En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


1.LIBRO ◄ ► 2.LIBRO
Deutsch
English
Francais
Português
Русский
Український
Italiano
Magyar
Česky
Slovensky
Contenido


5. La responsabilidad

Esta cuestión es siempre una de las más importantes, ya que a la inmensa mayoría de los hombres les encantaría exonerarse de toda responsabilidad y descargarla sobre cualquier cosa menos sobre sí mismos. Que esto sea de suyo una degradación del propio valer les tiene sin cuidado. En este punto sí que son bien humildes y modestos, pero solo para, a cuenta de ello, poder llevar una vida más placentera e inescrupulosa.

Porque sería estupendo poder satisfacer todos los deseos de uno y dar rienda suelta a todo antojo impunemente, incluso a expensas de otras personas. Las leyes terrenales pueden ser burladas de ser necesario, evitándose uno así conflictos. Bajo el auspicio de dichas leyes, a los más habilidosos les es posible incluso realizar exitosos lances de red y hacer muchas cosas que no aguantarían examen moral alguno. Y encima, no son pocas las veces que gozan por ello de una reputación de personas excepcionalmente capaces. De modo que, con un poco de astucia, se podría, de hecho, vivir como a uno mejor le parezca... si no hubiera por ahí ese algo que despierta una sensación de desazón, si no brotara de vez en cuando esa inquietud de que, después de todo, muchas cosas podrían terminar siendo diferentes a como los deseos propios le dictan a uno.

¡Y así es de hecho! La realidad es severa e inflexible. Los deseos de los hombres nada pueden cambiar en este sentido. Inquebrantable se mantiene la ley: «Lo que el hombre siembre, habrá de recogerlo multiplicado».

Esas pocas palabras encierran y expresan mucho más que lo que muchos se imaginan al leerlas o escucharlas. Se corresponden con toda precisión y exactitud con el proceso real del efecto recíproco que yace en la Creación. No podría haberse encontrado una expresión más acertada para ello. Así como la cosecha rinde el múltiplo de lo sembrado, del mismo modo recae sobre el hombre, siempre multiplicado, lo que éste suscitó y emitió con sus propios sentimientos, según la índole de su volición.

De modo que el hombre es moralmente responsable por todos sus actos. Dicha responsabilidad empieza ya con la resolución, y no más tarde, con el hecho consumado, el cual, en definitiva, es solo una consecuencia de la resolución. ¡Y la resolución es el despertar de una voluntad seria!

No existe división alguna entre este mundo y el llamado «más allá»; ambos constituyen un gran conjunto único. Toda la gigantesca Creación, la visible y la invisible a los hombres, engrana cual mecanismo maravillosamente ingeniado que nunca falla; no existe, pues, independencia entre sus partes. Leyes uniformes sustentan el Todo. Cual prolongaciones nerviosas, penetran todo el conjunto y lo mantienen unido, a la vez que se activan mutuamente en un constante efecto recíproco.

Cuando las escuelas y las iglesias, al referirse a estas materias, hablan de cielo e infierno, de Dios y el diablo, dicen bien. Mas es errónea toda explicación sobre fuerzas buenas y fuerzas malas. Esto ha de ocasionar enseguida confusión y duda a todo buscador serio, ya que donde hay dos fuerzas, tiene lógicamente que haber dos soberanos también; en este caso, dos dioses: uno bueno y otro malo.

¡Y ese no es el caso!

Solo hay un Creador, un Dios, y, por ende, solo hay una fuerza, la cual fluye constantemente a través de todo lo existente, vivificándolo y potenciándolo.

Esta pura y creadora fuerza divina recorre continuamente la Creación entera, es inherente a Ella, inseparable de Ella. En todas partes se la puede encontrar: en el aire, en cada gota de agua, en las formaciones rocosas, en la planta que tiende a la luz, en el animal y, naturalmente, también en el hombre. No existe nada donde no esté presente.

Y así como lo penetra todo, de igual modo recorre al hombre sin cesar. Éste está constituido de tal forma que asemeja a una lupa. Así como una lupa recoge los rayos solares que la traspasan y los envía concentrados de tal manera que las radiaciones caloríficas convergen en un punto y pueden producir un fuego abrasador, de igual modo el hombre, en virtud de su singular constitución, recoge por medio del sentir intuitivo esa fuerza creadora que recorre su ser, para entonces pasarla concentrada mediante sus pensamientos.

Según la naturaleza de tal sentir intuitivo y de los pensamientos que guardan conexión con este, así conducirá el hombre la automática y creadora fuerza divina hacia el bien o el mal.

¡Y esa es la responsabilidad que el hombre está obligado a asumir!

Vosotros que a menudo os afanáis tan convulsivamente por encontrar el camino correcto, ¿por qué os complicáis tanto? Con la mayor simpleza imaginaos cómo la pura fuerza del Creador recorre vuestro ser, y cómo la encamináis con vuestros pensamientos en una buena o una mala dirección. Con eso lo tenéis todo, sin esfuerzos ni quebraderos de cabeza. Tened presente que de vuestra sencilla forma de pensar y sentir depende si esta prodigiosa fuerza habrá de causar el bien o el mal. ¡Qué tremendo poder constructivo, o destructor, os es dado con ello!

No necesitáis esforzaros hasta que el sudor brote de vuestra frente, ni tampoco precisáis martirizaros con las llamadas prácticas ocultas para, por medio de todas las contorsiones corporales y espirituales habidas y por haber, alcanzar un nivel cualquiera que carece completamente de importancia para vuestro verdadero progreso espiritual.

Dejad esas tonterías que tanto tiempo ocupan y que ya sobradas veces se han convertido en un atenazante suplicio que no representa otra cosa que las antiguas autoflagelaciones y mortificaciones de la carne que tenían lugar en los conventos. Se trata de lo mismo, solo que en otra forma, y, como aquéllas, no puede reportaros ningún beneficio.

Los pretendidos maestros y discípulos del ocultismo son fariseos modernos; en el más fiel sentido de la palabra. Son la viva imagen de los fariseos del tiempo de Jesús de Nazaret.

Con regocijo puro recordad que, con vuestros sencillos y bienintencionados sentimientos y pensamientos, podéis fácilmente encaminar esa prodigiosa fuerza creadora que es única. Según la naturaleza de vuestros sentimientos y pensamientos, así operará entonces la fuerza. Ésta trabaja por sí sola; vosotros no tenéis más que encaminarla, lo cual se hace con la mayor simpleza y naturalidad. Para ello no hace falta erudición alguna, ni siquiera saber leer y escribir. ¡A cada uno de vosotros os es dado en igual medida! En este respecto, no hay distinción alguna.

Así como un niño que juega con un interruptor puede cerrar el circuito y dar paso a la corriente eléctrica, la cual produce resultados prodigiosos, de igual modo os es dado a vosotros dirigir la fuerza divina mediante vuestros sencillos pensamientos. Podéis alegraros y enorgulleceros de ello siempre que la uséis para el bien. ¡Pero pobres de vosotros si la disipáis inútilmente o hasta la empleáis con fines impuros!; puesto que de las leyes del efecto recíproco que yacen en la Creación no podéis escapar. Y así tuvierais las alas de la aurora, la Mano del Señor, de Cuya fuerza hacéis un uso tan deplorable, os alcanzaría mediante ese efecto recíproco de operar autoactivo, no importa dónde os escondáis.

Tanto el bien como el mal son engendrados con esa misma fuerza divina de carácter puro.

Y es la facultad de poder emplear libremente la fuerza divina, que es una sola, lo que encierra esa responsabilidad que nadie puede eludir. Por eso exhorto a todo el que busca: «¡Mantén puro el hogar de tus pensamientos, que así sembrarás la paz y serás feliz!».

Vosotros los débiles e ignorantes, alegraos, puesto que a vosotros os es dado el mismo poder que a los fuertes. ¡Así que no os compliquéis demasiado! No olvidéis que la pura y autocreadora fuerza de Dios también recorre vuestro ser y que vosotros, como seres humanos que sois, también estáis capacitados para darle a dicha fuerza una dirección determinada, edificando o destruyendo, produciendo efectos buenos o malos, proporcionando gozo o dolor, todo según el género de vuestros íntimos sentimientos intuitivos, según el género de vuestra voluntad.

Como no existe otra fuerza que no sea esta sola fuerza de Dios, con ello se aclara el enigma de por qué, en toda batalla final decisiva, las tinieblas y el mal tienen que ceder ante la Luz y el bien. Si encamináis la fuerza divina para el bien, ésta permanece inalterable en su pureza original y desarrolla así una potencia mucho mayor, mientras que, con el enturbiamiento mediante lo impuro, tiene lugar un debilitamiento. De modo que, en toda batalla final, el grado de pureza de la fuerza siempre jugará un papel determinante y decisivo.

En cuanto a qué es bueno y qué es malo, eso es algo que todo el mundo puede percibir intuitivamente, sin que haya que explicarlo con palabras. Cavilar al respecto no traería sino confusión. El insulso cavilar es derroche de energías, es como un pantano, como un viscoso lodazal, que aprisiona todo cuanto está a su alcance, paralizándolo y sofocándolo. En cambio, el vivo alborozo rompe el hechizo de la cavilación. ¡No hay razón para andar tristes y apesadumbrados! ¡En todo momento podéis emprender el camino hacia la cumbre y enmendar el pasado, sea cual fuere! Basta con que penséis en cómo la pura fuerza divina recorre constantemente vuestro ser, y ahí vosotros evitaréis encaminar esa pureza por los sucios canales de los malos pensamientos, puesto que con la misma facilidad podéis alcanzar lo más elevado y noble. Al fin y al cabo, no tenéis más que fijar el curso, y la fuerza entonces trabajará por sí sola en la dirección impuesta por vosotros.

Con ello tenéis en vuestras manos la felicidad o la desgracia. ¡Así que levantad con orgullo la cabeza, alzad con despejo y osadía la frente! El mal no se os puede acercar si vosotros mismos no lo llamáis. ¡Según lo que deseéis, así os acontecerá!

Mensaje del Grial de Abdrushin


Contenido

[Mensaje del Grial de Abdrushin]  [Resonancias del Mensaje del Grial] 

contacto