En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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39. Los bienes terrenales

Muchas veces surge la pregunta de si el hombre debe desligarse de los bienes terrenales o no hacerles caso cuando aspira a ganancias espirituales. Formular semejante axioma sería una necedad. Si bien el hombre no debe apegarse a los bienes terrenales en el momento en que aspire al reino celestial, ello no quiere decir que deba regalar o tirar dichos bienes y vivir en la pobreza. El hombre puede y debe disfrutar con gozo de lo que Dios pone a su disposición por medio de Su Creación. El «no deber apegarse» a los bienes terrenales lo único que quiere decir es que una persona no se debe dejar arrastrar al punto en que vea la acumulación de bienes terrenales como la meta suprema de su vida terrenal y, por tanto, se «apegue» predominantemente a esta sola idea. Es perfectamente natural que semejante postura tendría que apartarlo de metas elevadas. Ya no tendría tiempo para ellas y, con toda fibra de su ser, se apegaría exclusivamente a la sola meta de la adquisición de posesiones terrenales. Da igual si es sólo por tener dichas posesiones, o por el entretenimiento que éstas le posibilitan, o por otros motivos; en el fondo, el resultado será siempre el mismo. La persona se apega y se ata así a lo puramente terrenal, con lo cual pierde la vista de las alturas y no consigue ascender.

Esa falsa interpretación de que los bienes terrenales han de quedar fuera cuando se habla de aspiración a ascender espiritualmente ha suscitado en la mayoría de los hombres la descabellada idea de que ningún empeño espiritual puede tener algo que ver con los bienes terrenales si es que ha de ser tomado en serio. Y los hombres, con esa peculiar manera de ser suya, jamás se han dado cuenta del daño que se han hecho con ello.

De ese modo le están restando valor a los dones espirituales, o sea, a los dones más excelsos que puedan recibir; puesto que, debido a esa peculiar postura, todos los empeños espirituales han tenido que estar dependiendo de ofrendas y regalos, similar a como sucede con los mendigos, y, de esa manera, se ha ido colando desapercibidamente una postura ante dichos empeños que es igual a la postura que se tiene para con los mendigos. Es así como tales empeños jamás han podido ganarse el respeto que se merecen más que ninguna otra cosa. Pero, por esa misma razón, han estado siempre obligados desde un mismo inicio ha llevar en sí el germen letal, ya que jamás les ha sido posible poder valerse por sus propios medios, sino que siempre han dependido de la buena voluntad de los hombres. Un individuo con aspiraciones serias jamás debe menospreciar los bienes terrenales, y ello justo para preservar y proteger ante la humanidad aquello que es lo más sagrado para él, lo espiritual. Esos bienes, en la actualidad, han de servirle primordialmente de escudo en el mundo físico-material, a fin de poder defenderse de los ataques físicomateriales con algo de la misma naturaleza. Malsana sería la situación en la que acabaríamos si en la era de los materialistas las personas con aspiraciones espirituales fueran a menospreciar la más potente arma de sus inescrupulosos adversarios. Ello sería una imprudencia que podría costar bien caro.

Por eso vosotros los verdaderos creyentes no menospreciéis los bienes terrenales, los cuales han sido creados únicamente gracias a la voluntad de ese Dios al que tratáis de honrar. Mas no os dejéis adormecer por la comodidad que la posesión de bienes terrenales trae consigo, sino que haced un sano uso de éstos.

Así es también con los dones especiales de esas fuerzas que sirven para sanar diferentes enfermedades, o con aptitudes benéficas similares. Con la mayor ingenuidad o –para decirlo bien– descaro, la gente espera que semejantes facultades sean puestas a su disposición gratuitamente, solo porque la persona ha recibido dichas facultades de lo espiritual como un don especial que ha de ser usado. Muchos llegan al extremo de esperar una demostración de alegría por haberse «rebajado» a servirse de semejante ayuda al haberse encontrado en un gran apuro. Individuos así deben ser excluidos de toda ayuda, así dicha ayuda sea lo único que pueda socorrerlos.

En cuanto a las personas así dotadas, deberían acabar de aprender a valorar más esos dones que han recibido de Dios, para que no tengamos una y otra vez la situación en que se le echan perlas a los cerdos. Para poder prestar ayuda de verdad, dichas personas requieren de mucho más fuerza etérea y corporal, así como de más tiempo, que un jurista para su mejor alegato o que un médico para realizar una gran cantidad de visitas a pacientes, o que un pintor para crear un cuadro. A nadie se le ocurriría exigirle al jurista, al médico o al pintor que hicieran su trabajo a cambio de nada, pese a que, como cualquier otra aptitud, una buena facultad comprensiva no es otra cosa que un «regalo de Dios». Despojaos de una vez de esas ropas de mendigo y lucid las vestiduras que son dignas de vosotros.

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