En la Luz de la Verdad

Mensaje del Grial de Abdrushin


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Contenido


1. ¿Qué buscáis?

¿Qué buscáis? A ver, decidme, ¿a qué se debe ese fervoroso ímpetu? Cual tormenta recorre el mundo, y todos los pueblos se ven inundados por una avalancha de libros. Eruditos buscan en antiguas escrituras, investigando y cavilando hasta el agotamiento espiritual. ¡Aparecen profetas que alertan y prometen...; por todas partes hay gente que, como en arrebato febril, pretende propagar nueva luz!

Tal es el torbellino que barre hoy día por sobre el suelo removido del alma humana, no refrescando y vigorizando, sino consumiendo, extinguiendo y agotando las últimas fuerzas que les quedan a estos seres a la deriva en la lobreguez de la actualidad.

Asimismo, se oye aquí y allá un murmurar y susurrar que encierra expectación creciente por algo que se avecina. Alterados están los nervios, tensos producto de un anhelo inconsciente. Hay una efervescencia y un bullir constante, y sobre todo ello yace una especie de estupor sofocante y siniestro. Funesto augurio. ¿Qué habrá de encerrar por fuerza? Confusión, desaliento y destrucción, si es que no se rasga vigorosamente esa oscura capa que hoy día envuelve al globo terráqueo espiritualmente, capa esta que, con la viscosa tenacidad de un sucio cenagal, recoge todo pensamiento luminoso y libre que aflora y lo sofoca antes de que cobre fuerza, y, con el tenebroso silencio de un pantano, ahoga, destruye y aniquila toda buena volición en ciernes antes de que ésta pueda devenir en actos.

Y el clamor de aquellos que buscan la luz, el cual encierra fuerza para atravesar el lodazal, es desviado y acaba apagándose en el impenetrable nubarrón creado diligentemente justo por esos que creen estar ayudando: ¡Ofrecen piedras en vez de pan!

Fijaos en el sinnúmero de libros:

¡Estos no hacen más que agotar al espíritu humano, en vez de vigorizarlo! Y esa es la prueba de la infructuosidad de todo lo que con ello se ofrece. Ya que lo que agota al espíritu humano nunca puede estar correcto.

¡El pan espiritual refresca de inmediato, la Verdad vigoriza y la Luz anima!

Mas las personas llanas y simples no pueden menos que desperar cuando ven los muros que son levantados en torno al más allá por la llamada ciencia del espíritu. ¿Quién de la gente sencilla va a entender esas cultas frases, quién la extraña manera de expresarse? ¿Acaso el más allá es sólo para los discípulos de la ciencia del espíritu?

¡Es de Dios de quien se habla ahí! ¿Acaso hay que crear una Universidad donde se puedan adquirir las facultades para entender el concepto de la Divinidad? ¿Adónde lleva ese afán que, en la mayoría de los casos, dimana de la ambición?

Como borrachos, van tambaleándose de un lugar a otro los lectores y los oyentes, inseguros, presos en sí mismos, tendenciosos en su manera de ser, toda vez que han sido desviados del simple derrotero.

¡Prestad oídos, vosotros que desesperáis! Alzad la vista, vosotros que buscáis en serio: ¡El camino al Altísimo está abierto para todo ser humano! ¡La erudición no es la vía allí!

¿Acaso Cristo Jesús, ese gran ejemplo en el camino que verdaderamente conduce a la Luz, acaso Él escogió a Sus discípulos de entre los eruditos fariseos, o de entre los escribas? Los escogió de entre la gente llana y simple, ya que estos no tienen que luchar contra ese gran error de que el camino de la Luz es difícil de aprender y ha de resultar arduo.

¡Esa idea es el mayor enemigo del hombre, es una falacia!

¡Por eso abandonad toda pseudociencia allí donde esté en juego lo más sagrado en el hombre, que ha de ser comprendido cabalmente! Apartaos de ella, pues la ciencia, como deficiente producto del intelecto humano, es y siempre será una obra fragmentaria.

Reflexionad: ¿Cómo va una ciencia trabajosamente aprendida a conducir a la Divinidad? A fin de cuentas, ¿qué cosa es el saber? El saber es lo que el cerebro puede comprender. Ahora, ¿cuán estrechamente limitada no es la capacidad comprensiva del cerebro, que permanece firmemente ligada a tiempo y espacio? Ya la eternidad y el sentido de lo infinito escapan a la comprensión de un cerebro humano. Justo aquello que está indisociablemente ligado a la Divinidad. Mudo permanece el cerebro, empero, ante esa fuerza inconmensurable que atraviesa todo lo existente y de la que él mismo bebe para realizar su actividad. Esa fuerza que cada día, a cada hora, en todo momento, es sentida por todos como algo normal, y cuya existencia ha sido reconocida por la ciencia misma, y que uno, sin embargo, trata en vano de aprehender con el cerebro, o sea, con el saber y el intelecto.

Así de deficiente es la actividad del cerebro, piedra fundamental e instrumento de la ciencia, y esta limitación, como es natural, se hace extensiva a las obras que aquél erige, o sea, a todas las ciencias mismas. Por eso la ciencia puede ser buena para el seguimiento con miras a un mejor entendimiento, clasificación y categorización de todo aquello que recibe ya listo de la fuerza creadora que le ha precedido, mas está condenada al fracaso en caso de que pretenda ejercer el liderazgo o la crítica mientras siga estando tan firmemente atada al intelecto o, lo que es lo mismo, a la facultad comprensiva del cerebro.

¡Por esa razón, la erudición, así como la humanidad que se rige por ella, permanecerá siempre atrapada en menudencias, mientras que todo ser humano lleva de regalo en su interior ese todo grande e inconmensurable, plenamente capacitado para alcanzar lo más excelso y noble sin necesidad de un trabajoso aprendizaje!

¡Abandonad, pues, la esclavitud espiritual que es esa innecesaria tortura! No por gusto el gran maestro nos lanza el llamado: ¡Sed como los niños!

¡Quien lleve en su interior la firme voluntad de hacer el bien y se esfuerce por dotar de pureza sus pensamientos habrá encontrado ya el camino que conduce al Altísimo! A ese todo lo demás le será dado por añadidura. Para ello no hacen falta ni libros ni afán espiritual, ni penitencias ni retiro. Ese tal se volverá sano en cuerpo y alma, al quedar libre de toda presión propia de la cavilación enfermiza; puesto que toda exageración resulta dañina. ¡Seres humanos habéis de ser, y no plantas de invernadero que, producto de una formación unilateral, sucumben al primer soplo de viento!

¡Despertad! ¡Mirad a vuestro alrededor! ¡Prestad oídos a lo que sucede en vuestro interior! ¡Solo esto puede abriros el camino!

No prestéis atención a las disputas de las iglesias. Cristo Jesús, ese gran portador de la Verdad y la personificación del amor divino, jamás preguntó por credos. A fin de cuentas, ¿qué son hoy día los credos? Ataduras del libre espíritu humano, esclavización de la chispa de Dios que mora en vuestro interior, dogmas *(Doctrinas de las iglesias) que tratan de constreñir la obra del Creador y su gran amor en estrechas formas ideadas por la mente humana, lo cual equivale a un empequeñecimiento de lo Divino, a una sistemática degradación. ¡Todo buscador serio siente rechazo por estas cosas, ya que con ellas jamás le es posible experimentar la gran realidad, con lo que su anhelo por la Verdad va flaqueando cada vez más, y tal persona acaba perdiendo toda esperanza en sí misma y en el mundo! ¡Despertad, pues! Echad abajo los muros dogmáticos en vuestro interior y arrancaos la venda, a fin de que la pura Luz del Altísimo pueda llegaros sin que nada obstaculice Su paso. Regocijante, vuestro espíritu entonces se remontará a las alturas y percibirá jubiloso todo el gran amor de Dios Padre, el cual no conoce los límites del intelecto. ¡Y tendréis por fin la certeza de que sois parte de ese amor, lo comprenderéis por entero y sin dificultad y os fundiréis con él, con lo que día por día, hora por hora, os será otorgada nueva fuerza como obsequio que hará del ascenso del caos lo más natural para vosotros!

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