En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


41. Difunto

En la habitación del difunto hay un alma solitaria y desorientada. Desorientada porque el hombre que yace en el lecho se rebeló durante su vida terrenal a la idea de que la vida continúa después de que uno abandona el cuerpo físico-material y, por consiguiente, nunca se puso a pensar en ello con seriedad y se burlaba de todos aquellos que hablaban del tema. Desconcertado, mira a su alrededor. Con sus propios ojos se ve a sí mismo tendido en su lecho de muerte y ve sollozar alrededor del lecho a personas conocidas; puede oír lo que éstas dicen y quizás perciba también el dolor que sienten al lamentar su muerte. Le dan ganas de reír y de llamarles la atención sobre el hecho de que él aún está vivo; así que los llama. Para su sorpresa, no lo escuchan. Una y otra vez los vuelve a llamar; cada vez más alto. La gente no lo escucha y continúan con sus lamentaciones. El miedo comienza a apoderarse de él. Al fin y al cabo, él puede oír su voz bien alto y puede sentir su cuerpo con claridad. Y angustiado, vuelve a gritar una vez más. Ninguno de los presentes le hace caso. Llorando, observan el cuerpo inmóvil que él reconoce como el suyo y que él, no obstante, ve ahora como algo ajeno, algo que ya no le pertenece; puesto que a fin de cuentas él está parado con su cuerpo al lado de aquel otro y ya no experimenta ninguno de los dolores que había estado sintiendo.

Con cariño se dirige a su mujer, que está arrodillada junto a su antiguo lecho, y la llama por su nombre. Mas el llanto de aquélla no disminuye; ni una palabra, ni un movimiento, nada que dé indicar que su mujer lo ha oído. Desesperado, se acerca a ella y la sacude toscamente por el hombro. La mujer ni se da cuenta. Él no sabe que lo que está tocando y sacudiendo es el cuerpo etéreo de su mujer, no el cuerpo físico, y que la mujer, al igual que él, jamás pensó en que hubiera algo más que el cuerpo terrenal y no puede sentir su cuerpo etéreo.

Una inefable sensación de miedo le hace estremecerse. Presa de la debilidad al sentirse abandonado, cae al suelo y pierde el conocimiento.

El sonido de una voz conocida le hace despertarse lentamente, y entonces ve el cuerpo que llevó en la Tierra rodeado de flores. Le dan ganas de huir del lugar, mas no consigue separarse de ese cuerpo inmóvil y frío. Con claridad puede sentir que todavía está ligado a él. Pero, en ese momento, se vuelve a oír la voz que lo sacó de su sueño. Es la voz de su amigo, que está hablando con otra persona. Ambos han traídos sendas coronas y, al depositarlas, entablan conversación. Aparte de ellos, no hay nadie más. ¡El amigo! Le dan ganas de llamar su atención y la del otro, que, junto a su amigo, fue muchas veces su estimado huésped. Tiene que decirles que, por raro que parezca, él todavía está vivo, que todavía puede oír lo que ellos dicen. ¡Los llama! Mas su amigo tranquilamente se da la vuelta hacia su acompañante y sigue hablando. Pero lo que su amigo dice lo deja de una pieza. ¡¿Y ese que habla así de él es su amigo?! Petrificado, escucha las palabras de estos hombres, con los que tantas veces había bebido y reído, y que sólo tenían palabras halagadoras para él cuando se sentaban a su mesa y disfrutaban de su hospitalidad.

Esos dos se marchan y vienen otros. ¡Cuán fácil le resulta ahora percatarse de cómo es la gente en realidad! Muchas personas a las que había tenido en gran estima le provocan ahora asco y cólera, y a algunas en las que nunca se había fijado, con gusto les estrecharía la mano, agradecido. Pero ninguna lo oyó ni lo sintió, pese a que él gritó y berreó para demostrar que vivía. –

Acompañado de una gran procesión, el cuerpo es llevado a la tumba. El sujeto que nos ocupa va sentado a horcajadas sobre su ataúd. Amargado y desesperado, sólo atina a reír y reír. La risa, empero, no tarda en dar paso al más profundo desaliento, y una gran sensación de soledad se apodera de él. – – –

Al despertar, se ve rodeado de oscuridad. Cuánto había dormido, no sabría decir. Sin embargo, siente que ya no debe de estar atado a su cuerpo terrenal como lo había estado hasta ese momento; pues se siente libre. Libre en esa oscuridad que lo oprime y que pesa sobre él de manera singular.

En eso prueba a vocear; no se oye nada. No le es posible oír su propia voz. Gimiendo, se deja caer; pero al hacerlo se da un fuerte golpe en la cabeza con una afilada piedra. Cuando, al cabo de un buen tiempo, vuelve a despertar, ve que aún lo rodea la misma oscuridad y el mismo silencio ominoso. Hace el intento por levantarse, pero los miembros se sienten pesados y no le quieren obedecer. Con toda la fuerza que puede dar la más angustiosa desesperación, se levanta trabajosamente y comienza a andar dando tumbos. A menudo cae al suelo y se golpea fuertemente; asimismo, choca a diestra a siniestra con cantos y bordes. Mas ello no le hace detenerse para recuperar energías; ya que se siente poseído de unas ansias tremendas de tantear y buscar. ¡Buscar! ¿Pero qué? El pensar le resulta difícil y no le conduce a nada. Está buscando algo que no sabe qué es. Pero sigue buscando.

El impulso que lleva en su interior lo insta a seguir, a seguir sin parar. Hasta que cae de nuevo, sólo para volverse a levantar y reanudar su andar. Así transcurren años, décadas, hasta que finalmente las lágrimas asoman a sus ojos, su pecho convulsiona en sollozos y... le viene un pensamiento, una petición, el clamor de un alma exhausta que desea que esta desesperanza llegue a su fin. Este clamor de la más desmedida desesperación y del desesperante dolor trae, empero, el surgir del primer pensamiento, debido al deseo de escapar de semejante situación. Ahí trata entonces de entender qué es lo que le ha hecho acabar en tan terrible situación, qué es lo que tan cruelmente le obliga a vagar en esa oscuridad. Sus manos se extienden para tantear el entorno y sólo tocan duras piedras. ¿Estará en la Tierra... o quizás en ese otro mundo en el que nunca fue capaz de creer? ¡El otro mundo! En ese caso, debe de estar muerto terrenalmente, y, sin embargo, vive aún, si es que se le puede llamar vida a este estado. El pensar le resulta infinitamente difícil. Así, continúa su búsqueda deambulando de un lado a otro. Vuelven a pasar años. ¡Sólo quiere salir, salir de esa oscuridad! Ese deseo se vuelve un ansia incontrolable, de la cual surge el anhelo. El anhelo, empero, es la intuición pura que dimana de esa ansia basta, y con el anhelo le sale, muy tímidamente, una oración. Esta plegaria originada del anhelo acaba brotando de él cual manantial y, en ese momento de paz plácida y benéfica, de humildad y de sumisión, se instala así en su alma. Sin embargo, al levantarse para continuar su andar, una cálida corriente vivencial recorre su cuerpo; puesto que ahora se ve rodeado de un crepúsculo; de repente, puede ver. Lejos, pero bien lejos alcanza a divisar una luz que, parecida a una antorcha, le convida. Jubiloso, extiende los brazos en dirección de la luz y, lleno de regocijo, se deja caer de nuevo para, con el corazón a punto de estallar, darle las gracias a Ese que le ha dispensado la luz. Acto seguido emprende con fuerza renovada su marcha hacia la luz, que, pese a su avance, sigue igual de distante, pero a la que, aun así, después de todo lo vivido, espera llegar, aunque haya de tomarle cientos de años. Si ora humildemente, eso que le acaba de acontecer puede repetirse y acabar sacándolo de esa región rocosa para conducirlo a una tierra más cálida e irradiada de luz.

«¡Dios mío, ayúdame!», le sale de su pecho lleno de esperanza. ¡Qué gloria: puede oír su voz de nuevo! Si bien muy débilmente, pero la oye. La alegría que ello le trae le da nuevas fuerzas, y esperanzado, reanuda su marcha. – –

Ese es el comienzo de la historia de un alma en el mundo etéreo. Se trata de un alma que no puede ser considerada como mala. De hecho, en la Tierra se le había tomado por bien buena; un gran industrial muy ocupado y siempre asegurándose de obedecer todas las leyes terrenales. –

Tan solo una aclaración sobre el suceso descrito: la persona que durante su vida terrenal no quiere saber nada de que después de la muerte la vida continúa y de que algún día se verá obligada a responder por todo lo que ha hecho y ha dejado de hacer –y ello según las leyes existentes, las cuales no concuerdan con el parecer terrenal de la actualidad– se queda ciega y sorda en el momento en que se ve obligada a pasar al otro mundo. Solo mientras esté aún ligada a ese cuerpo físico-material suyo que ya ha abandonado –ligazón que puede durar días o semanas–, le es posible percibir a trechos lo que sucede a su alrededor.

Ahora, una vez que queda libre de ese cuerpo físico-material en descomposición, se le escapa también dicha posibilidad. Ahí ya queda totalmente ciega y sorda. Ello, empero, no es un castigo, sino algo completamente natural, toda vez que esta alma no quiso ver ni oír nada del mundo etéreo. Su propia volición, que tiene la facultad de rápidamente darle forma a lo etéreo de conformidad con su naturaleza, le impide que dicho cuerpo etéreo pueda ver u oír. Ello hasta que en el alma en cuestión, poco a poco, tenga lugar un cambio. Ahora bien, dependerá de la propia alma que dicho cambio tarde años o décadas en consumarse. La libre resolución no le es retirada en ningún momento. Asimismo, la ayuda que pueda recibir le viene a ser proporcionada cuando ella la desee; no antes. Dicha ayuda jamás le será impuesta.

Esa luz que el alma acoge con tanto regocijo al comenzar a ver había estado ahí todo el tiempo. Sólo que el alma no había podido verla hasta ese momento. Dicha luz es, de hecho, más clara y más intensa de como esa alma acabada de salir de su ceguera alcanza a verla. El cómo ella la vea, o bien intensa, o tenue, dependerá igualmente de ella misma. La luz no se le acerca ni un paso, pero está ahí. El alma puede tener el placer de verla en cualquier momento si lo quiere de verdad y humildemente.

Sin embargo, lo que he aclarado aquí tiene validez sólo para almas humanas de ese tipo, no para las demás. En las tinieblas y sus regiones, por ejemplo, no hay esta luz. Allí a aquel que experimenta un progreso interior no le es posible de repente ver la luz, sino que para ello se le debe mostrar primero un camino que lo conduzca fuera de ese entorno que lo retiene.

Ciertamente, esa situación descrita aquí de un alma humana puede, ya de por sí, ser calificada de martirizante, máxime cuando dicha alma es presa de tamaña zozobra y no tiene ningún tipo de esperanza; pero ella no quiso otra cosa. Lo que está recibiendo no es más que lo que ella misma se buscó. Fue ella quien no quiso saber nada de una vida consciente después de su partida de la Tierra. Al alma, empero, no le es posible anular el hecho de que para ella hay una vida después de la muerte, ya que eso es algo sobre lo cual no puede disponer, pero lo que sí hace por medio de esa postura es construirse una región etérea de árida naturaleza y paralizar los órganos sensoriales de su cuerpo etéreo, de modo que éstos no pueden ver ni oír lo etéreo... hasta que el alma no acabe de cambiar de opinión.

Esas son las almas que uno puede ver en la Tierra por millones y que fuera del hecho de que no quieren saber nada de la eternidad o de Dios, pueden ser aún consideradas como decentes. A las personas malévolas les va peor, como es de suponer. De esas, empero, no vamos a hablar aquí, sino solo de lo que la gente llama personas decentes. –

Cuando se dice que Dios extiende una Mano de ayuda, dicha ayuda reside en la Palabra que Él les envía a los hombres, en la Cual les muestra cómo desprenderse de la culpa en la que se han enredado. Y Su gracia reside de antemano en todas las grandes posibilidades que en la Creación son puestas a disposición de los espíritus humanos para que éstos las aprovechen. Tanto es lo que se ofrece con ello que el hombre de hoy día no es capaz de imaginarse su magnitud. Y es que nunca se ha ocupado de ello, no con la debida seriedad; allí donde lo ha hecho, ha sido de manera frívola o con el vano fin de exaltarse a sí mismo.

Pero en el momento en que los espíritus humanos comprendan el verdadero valor contenido en la Palabra de Dios, lograrán grandes cosas en la Creación entera. Hasta ahora han preferido siempre su propio saber y, por consiguiente, el resultado no ha sido más que un producto fragmentario, en comparación con el contenido de la Palabra de Dios, la Cual también hoy día pasa desapercibida para los hombres y es obviada por éstos. Puesto que ningún hombre conoce el verdadero valor del Mensaje del Grial; ni uno sólo en toda la Tierra. Así el hombre crea conocer la esencia del Mensaje, así ya perciba espiritualmente las ventajas que adquiere debido a su parcial comprensión de este Mensaje... no Lo conoce, no conoce su verdadero valor, no ha asimilado ni la centésima parte de dicho valor. Y eso lo digo yo, que soy quien trae el Mensaje; vosotros no sabéis lo que tenéis en vuestras manos.

Este Mensaje es el camino, la puerta y la llave que os conduce a la vida, a esa vida que no puede ser tasada, que no puede ser comprada ni con todos los tesoros de esta Tierra, ni con todos los tesoros del Universo entero. Así que bebed de este Mensaje que se os ofrece. Extraed de este bien, el más precioso que os podéis encontrar. Comprendedlo tal como es, pero no busquéis en él ni interpretéis lo escrito en él. Buscar en él e interpretar lo que en él hay escrito no trae ningún provecho. No es el Mensaje lo que debéis entender, sino que vuestro trabajo es simplemente hacer sitio en medio de vuestra alma. Es ahí donde debéis buscar y analizar para ver si hay algo que no ayuda a adornar la habitación para cuando el Mensaje haga entrada en vosotros. Debéis descubrir si hay algo en esta habitación –la cual ha de convertirse en un templo en vuestro interior– que resulte un estorbo. Levantad este templo en vuestro interior sin tocar mi Mensaje, y todo el que así lo haga será ayudado. – – –

Mensaje del Grial de Abdrushin


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