En la Luz de la Verdad
Mensaje del Grial de Abdrushin
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9. El pecado original
El pecado original fue un resultado de la primera Caída del Hombre.
El pecado, o sea, la acción errónea, fue el excesivo cultivo del intelecto, el consiguiente encadenamiento por voluntad propia a tiempo y espacio y los resultantes efectos secundarios del minucioso trabajo intelectual, como el afán de lucro, el ventajismo, la opresión y demás, los cuales traen consigo muchos otros males... en realidad, todos los que existen.
En el caso de los hombres que en su evolución devenían en hombres intelectuales, este proceso, como es natural, fue repercutiendo de manera cada vez más fuerte en la formación del cuerpo físico. Producto del esfuerzo continuo, el cerebro, órgano generador del intelecto, fue creciendo y creciendo de forma unilateral, y era perfectamente lógico que, al producirse un acto procreativo, estas formas cambiantes se pusieran de manifiesto en la reproducción del cuerpo físico, y que los niños, al nacer, trajeran consigo un cerebro cada vez más desarrollado y fuerte.
En ello, empero, radicaba, y radica aún hoy día, la predisposición o la propensión a una fuerza intelectual que prima sobre todo lo demás y que entraña el riesgo de que, al producirse el despertar total, el portador del cerebro no sólo acabe firmemente encadenado a tiempo y espacio, o sea, a todo lo fisicomaterial-terrenal, viéndose con ello imposibilitado de entender lo etéreo y lo puramente espiritual, sino que también se vea enmarañado en todo lo malo, lo cual resulta inevitable cuando el intelecto tiene la supremacía.
La herencia de este cerebro cultivado excesivamente por voluntad propia, la cual encierra el peligro de una pura hegemonía intelectual, hegemonía esta que a su vez vendría acompañada de los inevitables efectos secundarios de carácter pernicioso, es lo que constituye el pecado original.
O sea, la herencia corporal de la parte encefálica que hoy día, en virtud de su desarrollo acrecentado de índole antinatural, es llamada cerebro, debido a lo cual el hombre, al nacer, trae consigo un riesgo que con extrema facilidad puede enmarañarlo en el mal.
Mas no vayáis a pensar que ello lo libera de responsabilidad. La va a seguir teniendo igual, puesto que él tan solo hereda el riesgo, no el pecado en sí. No es en absoluto obligado que él deje primar incondicionalmente al intelecto, sometiéndose de esa forma a éste. Al contrario, él cuenta con la posibilidad de usar la gran fuerza de su intelecto cual espada afilada y despejar así de obstáculos el camino en el engranaje terrenal que le muestra su intuición, a la cual se le da también el nombre de voz interior.
Ahora bien, en caso de que, mediante el tipo de crianza y de formación escolar de un niño, el intelecto de éste sea elevado a un nivel de dominio ilimitado, ahí se desprendería del niño una parte de la culpa o, mejor dicho, una parte del efecto retroactivo que habría de producirse debido a la ley del efecto recíproco, puesto que dicha parte habría de alcanzar al tutor o educador que ocasionó esto. Éste último quedaría desde ese momento atado al niño hasta que éste se liberara del error y de las consecuencias del mismo, así tengan que pasar cientos o miles de años para que esto suceda.
Ahora, el efecto recíproco de aquello que un muchacho criado de esa forma haga después de que se le haya ofrecido una oportunidad seria de recapacitar y cambiar lo alcanzará a él y a nadie más. Tales oportunidades se dan a través de la palabra hablada o escrita, de conmociones en la vida de la persona o de sucesos similares, que suscitan forzosamente un profundo sentir intuitivo. No hay caso en que estos no se den. –
Resultaría inútil seguir abundando en el tema: todos los comentarios que se puedan hacer con el fin de arrojar luz sobre la cuestión no serían más que constantes reiteraciones, las que por fuerza tienen que converger en el mismo punto. Aquel que reflexione sobre el particular sentirá como si una venda le fuera retirada de los ojos, y con ello les habrá encontrado respuesta a muchas preguntas que llevaba en su interior.
