En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


10. El Hijo de Dios y el Hijo del Hombre

Desde hace ya milenios se viene arrastrando un gran error: la presunción de que Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios y, al mismo tiempo, el tan mentado Hijo del Hombre es errónea. En Jesús de Nazaret encarnó5 una parte de la Divinidad a fin de tender un puente sobre el abismo existente entre Esta y la humanidad, abismo este que había sido abierto por la propia humanidad a través del excesivo cultivo del intelecto atado a tiempo y espacio. Así pues, Jesús era el Hijo de Dios, como una parte de Él que cumplió Su misión entre los hombres, lo cual sólo podía llevar a cabo en carne y hueso. Incluso durante el período comprendido por su encarnación, Él siguió siendo el Hijo de Dios.

Ahora, si Él era el Hijo de Dios, no podía ser el Hijo del Hombre; se trata de dos cosas diferentes. ¡Y Él era y sigue siendo el Hijo de Dios! ¿Quién es entonces el Hijo del Hombre?6

El hecho de que Jesús hablara en tercera persona cuando se refería al Hijo del Hombre no pasó desapercibido para los discípulos, y estos Le preguntaron al respecto. Los escribas que escribieron las tradiciones lo hicieron partiendo de su suposición personal de que Jesús, el Hijo de Dios, y el Hijo del Hombre debían ser la misma persona. En eso han basado todos ellos sus relatos a priori y, sin quererlo o sin saber, han diseminado así errores.

Cuando Jesús hablaba del Hijo del Hombre, lo hacía previendo la venida de Éste. Él mismo se encargó de anunciarla, toda vez que la venida del Hijo del Hombre guarda una estrechísima conexión con la actividad del Hijo de Dios. Él solía decir: «Pero cuando el Hijo del Hombre venga...», etc.

Se trata de un ciclo, como todo en la Creación. La Divinidad, a través de Jesús, descendió hasta la humanidad con el fin de traer la Verdad y plantarla. La semilla germinó; los frutos van madurando con vistas a su cosecha, y ahora la humanidad, siguiendo el ciclo y sirviéndose de la Verdad traída por el Hijo de Dios, ha de ascender como la espuma para, habiendo alcanzado ya la madurez, ir al encuentro de la Divinidad presente en el Hijo del Hombre, a fin de, por medio de Éste, volver a establecer una estrecha conexión con Dios.

Uno no debe imaginárselo de manera meramente simbólica *(en sentido figurado), como muchos creen, sino que dichas palabras se van a cumplir al pie de la letra por medio de una persona, como también fue el caso con Jesús. Entre estas dos Personas, Jesús, el Hijo de Dios, y el Hijo del Hombre se encuentra el tremendo karma de la humanidad *(El destino de la humanidad).

Con ocasión de la fiesta de Pascua, Jesús marcha a Jerusalén, donde estaban representados muchos pueblos de la Tierra. Los hombres envían emisarios a Getsemaní para que vayan por Jesús. Ese fue el tiempo en que los hombres, cargados de odio y procediendo con terrenal brutalidad, mandaron a sus emisarios a buscar al Enviado de Dios. Ahora prestad atención al momento en que Él sale del jardín y se ve cara a cara con ellos, quienes, pertrechados de armas y de antorchas, abrigaban pensamientos de destrucción.

Al pronunciar el Hijo de Dios las palabras «Soy Yo» y entregarse a los hombres, se inicia el tremendo karma que la humanidad se ha echado a cuestas. A partir de ese momento, dicho karma ha pesado sobre aquélla, hundiéndola cada vez más y más en la esfera terrenal –de conformidad con las inmutables leyes del Universo–, hasta que se aproxime la redención final. ¡Ya nos encontramos bien cerca de ese momento!

El ciclo se va a cerrar describiendo una elipse; la redención llega a través del Hijo del Hombre.

Cuando, por causa de graves acontecimientos, los hombres se encuentren desmoralizados, desesperados y desalentados, cuando estén completamente apocados, ese será el momento en que van a desear ardientemente la presencia del prometido Enviado de Dios y emprenderán su búsqueda. Y cuando sepan dónde se encuentra, enviarán emisarios, como ya sucedió antes. Mas estos no albergarán pensamientos de destrucción y de odio, sino que esta vez la humanidad, por medio de ellos, se acercará desmoralizada, derrotada, implorante y llena de confianza a Aquel que ha sido designado por el Excelso Guía de los mundos para liberarlos de la proscripción, Aquel que les trae socorro y liberación de los apuros tanto espirituales como terrenales.

Y estos emisarios también harán preguntas. Y así como en Getsemaní el Hijo de Dios pronunció las palabras «Soy Yo», con lo cual se inició el karma de la humanidad, de igual modo responderá el Enviado de Dios esta vez con esas mismas palabras, «Soy Yo», y con ello se deshará entonces este grave karma de los hombres. Las mismas palabras que arrojaron sobre la humanidad llena de odio de aquel entonces la gran culpa liberarán de esta a aquella que, zozobrante y, aun así, llena de confianza e implorante, se acercará en esta ocasión con la misma pregunta de nuevo.

Tremendo es el ciclo de este karma y, pese a ello, es conducido de forma tan segura y precisa que todas las profecías se cumplen en el marco del mismo. Y desde el momento en que, por segunda vez, estas palabras le sean dichas a la humanidad por un Enviado de Dios, el camino conducirá a las alturas. ¡Solo entonces se iniciará el Reino de Paz que es voluntad del Altísimo, no antes!

Por un lado tenéis a los emisarios de la humanidad cargada de odio, que se acercan al Hijo de Dios y Lo amarran y maltratan, aparentemente triunfando sobre él. Ello viene inmediatamente seguido del continuo declive provocado por los hombres mismos y que es un resultado del inevitable efecto recíproco. Pero al mismo tiempo tiene lugar el fortalecimiento y la maduración de esa semilla esparcida por Jesús. Entonces se acerca ese Hijo del Hombre que el propio Jesús anunció y que, en calidad de Enviado Divino y al servicio del Hijo de Dios, continúa Su trabajo y lo termina, rinde la cosecha y, de paso, separa la paja del trigo de conformidad con la justicia divina.

Jesús, el Hijo de Dios, vino a morar entre los hombres por amor, a fin de restablecer la conexión que la humanidad había roto. El Hijo del Hombre es el hombre que está en Dios y que cierra la conexión en el ciclo, de manera que la armonía pura pueda volver a fluir a través de la Creación entera.

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