En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


17. El espiritismo

¡El espiritismo! ¡Los médiums y sus prácticas! Un acalorado debate tiene lugar entre sus partidarios y sus detractores. No es mi cometido decir algo sobre los detractores y el celo con que niegan los hechos. Eso sería perder el tiempo; ya que toda persona que razone no necesita más que leer los llamados exámenes e investigaciones para darse cuenta por sí sola de que los mismos ponen en evidencia una total ignorancia y una rotunda incapacidad por parte de estos «investigadores». ¿Por qué? Si quiero estudiar la tierra, estoy obligado a regirme por esta y su constitución. Si quiero, en cambio, investigar el mar, no me queda más opción que regirme por la constitución del agua y servirme de medios que se correspondan con dicha constitución. Entrarle al agua con pico y pala no me llevaría muy lejos en mis investigaciones. ¿O es que debería negar la existencia del agua porque, a diferencia de lo que me sucede con la tierra, la cual me es más firme y familiar, cuando uso la pala con la primera no logro mucho, al no conseguir agarre?; ¿o porque tampoco puedo caminar por ella, como estoy acostumbrado a hacerlo en tierra firme? Los detractores dirán: «Eso es diferente, puesto que yo veo y percibo la presencia del agua; de modo que nadie puede negar su existencia.».

¿Cuánto tiempo hace de que se negaba bien enérgicamente la existencia de los millones de abigarrados seres vivos presentes en una gota de agua? ¿Y por qué se negaba su existencia? Sólo porque no se veían. No fue sino después de la invención de instrumentos ajustados a la constitución de dichos seres que se pudo conocer, ver y observar este nuevo mundo.

Ese es el caso también con el mundo supramaterial, el llamado «más allá». ¡Volveos videntes, pues! ¡Y solo entonces tomaos la libertad de emitir un juicio! ¡De vosotros depende, y no del «otro mundo»! Además de tener el cuerpo físico-material, vosotros lleváis en vuestro ser interior la sustancia de la que está hecho ese otro mundo, mientras que los moradores del más allá ya no cuentan con ese cuerpo físico-material del que vosotros disponéis. Vosotros exigís y esperáis que los moradores del más allá se os acerquen (os den señales, etc.), cuando ya éstos no disponen de lo físico-material. Vosotros aguardáis a que os prueben su existencia, mientras que vosotros mismos, que, además de contar con la sustancia físico-material, disponéis también de la sustancia de los moradores del más allá, permanecéis sentados y con actitud de juez.

¡Tended vosotros ese puente que está en vuestras manos tender! ¡Trabajad de una vez con la misma sustancia que ellos tienen y que está también a vuestra disposición, y volveos videntes! O si no callad cuando no entendáis y seguid alimentando exclusivamente lo físico-material, que dificulta lo etéreo cada vez más. Ya llegará el día en que lo etéreo habrá de separarse de lo físico-material y yacerá entonces exhausto, por haber perdido completamente la costumbre de remontar el vuelo. Pues también todo eso está supeditado a las leyes terrenales, como el cuerpo físico. ¡Sólo el movimiento da fuerzas! Vosotros no necesitáis de médiums para conocer lo etéreo. ¡Tan solo observad la vida que lleva en vuestro interior vuestra propia sustancia etérea! ¡Dadle a ésta, por medio de vuestra voluntad, lo que necesita para fortalecerse! ¿O es que también queréis discutir la existencia de vuestra voluntad, ya que no la podéis ver ni palpar?

¡¿Cuán a menudo no sentís en vosotros mismos los efectos de vuestra voluntad?! De seguro que los sentís, y, sin embargo, no podéis verlos ni tocarlos. Ya sea exaltación, alegría o pesar, ira o envidia. Si la voluntad tiene efectos, debe también poseer fuerza que genera una presión; ya que sin presión, no puede haber efecto alguno, ni tampoco puede sentirse nada. Y allí donde hay presión, debe haber un cuerpo trabajando también, debe haber algo de la misma sustancia; de lo contrario, no podría producirse presión alguna.

De modo que debe tratarse de formas concretas de una sustancia que no sois capaces de ver ni de sentir con vuestro cuerpo físico-material. Y esa es la sustancia material del más allá, la cual sólo sois capaces de percibir con esa especie afin que también tenéis en vuestro interior.

Es bien extraña esa discusión sobre los pros y los contras de una vida después de la muerte terrenal, y, a decir verdad, a menudo llega a lo ridículo. Aquel que sea capaz de pensar y observar de manera sosegada y objetiva y sin albergar deseos de antemano no tardará en darse cuenta de que, de hecho, absolutamente todo habla a favor de la probabilidad de que exista un mundo de otra sustancia que al hombre promedio de la actualidad le resulta imposible de ver. Y es que son tantos los sucesos que nos advierten al respecto una y otra vez y que no pueden ser echados distraídamente a un lado no más. En cambio, no hay nada que hable a favor del absoluto cese de la existencia tras la muerte terrenal, aparte del deseo de muchos de sustraerse gustosamente de toda responsabilidad espiritual, para la cual no cuenta ni la inteligencia ni la habilidad, sino sólo el verdadero sentir intuitivo. –

Mas ahora pasemos a los adherentes del espiritismo, el espiritualismo, o como lo quieran llamar; al final, todo ello se reduce a una sola cosa: ¡grandes errores!

Los adherentes le son, a menudo, mucho más peligrosos y más perjudiciales a la Verdad que los mismos detractores.

De los millones que hay de ellos, solo unos pocos se dejan decir la verdad. La gran mayoría se encuentran enredados en una gigantesca guirnalda de pequeños errores que ya no les permite encontrar ese camino que, sacándolos de ahí, los conduce a la simple verdad. ¡Y de quién es la culpa? ¿Acaso del más allá? No. ¿Acaso de los médiums? Tampoco. La culpa es solamente del propio individuo. Éste no está siendo lo suficientemente serio y agudo consigo mismo, no quiere echar por tierra opiniones preconcebidas y se resiste a hacer pedazos la idea del más allá que él mismo se ha formado y que por medio de su fantasía le ofrece ratos de sagradas visiones y de cierta sensación de bienestar. ¡Y ay de aquel que le toque esto! Todos y cada uno de estos adherentes ya tiene lista la piedra que le ha de lanzar. Obstinadamente se aferra a ello y prefiere mil veces tildar de espíritus mentirosos o pendencieros a los moradores del más allá, o de acusar al médium de inepto, a hacer un sosegado examen de conciencia y a analizar para ver si el concepto que tenía no ha estado erróneo.

Ante semejante panorama, ¿por dónde voy a empezar a arrancar la mala hierba? No tendría para cuando acabar. Así que esto que voy a decir es solo para quienes buscan con verdadera seriedad, ya que solo esos habrán de encontrar.

Un ejemplo: Una persona visita a un médium, da igual si éste es importante o no. Dicha persona viene acompañada de otros. Comienza la «sesión». El médium «fracasa». Nada se materializa. ¿Cuáles son las consecuencias? Algunos dicen: «¡Ese médium no sirve!»; otros: «¡Todo eso del espiritismo es un cuento!». Ufanos, los investigadores proclaman: «Las tan probadas habilidades mediumnísticas del médium resultaron ser una falacia; pues tan pronto llegamos nosotros, el médium no se atreve a hacer nada. Y los “espíritus” callan.». En cuanto a los creyentes y convencidos, estos se marchan consternados. La reputación del médium, empero, se ve afectada y, de repetirse los «fracasos», puede desvanecerse por completo. Ahora bien, si el médium cuenta incluso con una especie de mánager, y se cobra dinero por las sesiones, el mánager, preocupado, instará al médium a que haga un esfuerzo, «que la gente está pagando dinero por ello», etc. En resumen: Ante las dudas, las burlas y el descontento, el médium, en un nuevo intento, tratará desesperadamente de caer en estado de éxtasis, con lo cual puede que, en una especie de autoobcecación nerviosa, diga inconscientemente algo que cree oír o que, si no, recurra directamente al embuste, lo que no le resulta muy difícil a un médium. Y la sentencia final es, falacia, y concluye con la negación del espiritismo, todo porque quizás algunos médiums, bajo determinadas circunstancias, han recurrido al embuste, a fin de evitar que siga creciendo la hostilidad hacia ellos. Al respecto tengo algunas preguntas:

¿En qué categoría de personas, sea cual sea, no hay embusteros? ¿Acaso por causa de los timadores que también hay en otros campos se juzga por el mismo rasero la competencia de aquellos que son honestos en su trabajo?

¿Por qué justo aquí entonces y en ninguna otra categoría?

La respuesta a estas preguntas puede hallarla fácilmente cualquiera por sí solo.

Ahora, ¿quién es el mayor culpable de tan indignas situaciones? No es el médium. Es la propia gente, con esos puntos de vista suyos tan tendenciosos, pero, sobre todo, con su total ignorancia, con la que obligan al médium a escoger entre la hostilidad injustificada y el fraude.

La gente no le deja con facilidad a un médium la opción de un compromiso.

Aquí sólo me estoy refiriendo a médiums que se pueden tomar en serio, y no a las muchas personas que, poseedoras de algunas dotes mediumnísticas, tratan de hacer resaltar estas exiguas habilidades suyas. Lejos también está de ser mi intención el salir de alguna manera en defensa de los numerosos partidarios de los médiums, ya que muy contados son los casos en que uno encuentra gente de verdadero valor entre los espiritistas que rodean a aquéllos. La excepción la constituyen los investigadores serios que se acercan a este nuevo campo con la intención de aprender, pero sin ponerse a asumir un papel de jueces que, por falta de conocimiento, no les corresponde. A la gran mayoría de los supuestos fieles, estas visitas o «sesiones» no les traen progreso alguno, sino estancamiento o retroceso. Se vuelven tan dependientes que ya no son capaces de decidir nada por sí mismos, y siempre quieren pedirles consejo a los «moradores del más allá». A menudo, sobre las cosas más ridículas; y la mayoría de las veces, por nimiedades terrenales.

Un investigador serio o una persona que de verdad esté buscando siempre habrá de encumbrarse por encima de la inenarrable limitación de justamente esos que llevan años visitando regularmente a algún médium y que se sienten «como en casa» allí. Con aire de extraordinaria inteligencia y superioridad, estos últimos se ponen a hablar las más grandes sandeces y, llegado el momento, ocupan sus puestos con hipócrita devoción a fin de sentir el nervioso cosquilleo que trae el saberse en contacto con fuerzas invisibles. Muchos médiums se gozan en las palabras lisonjeras de estos visitantes habituales, los que, con ello, en realidad no hacen más que poner de manifiesto sus deseos en lo particular de «vivir» lo más posible. Ahora, para ellos la «vivencia» es tan solo sinónimo de escuchar o ver, o sea, de entretenimiento. Nada de ello llega a convertirse en «vivencia» en semejantes personas.

Bueno, y ¿qué debe una persona seria tener presente ante semejantes sucesos?

Que un médium en nada puede contribuir al «éxito» de una sesión, fuera de abrirse interiormente o, lo que es lo mismo, entregarse, y, por lo demás, esperar; puesto que el médium es un instrumento del que se echa mano, un instrumento que no puede dar sonido alguno si nadie lo toca. De modo que es imposible hablar de un supuesto fracaso. Quien hable de esa manera pone en evidencia una limitación y lo mejor que hace es no meterse ni dar opinión sobre el tema, toda vez que no puede tener ningún criterio al respecto. Exactamente como en el caso de aquellos a los que les cuesta aprender, y que lo mejor que pueden hacer es evitar ir a la universidad. De manera que un médium es simplemente un puente, o un medio para alcanzar un fin.

Que en tales situaciones los visitantes juegan un papel importante. No por razón de su aspecto o de su posición social, sino con su vida interior. La vida interior de una persona es todo un mundo, como incluso los mayores burlones ya conocen. Como es natural, sus sentimientos intuitivos, al igual que sus pensamientos generadores y reforzadores, no pueden venir de la «nada», sino que, de acuerdo a la lógica, debe haber cuerpos o cosas etéreos que, por medio de alguna presión o acción, despierten estos sentimientos, puesto que, de lo contrario, estos no pueden surgir. De la misma manera que no se puede ver imágenes en espíritu sin que haya algo ahí. Semejante interpretación representaría, a fin de cuentas, la más grande laguna en las leyes de las ciencias exactas. Conque tiene que haber algo ahí, y, de hecho, lo hay; ya que semejante pensamiento generador enseguida crea en el mundo etéreo, o sea, en el mundo del más allá, formas correspondientes, cuya densidad y vitalidad depende de la fuerza de sentir intuitivo del pensamiento generador en cuestión. Es así como con aquello que la gente llama «vida interior» de una persona surge y toma forma de inmediato un entorno etéreo correspondiente.

Y es ese entorno lo que, de manera ya bienhechora o desagradable, o incluso dolorosa, habrá de afectar al médium, quien está más acompasado al mundo etéreo. Debido a ello puede darse el caso de que verdaderas manifestaciones del mundo etéreo no sean reproducidas tan fielmente si, por causa de la presencia de personas con una vida interior etérea o espiritualmente impura, el médium se ve sujeto a alguna constricción u opresión o cae presa del desconcierto. Pero la cosa no acaba ahí. Dicha impureza conforma una muralla para la materia etérea de carácter más puro, así ésta esté guiada por un espíritu personal, por un libre albedrío que se encuentra igualmente en el más allá, de manera que, por esta razón, se hace imposible que una manifestación en absoluto se dé o, de hacerlo, son exclusivamente de naturaleza etérea igualmente impura.

En caso de que haya visitantes con una vida interior pura, es natural que resulte posible la conexión con un entorno etéreo de correspondiente pureza. Toda disparidad, empero, crea una separación insalvable. De ahí la diferencia entre las llamadas sesiones; y de ahí los fracasos o la confusión que a menudo se dan. Todo ello se funda en leyes inmutables netamente físicas que en el más allá operan de la misma manera que lo hacen en este mundo.

Así, los desfavorables informes de los «investigadores» merecen ser considerados de otra manera. Y aquel que sea capaz de observar los procesos que tienen lugar en el plano etéreo no podrá menos que sonreír, toda vez que, con sus informes, muchos investigadores emiten un dictamen sobre su propia persona, revelan su propia vida interior y no hacen sino criticar el estado de su alma.

Un segundo ejemplo: Una persona visita a un médium, y resulta que, a través de éste, un familiar ya fallecido le habla. La persona en cuestión le pide consejo sobre una cuestión terrenal, que puede que sea bien importante. El finado le da algunas instrucciones al respecto, las cuales el visitante toma como el evangelio, como una revelación del más allá, y se guía por ello, teniendo así tropiezos y, en muchos casos, sufriendo graves daños.

¿Resultado? Dicho visitante va en primer lugar a dudar del médium y puede que, producto del desencanto y del disgusto por los daños causados, trabaje en su contra y, en muchos casos, se sienta incluso en el deber de atacarlo públicamente, a fin de proteger a otros de los mismos daños y chascos. (Aquí me veo obligado aclarar, a manera de acotación, que en la vida del más allá semejante persona, por razón de ese proceder suyo, se abre a corrientes del más allá de naturaleza similar y, ya convertido en instrumento de dichas contracorrientes, es capaz de devenir en fanático, en el orgulloso convencimiento de estar saliendo en defensa de la Verdad y de prestarle así a la humanidad un gran servicio, cuando en realidad se ha convertido en esclavo de lo impuro y se ha echado un karma a cuestas, karma este para cuya redención necesita toda una vida e incluso más y que puede constantemente dar lugar a nuevos hilos, de manera que se crea una red en la que él acaba enredándose y, en un final, ya no sabe cómo salir de esta maraña, con lo cual sus ataques se vuelven aún más sañosos.)

O, si el defraudado visitante a la sesión no considera al médium un embustero, como mínimo, verá con mucha desconfianza todo lo que tenga que ver con el más allá o tomará el usual camino cómodo que miles siguen y se dirá: «¿Qué me interesa a mí, a fin de cuentas, el más allá? Que otros se devanen los sesos al respecto si quieren. Yo tengo cosas mejores que hacer.». Esas «cosas mejores», empero, son servir exclusivamente al cuerpo físico mediante la adquisición de capital y alejarse así todavía más de lo etéreo. Y, ¿de quién es la culpa? ¡De él mismo y de nadie más! Él fue quien se formó una idea equivocada al tomar lo dicho como un evangelio. El error fue única y exclusivamente suyo, y no es culpa de nadie más que de él. Dado que asumió que, por razón de su materia etérea, un fallecido se volvía al mismo tiempo parcialmente omnisciente o, cuando menos, más sabio que lo que había sido en su vida terrenal. En ello radica el error de muchos cientos de miles. El único saber añadido de un finado como consecuencia de su cambio es que en realidad no ha dejado de existir con la llamada muerte.

Mas hasta ahí llega el saber ganado con su paso a la otra vida, mientras no perciba la posibilidad de avanzar en el mundo etéreo, lo cual, también ahí, dependerá de su libre resolución personal. De modo que al preguntársele sobre cuestiones terrenales, él, llevado por la buena voluntad de satisfacer el deseo, va a manifestar su opinión no más, convencido de estar dando así lo mejor de sí mismo; esto lo hace, empero, sin estar consciente de que él en absoluto está en condiciones de juzgar cuestiones y situaciones terrenales con la misma claridad que un ser humano que aún se encuentra en carne y hueso, dado que la materia física ya se ha desprendido de él, y dicha materia le resulta absolutamente indispensable para juzgar acertadamente. Así que su punto de vista tiene que ser otro. Mas él da lo que puede y lo hace con la mejor de las intenciones, por lo que en realidad está dando lo mejor. De manera que ni a él ni al médium se les puede reprochar nada. Por consiguiente, tampoco se le puede tildar de espíritu mentiroso: en realidad, sólo se puede hablar de espíritus conocedores e ignorantes; ya que en el momento en que un espíritu se hunde, o sea, se hace más impuro y más pesado, sucede simultáneamente que su horizonte se estrecha, enteramente de conformidad con el orden natural. En todo momento él da y hace lo que él mismo siente. Y él sólo vive el sentir intuitivo y no el calculador intelecto, el cual ya no posee, dado que éste estaba atado al cerebro terrenal y, por ende, también a tiempo y espacio. En el momento en que, con la muerte, el cerebro queda atrás, ya no hay para él ni razonamiento ni reflexión, sino solo intuición, un experimentar inmediato e ininterrumpido.

El fallo es de quienes quieren seguir pidiendo consejo sobre cosas terrenales y atadas a tiempo y espacio a aquellos que ya no tienen esta constricción y que, por tanto, tampoco pueden entenderla.

Los moradores del más allá pueden estar en condiciones de darse cuenta de cuál es la dirección correcta a seguir en alguna cuestión y cuál la equivocada, pero entonces la persona, haciendo uso de los medios terrenales de que dispone, o sea, haciendo uso de su intelecto y su experiencia, debe sopesar cómo le es posible tomar esa dirección correcta. Está obligada a hacerla armonizar con todas las circunstancias terrenales. Esa es la parte del trabajo que le toca hacer a ella.

Incluso en los casos en que un espíritu que se haya hundido tremendamente reciba la oportunidad de ejercer su influencia y de hablar, nadie podrá decir que dicho espíritu miente o trata de guiar mal a la gente. Antes bien, él transmite lo que vive y trata de convencer a otros de ello: otra cosa no puede dar.

Así, son incontables los errores de interpretación de los espiritistas.

El «espiritismo» ha cobrado muy mala fama, pero no por sí mismo, sino por causa de la inmensa mayoría de sus adeptos, que, tras tan solo unos pocos y, a menudo, bien míseros resultados, ya creen, entusiasmados, que les ha sido retirado el velo y quieren enseguida hacer felices a otros con una idea de la vida en el más allá que ellos mismos se han imaginado, una idea creada por una fantasía intemperante y que, sobre todo, coincide completamente con los propios deseos de estas personas. Pero raras son las veces en que semejantes ideas armonizan totalmente con la verdad.

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