En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


31. La ciencia moderna de los espíritus

¡La ciencia moderna del espíritu! ¡¿Cuántas cosas no se agrupan bajo esta bandera?! Elementos de toda índole acaban reuniéndose ahí, y de ellos incluso hay muchos que se combaten entre sí. Se trata de un picadero donde uno encuentra gente que busca en serio, exiguo saber, grandes planes, vanagloria y necedad, también fanfarronería vana en muchos casos y un comercialismo más inescrupuloso todavía. De ese embrollo florece no pocas veces la envidia y un odio desenfrenado, odio este que acaba desembocando en una maliciosa sed de venganza de la naturaleza más abyecta.

Naturalmente que, con semejante situación, no es de extrañar que muchas personas traten de mantenerse lejos de ese loco trajín, y ello con una aversión como si fueran a emponzoñarse por entrar en contacto con todo eso. Y no están muy lejos de la verdad, puesto que, realmente, incontables adeptos de la ciencia del espíritu no muestran nada sugerente con su conducta, mucho menos, atractivo; al contrario, todo en ellos, más bien, exhorta a los demás a tener el mayor cuidado posible.

Y es curioso que todo este campo de la llamada ciencia del espíritu –el cual, a menudo, es confundido por gente malintencionada o ignorante con la ciencia de los espíritus– sea a estas alturas aún visto como una especie de tierra de nadie, en la que todo el mundo puede hacer y deshacer a su antojo y con total libertad e impunidad.

Así se le ve, mas las experiencias ya han enseñado sobradas veces que no es así.

Innumerables pioneros en este campo que fueron lo bastante descuidados como para, en sus investigaciones, atreverse a aventurarse algunos pasos, cuando solo contaban con un saber imaginario, han devenido en desvalidas víctimas de su imprudencia. Lo que sí es una pena es que todas esas víctimas hayan caído sin que con ello se le pudiera aportar la más mínima cosa a la humanidad.

A fin de cuentas, cada uno de estos casos debería, en realidad, haber sido una prueba de que el camino que se estaba tomando no era el correcto, toda vez que éste sólo trae desgracias e incluso la ruina, y nada de bendiciones. Pero con un tesón peculiar se persiste en mantener estos malos derroteros, los cuales han seguido cobrando nuevas víctimas. Por cada menudencia que se descubre de algo que es parte de la lógica de la formidable Creación, se forma un gran alboroto y se escriben innumerables tratados que no pueden menos que espantar a muchas personas que buscan en serio, toda vez que el inseguro andar a tientas contenido en ellos se hace evidente con sobrada claridad.

En realidad, todo ese investigar que se ha estado llevando a cabo hasta ahora merece más el calificativo de peligroso pasatiempo con buenas intenciones.

En ese campo que es la ciencia del espíritu, y que es visto como tierra de nadie, jamás se podrá poner un pie impunemente mientras uno no sepa tomar en cuenta de antemano las leyes espirituales en toda su envergadura. Toda oposición consciente o inconsciente, o sea, toda «no observancia» de dichas leyes, lo cual equivale a una transgresión de las mismas, no podrá menos que alcanzar, a través del efecto recíproco, a ese osado, frívolo o descuidado que no las acata rigurosamente o que no es capaz de acatarlas.

El querer batir lo no terrenal con medios y modos terrenales es lo mismo que poner a un niño no desarrollado en un bosque no explorado y dejarlo solo ahí, donde únicamente un hombre pertrechado como corresponde, en plenitud de sus facultades y ejerciendo la mayor cautela puede tener perspectivas de salir ileso.

Con su manera actual de operar, los discípulos modernos de la ciencia del espíritu se ponen en la misma situación, no importa con cuánta seriedad crean estarlo haciendo y que todo eso que se atreven a acometer sea verdaderamente en aras del saber, a fin de ayudar así a los hombres a traspasar una barrera ante la que hace mucho aguardan a ser admitidos.

Cual niños, semejantes investigadores están a estas alturas detenidos aún por dicha barrera y, desvalidos, tantean aquí y allá, sin conocer los peligros que, en cualquier momento, pueden salir a su encuentro o que pueden sobrevenirles a través de otras personas en caso de que, con sus tentativas, excaven una brecha en la muralla protectora o abran una puerta que para muchos hubiera sido mejor que se hubiera mantenido cerrada.

Todo eso sólo merece ser calificado de imprudencia, y no de osadía, mientras esos que quieren aventurarse en semejante terreno no sepan con seguridad que, pase lo que pase, serán capaces de vencer de inmediato todos los peligros que se les puedan presentar no sólo a ellos, sino también a otros que, inducidos por ellos, se expongan de esa forma.

Los más irresponsables en su proceder son los «investigadores» que se dedican a hacer experimentos. Al crimen de la hipnosis21 ya se ha hecho referencia en varias ocasiones. En cuanto a los investigadores que hacen experimentos de otro tipo, éstos cometen un lamentable error, el cual consiste en que, sin saber nada ellos mismos –puesto que si supieran, de seguro que no lo harían–, hacen que personas de especial sensibilidad o con atributos mediumnísticos caigan en un sueño magnético o incluso hipnótico, a fin de así acompasarlos más a influencias no visibles corporalmente, a influencias que provienen del «más allá», con la esperanza de así poder oír y observar diferentes cosas que no se podrían percibir si la persona objeto del experimento se encontrara en el estado de plena alerta de su conciencia diurna.

En al menos noventa y cinco de cada cien casos exponen así a estas personas a grandes peligros que éstas no están aún en condiciones de afrontar; puesto que todo tipo de ayuda no natural con miras a un ahondamiento constituye una atadura del alma, atadura esta a través de la cual al alma se le obliga a adquirir una sensibilidad que va más allá de lo que su desarrollo natural permitiría.

El resultado es que esa víctima de semejantes experimentos se ve de repente en una región en la que, por causa de la referida asistencia artificial, se encuentra desprovista de su protección natural, o para la que no cuenta con esta protección natural suya, la cual solo puede surgir por medio del sano desarrollo de su propio ser interior.

Para hacerse una idea correcta de la situación en que esta persona digna de lástima se encuentra, uno puede imaginársela desnuda, atada a una estaca y puesta como cebo en medio de una región peligrosa, a fin de que atraiga hacia sí la vida y las influencias presentes en dicha región y de las cuales aún no se conoce, ello con el objeto de que dicha persona pueda informar al respecto o de que, con su colaboración, al despedir ciertas sustancias de su cuerpo, se le puedan hacer visibles a los demás las diferentes maneras en que esas influencias actúan sobre ella.

Debido a la conexión que su alma en peregrinación está obligada a mantener con su cuerpo, a la persona objeto de semejante experimento le es posible, por momentos, relatar todo lo que sucede como quien se sirve de un teléfono y comunicárselo así al espectador.

Ahora, si en eso esa posta colocada ahí de forma no natural es atacada de alguna manera, no le será posible defenderse, debido a su carencia de protección natural, y quedará desamparada y completamente expuesta, toda vez que, con la ayuda de otros y a través de métodos no naturales, ha sido puesta en una región a la que, de acuerdo a su desarrollo personal, aún no pertenece o en la que nada tiene que hacer. En cambio, el supuesto investigador que, por sed de saber, la llevó hasta esas regiones no puede ayudarla tampoco, dado que él mismo es un forastero y un inexperto en esa región de donde proviene el peligro y, por tanto, nada puede hacer para auxiliarle.

Es así como acontece que los investigadores devienen en criminales sin quererlo y sin que la justicia terrenal pueda encausarlos por ello. Esto no quita que las leyes espirituales ejerzan su efecto recíproco con todo rigor y encadenen al investigador a su víctima.

Muchas personas objeto de semejantes experimentos han sufrido ataques que, con el tiempo, y, en muchos casos, también rápidamente o de inmediato, repercuten en el plano físico-corporal, de manera que acaba produciéndose una enfermedad terrenal o la muerte, con lo cual, empero, no quedan anulados los daños del alma.

Ahora, en la mayoría de los casos, esos observadores que se hacen llamar investigadores y que llevan a sus víctimas a esas regiones desconocidas a las que hacía referencia permanecen, durante estos peligrosos experimentos, a buen cubierto terrenal bajo la protección de su cuerpo y su conciencia diurna.

Raras son las ocasiones en que participan también en los peligros a los que la persona objeto del experimento ha quedado expuesta y, de esa manera, den pie a que dichos peligros se les pasen a ellos de inmediato. Pero llegada la hora de la muerte terrenal, la hora de pasar al mundo etéreo, su encadenamiento a las víctimas los obliga, sea como sea, a ir allí donde es más probable que dichas víctimas acaben, a fin de entonces poder ponerse a ascender junto con ellas poco a poco.

Cuando se habla de que un alma es llevada a otra región con la ayuda de medios o métodos no naturales, uno no siempre debe imaginárselo como que el alma sale del cuerpo y se va flotando a otra región. En la mayoría de los casos, el alma permanece tranquila en el cuerpo. Solo que, con la ayuda del sueño magnético o hipnótico, se le hace artificialmente sensible, de manera que se acompase a corrientes e influencias mucho más sutiles que lo que su estado natural permitiría. Es lógico que en ese estado contranatural no dispondrá de la plenitud de sus facultades, con la cual contaría normalmente si hubiera llegado a esta región como consecuencia de su desarrollo interior y pudiera así pisar de manera firme y segura en este suelo más sutil y nuevo para ella. Producto de esta falta de la sana plenitud de facultades y debido al elemento artificioso presente, se produce una disparidad que no puede menos que traer trastornos. La consecuencia es un absoluto enturbiamiento de todos los sentimientos intuitivos, con lo cual surgen distorsiones de la realidad.

Son los propios investigadores, con su perjudicial asistencia, los que una y otra vez dan motivo a los informes falsos. A ello se debe también que en las muchas cuestiones del terreno de lo oculto que han sido «investigadas» y que ya están disponibles por escrito haya tantas cosas que no concuerden con una lógica rigurosa. En dichos escritos hay innumerables errores que hasta ahora no han podido ser reconocidos como tales.

Y con estos caminos visiblemente errados no se alcanza la más mínima cosa que pueda tan siquiera traer algún provecho o bendición a la humanidad.

A los hombres, en realidad, solo les puede ser de provecho aquello que los ayude a ascender o que, al menos, les muestre el camino para ello. Mas, con semejantes experimentos, todo esto queda de antemano y por siempre completamente descartado. Sirviéndose de asistencia contranatural, a un investigador le es posible, si bien en casos contados, conseguir que el alma de alguna persona tremendamente sensible o poseedora de atributos mediumnísticos abandone el cuerpo físico-terrenal y se traslade a la región del mundo etéreo más próxima a ella, pero ni un tris más arriba de la región que en todo caso le corresponde de acuerdo a su condición interior. Por el contrario, al valerse de asistencia contranatural, semejante investigador no logra trasladar al alma ni siquiera allí, sino solo al entorno más próximo a lo terrenal.

Ahora, este entorno más próximo a lo terrenal sólo puede albergar a todos los moradores del más allá que aún estén estrechamente atados a lo terrenal, a los moradores que, por causa de su condición inferior, sus vicios y sus pasiones, permanezcan encadenados a la Tierra.

Naturalmente que de vez en vez habrá también algo un poco más avanzado que esté residiendo allí temporalmente. Pero eso no es de esperar siempre. A lo elevado no puede encontrársele allí por razón de las leyes naturales. Primero tendría que desquiciarse el mundo o... tendría que existir en un ser humano el suelo propicio para el anclaje de la Luz.

Pero difícilmente se puede asumir que cosa así se halle en alguna persona objeto de estos experimentos o en semejantes investigadores que no hacen sino andar a tientas. De modo que el peligro y la inutilidad de todos esos experimentos se mantiene.

Otra cosa que es segura es que aquello que es verdaderamente elevado no puede acercarse a un médium, y mucho menos puede hablar por medio de éste, sin la presencia de una persona bien avanzada en su desarrollo, la cual ejerce un efecto depurador sobre todo lo de naturaleza más basta. De materializaciones provenientes de círculos excelsos podemos olvidarnos, ésas están totalmente descartadas, mucho más en esos juegos coquetones que gozan de tanta preferencia, como lo son los de toques en la mesa, los de movimientos de objetos, etc. El abismo es demasiado grande como para que pueda ser salvado así no más.

Pese al médium, todas esas cosas solo pueden ser llevadas a cabo por moradores del más allá que aún estén estrechamente atados a la materia. Si hubiera alguna otra posibilidad, o sea, si lo excelso pudiera ponerse en contacto con la humanidad tan fácilmente, entonces Cristo no hubiera necesitado en absoluto encarnar como hombre, sino que hubiera podido cumplir Su misión sin hacer ese sacrificio22. Ahora, la condición del alma de los hombres de la actualidad de seguro que no es más desarrollada que en los tiempos en que Jesús moró en la Tierra, de manera que no es de suponer que hoy día sería más fácil establecer una conexión con la Luz que en aquel entonces.

Ahora bien, los discípulos de la ciencia del espíritu manifiestan que, ante todo, ellos persiguen el objetivo de establecer la existencia de una vida en el más allá y, en especial, de establecer la continuidad de la existencia después de la muerte terrenal, y que, en vista de la duda general reinante en la actualidad, se hace necesario el empleo de armas de gran calibre o, lo que es lo mismo, de pruebas terrenalmente tangibles, a fin de abrir una brecha en las defensas del enemigo.

Sin embargo, esa argumentación no excusa que almas humanas, una y otra vez, sean puestas en juego de manera tan frívola. Además, no hay ninguna necesidad imperiosa de buscar convencer a como dé lugar a detractores malintencionados. A fin de cuentas, ya se sabe, y ello se refleja incluso en los comentarios de Cristo, que semejantes individuos no estarían dispuestos a creer así viniera un ángel directamente del Cielo a comunicarles la Verdad. Apenas éste se hubiera marchado, afirmarían que se trató de una alucinación en masa, y no de un ángel, o, si no, se valdrían de otro subterfugio. Y si se enviara algo o a alguien que se mantuviera perceptible a los sentidos terrenales, o sea, que no desapareciera de nuevo o se hiciera invisible, entonces hallarían otras evasivas, justo porque a esos que no quieren creer en el más allá se les antojaría como algo demasiado terrenal. No tendrían reparos en tachar semejante evidencia de embuste, y a la persona de fantasiosa, de fanática o también de embustera. Ya sea porque lo consideran demasiado terrenal, o demasiado supraterrenal, o incluso las dos cosas a la vez, siempre tendrán una objeción y siempre encontrarán algo que poner en entredicho. Y cuando ya no saben qué hacer, lanzan inmundicia, pasan a ataques más fuertes y no tienen reparos en cometer acciones violentas.

De modo que no procede hacer sacrificios para convencer a esos. Y menos aún hacerlos por muchos de los supuestos adeptos. Con una altanería de índole bien curiosa, éstos piensan que, por razón de su creencia en la vida en el más allá, creencia que en la mayoría de los casos es algo imprecisa y quimérica, pueden, por su parte, hacer ciertas exigencias, a fin de que a como dé lugar se les permita «experimentar» o «ver» algo. Esperan señales supraterrenales de sus guías como recompensa por su buena conducta. A menudo, las expectativas que llevan consigo, y que para ellos son perfectamente lógicas, resultan realmente ridículas, al igual que esa sonrisa bonachona suya que pretende dar a entender que saben mucho y que te perdonan tu ignorancia, y que es solo una apariencia para ocultar la ignorancia de la que en realidad adolecen. Es veneno el querer dar funciones para esas masas; puesto que, como ese tipo de gente cree saber tanto, para ellos los experimentos no son mucho más que horas de entretenimiento bien merecidas, en las que los moradores del más allá han de hacer las veces de artistas de cabaret.

Pero dejemos ya los grandes experimentos y centremos nuestra atención en los pequeños, como los de las mesas que se mueven. Estos no son en absoluto tan inocuos como se piensa, sino que, con la posibilidad que tienen de propagarse con extrema facilidad, constituyen un peligro bien grave.

¡Todo el mundo debería ser puesto sobre aviso al respecto! La gente que sabe no puede menos que apartarse, horrorizada, al ver el descuido con que se tratan estas cosas. ¡¿Cuántos adeptos no tratan de demostrar su saber en varios círculos incitando a realizar experimentos con las mesas que se mueven o, entre risas o murmullos misteriosos en círculos familiares, iniciando a otros en esa práctica que lleva letras y un vaso, o algún otro adminículo, que, al colocársele la mano encima levemente, es llevado o arrastrado hacia diferentes letras, formando así palabras, práctica esta que ya cae en el juego?! Con una rapidez siniestra, todas estas cosas han llegado a convertirse en juegos de salón a los que la gente se entrega entre risas, bromas y agradables repeluznos.

Así, tenemos hogares donde señoras mayores y no tan mayores, día por día, se sientan en grupo, o también a solas, alrededor de una mesa sobre la que descansa una cartulina que tiene dibujadas algunas letras, letras que, de ser posible, han de tener una forma bien especial, a fin de que no falte ese abracadabra que estimula la fantasía y que, por cierto, resulta completamente innecesario; ya que sin esto funcionaría también, basta con que la persona en cuestión tenga cierta inclinación por esas cosas. ¡Y personas así las hay por montones!

Los discípulos de la ciencia moderna del espíritu y los líderes de asociaciones ocultas se regocijan de que en efecto se lleguen a formar palabras y oraciones en las que la persona que realiza el ejercicio ha pensado consciente o inconscientemente. Con ello, dicha persona ha de quedar convencida y pasar a engrosar las filas de los adeptos de lo «oculto».

Por aquí salen escritos de tendencias ocultas haciendo mención de ello, por allá aparecen oradores interviniendo a favor de tales prácticas, acullá se fabrican y se venden adminículos que facilitan todas esas tonterías, y, de ese modo, prácticamente todo el mundillo de lo oculto asume el rol de eficiente peón de las tinieblas, y ello con la sincera convicción de estar así trabajando como sacerdotes de la Luz.

Semejantes sucesos demuestran, ya de por sí, la completa ignorancia presente en los esfuerzos ocultos de ese género. Los mismos evidencian que ni uno solo de todos ellos es verdaderamente vidente. No se debe alegar como prueba de lo contrario el hecho de que, de vez en vez, algún buen médium se haya desarrollado a partir de esos rudimentos o que, más bien, se haya visto, en un comienzo, atraído por ello de manera temporal, lo cual se acerca más a la verdad.

Las pocas personas que desde un inicio están predestinadas a ello tienen, gracias a su propio desarrollo natural, una protección muy distinta que les permite otear cada escalón, una protección de la que otros no disfrutan. Ahora, dicha protección solo funciona en el caso de un desarrollo natural y personal, un desarrollo sin ninguna asistencia contranatural; y ello justamente porque sólo en todo lo natural reside automáticamente una protección.

En el momento en que entre en juego la más mínima asistencia, ya sea por medio de ejercicios de la persona misma, o ya venga de otro lado, en la forma de sueño magnético o de hipnosis, dejará de ser natural y, por ende, ya no se ajustará enteramente a las leyes naturales, que son lo único capaz de conceder protección. Y si encima hay ignorancia, como hoy día es el caso por doquier, la desgracia está garantizada. El querer no basta para suplir lo que pueda faltar en capacidad cuando se trata de actuar. Y nadie debe tratar de ir más allá de su capacidad.

Por supuesto que no se descarta que, entre los cientos de miles que se dedican a estos peligrosos pasatiempos, haya una que otra persona que salga verdaderamente ilesa y tenga buena protección. También se dan los casos en que el daño sufrido es de tal naturaleza que no llega a hacerse patente durante la existencia terrenal de la persona en cuestión y solo después de haber abandonado este mundo es que entonces aquélla se ve de repente obligada a reconocer lo estúpidamente que en realidad ha actuado. Pero también hay muchos que ya sostienen daños terrenalmente visibles como consecuencia de ello, si bien no llegan a darse cuenta de la verdadera causa durante su vida terrenal.

Por esa razón hay que explicar lo que ocurre etérea y espiritualmente durante semejantes pasatiempos. Ello es igual de simple que todo en la Creación; no es para nada complicado, pero sí más difícil de lo que muchos se imaginan.

Debido al estado actual de la Tierra, las tinieblas, gracias a la volición de la humanidad, han adquirido la supremacía en todo lo material. De modo que en todo lo material aquéllas hallan un terreno que les resulta bien familiar y pueden así ejercer sus efectos de lleno en todo lo que es de la materia. Así que ahí se hallan en su elemento y pelean en terreno conocido. Es por ello por lo que en la actualidad aquéllas pueden más que la Luz en todo lo material, o sea, en todo lo físico-material.

Ello trae consigo que en todo lo que es de la materia la fuerza de las tinieblas supere a la de la Luz. Ahora bien, hay que decir que, en semejantes pasatiempos, como las mesas que se mueven, etc., podemos olvidarnos por completo de la Luz, o sea, de lo elevado. A lo sumo, podemos hablar de la presencia de elementos malos, o sea, oscuros, y de elementos un poco mejores, es decir, más claros.

Si ahora una persona se sirve de una mesa o un vaso, o de cualquier otro objeto físico-material, está pisando así el campo de batalla que le es familiar a las tinieblas; un terreno en el que todo lo oscuro está como en casa. De esa manera, le está otorgando de antemano a lo oscuro una fuerza contra la que ella no puede movilizar la protección correspondiente.

Examinemos una actividad espiritista o, si no, un juego de salón con mesas que se mueven y démosle seguimiento a lo que sucede espiritualmente... o, mejor dicho, etéreamente.

Si ahora se acerca a la mesa una persona, o varias, con la intención de, por medio de dicha mesa, establecer comunicación con moradores del más allá, ya consista esta comunicación en que estos moradores del más allá den algunos toques, o, lo que es más usual, que muevan la mesa a fin de poder formar palabras a partir de los caracteres que se están usando, lo primero que resulta atraído mediante esa conexión con lo material es lo oscuro, que entonces asume las manifestaciones. Con gran habilidad, estos sujetos oscuros se sirven de palabras grandilocuentes y tratan de responder los pensamientos de las personas –pensamientos estos que, a fin de cuentas, pueden leer fácilmente– de la manera deseada por ellas, mas, en cuestiones serias, las inducen siempre a error y tratan, como ha sucedido muchas veces, de poco a poco ir ganando cada vez más influjo sobre ellas para, sin prisa pero sin pausa, arrastrarlas a las profundidades. Y todo ello mientras muy habilidosamente les hacen creer a estos extraviados que están ascendiendo.

Ahora, si se diera el caso de que al principio del ejercicio, o en algún otro momento, se expresara a través de la mesa un familiar o un amigo fallecidos, lo cual sucede con bastante frecuencia, entonces resulta más fácil aún lograr el engaño. Las personas se dan cuenta de que quien se está manifestando, en verdad, debe tratarse de un amigo suyo y, en vista de ello, creen que siempre se trata de él cada vez que se dice algo por medio de la mesa y se da el nombre del conocido como autor de lo dicho.

¡Mas ese no es el caso! Las tinieblas, siempre alertas, no solo son capaces de servirse habilidosamente del nombre para darle el mayor viso de verosimilitud posible a su engaño y ganarse la confianza del que pregunta, sino que incluso se dan los casos en que un sujeto oscuro interviene en una frase iniciada por el verdadero amigo y la termina mal deliberadamente. Y ahí tenemos el hecho apenas conocido de que en una frase dicha sin interrupción y sin irregularidad aparente han participado dos individuos. Primero, el verdadero amigo, que quizás es bien claro, o sea, el sujeto más puro, y después, el sujeto oscuro y malintencionado, y ello sin que el que había hecho la pregunta se percatara de nada.

Es fácil de imaginarse cuál es el resultado. Esa persona que confió en lo dicho se lleva una decepción y su fe se ve quebrantada. El detractor se aprovecha de lo sucedido para reforzar su burla y su desconfianza, alternando esto con ataques vehementes contra toda la cuestión. En realidad, empero, ambos están equivocados, lo cual es solo atribuible a la ignorancia aún reinante respecto a todo este terreno.

Lo sucedido, empero, se desarrolla con toda naturalidad: Si un amigo verdadero y de condición más clara se acerca a la mesa a fin de acceder al deseo del que pregunta y manifestarse, y en eso se acerca un sujeto oscuro, aquél, el sujeto más claro, está obligado a retirarse, ya que el oscuro, gracias a la materia de la mesa que sirve de mediadora, puede desarrollar una fuerza mayor, puesto que, hoy día, todo lo material es, en realidad, territorio de las tinieblas.

El fallo es de la persona que opta por algo perteneciente a la materia y crea así un terreno dispar desde el mismo inicio. Lo denso, lo pesado, o sea, lo oscuro, está, en cuanto a densidad, más cerca de la materia física que la Luz y, por razón de esta conexión más estrecha, desarrolla una mayor fuerza.

Por el otro lado, empero, aquello que es más claro y que todavía es capaz de manifestarse a través de la materia tiene aún una densidad que en cierto grado se acerca a la densidad de de la materia; de lo contrario, ya no fuera posible una conexión con esta materia en aras de manifestarse de alguna forma. Ello presupone de por sí una cercanía a la materialidad, lo que, a su vez, trae consigo la posibilidad de ensuciarse tan pronto se establezca, a través de la materia, una conexión con lo oscuro. A fin de evadir este riesgo, al individuo de condición más clara no le queda otra opción que retirarse rápidamente de la materia, o sea, de la mesa u otro adminículo, tan pronto como algún sujeto oscuro toque la mesa, para así eliminar el eslabón mediador, el cual formaría un puente sobre ese abismo natural, separador y, por ende, protector.

Resulta entonces imposible de impedir etéreamente que en tales casos la persona que realiza estos experimentos sirviéndose de la mesa quede a merced de influencias de baja condición. Y es que, al fin y al cabo, tal persona, con sus acciones, no se ha buscado otra cosa; toda vez que el desconocimiento de las leyes no puede protegerla aquí tampoco.

Con estos sucesos se les aclararán a muchos unas cuantas cosas que hasta ahora habían resultado inexplicables y se hallará la solución de numerosas contradicciones indescifrables; esperemos también que muchas personas no toquen más esos peligrosos juguetes.

De manera igual de detallada se pueden describir también los peligros que entrañan todos los demás experimentos, peligros estos que son mucho mayores y más fuertes. Pero que, con estas cosas, que son las más comunes y más extendidas, sea suficiente por ahora.

Sólo un peligro más que se debe mencionar. Con ese pregunta-y-pregunta y esa busca de consejos, las personas se vuelven demasiado dependientes y faltas de iniciativa; lo contrario de lo que la vida terrenal tiene por finalidad.

El camino es falso en todos los sentidos. Sólo trae daños, y ningún beneficio. Se trata de un reptar por el suelo que entraña el riesgo de toparse a cada rato con repugnantes sabandijas y, disipando sus fuerzas, acabar tendido en el camino, completamente exhausto... para nada.

Ahora, con ese «ánimo de investigar» se les ocasiona también grandes daños a los moradores del más allá.

Con ello, se les está ofreciendo a muchos sujetos oscuros la oportunidad de hacer el mal; de hecho, se les está tentando a ello y a contraer así nuevas deudas, cosa que de otro modo no les sería tan fácil. Otros, empero, se ven impedidos de ascender por causa de la constante atadura de deseos y pensamientos. Bien mirado, semejante investigar resulta a menudo tan puerilmente caprichoso, tan permeado del más desconsiderado egoísmo y, al mismo tiempo, tan torpe que uno no puede menos que preguntarse, asombrado, cómo puede ser que alguien quiera abrirle al vulgo un campo del que él mismo, en realidad, no conoce ni un palmo de tierra.

También está mal que toda esa búsqueda tenga lugar ante la mirada del común de las gentes. Con ello, se les está dejando el campo libre a los visionarios y los embaucadores y se le dificulta a la humanidad el cobrar confianza.

Esto jamás se ha dado en cuestión alguna. Y toda investigación que hoy día es reconocida como plenamente exitosa ha sufrido antes, durante la etapa investigativa, numerosos reveses. Ahora, uno no se los da a conocer al público: la gente se cansaría y, con el tiempo, acabaría perdiendo todo interés. Ello trae como consecuencia que cuando finalmente se encuentre la verdad, ya se haya perdido la fuerza principal de ese entusiasmo renovador que no se deja detener por nada. La humanidad ya no conseguiría animarse a darle cabida a ese jubiloso regocijo que, por su contundencia, arrastraría todo consigo.

Los reveses que se hacen aparentes al uno darse cuenta de que se ha estado andando por caminos falsos se convierten en poderosas armas en manos de muchos adversarios, los cuales, con el tiempo, pueden infundir tal desconfianza a cientos de miles que estos pobres, al ser encontrada la verdad, ya no quieren examinarla con seriedad, por miedo a sufrir nuevos desencantos. Y se tapan los oídos –que, de otro modo, hubieran mantenido abiertos–, desaprovechando así el último lapso de tiempo que podía haberles dado oportunidad de llegar a ascender en pos de la Luz. Y así las tinieblas habrán alcanzado un nuevo triunfo. Las gracias se las pueden dar a esos investigadores que les han extendido la mano y que, orgullosos, gustan de dárselas de líderes de la ciencia moderna del espíritu.

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