En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


12. La voz interior

La llamada «voz interior», lo espiritual en el hombre, que a este le es posible oír, es la intuición.

No en balde reza el adagio: «La primera impresión es la que cuenta.». Como estos refranes y demás dichos por el estilo encierran una gran verdad, asimismo sucede con el refrán en cuestión. Por impresión se entiende generalmente la intuición. Los sentimientos de una persona –por ejemplo– al encontrarse por primera vez con alguien hasta entonces desconocido para ella pueden ir de una especie de advertencia a tener cuidado hasta un rechazo absoluto, o de una sensación agradable hasta una simpatía total; en muchos casos, puede también que la persona sienta mera indiferencia. Si entonces, en el curso de la conversación y en el estrechamiento de la relación entablada, dicha impresión queda relegada a un segundo plano o se desvanece por completo, producto de la valoración del intelecto, de tal manera que uno llega a pensar que la primera intuición ha sido errónea, casi siempre al final de semejantes relaciones se pone de manifiesto lo correcto de la primera intuición. Muchas veces para gran pesar de aquellos que, por causa de su intelecto, se dejaron engañar por el carácter simulado del otro.

La intuición, que no está atada a tiempo y espacio, y que está relacionada con lo afín, lo espiritual, lo eterno, vio enseguida en el otro quién era de verdad y no se dejó engañar por la habilidad del intelecto.

Con la intuición, la posibilidad de errar está totalmente descartada.

Siempre que se da el caso en que alguna persona es inducida a error, son dos las posibles causantes de estos errores: o bien el intelecto, o la sensación.

Cuántas veces no oye uno decir: «En tal o más cual cuestión me dejé llevar, por una vez, por mi sensación y caí en la trampa. ¡Qué va!, uno tiene que basarse exclusivamente en su intelecto.». Esos que así hablan cometen el error de tomar la sensación por la voz interior. Le cantan loas al intelecto y no tienen ni idea de que ese mismo intelecto desempeña un papel significativo en la sensación.

¡Despertad, pues! ¡Sensación no es intuición! La sensación proviene del cuerpo físico. Éste genera los instintos, los que, guiados por el intelecto, dan origen a la sensación. ¡Qué diferente a lo que sucede con la intuición! Ahora, el trabajo conjunto de la sensación y del intelecto produce la fantasía.

De manera que por el lado espiritual tenemos exclusivamente a la intuición9, que se encuentra por encima de tiempo y espacio. Por el lado terrenal, tenemos en primer lugar al cuerpo físico, el cual está atado a tiempo y espacio. Ahora bien, de dicho cuerpo físico provienen los instintos, los que, por medio de la colaboración del intelecto, desembocan en sensaciones.

Como lo más sutil y lo más sublime de la materia, el intelecto, un producto de ese órgano atado a tiempo y espacio que es el cerebro, es, por su parte, capaz de generar la fantasía; ello con la asistencia de la sensación. O sea que la fantasía es el resultado de la colaboración de la sensación y del intelecto. Es de naturaleza etérea, pero carece de fuerza espiritual. Por eso, solo alcanza a tener un efecto retroactivo. Únicamente es capaz de influenciar la sensación de su propio artífice, y jamás le será posible enviar un flujo de fuerza a otros. De modo que solo incide retroactivamente sobre la sensación de aquel que la ha generado, solo es capaz de enardecer el entusiasmo propio, y nunca le será posible influenciar a su entorno. Con ello se hace claramente apreciable que pertenece a un nivel inferior. Con la intuición la cosa es diferente. La misma encierra fuerza espiritual, de naturaleza creadora y vivificadora, y, de ese modo, trasciende más allá e incide sobre otros, arrastrándolos consigo en convicción arrolladora.

O sea que por un lado tenemos a la intuición; por el otro, a la combinación cuerpo físico-instintos-intelecto-sensación-fantasía.

La intuición es puramente espiritual y está por encima de tiempo y espacio. La sensación es materialidad física sutil y depende de los instintos y del intelecto; se encuentra, pues, en un nivel inferior.

Sin embargo, pese a la naturaleza físico-material de consistencia sutil de la sensación, jamás podrá darse el caso de que ésta se mezcle con la intuición, que es de naturaleza espiritual; por lo tanto, jamás podrá la intuición verse enturbiada de alguna manera. Ésta es y siempre será clara y pura, debido a su carácter espiritual. Siempre va a ser sentida u «oída» por los hombres... si es que verdaderamente es ella la que está hablando. Mas la gran mayoría de los hombres se ha aislado de la intuición al anteponer la sensación cual gruesa envoltura, cual muralla, y erróneamente toman a esta sensación por su voz interior; ello hace que sufran muchas decepciones y que entonces depositen su confianza aún más en el intelecto, sin sospechar que justamente debido a la participación del intelecto fue posible que sufrieran esos desencantos. Producto de semejante error, se precipitan a desechar todo lo espiritual, con lo que sus experiencias absolutamente nada han tenido que ver, y se adhieren aún más a lo inferior.

Como en tantas otras cuestiones, la raíz de todos los males en este caso es, una vez más, el voluntario sometimiento de estos seres humanos al intelecto, que está atado a tiempo y espacio.

El hombre que se somete enteramente al intelecto, está así sometiéndose completamente a las limitaciones de este intelecto, el que, como producto del cerebro físico-material, se encuentra firmemente atado a tiempo y espacio. De ese modo, el hombre se ata por entero y exclusivamente a la materialidad física.

Todo lo que el hombre hace es resultado de una decisión propia y personal. De manera que a él no lo atan, sino que él mismo se ata. Es él quien permite que el intelecto lo domine (ya que, si él no quisiera, no podría suceder jamás), y dicho intelecto, conforme a su naturaleza, lo ata a él también a tiempo y espacio, y ya no le permite reconocer, ya no le permite entender lo que está por encima de dichos conceptos. Es así como, producto de esta limitación sufrida por la capacidad comprensiva, se deposita al mismo tiempo sobre la intuición –que está por encima de tiempo y espacio– una envoltura, una barrera firmemente atada a estos conceptos; y como consecuencia de ello, al hombre ya no le es posible oír nada en absoluto –su «pura voz interior» se ha extinguido–, o, si acaso, solo alcanza a «oír» a esa sensación que guarda relación con el intelecto, en lugar de a la intuición.

Da una idea errónea el decir que la sensación subyuga a la intuición pura, puesto que no hay nada más poderoso que la intuición; ésta es la fuerza más excelsa del hombre, y jamás podrá verse afectada, mucho menos subyugada, por alguna otra cosa. Más correcto es decir que el hombre se ha incapacitado para reconocer a la intuición.

Ese fallo se le ha de achacar al hombre únicamente, y nunca se le ha de atribuir a la fortaleza o debilidad de algún don; puesto que el don fundamental, la fuerza propiamente dicha, lo más potente que tienen todos los hombres y que lleva toda vida en su interior y es inmortal, le es dado a todos y cada uno por igual. De modo que nadie cuenta con alguna ventaja respecto de sus congéneres. Toda diferencia radica meramente en el uso.

Dicho don fundamental, la chispa inmortal, no puede tampoco ser enturbiado o ensuciado jamás. Incluso en medio del más grande lodazal, siempre permanecerá puro. Solo necesitáis hacer saltar en pedazos las envolturas que vosotros mismos os habéis echado encima por medio de la voluntaria limitación de la capacidad comprensiva. Y entonces, sin necesidad de ningún tipo de transición, arderá al instante cual columna de fuego con exactamente la misma claridad y pureza que al principio y, ganando en vigor e intensidad, se unirá a la Luz, a lo espiritual. ¡Alegraos de poseer semejante tesoro, el cual yace intangible en vuestro interior! Da igual si sois valorados por vuestros semejantes o no. Cualquier suciedad que, cual barrera, se haya acumulado alrededor de dicha chispa espiritual puede ser arrojada por medio de la seria voluntad por el bien. Una vez que hayáis hecho este esfuerzo y el tesoro haya sido puesto al descubierto de nuevo, tendréis exactamente el mismo valor que aquellos que jamás lo han enterrado.

Ahora, ¡pobre de aquel que, por comodidad, se cierre permanentemente y de forma absoluta a la voluntad por el bien! A ese, en la hora del Juicio, le será retirado el tesoro y, con ello, dejará de existir.

¡Así que despertad, vosotros que os mantenéis cerrados y que, con la limitación de la capacidad comprensiva, habéis puesto sobre la intuición la cubierta del intelecto! ¡Manteneos alertas y prestad oídos a los llamados que os llegan! Ya sea un terrible dolor, o fuertes conmociones psíquicas, o un gran sufrimiento, o un gozo excelso y puro que es capaz de hacer saltar en pedazos la cubierta ofuscante de la inferior sensación, ¡no dejéis pasar nada de ello sin sacarle provecho! Esas son ayudas que os muestran el camino. Lo mejor sería que no esperarais por ellas y que ya desde ahora os armarais de una volición seria por todo lo bueno y por el ascenso espiritual. De ese modo, la capa separadora no tardará en hacerse más delgada y liviana, hasta que en un final se disgregue y la impoluta chispa se abra paso, convirtiéndose en flamante llama. Mas este primer paso puede y debe ser tomado solamente por el hombre mismo; de lo contrario, estará perdido.

Y ahí tenéis que diferenciar rigurosamente entre el deseo y la voluntad. Con solo el deseo no llega a hacerse nada; el mismo no basta para avanzar. Hace falta la voluntad, que presupone también la acción, que lleva ésta implícita. De por sí, con la volición seria se inicia ya la acción.

Y así muchos se vean obligados a dar rodeos, por haber estado hasta ese momento atados al intelecto nada más, que no se amilanen por ello. También esos van a ganar. En el caso de ellos, es menester aclarar el intelecto y, por medio de las vivencias que les traen todos esos rodeos, ir poco a poco desprendiendo cual cáscara todo lo que les entorpece, a fin de quedar libres de ello.

¡Así que adelante sin vacilar, que cuando hay una voluntad seria todo camino acaba conduciendo a la meta!

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