolturas protectoras de estas especies diferentes, sino que los revestimientos que, de otro modo, hubieran servido de armadura no pasaron de ser más que delgadas capas. Esto trajo la ventaja de que la irradiación del núcleo divino podía abrirse paso y trascender de la persona del Enviado con mayor facilidad y mayor intensidad, pero también la desventaja de que, debido a lo llamativo que ello hacía al Enviado, en las hondonadas terrestres hostiles a la Luz Éste podía ser blanco de ataques más rápidamente y podía ser agredido con más saña. Ese fuerte núcleo divino apenas cubierto por la envoltura físico-terrenal habría siempre de resultarle ajeno a los hombres, por serles muy distante. O sea que figurativamente hablando se puede decir que, debido a la insuficiente toma de lo espiritual-sustancial y lo etéreo, Su espíritu divino no estaba lo suficientemente armado y pertrechado para la baja esfera de lo físico-terrenal. El puente tendido entre lo divino y lo sustancial no llegó a ser lo suficientemente fuerte.

Y como los hombres no apreciaron ni protegieron este regalo del amor divino, sino que, llevados por el impulso natural de todo lo oscuro, solo tuvieron odio y hostilidad para con el Hijo de Dios, hubo entonces que mandar un segundo Enviado en la persona del Hijo del Hombre, el cual está mejor armado para el mundo físico-material.

El Hijo del Hombre también es un Enviado de Dios y proviene igualmente de lo Divino-Insustancial. Pero, antes de Su misión en el mundo físico-material, encarnó en la esfera eterna de lo puramente espiritual-sustancial, es decir que está estrechamente ligado a esa especie espiritual de la que proviene el espíritu humano. De ese modo el núcleo divino-insustancial de este segundo Enviado se acerca más al origen del espíritu humano, con lo cual gana también mayor protección y fuerza inmediata ante éste.

De hecho, en las más altas cumbres de la misma especie del espíritu humano hay, para todo lo existente, un ideal perfecto de todo aquello que, teniendo su origen en lo espiritual-sustancial, lleva en su ser la continuación del desarrollo. Así, está también el ideal eterno de naturaleza puramente espiritual-sustancial de todo lo femenino, que, al mismo tiempo, es la Reina de la Feminidad y que cuenta con todas las virtudes vivientes. Toda simiente espiritual femenina lleva en su interior el anhelo inconsciente de emular a este ideal puro, a este ideal que personifica la forma más noble. Desgraciadamente, en el periplo por la materia este anhelo degenera a menudo en vanagloria, con la cual la mujer, engañándose a sí misma, pretende sustituir muchas cosas anheladas pero que no han cobrado vida. Pero con el ascenso a la Luz el ser humano va cobrando más conciencia de este anhelo, incluso estando aún en el mundo etéreo. En el momento en que los bajos apetitos comienzan a desvanecerse, aquél se abre paso con una fuerza cada vez mayor y acaba revitalizando y fortaleciendo las virtudes. El imán y foco de este noble anhelo por las virtudes femeninas es la Reina de la Feminidad en el reino imperecedero del Padre, en la esfera puramente espiritual-sustancial. Pues bien, el núcleo divino-insustancial del segundo Enviado de Dios fue llevado hasta este ideal espiritual-sustancial de la feminidad que, como madre espiritual sustancial, se encargó de Su crianza; en el Castillo del Grial tuvo el Enviado la patria de Su juventud espiritual. Es desde aquí que vino a ser enviado al mundo físico-material, a la hora justa que le permita hacer acto de aparición en la palestra en el momento adecuado, a fin de poder mostrarles a aquellos que buscan de Dios con seriedad y que ruegan por una guía espiritual el verdadero camino que conduce al reino del Padre y, al mismo tiempo, brindarles protección de los ataques de aquellos que aspiran a lo bajo y que les son hostiles.

Como, al contrario del Hijo de Dios, Él pasó Su juventud espiritual en la esfera espiritual-sustancial, o sea, en el origen y punto de partida del espíritu humano, además de tener raíces en lo Divino-Insustancial, está también arraigado firmemente en lo espiritual-sustancial; de ese modo, se acerca más a la naturaleza de la humanidad y, con el acoplamiento del origen y la juventud, es, en rigor, Dios-hombre; Su lugar de procedencia está en lo Divino-Insustancial y también en lo puramente espiritual-sustancial, en el comienzo primordial de la humanidad. Es por eso por lo que, al contrario del puro Hijo de Dios, se Le llama Hijo del Hombre, el cual, en virtud de Su origen, tiene el camino abierto a lo Divino-Insustancial. De ahí que Él lleve en su interior fuerza y poder divinos y esté así bien pertrechado para enfrentar a toda la humanidad, como también a Lucifer.

¡Despertad, pues, para que lo reconozcáis tan pronto llegue Su momento, ya que con Él llegará vuestro momento también!

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