En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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37. El simbolismo en el destino del hombre

Si los hombres no se enfrascaran tanto en las necesidades y las muchas nimiedades de la vida cotidiana y quisieran dedicar algo de su tiempo a observar con un poco más de atención los acaecimientos grandes y pequeños que se producen en su entorno, por fuerza habrían enseguida de darse cuenta de cosas de las que no tenían conocimiento. Se quedarían asombrados de ellos mismos y les costaría trabajo creer que hasta ese momento hayan podido pasar por alto irreflexivamente algo tan llamativo. Y, de hecho, tienen todo motivo para verse a sí mismos con compasión y extrañeza. Con tan solo algo de observación, se les abrirá de repente todo un mundo de vivo acontecer y estrictamente organizado, un mundo que permite reconocer claramente los tensos hilos de la guía de una Mano superior: el mundo del simbolismo.

Éste tiene sus raíces en lo más profundo de la parte etérea de la Creación y solo sus cabos más extremos se manifiestan en lo terrenalmente visible, en calidad de estribaciones. Es como en el caso de un mar aparentemente en calma, cuyos constantes movimientos no se revelan a la vista, sino que sólo pueden ser observados en la playa, en sus últimas estribaciones. El hombre no se imagina que, con tan solo un esfuerzo bien ínfimo y algo de atención, le es posible observar claramente esa actividad del karma tan temida por él. Así, le es posible familiarizarse más con ella, con lo que poco a poco ese miedo que a menudo brota en las personas que razonan acaba desvaneciéndose con el tiempo y el karma pierde todo lo de intimidante que pueda tener. Muchos pueden encontrar un camino a la ascensión cuando, con la ayuda de los acontecimientos terrenalmente visibles, aprenden a percibir las más profundas ondas de la vida etérea y pueden dedicarle tiempo a ésta, con lo que, al cabo del tiempo, surge la convicción de la existencia de efectos recíprocos absolutamente lógicos. Ahora, una vez que el hombre ha llegado a este punto, se empieza a someter lentamente y paso por paso, hasta que acaba percibiendo la presencia en toda la Creación, o sea, tanto en el mundo físico-material como en el etéreo, de la continua fuerza motriz de estricta lógica de la consciente voluntad divina. Y desde ese momento contará con ella y se plegará a ella voluntariamente. Ahora, ello significa para él nadar en la fuerza, cuyos efectos, de ese modo, sólo pueden traerle beneficios. Dichos efectos le sirven porque él sabe usarlos, toda vez que él se ajusta y se integra correctamente. De ese modo, el efecto recíproco sólo puede, con su desenlace, traerle felicidad. Y entonces, sonriente, verá cumplida al pie de la letra toda palabra bíblica, que, por su cándida simplicidad, tenía a veces que resultarle chocante, y cuyo cumplimiento a menudo amenazaba con hacérsele difícil, dado que, según la opinión que él había tenido hasta ese momento, semejante cumplimiento exigía una mentalidad de esclavo. Esa autoritaria demanda de obediencia que le parecía desagradable acabará, poco a poco, siendo percibida por él, cuya mirada se ha vuelto vidente, como la más alta distinción de la que una criatura puede ser beneficiaria, como un obsequio verdaderamente divino que encierra la posibilidad de desarrollar una inmensa fuerza espiritual que permite una colaboración personal y con conocimiento de causa en la majestuosa Creación. Las expresiones, «sólo aquel que se humille será exaltado», «el hombre tiene que “doblegarse con humildad ante su Dios” para poder entrar a Su reino», «el hombre tiene que “obedecer”, que “servir”» y todos esos otros consejos bíblicos tan simples y cándidos pero, al mismo tiempo, tan acertados le causan, desde un inicio, cierta repulsión al hombre moderno, ya que hieren ese orgullo suyo que reside en la conciencia del saber del intelecto. El hombre ya no quiere ser guiado tan ciegamente, sino que, habiendo cobrado conciencia de sí mismo, desea participar en todo con conocimiento de causa, a fin de lograr ese despegue interior que trae la convicción y que es necesario para alcanzar todo gran objetivo. Y eso no tiene nada de malo.

A medida que avanza en su desarrollo, el hombre debe ocupar en la Creación una posición cada vez más consciente. Y cuando, con alegría, se haya dado cuenta de que las simples frases bíblicas le aconsejan, con esa manera de expresión tan extraña para los tiempos presentes, exactamente todo eso que él, armado del conocimiento de las formidables leyes naturales y de una convicción plena, se ha decidido a acatar voluntariamente, sentirá como si una venda cayera de sus ojos. Impactado, se verá ante la realidad de que las añejas enseñanzas le habían resultado repelentes sólo porque él las había interpretado incorrectamente y nunca había tratado seriamente de ahondar en ellas como es debido y de hacerlas armonizar con la capacidad interpretativa de la actualidad.

Ya se hable de «someterse con humildad a la voluntad de Dios», o de «hacer uso de la índole y la actividad de las formidables leyes naturales una vez que uno las ha comprendido debidamente», se trata de una y la misma cosa.

Hacer uso de las fuerzas portadoras de la voluntad de Dios le es posible al hombre sólo cuando éste estudia detalladamente estas fuerzas, o sea, sólo cuando las comprende y se guía por ellas. Ahora, el contar con ellas o guiarse por ellas no es otra cosa que someterse, que plegarse; es no ir en contra de las susodichas fuerzas, sino a favor de ellas. Al hombre sólo le es posible explotar el poder de estas fuerzas ajustando su voluntad a la peculiaridad de ellas, o sea, yendo en la misma dirección que las referidas fuerzas. Eso no es ningún doblegamiento de las fuerzas, sino un sometimiento humilde a la voluntad de Dios. Y así el hombre llame a muchas cosas un acierto o un logro de la ciencia, ello no cambia nada del hecho de que todo no representa más que lo que la gente llama «hallazgo» de efectos de las leyes naturales existentes, o sea, de efectos de la voluntad de Dios, efectos que, de ese modo, se le hacen «perceptibles» a uno; y con el aprovechamiento o uso de estos efectos, uno se está «plegando» a dicha voluntad. Eso, sea como sea, constituye un sometimiento humilde a la voluntad de Dios, constituye un acto de «obediencia».

Pero ahora pasemos al simbolismo. Todo acontecer en la Creación, o sea, en la materialidad, tiene por fuerza que alcanzar una verdadera conclusión en su ciclo, o, como se puede decir también, tiene que cerrarse formando un anillo. Es por eso por lo que, de conformidad con las leyes de la Creación, todo regresa sin falta a su punto de partida, que es donde único puede hallar su conclusión, o sea, donde único puede resolverse, desvanecerse o extinguirse como algo operante. Así es con la Creación misma en Su integridad, así como también con cada acontecer individual. De ahí surge el obligado efecto recíproco que, a su vez, trae consigo el simbolismo.

Como todas las acciones han de acabar allí donde han surgido, ello implica que toda acción tenga que acabar en el mismo tipo de sustancia en el que surgió. De modo que un comienzo etéreo tiene que tener un final etéreo; un comienzo físico-material, en cambio, ha de tener un final físico-material. Lo etéreo no puede ser visto por los hombres; ahora, el final físico-material de todo acontecer recibe de éstos el nombre de simbolismo. Y si bien dicho final se les hace visible, les falta la clave para su entendimiento, o sea, les falta el comienzo, el cual, en la mayoría de los casos, está en una existencia físico-material anterior.

Y si bien aquí la mayor parte de todo el acontecer del efecto recíproco tiene lugar exclusivamente en el mundo etéreo, ese karma operante no podría jamás hallar un cierre total hasta que el final no se extendiera de alguna manera al mundo físico-material y se hiciera visible allí. Sólo con un suceso visible que se corresponda con la esencia del efecto recíproco puede cerrarse un ciclo en actividad, con lo cual tiene lugar la conclusión absoluta, da igual si, de conformidad con la naturaleza del comienzo, dicha conclusión es de carácter bueno o malo, si trae felicidad o desgracia, si trae bendición o, por medio de la redención, perdón. Este último efecto visible tiene que tener lugar, y ha de hacerlo en el mismo lugar donde se encuentra el origen, o sea, en esa persona que, con alguna acción, proporcionó el comienzo para ello. No hay caso alguno en que dicho efecto pueda ser eludido.

Si entretanto la persona en cuestión ha cambiado interiormente de tal manera que en ella ha cobrado vida algo de mejor naturaleza que esa acción que en un momento dado realizó, al efecto recíproco se le hace entonces imposible encontrar asidero, por razón de su naturaleza: ya no encuentra un suelo afín en esa alma que ahora aspira a las alturas y que se ha vuelto más luminosa y, por ende, más ligera, de conformidad con la ley de la gravedad espiritual24. La consecuencia natural de ello es que, al acercarse un efecto más turbio, éste se entremezcla con el entorno más luminoso de la persona en cuestión y, por consiguiente, resulta significativamente debilitado. Pero, aun así, la ley del ciclo y del efecto recíproco tiene que cumplirse a plenitud, a través de esa fuerza suya de operar automático. Cualquier anulación de alguna de las leyes naturales resulta imposible.

Es por eso por lo que, de conformidad con las inmutables leyes, un efecto recíproco regresivo así de debilitado tiene que tener una repercusión visible en lo físico-material también para llegar a su verdadera conclusión, o sea, para quedar cancelado. El fin tiene por fuerza que retornar al comienzo y fundirse con éste. Ahora, por razón de ese entorno que se ha vuelto luminoso, el karma oscuro no consigue acarrearle daños a la persona en cuestión, y así, este efecto recíproco debilitado se limita a repercutir en el entorno más próximo de dicha persona y lo hace de tal manera que a ésta se le da la posibilidad de voluntariamente hacer algo cuya naturaleza no necesita sino conformarse a la esencia de ese efecto recíproco que retorna. La diferencia con el efecto de las corrientes oscuras regresivas que le estaba destinado a ella en toda su verdadera fuerza original es que no le ocasiona dolores ni daños; al contrario, es posible que incluso le traiga satisfacción.

Y así tiene lugar una redención puramente simbólica de muchos karmas graves, y ello de total conformidad con las leyes en la Creación, que, en su operar automático, trabajan de esa manera debido al cambio de la condición del alma. Es por eso por lo que esto ocurre sin que la mayoría de las personas tomen conciencia de ello. De ese modo, el karma queda deshecho y la inmutable justicia es satisfecha hasta en las más sutiles corrientes. Semejantes sucesos que, de acuerdo a las leyes de la Creación, son perfectamente naturales implican actos de gracia tan formidables como solo la omnisciencia del Creador puede producir en Su obra perfecta.

Existen muchas de estas redenciones puramente simbólicas de efectos recíprocos que, de lo contrario, habrían de repercutir gravemente en la persona en cuestión.

Tomemos un ejemplo: un individuo rudo y mandón se ha echado a cuestas un grave karma al haber oprimido a sus semejantes mediante el ejercicio de los referidos atributos. Este karma, que posee vida, sigue su ciclo de acuerdo a la peculiaridad de su naturaleza y, manteniendo su esencia, habrá de retornar al individuo con fuerza multiplicada. Al acercarse esta corriente de despotismo desconsiderado que, en muchos casos, ya viene tremendamente reforzada gracias a la ley de atracción de especies etéreas afines, la misma se entremezclará con todo el entorno etéreo del individuo en cuestión de tal manera que dicho entorno habrá de repercutir de modo trascendental en el entorno físico-material, con el cual guarda una estrecha relación, y creará así situaciones que obligan al otrora artífice a sufrir en mucho mayor grado el mismo despotismo sufrido por los congéneres que anteriormente martirizó.

Ahora, si entretanto esa persona ya ha alcanzado una mejor comprensión y, gracias a un sincero afán por ascender, ha adquirido un entorno más luminoso y más ligero, con ello, como es lógico, cambia también la naturaleza del efecto final. Según la intensidad luminosa del nuevo entorno del individuo en cuestión, la oscuridad que retorna y que es de naturaleza más densa se verá en mayor o menor grado permeada por esta luz, resultando así neutralizada en mayor o menor medida. En caso de que ese individuo anteriormente despótico haya ascendido considerablemente, o sea, en caso de una enmienda extraordinaria por parte del culpable, puede suceder que el efecto original quede prácticamente anulado y se limite a ejercer una acción pasajera que desde afuera se asemeje a una expiación. Supongamos que se trata de una mujer. En tal caso bastaría con que ella tomara el cepillo de las manos de su sirvienta para, con la mayor amabilidad, mostrarle cómo fregar el piso. Así solo se trate de unos pocos movimientos al efecto, el simbolismo del más humilde servir que ello implica sería suficiente. Esta breve acción representa una redención que tenía que ocurrir de manera visible y que, pese a lo fácil de la acción, es capaz de ponerle fin a un grave karma.

De la misma forma, el cambio de la disposición de los muebles en una sola habitación puede devenir en la terminación y anulación de una culpa cuya expiación o efecto retroactivo hubiera en realidad exigido un movimiento de mayor trascendencia y de carácter doloroso. Estas cosas se dan, de alguna manera, como consecuencia de la influencia debilitada de un efecto retroactivo, o acciones casuales son a veces usadas de manera habilidosa por la guía espiritual para provocar así una redención.

En todo esto es requisito natural que ya haya tenido lugar un progreso inusualmente grande y el consiguiente cambio de la condición del alma. Como es lógico, éstos son factores que un astrólogo no es capaz de tomar en cuenta, con lo cual lo que hace a menudo, con sus cálculos, es suscitar preocupaciones innecesarias y, a veces, incluso un miedo de tal magnitud que la sola intensidad de éste es capaz de ocasionar cosas desagradables o de generar cosas nuevas e inexistentes hasta ese momento, por medio de lo cual se cumple entonces –eso sí, solo aparentemente– el resultado de un cálculo que, de no ser por ese miedo, hubiera demostrado ser falso. En tales casos, empero, es el propio individuo en cuestión quien, con su miedo, ha abierto una puerta en el círculo de luz que le rodeaba. Allí donde él por voluntad propia extienda la mano más allá de la envoltura protectora, no se le podrá ofrecer ayuda de ninguna parte. Su propia voluntad ha roto desde adentro toda protección, mientras que desde afuera no se le puede acercar nada proveniente de la Luz sin que su voluntad así lo desee.

Así, la más mínima cortesía para con sus semejantes, una compasión verdaderamente sentida por el sufrimiento del prójimo o una sola palabra amistosa pueden convertirse en la simbólica redención de un karma tan pronto ello haya estado motivado interiormente por la seria voluntad por el bien.

Ésta, como es natural, resulta requisito obligado; puesto que, de lo contrario, no se puede hablar de una redención simbólica, por cuanto todo aquello que retorna al artífice habría de tener plena repercusión en todos los sentidos. Ahora, tan pronto el individuo se arme verdaderamente de la seria voluntad de ascender, no tardará en observar cómo su entorno, poco a poco, va cobrando cada vez más vida y cómo le son puestas en su camino todas las cosas habidas y por haber, las cuales, empero, siempre acaban bien. Ello incluso le salta a la vista. En un final, empero, llega entonces y de manera igual de evidente una etapa en que todo se vuelve más tranquilo o en la que todo lo que sucede contribuye de forma clara al progreso terrenal también. Ahí ya se ha acabado el período de las redenciones. Con alegre gratitud, podrá entonces recrearse en la idea de que se ha librado de muchas deudas que, de lo contrario, hubiera tenido que pagar caro. Que se ponga en guardia entonces, para que todos los hilos del destino que vuelva a anudar a través de su volición y sus deseos sean exclusivamente buenos, a fin de que así sólo le puedan sobrevenir cosas buenas también.

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