En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


18. Atado a lo terrenal

Estas palabras son bastante usadas. Pero ¿quién sabe verdaderamente lo que está diciendo con ellas? El estar «atado a lo terrenal» suena como un terrible castigo. La mayoría de la gente siente un ligero pavor y albergan temor hacia esos que aún se encuentran atados a la Tierra. Sin embargo, el significado de la palabra no es tan malo. Cierto es que hay muchas cosas tenebrosas que hacen que este o aquel quede atado terrenalmente. Pero preponderantemente son cuestiones bien simples las que por fuerza llevan a una atadura a lo terrenal.

Tomemos un caso a manera de ejemplo: «Los pecados de los padres se vengan en su descendencia hasta la tercera y cuarta generación.».

Un niño hace una pregunta en el seno familiar sobre algo que ha oído en la escuela o en la iglesia referente al más allá o a Dios. El padre responde con hosquedad a la interrogante apuntando escuetamente lo siguiente: «¡Ah, deja esas tonterías! Cuando uno se muere, se acaba todo.». El niño se queda perplejo y no sabe qué pensar. Los desaprobatorios comentarios del padre o de la madre se repiten. El niño oye lo mismo de otras personas también y acaba adoptando ese punto de vista.

Llega entonces la hora en que el padre debe partir al otro mundo. Ahí éste se da cuenta, para su horror, de que con ello no ha dejado de existir. En él despierta el ferviente deseo de comunicarle este saber a su hijo. Y dicho deseo lo ata al hijo. Éste, empero, no lo oye, ni siente su cercanía, puesto que ahora vive convencido de que el padre ha dejado de existir, y dicha convicción se levanta cual muro sólido e impenetrable entre él y los esfuerzos de su padre. Ahora, el suplicio del padre al tener que ver cómo su hijo, llevado por lo que él le ha dicho, sigue el camino equivocado –el cual lo aleja cada vez más de la Verdad–, y el temor de que el hijo, al continuar por este camino errado, no sea capaz de evitar los riesgos de hundirse aún más y que se vea expuesto con mayor facilidad a ellos, actúa para él al mismo tiempo como lo que la gente llama un castigo, un castigo por haber guiado al hijo a este camino. Raras veces llega el padre a conseguir que el hijo de alguna manera alcance a comprender. Aquél se ve obligado a ver cómo esta falsa idea es transmitida de su hijo al hijo de éste, y así sucesivamente; todo como consecuencia de su propio error. Su liberación no llega hasta que uno de estos descendientes se dé cuenta de cuál es el camino correcto, lo tome e influya sobre los otros, con lo cual él empieza a liberarse poco a poco y puede pensar en su propia ascensión.

Otro caso: Un fumador habitual se lleva consigo al otro mundo el fuerte deseo de fumar, ya que ello toca la intuición, o sea, lo espiritual. Dicho deseo se convierte en anhelo ardiente, y la idea de satisfacer este deseo lo mantiene allí donde puede alcanzar dicha satisfacción... en la Tierra. Esta satisfacción la encuentra yendo tras los fumadores y, a través del sentir intuitivo de éstos, haciéndose partícipe de su disfrute. En caso de que semejantes individuos no estén atados a ningún otro lugar por medio de algún pesado karma, se sienten bastante bien y, muy raras veces, llegan a tomar conciencia de su castigo. Sólo aquel que tenga una visión panorámica de toda la existencia se da cuenta del castigo aportado por el ineludible efecto recíproco, castigo este que consiste en que al individuo en cuestión le es imposible ascender mientras siga atado a la Tierra por ese deseo que, a través de la «vivencia», lo obliga continuamente a buscar satisfacción en otros seres humanos que aún viven en carne y hueso y que, con su sentir intuitivo, le ofrecen la única posibilidad de alcanzar satisfacción.

Así es también con la satisfacción sexual, con el hábito de beber y, de hecho, incluso con la afición por el comer. Son muchos los que, debido a esta predilección, acaban atados a andar husmeando por cocinas y bodegas para estar presentes cuando otros disfrutan del comer y poder al menos sentir intuitivamente parte de este disfrute. En rigor, ello constituye un «castigo», como es lógico. Mas este imperioso deseo de semejantes individuos «atados a lo terrenal» no les permite percibirlo, sino que eclipsa todo lo demás, y, por consiguiente, el anhelo por lo que es más noble y más excelso no puede volverse lo bastante fuerte como para que pase a ser la vivencia principal, liberándolos así de la otra y encumbrándolos. En realidad, tales espíritus no llegan a tomar conciencia de lo que así desaprovechan hasta que semejante deseo de satisfacción, satisfacción esta que, a fin de cuentas, jamás podrá ser más que una pequeña semisatisfacción por medio de otros, comienza lentamente a amainar y palidece –justo por la razón que acabo de aducir–, de manera que otros sentimientos intuitivos que descansan en el interior del espíritu en cuestión y que poseen menos vigor anhelante van poco a poco poniéndose a la par del primer deseo y acaban ocupando el primer plano, con lo cual inmediatamente llegan a convertirse en vivencia y a cobrar la fuerza de una realidad. La naturaleza de este sentimiento intuitivo que ha cobrado vida en él lo lleva entonces allí donde se encuentra su especie afín, ya sea más arriba o más abajo, hasta que también dicho sentimiento intuitivo, a semejanza del primero, se vaya debilitando poco a poco por medio de la deshabituación y el siguiente de los que quedan pase entonces a cobrar relevancia. Así, llega con el tiempo la liberación del gran total de residuos que él se ha llevado consigo al otro mundo. ¿Acaso no se quedará estancado cuando llegue el turno del último sentimiento intuitivo?; ¿O no empobrecerá entonces en fuerza intuitiva? ¡No! Ya que cuando finalmente los sentimientos intuitivos de baja condición hayan sido gradualmente apurados, o depuestos, por medio de las vivencias, y solo quede el camino de la ascensión, despierta entonces el constante anhelo por lo más excelso y puro, y dicho anhelo siempre conduce a lo alto. Ese es el curso normal. Ahora bien, existen miles de percances. El riesgo de caer o de estancarse es mucho mayor que en carne y hueso aquí en la Tierra. Si ya te encuentras en un plano superior y te entregas a un sentir intuitivo de carácter inferior, aunque sea solo por un momento, dicho sentir intuitivo se convertirá inmediatamente en vivencia y, con ello, en realidad, y te densificarás y volverás más pesado, hundiéndote en regiones de la misma naturaleza. Tu horizonte se estrecha con ello, y te ves obligado a trabajar en función de volver a ascender gradualmente, si es que no te sigues hundiendo cada vez más y más. Por eso las palabras «¡Vela y ora!» no son palabrería hueca. Lo etéreo que hay en ti se encuentra ahora protegido por tu cuerpo físico como si lo estuviera por un ancla. Pero cuando, más adelante, llegue el desprendimiento de éste, a través de lo que se conoce por la muerte, y de la descomposición de dicho cuerpo, te quedarás sin esta protección y te verás entonces atraído irresistiblemente por la especie afín, ya sea hacia planos inferiores o superiores. Esto es algo que no puedes evadir. Solo un agente mayor puede ayudarte a ascender: se trata de esa fuerte voluntad tuya por el bien y lo excelso que deviene en anhelo y en sentir intuitivo, convirtiéndose así en vivencia y en realidad también, de conformidad con la ley del mundo etéreo, que solo conoce el sentir intuitivo. Por eso prepárate para que desde ya comiences con esta voluntad, de manera que, con ese cambio que puede tocarte en cualquier momento, dicha voluntad no se vea eclipsada por alguna apetencia terrenal que resulte ser demasiado fuerte. ¡Guárdate, hombre, y mantente alerta!

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