En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


7. La creación del hombre

«Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza, y sopló en él Su aliento». Ahí hay dos procesos: la creación y la animación.

Ambos acontecimientos estuvieron, como todo, estrictamente sujetos a las leyes divinas existentes. Nada puede salirse del marco de éstas. Ningún acto volitivo divino va a contrastar con estas inmutables leyes, portadoras de la propia voluntad divina. También toda revelación y toda promesa tienen lugar en atención a estas leyes y han de cumplirse dentro de ellas; ¡no hay otra manera!

Así también en el caso de la formación del hombre en la Tierra, que constituyó un paso de avance en la formidable Creación, el tránsito de lo físico-material a una fase evolutiva completamente nueva y más encumbrada.

Hablar de la formación del hombre presupone el conocimiento sobre el mundo etéreo, puesto que el hombre de carne y hueso ha sido colocado como eslabón potenciador entre la parte etérea de la Creación y la parte físico-material, mientras que sus raíces permanecen en la esfera puramente espiritual.

«Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza.». Ese hacer o crear fue una larga cadena evolutiva que se desarrolló estrictamente dentro de las leyes que el propio Dios entretejió en la Creación. Establecidas por el Altísimo, estas leyes trabajan férrea e incansablemente en el cumplimiento de Su voluntad, iendo en pos de la perfección de manera automática, como parte de Él que son.

Así también en el caso de la creación del hombre como colofón de toda la obra, obra en la que debían converger todas las especies que había en la Creación. Por eso, en el mundo físico-material, en el mundo de la materia terrenalmente visible, se fue formando poco a poco, en el curso del proceso evolutivo, el receptáculo en que pudiera encarnar una chispa inmortal procedente de la esfera puramente espiritual. Por medio de este proceso formativo de pujanza constante, surgió, con el tiempo, el animal altamente desarrollado, el cual, usando su raciocinio, ya se servía de diversos medios para cubrir sus necesidades vitales y para su defensa. Incluso hoy día podemos observar especies animales inferiores que se sirven de diferentes medios para la obtención y conservación de lo necesario para su subsistencia, y que a menudo muestran una pasmosa astucia para la defensa.

Estos animales altamente desarrollados a los que recién aludimos, y que fueron eliminados en los cataclismos que en la Tierra tuvieron lugar, son hoy día denominados «hombres primitivos». Mas llamarlos antepasados de la humanidad es un grave error. Con la misma razón se podría llamar a la vaca «semimadre de la raza humana», puesto que la mayoría de los niños necesitan de la leche de vaca durante los primeros meses de vida para fortalecer sus cuerpos, es decir, con su ayuda se mantienen viables y crecen. A algo parecido se reduce también la relación existente entre el verdadero hombre y el animal noble y pensante que fue el «hombre primitivo», puesto que el cuerpo físico-material del hombre no es más que un imprescindible adminículo que él necesita en la esfera fisicomaterial-terrenal para poder operar y hacerse entender en todos los sentidos.

Con la aseveración de que el hombre desciende del mono, está uno literalmente «tirando al niño junto con el agua sucia de la bañera». Con semejante afirmación se yerra el blanco por completo, se eleva lo que es tan solo una parte de un proceso a la categoría de realidad absoluta; ¡lo esencial se está dejando fuera!

Tal afirmación sería cierta si el cuerpo humano fuera verdaderamente «el hombre». Mas el cuerpo físico-material es solo una vestidura que el hombre depone tan pronto regresa a la esfera etérea.

Ahora bien, ¿cómo se efectuó la primera encarnación del hombre?

Tras haberse alcanzado el punto culminante en el mundo físico-material, con el animal más completo, tenía que producirse un cambio en aras de la continuación del proceso evolutivo, si es que se quería evitar un estancamiento, que traería consigo el peligro de un retroceso. Y este cambio estaba previsto y tuvo lugar: tras partir como chispa espiritual y hundirse en el mundo etéreo, enalteciéndolo todo a su paso, el hombre etéreo-espiritual había arribado a los lindes de dicho mundo en el momento en que el receptáculo físico-terrenal había alcanzado el punto culminante en su desarrollo ascendente, y, al igual que éste, se encontraba ya listo para la unión; aquél se encontraba ya preparado para unirse con lo físico-material a fin de potenciarlo y encumbrarlo.

Es decir: mientras el receptáculo en la esfera físico-material había alcanzado la madurez plena, el alma en la esfera etérea se había desarrollado a tal punto que contaba con la fuerza suficiente para conservar su independencia al entrar en el receptáculo físico-material.

La unión de estos dos elementos supuso, pues, una relación más estrecha entre el mundo físico-material y el mundo etéreo, relación que se extendió hasta la esfera de lo espiritual.

¡Es en este suceso que viene a consumarse el nacimiento del hombre!

En los seres humanos, la procreación en sí sigue siendo incluso hoy día un acto puramente animal. Los sentimientos de elevada o baja condición presentes durante la misma no tienen nada que ver con el acto como tal, pero sí ponen en marcha procesos espirituales cuyos efectos resultan de gran importancia en la atracción absoluta de especies afines.

También el desarrollo del feto hasta la mitad del embarazo es de índole puramente animal. En realidad, «puramente animal» no es la expresión correcta; llamémosle puramente físico-material.

Viene a ser a la mitad del embarazo, alcanzado ya un determinado grado de madurez del feto, que entonces se produce la encarnación del espíritu que estaba previsto para el nacimiento, y que, hasta ese momento, se había mantenido bien cerca de la futura madre. La entrada del espíritu provoca las primeras contracciones del cuerpecito físico en gestación, es decir, los primeros movimientos de la criatura. Es aquí también que surge esa sensación de dicha tan particular de la mujer gestante, en la que, a partir de ese momento, comienzan a producirse sentimientos intuitivos completamente diferentes: la conciencia de la cercanía de ese segundo espíritu en ella, la sensación de su presencia. Y según la naturaleza de ese espíritu extraño alojado en ella, así también serán sus propios sentimientos intuitivos.

Tal es el proceso que sigue toda encarnación humana. Pero ahora volvamos a la primera encarnación del hombre.

Así, había llegado la gran época en la evolución de la Creación: por un lado, en el mundo físico-material, se encontraba el animal altamente desarrollado, el cual habría de proporcionar el cuerpo físico-material como receptáculo para el hombre que estaba por hacer su entrada; por el otro lado, en el mundo etéreo, se encontraba el alma humana desarrollada, que aguardaba la unión con el receptáculo físico–material, a fin de darle a todo lo físico-material un impulso más hacia su espiritualización.

Cuando entonces tuvo lugar un acto procreativo entre la pareja más noble de estos animales altamente desarrollados, sucedió que, a la hora de la encarnación, en vez de encarnar ‒como había sido el caso hasta ese momento‒ un alma animal3, lo hizo en su lugar el alma humana que ya aguardaba preparada para ello. Las almas humanas etéreas que habían desarrollado aptitudes predominantemente positivas encarnaron, conforme a la afinidad de especies, en cuerpos animales masculinos, y aquellas con aptitudes predominantemente negativas y más delicadas lo hicieron en cuerpos femeninos, que se acercaban más a su naturaleza4.

Este suceso no sustenta en modo alguno la aseveración de que el hombre ‒que tiene su verdadero origen en lo espiritual‒ desciende del animal que fue el «hombre primitivo», al que sólo le fue posible proporcionar el receptáculo físico-material de transición a tal efecto. Hoy en día, ni siquiera al materialista más redomado se le ocurriría considerarse directamente emparentado con un animal, y, sin embargo, hoy, como en aquel entonces, hay presente un estrecho parentesco corporal, o sea, una afinidad físico-material, mientras que el verdadero hombre «viviente», es decir, el verdadero «yo» espiritual del hombre, no tiene ningún tipo de afinidad con el animal ni procede en modo alguno de éste.

Tras su nacimiento, el primer hombre terrenal se vio en realidad solo, huérfano de padres, ya que no podía ver como tales a los animales ‒pese al elevado desarrollo de estos‒ y le resultaba imposible tener comunión con ellos.

Debido a sus más valiosos atributos espirituales, la mujer, en realidad, debería ser más perfecta que el hombre, y podría haberlo sido si tan solo se hubiera esforzado por ir depurando los sentimientos intuitivos que le fueron dados, haciéndolos así cada vez más armoniosos, con lo cual hubiera adquirido un poder que había de ejercer un efecto revolucionario y enaltecedor en toda la Creación físico-material. Pero, desgraciadamente, ha sido justo ella la primera en fallar al convertirse en juguete de las potentes fuerzas intuitivas que le tocaron y que, encima, enturbió y contaminó con la sensación y la imaginación.

¡Qué significado tan profundo encierra el relato bíblico del degustar del fruto del árbol del saber!; con la mujer, instigada por la serpiente, ofreciéndole la manzana al hombre. Mejor no podría haberse expresado figurativamente el suceso que tuvo lugar en la Materia.

El ofrecimiento de la manzana por parte de la mujer fue la toma de conciencia de ésta de lo encantadora que le resultaba al hombre y la explotación intencional de ello. Mientras que la aceptación de la manzana y el consumo de ésta por parte del hombre ilustra cómo éste reaccionó con el despertar del ansia por acaparar la atención de la mujer, comenzando a hacerse codiciable mediante la acumulación de riquezas y la adquisición de diferentes objetos de valor.

Así, comenzó el cultivo del intelecto –con los fenómenos acompañantes del afán de lucro, el engaño, la opresión–, al cual los hombres terminaron sometiéndose por entero, convirtiéndose así en esclavos voluntarios de su instrumento. Pero al tener al intelecto como dueño y señor, resultó inevitable que, en conformidad con la naturaleza de éste, también se ataran firmemente a tiempo y espacio, perdiendo así la capacidad de entender o vivir aquello que se encuentra por encima de estos conceptos, como es el caso de todo lo espiritual y etéreo. Ello constituyó la total separación del verdadero paraíso y del mundo etéreo, separación ésta que ellos mismos se buscaron; puesto que se hizo inevitable que, con el horizonte de su capacidad comprensiva firmemente atado a lo terrenal producto del intelecto y, por ende, reducido sobremanera, ya no pudieran «entender» nada de lo etéreo, que no conoce ni tiempo ni espacio terrenales. Fue así como, para los intelectuales, todo lo que los hombres intuitivos experimentaban y contemplaban, al igual que todas las incomprendidas tradiciones, se convirtieron en «cuentos chinos». Los materialistas, o sea, esas personas que solo son capaces de reconocer la materia densa atada a tiempo y espacio terrenales, y cuyo número iba aumentando cada vez más, acabaron por burlarse de los idealistas ‒para quienes, gracias a su mucho más intensa y expansiva vida interior, el camino del mundo etéreo aún no estaba cerrado del todo‒ y los motejaron de soñadores, cuando no de necios o hasta de embusteros.

Mas hoy nos encontramos por fin muy cerca de la hora en que se habrá de iniciar la próxima gran época de la Creación, una época que constituye un progreso seguro y trae aquello que ya la primera época debería haber traído con la encarnación del primer ser humano: ¡el nacimiento del hombre espiritualizado y completo!

El nacimiento del ser humano que ejerce un efecto potenciador y ennoblecedor sobre toda la Creación físico-material, lo cual es el verdadero cometido del hombre en la Tierra. Entonces ya no habrá cabida para ese materialista represivo, atado únicamente a los conceptos terrenales de tiempo y espacio. Éste se volverá un forastero en todos los países, un apátrida. Y se marchitará y esfumará como la paja que se separa del trigo. ¡Cuidaos de que en esta separación no os encuentren demasiado livianos!

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