En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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32. Caminos falsos

Los hombres, con la excepción de unos pocos, están en un error sin límites y verdaderamente fatídico para ellos.

Dios no tiene necesidad de andar detrás de ellos y de rogarles que crean en Su existencia. Como tampoco Sus siervos son enviados para que continuamente estén exhortando a que no Lo abandonen. ¡Eso, al fin y al cabo, sería una ridiculez! El pensar así y el esperar algo semejante constituye una depreciación y degradación de la excelsa Divinidad. Son grandes los daños que causa semejante interpretación errónea. Y la misma es alimentada por la conducta de muchos pastores realmente serios que, en verdadero amor a Dios y a los hombres, tratan, una y otra vez, de convertir a personas que solo se interesan por lo terrenal, o sea, tratan de convencer a éstas y de ganarlas para la iglesia. Todo eso no hace más que contribuir a aumentar desmesuradamente la presunción humana de su importancia, presunción que, sin eso, es ya de por sí bastante grande, y también pone su grano de arena para hacer que muchos acaben creyendo erróneamente que hay que estarles rogando para que hagan el bien. Ello trae asimismo la peculiar actitud de la inmensa mayoría de los «creyentes», que son más ejemplos de lo que no se debe hacer que ejemplos a seguir. Miles y miles sienten en su interior una cierta satisfacción, se sienten enaltecidos en el convencimiento de que creen en Dios, de que rezan sus oraciones con la seriedad de que son capaces y de que no le hacen daño al prójimo deliberadamente.

En dicho «enaltecimiento» interior perciben una cierta retribución de lo bueno, un agradecimiento de Dios por su obediencia; en el mismo sienten una conexión con Dios en la que a veces piensan con cierto estremecimiento sagrado de su ser interior, estremecimiento que desata o deja una sensación de bienaventuranza a cuyo disfrute se entregan con alegría.

Mas esas legiones de creyentes van por mal camino. Están viviendo felices en una ilusión que ellos mismos se han creado y que, sin que cobren conciencia de ello, los pone a la par de esos fariseos que traían sus ofrendas con un sentimiento de gratitud auténtico pero incorrecto: «Señor, te agradezco que yo no sea como ese.». No es que lo verbalicen, ni en realidad tampoco lo piensan, mas la «sensación enaltecedora» en su interior no es otra cosa que esa inconsciente oración de gratitud que Cristo ya ha dado a entender como falsa.

En tales casos, ese «enaltecimiento interior» no es más que la manera en que desemboca una autosatisfacción que ha sido generada por la oración o por buenos pensamientos que dimanan de una volición intelectual. Esos que se hacen llamar humildes están, en la mayoría de los casos, muy lejos de ser humildes de verdad. A menudo, se requiere de un gran esfuerzo para poder hablar con semejantes creyentes. ¡Con esa manera de ser que tienen, jamás alcanzarán esa bienaventuranza que ya creen poseer! Que tengan cuidado más bien, no vaya a ser que acaben perdiéndose por razón de esa arrogancia espiritual suya que tienen por humildad. A muchos de los que hoy día aún son completamente ateos les será más fácil entrar al Reino de Dios que a todas esas legiones que, imbuidas de una vanidosa humildad, no se limitan a rogar cuando comparecen ante Dios, sino que acuden ante Él exigiendo indirectamente que los recompense por sus oraciones y sus palabras devotas. Sus peticiones son exigencias; su manera de ser, hipocresía. Como paja huera, serán barridos de Su presencia. La recompensa les va a llegar; eso es seguro; solo que la misma será diferente de como se la imaginan. Ya bastante se han saciado aquí en la Tierra con el convencimiento de su propio valer.

Esa sensación de bienestar no tardará en desvanecerse cuando pasen al mundo etéreo, en el que el sentir intuitivo interior, cuya existencia apenas sospechaban aquí, pasa a ocupar el primer plano, mientras que esa sensación generada tan solo por los pensamientos y que hasta ese momento había estado ocupando el papel preponderante se esfuma en la nada.

Esa espera interior con serenidad y presunta humildad, y que entraña una expectativa por algo mejor, no es en realidad más que una exigencia, así la expresen de otra manera valiéndose de bonitos eufemismos. Toda exigencia, empero, constituye una insolencia. ¡Sólo Dios puede exigir! Cristo tampoco vino rogándoles a los hombres con Su Mensaje, sino amonestando y exigiendo. Cierto es que dio explicaciones sobre la Verdad, pero no se puso a mostrarles sugerentes recompensas a Sus oyentes a fin de espolearlos a volverse mejores personas. La exhortación serena y estricta que siempre tuvo para los que buscaban en serio fue: «¡Id y obrad en consecuencia!».

En actitud de exigencia es como Dios viene a los hombres, no tratando de ganárselos ni rogándoles, no llorando ni lamentándose. Tranquilamente, va a dejar a todos los malos e incluso a todos los inseguros a merced de las tinieblas, con el objeto de que los que aspiran a las alturas no se sigan viendo expuestos a los ataques de aquéllos y de que todos los otros vivan a fondo lo que consideran como correcto, para que así lleguen a reconocer su error.

Mensaje del Grial de Abdrushin


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