En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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47. Las regiones luminosas y el Paraíso

¡Luz radiante, pureza deslumbrante y beatífica ligereza! Todo eso, por sí solo, ya dice tanto que apenas es necesario dar detalles. Cuanto menos el cuerpo etéreo, o sea, el manto del espíritu humano en el más allá, esté lastrado por alguna propensión a lo bajo, por algún apetito de cosas y placeres terrenales, menos se sentirá dicho espíritu atraído por ello y menos denso y, por ende, menos pesado será su cuerpo etéreo –el cual se configura según su voluntad– y tanto más rápido será encumbrado, gracias a su ligereza, hacia esas regiones más luminosas que se corresponden con la menor densidad de su cuerpo etéreo.

Cuanto menos denso, o sea, cuanto menos compacto y más sutil se vuelva este cuerpo etéreo, gracias a su purificación de bajos apetitos, más claro y más luminoso habrá de ser su aspecto, dado que entonces el núcleo espiritual-sustancial en el alma humana, que, en virtud de su constitución, es de por sí radiante, envía desde adentro su irradiación luminosa con cada vez más fuerza y hace así más translúcido a ese cuerpo etéreo que va perdiendo en densidad, mientras que en las regiones bajas este núcleo de por sí radiante permanece cubierto y oscurecido, por causa de la mayor densidad y peso del cuerpo etéreo.

También en las regiones luminosas toda alma humana encontrará las especies que guarden afinidad con ella según la constitución del cuerpo etéreo, o sea, encontrará a almas que son como ella. Dado que sólo lo verdaderamente noble y lo bienintencionado es capaz de, ya libre de todo apetito, aspirar a las alturas, el alma en cuestión sólo encontrará almas nobles entre las especies que guardan afinidad con ella. Asimismo, no resulta difícil de imaginar que el morador de semejante región no tiene que sufrir tormento alguno, sino que sólo disfruta de la bendición que dimana de su entorno igualmente noble, se siente bienaventurado con este disfrute y, a su vez, despierta exclusivamente regocijo en los demás con su propio proceder, y dicho regocijo es asimismo lo único que percibe en ellos como reacción a sus propias acciones. Ese puede decir que se encuentra en los campos de los bienaventurados, o sea, en los campos de quienes experimentan bienaventuranza. Estimulado por ello, su alegría por lo puro y lo excelso se hará cada vez mayor y lo encumbrará cada vez más alto. Su cuerpo etéreo, imbuido completamente de este sentimiento, se volverá cada vez más sutil y menos denso, de modo que la luminosidad del núcleo espiritual-sustancial se abre camino con una intensidad radiante cada vez mayor, y, por último, los últimos residuos del cuerpo etéreo se desvanecen como consumidos por un fuego, con lo cual ese espíritu humano que ha alcanzado la perfección y ha adquirido la personalidad consciente puede, gracias a su constitución puramente espiritual-sustancial perfecta, cruzar la frontera que lo separa de la esfera espiritual-sustancial. Es ahí que viene a entrar al Reino de Dios Padre, al imperecedero Paraíso.

Así como a un pintor le es imposible reproducir en un cuadro los tormentos de la verdadera vida en las regiones oscuras, igual de imposible se le hace reflejar la delicia que encierra la vida en estas regiones luminosas, y ello pese a que estamos hablando de regiones que aún forman parte de la perecedera materia etérea y pese a que todavía no se ha cruzado la frontera del eterno Reino de Dios Padre.

Toda ilustración y todo intento de reproducir pictóricamente esa vida equivaldría en todo caso a un empequeñecimiento que habría de acarrearle daños al alma humana en lugar de traerle provecho.

Mensaje del Grial de Abdrushin


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