En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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25. El Matrimonio

¡Los matrimonios se hacen en el cielo! A menudo, los casados exclaman esta frase con rabia y amargura. Pero también es usada hipócritamente por aquellos que están más lejos del cielo que nadie. La consecuencia natural es que uno, ante este adagio, se encoge de hombros, sonríe, lo toma a chacota y hasta se burla.

Esto es entendible cuando uno toma en cuenta todos los matrimonios que uno llega a conocer con el transcurso de los años, tanto en el círculo de sus allegados como en el entorno ya no tan cercano. Los burlones están en su razón. Sólo que lo mejor sería no burlarse del adagio, sino de los matrimonios en sí. Son éstos los que, en su mayoría, son merecedores no solo de la burla y la sorna, sino incluso del desprecio.

Los matrimonios, tal como son hoy y como han sido desde hace ya cientos de años, pisotean la veracidad de este dicho y no permiten que nadie crea en él. Con solo rarísimas excepciones –por desgracia–, constituyen una situación sumamente inmoral a la que debería ponérsele fin de inmediato, para guardar a miles de esta deshonra a la que, conforme a la costumbre de los tiempos presentes, se lanzan ciegamente. Creen que, como es tan común, no puede ser de otra forma. A esto hay que añadirle que hoy más que nunca todo está diseñado para enturbiar y asfixiar toda intuición pura, ello lindando con la desvergüenza. A nadie se le ocurre hacer de la personalidad lo que debería ser, lo que puede y tiene que ser, por medio del respeto hacia lo corporal.

El cuerpo, a semejanza del alma, tiene que ser algo precioso y, por ende, inviolable, algo que uno no pone en exhibición con el fin de seducir; algo excelso y sagrado. Y es por eso por lo que, aquí en la Tierra, el cuerpo no se puede separar del alma en este respecto tampoco. Los dos han de ser respetados y resguardados como un santuario, si es que han de tener valor alguno. De lo contrario, se convierten en un cachivache con el que uno no hace sino ensuciarse y que no merece otra cosa que ser arrojado en un rincón, para que el primer mercader de baratijas que pase por ahí lo adquiera por un bajo precio. Si hoy día un ejército de semejantes buhoneros y compradores al por mayor descendiera sobre la Tierra, encontrarían cantidades insospechadas de estos cachivaches. Cada paso le traería a su colección nuevos ejemplares, que ya aguardan por ellos. Y de hecho, tales buhoneros y mercaderes ya andan merodeando por ahí. Se trata de los enviados y los instrumentos de las tinieblas, que, codiciosamente, se apoderan de estos baratos despojos, para, triunfantes, irlos conduciendo a las profundidades de su oscuro dominio, hasta que todo se cierre sobre ellos formando una capa oscura y ya no les sea posible encontrar el camino de vuelta a la Luz. No es de extrañar que todo el mundo se ría en el momento en que alguien dice con seriedad que los casamientos se hacen en el cielo.

El casamiento civil no es otra cosa que un convenio donde prima lo pragmático, como si se tratara de concertar un negocio. Los que se unen mediante él dan este paso no necesariamente con el fin de juntos emprender con seriedad alguna labor que haya de elevar el valor tanto interior como exterior de las personas que toman parte en ella y que les permita marchar juntos en pos de elevadas metas, trayéndose así bendiciones a sí mismos, a la humanidad y a la Creación entera, sino que lo hacen como quienes firman un simple contrato mediante el cual se aseguran mutuamente en lo económico, a fin de que la entrega de su cuerpo al otro pueda tener lugar sin reparos calculados. ¿Dónde queda en tal caso la santidad del cuerpo, santidad esta que ambas partes traen al matrimonio y que ha de ser preservada en éste también? La misma no es tomada en cuenta en absoluto.

Con semejante matrimonio, la mujer pasa a ocupar un lugar tan degradante que uno se ve obligado a apartarse de ella. En ochenta de cada cien casos no hace otra cosa que aceptar la posición de sirvienta del esposo o venderse al servicio de éste, quien no ve en ella a su igual, sino a alguien que, además de ser un objeto de exhibición, es una barata y solícita ama de casa que hace del hogar un lugar agradable y con la que, bajo el manto de una falsa honorabilidad, se puede entregar a su apetito sin ser molestado.

A menudo, las jóvenes abandonan el hogar paterno por las más nimias razones, a fin de entrar en una unión matrimonial. Muchas veces están cansadas de este hogar paterno y anhelan un círculo de acción en el que puedan decidir por sí solas. A otras les parece tentador el hacer de joven esposa o esperan una vida más emocionante. Es posible que también crean que les pueda tocar así mejores circunstancias económicas. Están asimismo los casos de jovencitas que entran en una unión matrimonial por despecho, con el fin de así molestar a otra persona. También hay casos donde han sido los instintos meramente corporales los que han dado motivo para contraer matrimonio. Éstos han sido despertados y artificialmente alimentados por malas lecturas, conversaciones que no están bien y frívolos pasatiempos.

Raras veces es el verdadero amor del alma lo que los ha llevado a dar este paso, el más serio de todos en la vida terrenal. Las muchachas, con la fiel complicidad de los padres, son presuntamente «demasiado listas» como para dejarse llevar solamente por el puro sentir intuitivo, y lo que hacen es meterse de cabeza en su desgracia. Esas reciben en parte la recompensa por su superficialidad con el matrimonio mismo. ¡Mas sólo en parte! La amarga vivencia a través del efecto recíproco como consecuencia de semejante matrimonio errado llega mucho más tarde, puesto que el mal mayor en casos así radica en lo que se pierde en cuanto a la posibilidad de avanzar por causa de haber actuado tan a la ligera. Producto de ello, muchas vidas terrenales resultan haber sido vividas totalmente en vano, teniendo en cuenta cuál es el verdadero objetivo de una existencia personal. Incluso pueden traer un grave retroceso que hace que uno tenga que recuperar lo perdido poco a poco y con mucho trabajo.

¡Qué diferente es cuando un matrimonio es contraído sobre la base correcta y se conforma armónicamente! Con alegría y sirviéndose el uno al otro espontáneamente, van creciendo a partir de su relación con el otro y hacia el ennoblecimiento espiritual, marchando hombro con hombro y sonriéndole a las dificultades terrenales que se encuentran a su paso. Semejante matrimonio deviene entonces en ganancia para toda la existencia, debido a la felicidad que produce. Y esa felicidad implica progreso no sólo para esos dos, sino para toda la humanidad. Por eso, ay de los padres que, a través de la persuasión, la astucia o la imposición, o por motivos de la razón, lleven a sus hijos a contraer un matrimonio equivocado. El peso de la responsabilidad, que no se limita a lo concerniente a su hijo, cae más tarde o más temprano sobre ellos con un efecto tan duradero que desearán que jamás se les hubiera ocurrido una «idea tan brillante».

Ahora bien, el casamiento por la iglesia es visto por muchos meramente como parte de una celebración puramente terrenal. Las iglesias como tal, o sus representantes, usan las palabras: «Lo que Dios une no ha de ser separado por el hombre.». Los cultos religiosos parten de la idea de que, con este acto de desposamiento, ambos contrayentes son unidos por Dios. Gente «avanzada» lo interpreta como que, de esa forma, los contrayentes son unidos ante Dios. Esta última interpretación está más justificada que la primera.

Mas no es eso lo que se quiere dar a entender con estas palabras. Lo que las mismas quieren decir es algo completamente diferente. Lo que se toma como base aquí es el hecho de que los matrimonios realmente son contraídos en el cielo.

Si a esta frase se le quitan todas las concepciones e interpretaciones erróneas, desaparece enseguida todo motivo de risa, de burla o de sorna, y ante nosotros tenemos entonces el significado en toda su seriedad y su inalterable veracidad. La consecuencia natural, sin embargo, es que uno entonces se da cuenta de que los matrimonios han de ser, y se quiere que sean, completamente diferentes a como lo son en la actualidad, es decir, que un casamiento sólo debe tener lugar bajo condiciones totalmente distintas, partiendo de pareceres y convicciones completamente diferentes y con intenciones completamente puras.

La frase «los matrimonios se hacen en el cielo» manifiesta ante todo que desde la misma entrada en la vida terrenal todo ser humano trae consigo ciertos atributos cuyo desarrollo armónico solo puede ser promovido por personas con atributos correspondientes. Ahora, los atributos correspondientes no son los mismos, sino aquellos que constituyen su complemento y que, de esa forma, los hacen adquirir pleno valor. Alcanzado este pleno valor, empero, todas las cuerdas producen un acorde armónico. Y cuando una parte adquiere pleno valor mediante la otra, esta otra parte adquiere igualmente pleno valor a través de la primera, y mediante la unión de ambas, o sea, mediante su convivencia y su obrar, se produce ese acorde armónico del que hablo. Ese es el matrimonio hecho en el cielo.

Ahora, ello no quiere decir que cada persona solo tiene una persona en particular en toda la Tierra para formar un matrimonio armónico, sino que en la mayoría de los casos hay unas cuantas que llevan en sí el complemento de la otra parte. De modo que uno no necesita pasarse décadas andando por la Tierra para encontrar esa otra parte que verdaderamente se ajusta a uno y lo complementa. Sólo hay que poner la necesaria seriedad al efecto y mantener los ojos, los oídos y el corazón bien abiertos, pero, sobre todo, hay que prescindir de las premisas que hasta ahora se han puesto como requisito para un matrimonio. Precisamente lo que cuenta hoy día es lo que no debe ser. El trabajo en conjunto y metas elevadas le son igual de imprescindibles a un matrimonio sano que a un cuerpo sano el movimiento y el aire fresco. Quien esté contando con una vida cómoda y lo más despreocupada posible y trate de edificar la convivencia sobre esas bases no cosechará al final otra cosa que lo malsano, con todos sus fenómenos acompañantes. ¡Así que acabad de poner vuestro empeño en entrar en uniones matrimoniales hechas en el cielo! ¡Y entonces encontraréis vuestra felicidad!

«Estar hecho en el cielo» quiere decir el estar ya previstos el uno para el otro antes de la entrada a la vida terrenal. Ahora, lo de estar previstos el uno para el otro radica únicamente en los atributos que ambos traen y con los que se complementan por entero el uno al otro. De esa forma, el uno está destinado para el otro y viceversa.

El estar destinado el uno para el otro puede igualmente ser expresado con que «el uno pega con el otro», o sea, que se complementan de verdad. En ello consiste ese estar destinado el uno para el otro.

«Lo que Dios une no ha de ser separado por el hombre.». El no haber entendido estas palabras de Cristo ha causado ya muchas desgracias. Muchos tomaron por «lo que Dios une» al matrimonio. Éste, hasta ahora, no ha tenido prácticamente nada que ver con el significado de esas palabras. Eso que Dios une es una unión en la que se cumplen requisitos necesarios para que haya una armonía total, o sea, una unión hecha en el cielo. Si además de ello ha sido otorgado un permiso civil o eclesiástico, esto no cambia nada de la cuestión en sí.

Por supuesto que aquí es necesario también ajustarse a la disposición estatal. Si en una unión contraída de esta manera la ceremonia de contracción de nupcias se celebra, además, conforme al culto religioso de turno y en la correspondiente devoción, es perfectamente natural que, debido a la actitud interior de los partícipes, dicha unión recibirá una consagración aún mayor, la cual arrojará auténticas y grandes bendiciones espirituales sobre la pareja. Semejante matrimonio habrá entonces sido verdaderamente pactado por y ante Dios y hecho en el cielo.

Y entonces viene la advertencia: «el hombre no lo debe separar.». ¡En qué plano tan mezquino ha sido empujado el elevado significado de estas palabras también! Y, sin embargo, ¡la verdad salta a la vista! Dondequiera que haya una unión que esté hecha en el cielo, o sea, donde dos personas se complementen de tal forma que surja un acorde armónico, ningún tercero debe hacer el intento de provocar una separación. Ya sea con el fin de traer desarmonía, de imposibilitar una unión o de causar una separación, no importa que fin se persiga, semejante empresa sería un pecado. Se trataría de una mala acción que en su efecto recíproco habría de adherirse al artífice cual pesada carga, ya que son dos las personas afectadas por ello, y con éstas también la bendición que, producto de su felicidad, se hubiera propagado tanto en el mundo físico-material como en el etéreo. En esas palabras hay una simple verdad que se puede reconocer por cualquier lado que se mire el asunto. Semejante advertencia está destinada a proteger solo aquellas uniones que, debido a las premisas antes mencionadas, están hechas en el cielo, lo cual se hace efectivo gracias a las propiedades del alma que traen consigo y con las que se complementan mutuamente.

Entre esos dos no debe interponerse jamás un tercero, ni siquiera los padres. Los dos partícipes jamás pensarían en una separación. La armonía divina que experimentan, y que está basada en los atributos del alma que comparten, impide que surja semejante idea. Con ello, su felicidad y su estabilidad como pareja están garantizadas de antemano. Si uno de los cónyuges presentara una petición de separación, estaría así dando la prueba de que no existía la necesaria armonía y de que el matrimonio, por ende, no estaba hecho en el cielo. En un caso así, hay que ponerle fin al matrimonio a como dé lugar; a fin de levantar la conciencia moral de esos dos cónyuges que están viviendo en ese plano malsano. Semejantes matrimonios erróneos constituyen hoy día la mayoría. Ese calamitoso estado de cosas se debe sobre todo al retroceso moral de la humanidad, así como a la prevalencia de la adoración del intelecto.

Mas esto de la separación de lo que Dios ha unido no solo se refiere a los matrimonios, sino incluso al previo acercamiento de dos almas que, debido al hecho de presentar atributos que se complementan, no podrán desarrollar otra cosa que armonía, o sea, dos almas que están destinadas la una para la otra. Si, una vez hecha semejante unión, un tercero trata de interponerse sirviéndose de la calumnia o de otros métodos similares ya conocidos, semejante intención sería, ya de por sí, un adulterio consumado.

El significado de las palabras «lo que Dios une no ha de ser separado por el hombre» es tan sencillo y claro que se hace difícil entender cómo pudieron surgir interpretaciones erróneas. Ello sólo fue posible debido a la incorrecta acción de separar el mundo espiritual del terrenal, con lo cual se hizo valer la limitada interpretación intelectual, interpretación esta que jamás ha traído verdaderos valores.

Esas palabras fueron dadas desde lo espiritual, por lo que solo enfocándolas desde lo espiritual se puede hallar su verdadero significado.

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